jueves, 26 de abril de 2018

COSAS CURIOSAS EN LA ELECCIÓN DE UN PAPA



Habemus Papam, gracias a Dios. La elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio con el nombre de Francisco lo sitúa en la línea de la sucesión apostólica que vincula a la Iglesia católica –tanto mirando hacia atrás como mirando hacia arriba– con su fundamento, que no es otro que el mismo Cristo. Desde que el pasado 11 de febrero el ahora pontífice emérito Benedicto XVI anunciara su renuncia a la sede romana, que se hizo efectiva el día 28 del mismo mes, hasta la celebración del cónclave que se ha celebrado entre los días 12 y 13 de marzo, el atiborramiento informativo ha marcado un hito en la historia de la comunicación. Sin entrar a cuantificarlo, pero en una comparación que cualquiera puede hacer a simple vista, la resonancia mediática del tema ha sido, con mucho, superior a la que se produjo en 2005 con la muerte y sucesión de Juan Pablo II. Los medios de comunicación tradicionales, escritos y audiovisuales, han visto sumarse a sus contenidos las redes sociales, ese mundo virtual –tan real– que permite una mayor interacción y participación de un usuario que se convierte en emisor y que multiplica la difusión de una noticia o de una opinión.
No pretendo hacer un completo análisis comunicativo de la renuncia papal, la sede vacante y el cónclave que ha dado lugar a la elección del nuevo sucesor de San Pedro. Expertos hay que sabrán hacerlo, y seguro que podremos conocer sus estudios muy pronto. Yo voy a reflexionar sobre un tema muy concreto que me ha sorprendido, y lo hago como lector-oyente-espectador algo crítico. ¿A qué me refiero con “cosas curiosas”? Todos conocemos el aura de misterio y el olor a rancio que tienen, para mucha gente, las cosas relativas a la Santa Sede. La razón fundamental es el desconocimiento, que nos puede parecer extraño en un momento en el que –salvadas algunas cosas fundamentales que precisan de discreción y hasta de secreto– se da una gran transparencia en la comunicación del Vaticano, como hemos podido comprobar estos días. Conocemos los principios jurídicos que rigen la sucesión papal y el cónclave, hemos estado informados continuamente por la Sala de Prensa, que ha multiplicado sus esfuerzos echando humo al pie de la Plaza de San Pedro, hemos conocido declaraciones de los cardenales durante el período de reuniones previas al proceso de elección… y poco nos ha faltado para saber en qué habitación de la Domus Sanctae Marthae se alojaba cada uno y hacernos con alguna foto suya en pijama.
Digo que en parte está el desconocimiento, pero por otro lado nos encontramos con la necesidad de llenar páginas de la prensa o minutos de radio y televisión con historias de lo más variopinto, unida al interés de algunas personas por aparecer como “expertas” en presuntas cosas ocultas para seguir viviendo de que les llamen de un medio o de una editorial. Es verdad que lo primero, la necesidad del relleno, no es en sí algo negativo, porque al final trae consigo contenidos que pueden resultar interesantes y que, a pesar de su superficialidad, consigan el noble arte de “enseñar deleitando”, incluso con una sonrisa. Así, hemos visto estos días reflexiones sobre cosas tan peregrinas como la vestimenta eclesiástica, los colores del plumaje de la Guardia Suiza o unas pautas básicas para que unos ancianos encerrados para un cometido tan importante como es el de elegir al líder espiritual de casi 1.200 millones de católicos cuiden su salud física y psicológica. En fin, de todo se aprende.
Y voy al grano. ¿Cosas curiosas? Que aparezcan los de siempre, y algunos más, con todas las claves ocultas, conspiracionistas y hasta esotéricas de todo lo que se mueve en torno al sepulcro del apóstol pescador de Galilea. Es cierto que siempre van a estar ahí. Y hemos podido asistir a programas monográficos sobre este acontecimiento tan importante para la Iglesia y para el mundo. Cosa que, a estas alturas, no tiene que extrañarnos. Lo que me ha llamado mucho la atención es que se les haya dado cabida a estos “expertos” en medios que se dicen católicos o que buscan conscientemente acercarse a un público creyente. Así, hemos visto que junto a prestigiosas firmas y buenos conocedores del tema se han mezclado personajes que cuentan cosas de lo más extrañas. No voy a decir cuáles son los medios en los que han aparecido –porque este artículo no quiere acusar, sino hacer una reflexión en voz alta–, pero cualquier lector puede averiguarlo sin dificultad gracias a Internet.
Gran parte del público que presta su atención al tratamiento que estos medios hacen de estos temas lo hace porque supone que se encontrará a los mejores expertos y que por supuesto, no será gente que se ponga a despotricar contra la Iglesia o contra el Papa. Para ver a éstos ya sabemos adónde dirigirnos y –quién sabe– quizás podemos aprender de ellos, porque siempre pueden tener algo de razón. Pero cuando vemos en un medio católico o supuestamente pro-católico a “investigadores” como los que voy a citar a continuación, uno se pregunta cuáles son las razones verdaderas de otorgarles un micrófono, una cámara o un trozo de papel. ¿El desconocimiento? ¿La falta de discernimiento y la prisa a la hora de rellenar? ¿El morbo y el sensacionalismo para ganar audiencia? No lo sé. Pero me preocupa.
Uno de los que ha salido es Eric Frattini, autor de ensayos sensacionalistas y de novelas infumables donde se mezclan Papas, sexo, poder y tramas ocultas, culminando con su reciente traducción al español de los documentos reservados filtrados por el ex-mayordomo de Benedicto XVI en el denominado “caso Vatileaks”. Me parece normal y lógico que aparezca en espacios dedicados a lo más raro del mundo. ¿En un medio que se autoproclama católico y que se dirige a los católicos? No me vale la excusa de que no dice herejías ni insulta el buen nombre de la madre del Romano Pontífice. ¿Lo que dice se ajusta a la verdad, y está contrastado por el rigor y el trabajo de una investigación seria?
Otro ejemplo de los que han aparecido es el ahora afamado novelista Javier Sierra, que podemos situarlo en la misma órbita del anterior, pero sin duda más veterano. Hace unos días pude leer un artículo suyo, mezclado entre otros escritos brillantes, en el que descubría al mundo la verdadera cara pagana y esotérica de la Capilla Sixtina, lugar emblemático del cónclave cardenalicio, donde en la Antigüedad se encontraba un cementerio dedicado no a una diosa pagana sino, en expresión del autor, “paganísima”, y que además de construirse con las proporciones del Templo de Salomón (ya están por aquí templarios y proto-masones, vamos), contiene unas pinturas que ejecutó Miguel Ángel siguiendo claves cabalísticas. E interpretando el arrebato antijerárquico del genio italiano, el experto aprovecha para decir que “falta haría” echar a algunos de los pastores de la Iglesia.
Mi sorpresa ha sido grande. Esperaba encontrarme a estas personas opinando en diversos lugares, pero no en éstos. Si hay medios que pretenden tener un público católico, no les exijo que se dediquen a sacar a personas de probadísima adhesión eclesial, porque la información religiosa puede ser más amplia e incluir diversos matices, opiniones y posturas siempre que sean respetuosas. Pero sí les pido, como lector-oyente-espectador, que al menos no me tomen el pelo, y saquen a gente seria, con conocimientos y con criterio. No vale con que sepan comunicar, digan cosas que se entiendan y entretengan al personal. Si no saben discernir, que pregunten y se dejen asesorar. Pero, al menos, que sean –siguiendo el lema que escogió el anterior obispo de Roma– “cooperadores de la verdad”, desde una mínima ética periodística y un respeto al receptor.
Luis Santamaría del Río
Secretaría RIES

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