Un buen amigo cura me ha
pedido que escriba unas líneas contestando a la siguiente cuestión: ¿cómo tiene que responder un católico a los testigos de
Jehová? Es para una revista diocesana. Como uno sabe lo que es dirigir
una publicación así, y sobre todo la inmensa difusión que tiene entre los
católicos de a pie, he intentado decir pocas cosas y de manera que estén
claras. Espero que sirvan. Y para que ayude a más gente, pues aquí está el
artículo, publicado en el Full Diocesà que comparten Vic y Solsona, con fecha de 19/05/13 (debajo del
texto castellano copiamos la versión catalana).
Seguro que todos conocemos a
los testigos de Jehová: llaman a las puertas de
nuestras casas y nos paran por la calle. Pero no los conocemos bien. Lo
primero que hemos de hacer es tener claras unas cuantas ideas. Se trata de una
secta fundada en el siglo XIX en los EE.UU. por Charles Taze Russell, en un clima muy peculiar: el adventismo, conformado por personas y grupos que,
basándose en cálculos bíblicos, anunciaban entonces –y ahora– el inmediato
regreso de Cristo, con fechas concretas y todo.
Además de su origen, es
necesario saber cuál es su doctrina: en resumen, no son cristianos, aunque lo
ponga en el letrero de sus Salones del Reino. Aferrándose a un monoteísmo
estricto, rechazan la doctrina de la Santísima Trinidad y, obviamente, la
divinidad de Cristo, que no sería el Verbo encarnado, sino la primera y más
excelsa criatura de Dios, a quien llaman obsesivamente Jehová, en un error de
transliteración del nombre hebreo de Dios, Yhwh. Es decir, que sería hijo de
Dios, pero no “Dios de Dios, luz de luz” como afirmamos en el símbolo de la fe.
Junto a esto, y por su
insistencia en que se guían únicamente por principios bíblicos, hay que conocer
la versión que utilizan, la denominada Traducción
del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras,
y que de traducción no tiene nada. En sus páginas han manipulado y deformado
una considerable cantidad de versículos para adaptarlos a sus doctrinas, en
todo lo relativo a la divinidad de Jesús, la identidad personal del Espíritu
Santo, la presencia de Cristo en la eucaristía (su identificación con el pan y
el vino de la última cena), la doctrina sobre el más allá de la muerte, etc. Se
trata de algo contradictorio con el fundamentalismo que tienen al acercarse a
la Biblia, y que les lleva a rechazar con violencia desde la celebración de los
cumpleaños o la Navidad hasta las transfusiones de sangre, como por desgracia
de todos es conocido.
Puestas estas bases de forma resumidísima, el primer criterio de
actuación para un católico es la caridad. La inmensa mayoría de los testigos de
Jehová que se acerquen a nosotros lo harán con la mejor intención de apartarnos
de este “inicuo sistema de cosas” –como
llaman al mundo apartado de “su” percepción de la revelación de Dios– y ofrecernos
la salvación. Pensemos siempre que han sido engañados en algo tan importante, y
que se les ha adoctrinado en una tergiversación de la genuina fe. Una correcta
actitud cristiana, por tanto, es la hospitalidad y el respeto, o más aún, la
simpatía. Desde ahí, caben dos opciones que cada uno tendrá que valorar. Si el
que se encuentra con ellos no tiene una sólida formación doctrinal y una fuerte
experiencia de fe, es mejor que rechace con cortesía el ofrecimiento de
material escrito o de conversación. Y aquí se acaban las recomendaciones.
Ahora bien, si el católico
interpelado tiene claras las cosas y posee una cierta capacidad apologética
(defensa de la fe, o dar razón de nuestra esperanza, como decía San Pedro), y
tiene tiempo y paciencia para entablar un diálogo, puede continuar. Siendo
consciente de que está siendo el blanco de una cuidada ofensiva proselitista.
¿Exagero al decirlo así? Nada de eso, ya que los testigos de Jehová son
minuciosamente formados para este acercamiento, e incluso se “entrenan” en
sus reuniones semanales para saber a qué personas acercarse, qué temas sacar,
qué respuestas dar, qué dudas sembrar y qué publicaciones ofrecer. Por lo
tanto, ellos no conciben el encuentro interpersonal como un verdadero diálogo,
ya que éste exige la receptividad a lo que pueda decirme el otro, e incluye la
posibilidad de que yo aprenda algo.
Un católico bien formado no se
verá apabullado por la lluvia de citas bíblicas que esgrimirán los testigos de
Jehová a diestro y siniestro, porque los cristianos –sea cual sea nuestra
confesión, católica o no católica– no entendemos la Sagrada Escritura como un
repertorio de frases célebres, un recetario, un libro de autoayuda o un manual
de instrucciones. Y podemos hacer el intento –infructuoso a corto y medio
plazo– de hacer ver a nuestro pesado interlocutor que la Biblia ha de leerse
como un conjunto, que hay pasajes que por su género literario hay que leer en
clave alegórica o simbólica, y no literal… y que, por supuesto, hay cosas que
son irrenunciables cuando uno se acerca a los evangelios: Jesús se presentó
como Hijo de Dios, de la misma naturaleza del Padre, tanto en sus obras como en
sus palabras; mostró su voluntad de iniciar un nuevo pueblo elegido en las
personas de los apóstoles, fundando así la Iglesia; entendió su muerte no como
algo accidental o sobrevenido, sino como una entrega voluntaria para
reconciliar a toda la humanidad pecadora con Dios, y así lo expresó en la última
cena con sus amigos, dejando toda la densidad de su presencia real, de forma
sacramental, en el pan y el vino.
Y podríamos seguir detallando
uno por uno todos los elementos centrales de la revelación bíblica que ellos
rebaten siguiendo los dictados de la corporación empresarial que dirige la
secta, la Watchtower Bible and Tract Society, y de su verdadera herramienta de
interpretación de la Biblia: la revista La
Atalaya. Si el católico que se encuentra con ellos tiene, además,
algunas nociones de griego y hebreo, las lenguas originales de los libros de la
Sagrada Escritura, puede ayudarles a entender que Jesús no dijo “esto significa mi cuerpo” en el cenáculo, y que Juan nunca escribió en su
prólogo que “la palabra era un dios”… que una cosa es traducir, y otra falsificar.
Y para terminar, aunque creo
que es, en el fondo, lo más importante: ¿cómo tenemos que responder los
católicos a los testigos de Jehová? ¿Con elaboradas técnicas y planes
pastorales y apologéticos? ¿Con un ejército de creyentes formados que vayan de
puerta en puerta ofreciendo la verdad de Jesucristo? Algunos movimientos
eclesiales ya lo hacen, y habrá quienes se sientan llamados por Dios a un
ministerio particular de predicación de la Palabra, y bienvenidos sean.
Para la Iglesia entera, para
unos y otros, una cosa es necesaria y urgente: la nueva evangelización. Hacer
que la gente se encuentre con Cristo –y los evangelizadores tienen que ser los
primeros en haber tenido esta experiencia radical de transformación a la luz
del evangelio–, mostrarles que, como nos recordó Benedicto XVI, la puerta de la fe está siempre abierta. Así habrá
mucha menos gente que encuentre en los testigos de Jehová la respuesta
–embaucadora siempre– a sus demandas espirituales y sus necesidades de
trascendencia.
Luis Santamaría del Río
Secretaría RIES
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