viernes, 27 de abril de 2018

BENEDICTO XVI Y LAS SECTAS



El pasado mes de septiembre participé en un congreso internacional que se celebraba en Marruecos y que abordaba la religión en el mundo contemporáneo y la nueva religiosidad. Allí tuve una ponencia titulada “Las sectas en el magisterio de Juan Pablo II (en la que analicé medio centenar de afirmaciones del Papa polaco sobre este fenómeno). Después de presentarla en inglés, comencé con temor el turno de preguntas, por lo complicado que podría ser para mí contestar de forma improvisada en un idioma que no domino muy bien.
Recuerdo que la primera pregunta fue la siguiente, más o menos formulada así: “usted nos ha expuesto lo que dijo el Papa anterior sobre el asunto de las sectas. ¿Coincide con lo que dice Benedicto XVI? ¿Qué dice el Papa actual sobre este tema?”. Mi respuesta, necesariamente breve porque no me había parado a recopilar de manera sistemática las intervenciones del pontífice alemán, fue que se da una continuidad en el análisis magisterial del fenómeno de las sectas, por lo que yo sé, debido sobre todo a la coincidencia de las fuentes que informan al obispo de Roma, que son las Iglesias locales representadas por sus obispos. Y aclaré que habría que esperar al final de su pontificado para poder hacer una valoración completa.
Ahora, después del anuncio que ha pillado por sorpresa a todo el mundo, el de la próxima renuncia al ministerio de sucesor de Pedro por parte de Benedicto XVI, ya es el momento de echar una mirada a su magisterio y comprobar qué ha dicho sobre el fenómeno sectario y la nueva religiosidad. Es verdad que quedan varios días de pontificado, así que habrá que esperar a su finalización el próximo 28 de febrero. Pero ya puede hacerse un primer acercamiento, no exhaustivo ni en profundidad, pero sí bastante panorámico, de lo que este Papa ha manifestado sobre el tema en sus enseñanzas (encíclicas, exhortaciones, discursos, mensajes, etc.).
Si se trata de ver cómo ha analizado Benedicto XVI el fenómeno de las sectas en la sociedad actual y su desafío a la Iglesia, no cabe aquí todo lo que dijo y escribió con anterioridad, siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre estos temas. Porque fueron frecuentes sus alusiones a la nueva religiosidad, al ocultismo e incluso al satanismo, sobre todo en sus artículos y entrevistas. Algo normal si se tiene en cuenta la amplitud de miras de un estudio exhaustivo de la sociedad y la cultura, del mundo globalizado en el que está presente la fe cristiana. Y no podemos pasar por alto algo que dijo como Joseph Ratzinger, pero que sirve como transición al papado, ya que fue su última intervención pública antes de acceder a la sede de Pedro: su homilía en la Misa pro eligendo Pontifice, previa al último cónclave, y que presidió el 18 de abril de 2005 como decano del Colegio Cardenalicio.
En ella trazó un panorama crítico de la situación contemporánea, y se recuerda por el uso de la expresión “dictadura del relativismo”. Frente a ella, presentó a Cristo como la única verdad. Pues bien, ese pasaje lo empezó diciendo: “¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!… La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc.”. Y, a continuación, añadió: “Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir a error (cf. Ef 4, 14)”.
Así podemos observar cómo, en un momento trascendental en la vida de la Iglesia católica, el entonces cardenal Ratzinger, con una encomienda de gran responsabilidad durante la sede vacante tras la muerte de Juan Pablo II, y al comentar la Palabra de Dios proclamada en la eucaristía, se fijó en el pasaje paulino de la segunda lectura para llamar a la unidad de la fe y de los diversos carismas comunitarios en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, ante los vaivenes doctrinales y las divisiones originadas por el pecado. Se trata, pues, de una valoración negativa de la religiosidad alternativa, no sólo representada por una referencia directa a las sectas, sino también por la inclusión del “vago misticismo religioso” y del “sincretismo”. Como puede verse, aparece entremezclado este fenómeno ciertamente ambiguo con el del extremo contrario, el secularismo. Esto será una constante en su magisterio.
Entrando ya en su pontificado, tenemos que echar una ojeada, en primer lugar, a las encíclicas que ha escrito. En ninguna de las tres aparece el tema de las sectas, ni directa ni indirectamente. Por lo que se ha dicho estos días, parece que ha quedado pendiente su cuarta carta encíclica, la dedicada a la fe. Habrá que estar atentos, porque es un ámbito en el que sí podría caber una alusión a la nueva religiosidad, aunque desconozco cuál será su valor magisterial si se publica tras la renuncia del Papa, tal como ha señalado el portavoz de la Santa Sede.
Un lugar importante donde se ha referido al fenómeno de las sectas es la exhortación apostólica Verbum Domini, que publicó en noviembre de 2010 después del trabajo que había hecho el Sínodo extraordinario de los obispos sobre la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia. En este documento, cuando Benedicto XVI llama en su n. 73 a “un particular esfuerzo pastoral para resaltar el puesto central de la Palabra de Dios en la vida eclesial”, acogiendo la propuesta sinodal de una animación bíblica de toda la actividad pastoral para que las personas puedan encontrarse con Dios, tiene en cuenta los efectos secundarios queridos de este cambio de actitud: “será también el mejor modo para afrontar algunos problemas pastorales puestos de relieve durante la Asamblea sinodal, y vinculados, por ejemplo, a la proliferación de sectas que difunden una lectura distorsionada e instrumental de la Sagrada Escritura”.
La referencia es clara, y apunta a las sectas de impronta cristiana, las que se basan en la Biblia y confunden a los fieles cristianos con una interpretación errónea. Y es aquí donde el desafío para la Iglesia es diáfano, y el Papa lo señala de forma directa: “allí donde no se forma a los fieles en un conocimiento de la Biblia según la fe de la Iglesia, en el marco de su Tradición viva, se deja de hecho un vacío pastoral, en el que realidades como las sectas pueden encontrar terreno donde echar raíces”. Para evitar este vacío pastoral el obispo de Roma propone dos vías: una mayor preparación de los agentes (sacerdotes y laicos) y la difusión de pequeñas comunidades –vinculadas a las parroquias o a los nuevos movimientos eclesiales– donde se conozca, se lea y se ore la Palabra de Dios. (Continuará).

Después de haber visto cómo aborda Benedicto XVI el desafío que las sectas plantean a la pastoral de la Iglesia desde el punto de vista de la Sagrada Escritura, acerquémonos a otra exhortación apostólica postsinodal en la que también aparece el tema. Estamos hablando, pues, de un documento con el mismo valor magisterial que tenía el anterior. Se trata de la exhortación Africae munus, publicada en 2011, dos años después de la celebración de la asamblea especial para África del Sínodo de los obispos. El tratamiento del fenómeno sectario en este texto puede sorprender a muchos, ya que está extendida la idea de que el continente más afectado por las sectas desde la perspectiva eclesial es América del Sur, pero aquí nos damos cuenta de la magnitud de este problema en África.
El Papa alemán dedica un número completo de Africae munus a este tema. Así, leemos que “en África han surgido también en los últimos decenios muchos movimientos sincretistas y sectas” (n. 91), y que “a veces es difícil discernir si son de inspiración auténticamente cristiana o simplemente fruto del capricho de un líder que pretende poseer dones excepcionales”, dando pie a la confusión de la gente. ¿Los factores que provocan este florecimiento? Se refiere a tres, tanto sociales como eclesiales: “estructuras estatales en elaboración, la erosión de la solidaridad familiar tradicional y una catequesis insuficiente”. Es en este contexto en el que “numerosas sectas explotan la credulidad y ofrecen un respaldo religioso a creencias religiosas multiformes y heterodoxas no cristianas. Destruyen la paz de los cónyuges y sus familias a causa de falsas profecías y visiones. Seducen incluso a los políticos”. El panorama es, pues, bastante negativo.
Después de este sintético repaso de la realidad y juicio severo, Benedicto XVI plantea a la Iglesia la necesidad de actuar, de responder al desafío de las sectas. “La teología y la pastoral de la Iglesia debe individuar las causas de este fenómeno, no sólo para frenar la ‘sangría’ de fieles de las parroquias que se van a otros grupos, sino también para constituir la base para una respuesta pastoral apropiada, en vista de la atracción que estos movimientos ejercen sobre ellos. Esto significa, una vez más: evangelizar en profundidad el alma africana”. Como dijo repetidamente Juan Pablo II en tantas ocasiones, lo verdaderamente importante no es que las sectas sean una competencia religiosa para la Iglesia católica, sino que han de verse como un resorte para plantearse en serio el reto de la nueva evangelización, de hacer que la persona pueda tener una experiencia de encuentro con Cristo.
En otro lugar de la exhortación, cuando se dirige de forma directa a los jóvenes africanos, enumera algunas realidades negativas ante las que se encuentran, cuando señala que “pueden tentaros reclamos de todo tipo: ideologías, sectas, dinero, drogas, sexo fácil o violencia” (n. 63). Y les advierte, seguidamente: “estad alerta: quienes os hacen estas propuestas quieren destruir vuestro porvenir”. Como antídoto, el Papa los llama a una madurez integral, explicando que “para alcanzar el discernimiento, la fuerza necesaria y la libertad para resistir a esas presiones, os animo a poner a Jesucristo en el centro de toda vuestra vida mediante la oración, y también mediante el estudio de la Sagrada Escritura, la práctica de los sacramentos, la formación en la Doctrina social de la Iglesia, así como a participar de manera activa y entusiasta en las agrupaciones y movimientos eclesiales”.
Aunque no emplee más el término “sectas”, sí se refiere en este documento a otras realidades relacionadas, y que podemos englobar bajo el término complejo y amplio de “nueva religiosidad”. En primer lugar, habla en el n. 90 de las denominadas “iglesias autóctonas africanas” o grupos cristianos independientes, que han surgido del seno de las Iglesias históricas asumiendo rasgos propios del alma del continente. Es un verdadero desafío ecuménico, porque introducen elementos nuevos en este empeño por la búsqueda de la unidad de los cristianos, y es necesario el discernimiento. Aunque el pontífice no lo comenta, es cierto que se hace difícil distinguir el carácter cristiano o no de cada movimiento, si se ha de catalogar como comunidad eclesial, como secta o como realidad sincretista.
Además, Africae munus contiene una valoración de las llamadas “religiones tradicionales africanas” (n. 92), siguiendo los criterios principales del acercamiento católico a las religiones no cristianas. Benedicto XVI señala que se trata de una amalgama de elementos espirituales que forman el humus en el que viven su fe los cristianos africanos, por lo que es preciso conocer “los verdaderos puntos de ruptura”, distinguiendo qué es cultura y qué es culto en cada momento y lugar. Eso sí, hay que rechazar de forma tajante “los elementos mágicos, causa de división y ruina en la familia y en la sociedad”. Junto a esta valoración negativa encontramos también una llamada a aprovechar lo que no contradiga a la fe cristiana, con vistas a la inculturación del evangelio, por lo que la Iglesia podría examinar “ciertos elementos de las culturas tradicionales africanas que son conformes con las enseñanzas de Cristo”.
Acto seguido, en el n. 93 el Papa observa la vinculación entre esta religiosidad africana y el fenómeno contemporáneo que se constata de “un cierto recrudecer de la hechicería. Renacen los temores y se crean lazos de sujeción paralizante. Las preocupaciones sobre la salud, el bienestar, los niños, el clima, la protección contra los malos espíritus, llevan en ocasiones a recurrir a prácticas tradicionales de las religiones africanas que están en desacuerdo con la enseñanza cristiana”. Se señala, a continuación, cuál es el reto, y cuál ha de ser la respuesta de la Iglesia: “el problema de la ‘doble pertenencia’ al cristianismo y a estas religiones sigue siendo un desafío. Para la Iglesia en África, es necesario guiar a las personas a descubrir la plenitud de los valores del Evangelio, mediante la catequesis y una profunda inculturación. Conviene determinar cuál es el significado profundo de las prácticas de brujería, identificando las implicaciones teológicas, sociales y pastorales que conlleva este flagelo”. (Continuará).

Hemos visto la forma en la que Benedicto XVI ha aludido a las sectas en relación con la Palabra de Dios (exhortación Verbum Domini) y en el concreto contexto africano (exhortación Africae munus). Si, como he señalado en los artículos anteriores, se trata de las referencias de valor magisterial más destacado, no son las que ganan en cantidad. Éstas, como puede adivinar el lector que tenga algún conocimiento de la realidad de la Iglesia católica en el mundo, son las referentes a Iberoamérica (concretamente al continente suramericano, descontando a España y Portugal).
A lo largo de su pontificado, y sobre todo en los encuentros que ha tenido el pontífice con los obispos de aquella región en sus visitas ad limina apostolorum, las palabras del Papa sobre el fenómeno de las sectas y su desafío a la comunidad eclesial se han repetido, y aunque no tienen el mismo valor doctrinal que las exhortaciones apostólicas postsinodales, nos muestran, sin embargo, la preocupación de Benedicto XVI por este tema. Y, como dice una conocida expresión entre los vaticanistas, “de Roma viene lo que a Roma va”, es decir, que en las palabras del obispo de Roma puede adivinarse el eco de lo que previamente le han comunicado sus hermanos de las otras Iglesias locales.
Como punto de partida tenemos que señalar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM), que se celebró en mayo de 2007 en Aparecida (Brasil), y que inauguró el mismo Papa. En enero de ese mismo año, al dirigirse a la Pontificia Comisión para América Latina, Benedicto XVI afirma que “los hombres y mujeres de América Latina tienen una gran sed de Dios”. Es por ello, sigue diciendo, que “cuando la fe no se alimenta de la oración y meditación de la Palabra divina; cuando la vida sacramental languidece, entonces prosperan las sectas y los nuevos grupos pseudo-religiosos, provocando el alejamiento de la Iglesia por parte de muchos católicos. Al no recibir éstos respuestas a sus aspiraciones más hondas, que podrían encontrarse en la vida de fe compartida, se producen también situaciones de vacío espiritual”.
Un mes después, les dice a los nuncios del continente, reunidos en el Vaticano para preparar el gran evento eclesial, que la presencia consolidada de la Iglesia católica en la región debe hoy tener en cuenta, entre otras cosas, “el proselitismo de las sectas y la creciente influencia del secularismo hedonista posmoderno”. Para responder a lo que denomina una vez más “desafío de las sectas”, el pontífice alude al “cuidado de los valores y la conciencia para formar laicos maduros, la educación de los jóvenes con planes vocacionales apropiados, el compromiso por informar en modo adecuado la opinión pública sobre las grandes cuestiones éticas según los principios del Magisterio de la Iglesia y una presencia eficaz en el campo de los instrumentos de comunicación”.
Todo esto se refiere al período preparatorio de la Conferencia del CELAM. Cuando Benedicto XVI viajó en mayo a Brasil, ya en el avión un periodista le preguntó por el avance de las sectas en el continente, lo que supone una “hemorragia” de fieles católicos. De forma improvisada, como suele hacer en estas ocasiones, el Papa afirmó que el “éxito de las sectas demuestra, por un lado, que hay una difundida sed de Dios, una sed de religión, las personas quieren estar cerca de Dios y buscan un contacto con Él. Y naturalmente, por otro lado, aceptan también a quien se presenta y promete soluciones a sus problemas de la vida cotidiana”. ¿Pistas del obispo de Roma? Ser más misioneros y más dinámicos al ofrecer respuestas a esa sed de Dios que tiene el ser humano, y ayudar a las personas para encontrar condiciones justas de vida, tanto en las situaciones concretas de pobreza como en las grandes cuestiones de la justicia social.
No entraremos en el análisis de lo que se dijo en la reunión episcopal continental sobre el tema, ya que se sale del objeto de este artículo, porque no es magisterio papal, pero sí a las palabras de Benedicto XVI en su visita. Por ejemplo, en su discurso a los obispos brasileños reunidos en la Catedral de São Paulo leemos que “entre los problemas que abruman vuestra solicitud pastoral está, sin duda, la cuestión de los católicos que abandonan la vida eclesial. Parece claro que la causa principal, entre otras, de este problema, pueda ser atribuida a la falta de una evangelización en la que Cristo y su Iglesia estén en el centro de toda explicación”. Añade que “las personas más vulnerables al proselitismo agresivo de las sectas –que es motivo de justa preocupación– e incapaces de resistir a las embestidas del agnosticismo, del relativismo y del laicismo son generalmente los bautizados no suficientemente evangelizados, fácilmente influenciables porque poseen una fe fragilizada y, a veces, confusa, vacilante e ingenua, aunque conserven una religiosidad innata”.
Por fin, en su discurso de inauguración de la V Conferencia del CELAM, en el santuario mariano de Aparecida, después de señalar los principales logros positivos de las Iglesias locales iberoamericanas, el pontífice afirma que se percibe “un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y de nuevas expresiones seudorreligiosas”.
Y al igual que este evento tuvo un prólogo, también contó con un epílogo. Un mes después de su vuelta a Roma, Benedicto XVI recibió a los representantes de la Fundación “Populorum Progressio” para América Latina y el Caribe. En su discurso leemos que “frente a la secularización, la proliferación de las sectas y la indigencia de tantos hermanos, es apremiante formar comunidades unidas en la fe, como la Sagrada Familia de Nazaret, en las que el testimonio alegre de quien se ha encontrado con el Señor sea la luz que ilumine a quienes están buscando una vida más digna”. Y, como curiosidad, en un encuentro con sacerdotes italianos en el verano de ese mismo año, les dijo en el diálogo que encontró en Brasil una Iglesia con notable vitalidad, donde “no sólo crecen las sectas”.
Después de todo esto, y como ya he dicho al comienzo, las referencias repetidas del Papa a este tema como preocupación pastoral las encontramos en el contexto de los discursos a los obispos iberoamericanos en sus visitas ad limina apostolorum, es decir, sus viajes periódicos a la Santa Sede –normalmente cada cinco años– para encontrarse con el sucesor de Pedro. A los prelados de Puerto Rico (julio de 2007) les habla del cambio religioso de los últimos tiempos, refiriéndose al “avance de las sectas o de otros grupos religiosos de amplia difusión actual” entre la población juvenil, que necesita por eso “una sólida formación religiosa”.
Cuando es el turno de los obispos costarricenses (febrero de 2008), les dice: “conocéis bien los riesgos de una vida de fe lánguida y superficial cuando se enfrenta a señuelos como el proselitismo de las sectas y grupos pseudorreligiosos, la multitud de promesas de un bienestar fácil e inmediato, pero que terminan en el desengaño y la desilusión, o la difusión de ideologías que, proclamando ensalzar al ser humano, en realidad lo banalizan”.
A los pastores de las diócesis de Guatemala (marzo de 2008) les indica que “la firmeza de la fe y la participación en los sacramentos hacen fuertes a vuestros fieles ante el riesgo de las sectas o de grupos pretendidamente carismáticos, que crean desorientación y llegan a poner en peligro la comunión eclesial”. Ante los obispos hondureños (junio de 2008) constata una vez más que “la difusión del secularismo, así como el proselitismo de las sectas, es fuente de confusión para muchos fieles, y provoca además una pérdida del sentido de pertenencia a la Iglesia”, lo que debe traer consigo una reacción eclesial de “impulsar una extensa y audaz labor de evangelización, que se apoye, más que en la eficacia de los medios materiales o de los proyectos humanos, en el poder de la Palabra de Dios, acogida con fe, vivida con humildad y anunciada con fidelidad”.
Continuamos con los obispos de Panamá (septiembre de 2008), a los que el Papa señala, entre los desafíos principales de la Iglesia en su país, “el acoso de innumerables sectas”, y traza una vez más el camino a seguir: sembrar la Palabra de Dios en los corazones para una mejor maduración en la fe. Y saliéndonos del género pero no del contexto geográfico, hay que destacar el discurso de Benedicto XVI al embajador de El Salvador ante la Santa Sede, cuando presenta sus credenciales en octubre de 2010, y el pontífice afirma que “sería extraño que los discípulos de Cristo fueran neutrales ante la presencia agresiva de las sectas, que aparecen como una fácil y cómoda respuesta religiosa, pero que, en realidad, socavan la cultura y hábitos que, desde hace siglos, han conformado la identidad salvadoreña, oscureciendo también la belleza del mensaje evangélico y resquebrajando la unidad de los fieles en torno a sus Pastores”.
Tras analizar de forma sintética las palabras de Benedicto XVI sobre las sectas y la nueva religiosidad a lo largo de su pontificado de casi ocho años constatamos, pues, una línea continua de pensamiento y una llamada clara a la nueva evangelización, con sus diversos acentos según los lugares y situaciones, como respuesta a lo que es un claro desafío a la acción misionera de la Iglesia. Como en el resto de temas, su magisterio ha sido brillante y apropiado para la situación del mundo actual y el papel de la comunidad cristiana en él. En el centro, siempre, Dios.
Luis Santamaría del Río
Secretaría RIES

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