Un lugar amplio,
hermoso, que disponga para empezar la celebración litúrgica con suficiente
recogimiento y que sirva igualmente para conservar todas las cosas y elementos
necesarios para el culto: esto es la sacristía.
El Caeremoniale
episcoporum señala como paradigma:
“En la iglesia catedral no debe faltar el “secretarium”,
es decir una sala digna, en lo posible cercana a la entrada de la iglesia, en
la cual el Obispo, los concelebrantes y los ministros puedan ponerse los
vestidos litúrgicos, y de la cual se inicie la procesión de entrada. La
sacristía será de ordinario diferente del “secretarium”; en ella se guarda el
ajuar sagrado, y en ella los días ordinarios el celebrante y los ministros se
pueden preparar para la celebración“ (n. 53).
Tanto en la sacristía
como en el secretarium debe observarse el silencio y la modestia (cf. Id., n.
37):
“Pongan todos esmero en guardar silencio, respetando así tanto la
común disposición de ánimo como la santidad de la casa de Dios” (Id., n.
170).
En las nuevas
construcciones hay que pensar en la
sacristía como un lugar amplio y no como si fuera un pequeño vestidor; y
pastoralmente, cuidar mucho la sacristía: hay que lograr que unos
minutos antes de la celebración litúrgica no se convierta en lugar de
conversaciones y asuntos varios, sino de silencio, ya que es lugar
casi-sagrado, para permitir que el sacerdote y los ministros se dispongan a los
Misterios con humildad y devoción. El silencio y el orden son cualidades de una
buena sacristía.
La sacristía debe
arreglarse en función de los fines propios de una sacristía. La cajonera debe
ser elegante, cuidada, guardando en ella con orden (y con su inventario)
ornamentos más nobles, capas pluviales, dalmáticas y los manteles del
altar. Sobre la cajonera un crucifijo hermoso y, por ejemplo, seis
candelabros que inviten al recogimiento al revestirse el sacerdote para ofrecer
el sacrificio eucarístico.
En los
armarios de la sacristía se dispondrán en riguroso orden el ajuar sagrado. En
una estantería única y exclusivamente los leccionarios y Evangeliario; en otra,
los rituales (nuevos y en sus últimas ediciones); en otra los cantorales,
libros para las vísperas dominicales, etc…; en las puertas centrales los
ornamentos litúrgicos; en otra parte, lo referente a la Eucaristía
(cálices, copones y patenas, vinajeras, etc.), las custodias y los santos Óleos
con lo necesario para el bautismo (si no estuvieren en el Baptisterio ni en una
arqueta exclusiva para ellos).
El orden y la limpieza
que se guarden en la sacristía crean una antesala real de celebración de los
misterios, un lugar sacro para conservar lo sagrado. Se realiza, así pues, lo
previsto en el Directorio “Ambientación y arte en
el lugar de la celebración”:
“…La sacristía,
en la que se conserva todo el ajuar litúrgico y en la que pueden prepararse el
celebrante y los ministros para la celebración de los días ordinarios…” (n. 20).
“En la sacristía se debe disponer de un estante apropiado
para los libros, no debiendo quedar amontonados en la credencia o en el ambón” (n.
26).
Muy poco recomendable es
el comportamiento de algunas personas que -en todas las parroquias- un poco
antes de la Misa se dedica, en lugar de rezar, a irse a la sacristía, sentarse
allí, curiosear, entablar conversación, “cotillear",
y luego presumir de “católicos
comprometidos” o de “amigo del cura". La
sacristía no está para eso.
Javier Sánchez
Martínez
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