En abril de 2017, durante el último día de su viaje
apostólico a Egipto, el Papa Francisco se encontró con sacerdotes, religiosos,
religiosas y seminaristas para orar juntos en el Seminario Al-Maadi y
reflexionar sobre 7 de las tentaciones que todo consagrado debe vencer mediante
una vida enraizada en Cristo:
1-La tentación de dejarse arrastrar y no guiar.
2-La tentación de quejarse continuamente.
3-La tentación de la murmuración y de la envidia.
4-La tentación de compararse con los demás.
5-La tentación del “faraonismo”, es decir, de
endurecer el corazón y cerrarlo al Señor y a los demás.
6-La tentación del individualismo.
7-La tentación del caminar sin rumbo y sin meta.
El Santo Padre afirmó que el consagrado “no
puede dejarse arrastrar por la desilusión y el pesimismo”. El
consagrado, explicó, “es aquel que con la unción del
Espíritu transforma cada obstáculo en una oportunidad, y no cada dificultad en
una excusa”.
“El peligro es grave cuando el consagrado, en lugar
de ayudar a los pequeños a crecer y de regocijarse con el éxito de sus hermanos
y hermanas, se deja dominar por la envidia”, advirtió.
“La envidia es un cáncer que destruye en poco
tiempo cualquier organismo”.
También indicó que “compararnos con los que
están mejor nos lleva con frecuencia a caer en el resentimiento; compararnos
con los que están peor, nos lleva, a menudo, a caer en la soberbia y en la
pereza”. Además, subrayó la importancia de la identidad, porque “el consagrado, si no tiene una clara y sólida identidad,
camina sin rumbo y, en lugar de guiar a los demás, los dispersa”.
En su discurso, el Obispo de Roma transmitió un mensaje de ánimo al
clero, a los religiosos, religiosas y seminaristas: “No
tengáis miedo al peso de cada día, al peso de las circunstancias difíciles por
las que algunos de vosotros tenéis que atravesar. Nosotros veneramos la Santa Cruz,
que es signo e instrumento de nuestra salvación. Quien huye de la Cruz, escapa
de la resurrección”.
El Pontífice explicó que “se trata de creer,
de dar testimonio de la verdad, de sembrar y cultivar sin esperar ver la
cosecha. De hecho, nosotros cosechamos los frutos que han sembrado muchos otros
hermanos, consagrados y no consagrados, que han trabajado generosamente en la
viña del Señor. Vuestra historia está llena de ellos”.
En este sentido les exhortó a ser “luz y sal
de la sociedad” frente al pesimismo: “En
medio de tantos motivos para desanimarse, de numerosos profetas de destrucción
y de condena, de tantas voces negativas y desesperadas, sed una fuerza
positiva, sed la luz y la sal de esta sociedad, la locomotora que empuja el
tren hacia adelante, llevándolo hacia la meta, sed sembradores de esperanza,
constructores de puentes y artífices de diálogo y de concordia”.
“Todo esto será posible si la persona consagrada no
cede a las tentaciones que encuentra cada día en su camino”, advirtió. Explicó que “hacer frente a estas
tentaciones no es fácil, pero es posible si estamos injertados en Jesús”.
“Cuanto más enraizados estemos en Cristo, más vivos
y fecundos seremos. Así el consagrado conservará la maravilla, la pasión del
primer encuentro, la atracción y la gratitud en su vida con Dios y en su
misión. La calidad de nuestra consagración depende de cómo sea nuestra vida
espiritual”.
“Os exhorto, por tanto, a sacar provecho del
ejemplo de San Pablo el eremita, de San Antonio Abad, de los santos Padres del
desierto y de los numerosos monjes que con su vida y ejemplo han abierto las
puertas del cielo a muchos hermanos y hermanas; de este modo, también vosotros
seréis sal y luz, es decir, motivo de salvación para vosotros mismos y para
todos los demás, creyentes y no creyentes y, especialmente, para los últimos,
los necesitados, los abandonados y los descartados”, afirmó.
POR MIGUEL PÉREZ
PICHEL | ACI Prensa
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