Habemus
Papam, gracias a
Dios. La elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio con el
nombre de Francisco
lo sitúa en la línea de la sucesión apostólica que vincula a la Iglesia
católica –tanto mirando hacia atrás como mirando hacia arriba– con su
fundamento, que no es otro que el mismo Cristo. Desde que el pasado 11 de
febrero el ahora pontífice emérito Benedicto
XVI anunciara su renuncia a la sede romana, que se hizo efectiva el día
28 del mismo mes, hasta la celebración del cónclave que se ha celebrado entre
los días 12 y 13 de marzo, el atiborramiento informativo ha marcado un hito en
la historia de la comunicación. Sin entrar a cuantificarlo, pero en una
comparación que cualquiera puede hacer a simple vista, la resonancia mediática
del tema ha sido, con mucho, superior a la que se produjo en 2005 con la muerte
y sucesión de Juan Pablo II. Los
medios de comunicación tradicionales, escritos y audiovisuales, han visto
sumarse a sus contenidos las redes sociales, ese mundo virtual –tan real– que
permite una mayor interacción y participación de un usuario que se convierte en
emisor y que multiplica la difusión de una noticia o de una opinión.
No pretendo hacer un completo
análisis comunicativo de la renuncia papal, la sede vacante y el cónclave que
ha dado lugar a la elección del nuevo sucesor de San Pedro. Expertos hay que
sabrán hacerlo, y seguro que podremos conocer sus estudios muy pronto. Yo voy a
reflexionar sobre un tema muy concreto que me ha sorprendido, y lo hago como
lector-oyente-espectador algo crítico. ¿A qué me refiero con “cosas curiosas”? Todos conocemos el aura de
misterio y el olor a rancio que tienen, para mucha gente, las cosas relativas a
la Santa Sede. La razón fundamental es el desconocimiento, que nos puede
parecer extraño en un momento en el que –salvadas algunas cosas fundamentales
que precisan de discreción y hasta de secreto– se da una gran transparencia en
la comunicación del Vaticano, como hemos podido comprobar estos días. Conocemos
los principios jurídicos que rigen la sucesión papal y el cónclave, hemos
estado informados continuamente por la Sala de Prensa, que ha multiplicado sus
esfuerzos echando humo al pie de la Plaza de San Pedro, hemos conocido
declaraciones de los cardenales durante el período de reuniones previas al
proceso de elección… y poco nos ha faltado para saber en qué habitación de la Domus Sanctae Marthae se alojaba cada uno y
hacernos con alguna foto suya en pijama.
Digo que en parte está el desconocimiento, pero por otro lado nos
encontramos con la necesidad de llenar páginas de la prensa o minutos de radio
y televisión con historias de lo más variopinto, unida al interés de algunas
personas por aparecer como “expertas” en
presuntas cosas ocultas para seguir viviendo de que les llamen de un medio o de
una editorial. Es verdad que lo primero, la necesidad del relleno, no es en sí
algo negativo, porque al final trae consigo contenidos que pueden resultar
interesantes y que, a pesar de su superficialidad, consigan el noble arte de “enseñar deleitando”, incluso con una sonrisa.
Así, hemos visto estos días reflexiones sobre cosas tan peregrinas como la
vestimenta eclesiástica, los colores del plumaje de la Guardia Suiza o unas
pautas básicas para que unos ancianos encerrados para un cometido tan
importante como es el de elegir al líder espiritual de casi 1.200 millones de
católicos cuiden su salud física y psicológica. En fin, de todo se aprende.
Y voy al grano. ¿Cosas
curiosas? Que aparezcan los de siempre, y algunos más, con todas las claves
ocultas, conspiracionistas y hasta esotéricas de todo lo que se mueve en torno
al sepulcro del apóstol pescador de Galilea. Es cierto que siempre van a estar
ahí. Y hemos podido asistir a programas monográficos sobre este acontecimiento
tan importante para la Iglesia y para el mundo. Cosa que, a estas alturas, no
tiene que extrañarnos. Lo que me ha llamado mucho la atención es que se les
haya dado cabida a estos “expertos” en
medios que se dicen católicos o que buscan conscientemente acercarse a un
público creyente. Así, hemos visto que junto a prestigiosas firmas y buenos
conocedores del tema se han mezclado personajes que cuentan cosas de lo más
extrañas. No voy a decir cuáles son los medios en los que han aparecido –porque
este artículo no quiere acusar, sino hacer una reflexión en voz alta–, pero
cualquier lector puede averiguarlo sin dificultad gracias a Internet.
Gran parte del público que
presta su atención al tratamiento que estos medios hacen de estos temas lo hace
porque supone que se encontrará a los mejores expertos y que por supuesto, no
será gente que se ponga a despotricar contra la Iglesia o contra el Papa. Para
ver a éstos ya sabemos adónde dirigirnos y –quién sabe– quizás podemos aprender
de ellos, porque siempre pueden tener algo de razón. Pero cuando vemos en un
medio católico o supuestamente pro-católico a “investigadores” como los que voy
a citar a continuación, uno se pregunta cuáles son las razones verdaderas de
otorgarles un micrófono, una cámara o un trozo de papel. ¿El desconocimiento?
¿La falta de discernimiento y la prisa a la hora de rellenar? ¿El morbo y el
sensacionalismo para ganar audiencia? No lo sé. Pero me preocupa.
Uno de los que ha salido es Eric Frattini, autor de ensayos
sensacionalistas y de novelas infumables donde se mezclan Papas, sexo, poder y
tramas ocultas, culminando con su reciente traducción al español de los
documentos reservados filtrados por el ex-mayordomo de Benedicto XVI en el
denominado “caso Vatileaks”. Me parece
normal y lógico que aparezca en espacios dedicados a lo más raro del mundo. ¿En
un medio que se autoproclama católico y que se dirige a los católicos? No me
vale la excusa de que no dice herejías ni insulta el buen nombre de la madre
del Romano Pontífice. ¿Lo que dice se ajusta a la verdad, y está contrastado
por el rigor y el trabajo de una investigación seria?
Otro ejemplo de los que han
aparecido es el ahora afamado novelista Javier
Sierra, que podemos situarlo en la misma órbita del anterior, pero sin
duda más veterano. Hace unos días pude leer un artículo suyo, mezclado entre
otros escritos brillantes, en el que descubría al mundo la verdadera cara
pagana y esotérica de la Capilla Sixtina, lugar emblemático del cónclave
cardenalicio, donde en la Antigüedad se encontraba un cementerio dedicado no a
una diosa pagana sino, en expresión del autor, “paganísima”, y que además de construirse con las proporciones
del Templo de Salomón (ya están por aquí templarios y proto-masones, vamos),
contiene unas pinturas que ejecutó Miguel
Ángel siguiendo claves cabalísticas. E interpretando el arrebato
antijerárquico del genio italiano, el experto aprovecha para decir que “falta haría” echar a algunos de los pastores
de la Iglesia.
Mi sorpresa ha sido grande.
Esperaba encontrarme a estas personas opinando en diversos lugares, pero no en
éstos. Si hay medios que pretenden tener un público católico, no les exijo que
se dediquen a sacar a personas de probadísima adhesión eclesial, porque la
información religiosa puede ser más amplia e incluir diversos matices,
opiniones y posturas siempre que sean respetuosas. Pero sí les pido, como
lector-oyente-espectador, que al menos no me tomen el pelo, y saquen a gente
seria, con conocimientos y con criterio. No vale con que sepan comunicar, digan
cosas que se entiendan y entretengan al personal. Si no saben discernir, que
pregunten y se dejen asesorar. Pero, al menos, que sean –siguiendo el lema que
escogió el anterior obispo de Roma– “cooperadores
de la verdad”, desde una mínima
ética periodística y un respeto al receptor.
Luis Santamaría del Río
Secretaría RIES
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