313. –– Aunque el mal no tiene esencia o naturaleza, porque es una carencia o
privación de lo que se debería tener y no se tiene, existe. Hay por
consiguiente, una causa del mismo. ¿Cuál es la
causa del mal?
––El mal, según la explicación
de sus características, no puede ser causado por otro mal, por algo que, como
mal, no tiene entidad. El mal, por tanto, sólo puede ser causado por el bien.
Declara, por ello, Santo Tomás, en el capítulo décimo del tercer libro de la Suma contra los gentiles, que: «Una de las consecuencias de lo expuesto es que el mal
sólo es causado por el bien», porque: «se ha
probado (c. 9) que el mal no obra sino en virtud del bien, por tanto es preciso
que el mismo bien sea la causa del mal».
Además se puede probar que el
bien es la causa del mal con otros tres argumentos. En el primero se parte de
esta tesis evidente: «Lo que no es no es causa de
nada», Se sigue de ello que: «toda causa ha
de ser alguna entidad». Como ya se probó: «el
mal no es entidad alguna (c. 7); síguese que no puede ser causa de mal». Por
consiguiente: «si algo ha de causar el mal, tendrá
que ser el mismo bien».
El segundo se fundamenta en el
siguiente corolario del principio de causalidad: «Todo
lo que propiamente y de por sí es causa de algo tiende a producir su propio
efecto». Desde el mismo se puede inferir que: «Si
el mal fuese propiamente causa de algo tendería a producir su efecto, o sea, el
mal». Lo que no es posible, porque: «según
se ha probado (c. 3), todo agente intenta el bien». Por consiguiente: «el mal por sí no es causa de nada». Si del mal se
siguen otros males, no es porque sea propiamente su causa. El mal causa «solo accidentalmente».
Además, como, por una parte,
el principio de lo accidental es lo esencial y así «toda
causa accidental se reduce a la causa por sí»; y, por otra, «el bien puede ser causa por sí, pero el mal no», se
concluye que: «el mal es causado por el bien».
Por último, se llega a la
misma conclusión desde las cuatro especies de causa: material, formal,
eficiente y final. El mal no puede ser causa material ni causa formal, porque: «el mal no puede ser ni materia ni forma, ya que, como se
ha demostrado (c. 7) que tanto el ente en acto como el ente en potencia es
bien», de manera que la materia y la forma son bienes. El mal: «tampoco puede ser agente, puesto que todo agente obra en
cuanto está en acto y tiene forma». Finalmente el mal: «tampoco puede ser fin, pues el mal es ajeno a la
intención, como se probó (c. 4)», la intención siempre está dirigida
hacia el bien.
El mal, por tanto, no ejerce
causalidad en ninguna de las divisiones de la causa; y no solamente nunca es
causa, sino que por lo mismo no tiene causa en el mal, porque: «no pudiendo ser causa de nada, es preciso que si el mal
tiene causa sea el bien».
314. –– Según estas demostraciones el mal causado no puede a su vez causa de
otro mal y si del mal se sigue algún otro mal, lo hace en virtud del bien,
porque, como el mal no obra, es preciso que el mismo bien sea la causa primaria
de todo mal. ¿El bien, por tanto, es causa
eficiente del mal?
––El bien es causa eficiente
del mal, pero sólo accidentalmente. Se prueba, porque: «como
el mal y el bien son opuestos, y un opuesto no puede ser causa del otro, a no
ser accidentalmente como «lo frío calienta», como se dice en la Física
de Aristóteles (VIII, c. 1)». En la oposición privativa no hay causalidad
propia entre los opuestos. Por ejemplo, la salud por sí no causa la enfermad,
ni a la inversa. «Síguese que el bien no puede ser
causa activa del mal sino accidentalmente».
315. –– ¿En qué sentido el bien es causa accidental del
mal?
––El mal, en los entes
naturales, puede provenir accidentalmente por parte del agente o por parte del
efecto. Explica Santo Tomás que: «En el mundo de la
naturaleza este accidente puede provenir o de parte del agente o de parte del
efecto». Se da el primer caso: «cuando el
agente es deficiente en su poder, de lo que resulta que la acción es defectuosa
y el efecto deficiente; por ejemplo, cuando el estómago es de constitución
débil, resulta una digestión y un humor indigesto, que son ciertos males
naturales».
Cuando el poder activo del
agente es deficiente, resulta una acción defectuosa y un efecto deficiente. «La deficiencia de poder que sufre es un accidente que le
sobreviene al agente, en cuanto tal, pues no obra por lo que le falta de poder,
sino al contrario, por lo que de poder tiene, ya que, si careciera en absoluto
de ella, en modo alguno obraría».
Esta deficiencia que sufre el
agente es algo accidental en la acción, pues el agente no obra por ella, por lo
que le falta de poder, sino al contrario, por la fuerza que le queda, ya que,
si careciera totalmente de poder, no podría obrar de ningún modo. Así, en el
ejemplo indicado, cuando el estómago está debilitado, resulta un mal, una mala
digestión. Este mal es causado accidentalmente por el estómago, en cuanto tiene
vigor, aunque menor, por ser defectuoso.
De ello se desprende que: «el mal es causado por parte del agente accidentalmente,
porque éste tiene poder defectuoso. Por tal motivo se dice que «el mal no tiene
causa eficiente sino deficiente», pues
proviene de una causa agente falta de poder, y que por eso ya no es eficiente».
Si el poder activo no fuese imperfecto no se produciría el mal. Por este
motivo, por la imperfección del poder del agente, no se dice que el mal tenga
causa eficiente, sino deficiente, pues proviene de una causa agente falta de
fuerza y que por eso ya no es suficientemente eficiente.
Precisa Santo Tomás que: «tenemos el mismo resultado si el efecto y el defecto de
la acción son producidos por el defecto del instrumento o de otra cosa cualquiera
que se requiera para producir la acción del agente, como cuando la fuerza
motriz produce la cojera a causa de la encorvadura de la pierna, pues ambas
cosas hace el agente mediante su fuerza y el instrumento».
316. –– ¿Cuándo el mal proviene accidentalmente por parte
del efecto?
En el otro caso, en el que el
mal provenga accidentalmente por parte del efecto, debe distinguirse cuando la
acción del agente recae en el mismo y el defecto se encuentra en la materia o
bien en la forma. En la primera posibilidad: «si la
materia no está dispuesta para recibir el influjo del agente, se producirá
necesariamente un defecto en el efecto como se producen los partos monstruosos,
por indisposición de la materia». Cuándo el defecto está en la materia, se
producirá necesariamente un defecto o un mal en el efecto, por no tener la
materia la adecuada disposición para recibir el influjo del agente. Otro
ejemplo es el de la lluvia, que puede producir una inundación, si el suelo
sobre el que cae es poco poroso y no absorbe el agua.
Por
consiguiente, advierte Santo Tomás que, en este caso: «si el agente no cambia
la materia al acto perfecto, no hay que atribuirlo a un defecto suyo, pues todo
agente natural tiene un determinado poder según el modo de su naturaleza y no
se considera defectuoso si no lo excede, sino sólo cuando no lo posee en la
medida que corresponde naturalmente».
En la segunda posibilidad,
cuándo el defecto está en la forma, se producirá necesariamente un defecto o un
mal en el efecto, porque a la forma se le junta necesariamente la privación de
otra forma. Así, por ejemplo, la «Por parte de la
forma del efecto, sobreviene el mal accidentalmente cuando a una forma se le
junta necesariamente la privación de otra forma; y por eso simultáneamente con
la generación de una cosa se produce la corrupción de otra. Pero este mal no es
propio del efecto intentado por el agente, como consta por lo dicho (c. 6),
sino de otra cosa» generación de determinadas plantas, puede producir la privación de ciertos minerales
en la tierra donde están plantadas.
También el mal es causado por
el bien accidentalmente, en estos mismos casos, cuando el mal físico no es
natural, sino causado por la acción del hombre. «lo mismo en las cosas artificiales, que en las naturales,
«pues el arte imita con sus obras a la naturaleza» (Aristóteles, Física
II, 2) y en ambas, por tanto, las deficiencias
son semejantes».
317. –– ¿Al igual que el mal en la naturaleza, o el llamado
mal físico y el mal en lo fabricado por el hombre, también el mal moral es
causado por el bien accidentalmente? ¿Lo es en los mismos casos, que el mal
físico, natural o artificial?
––Sostiene Santo Tomás
seguidamente que: «No sucede así en lo moral. Pues
no parece seguirse el vicio moral por defecto de poder, puesto que la debilidad
de poder o quita totalmente, o, por lo menos, disminuye el vicio moral; porque
la debilidad no merece el castigo, debido a la culpa, sino más bien la
misericordia y el perdón; pues el vicio moral debe ser voluntario y no
necesario». El defecto, o la privación del poder o potencialidad para el
bien, por no ser voluntario ni por ello resultado de una opción de la libertad,
no lleva al mal en el sentido moral. Por ello, si es fruto del disminución del
bien de la naturaleza humana, efecto del pecado original, es objeto de la
misericordia y perdón de Dios.
La situación es distinta,
cuando el defecto o privación es singular, resultado de del acto voluntario
deliberado. Entonces se ve que con respecto a la causalidad del mal en la
naturaleza: «en parte es semejante y en parte no lo
es». En cuanto a esto último: «No se parece
si se advierte que el vicio moral consiste en la sola acción y no en el efecto
producido, porque las virtudes morales son para obrar y no para producir por sí
mismas». En cambio, las actividades técnicas o «artes
tienden a la producción, y por eso se ha dicho que en ellas puede haber
deficiencia como en la naturaleza». Por consiguiente: «el mal moral no se considera como un efecto de la
materia o de la forma, sino como un resultado de la acción agente». En
el mal moral, el mal no está en el efecto, ni en su materia ni en su forma,
porque los actos morales no son para producir un efecto externo, sino para
obrar el agente.
La causa del mal en los actos
humanos a diferencia del mal físico, está en sentido propio en los actos,
porque el mal moral consiste en la sola acción y no en un efecto producido.
Para buscar la causa deficiente en el acto hay que tener en cuenta que en las
acciones morales hay cuatro principios activos ordenados. «Uno de los cuales es el poder de ejecución, o sea, la
fuerza motriz, por la que se mueven los miembros para ejecutar lo mandado por
la voluntad». Otro principio es, por tanto, la voluntad, «que mueve a esta fuerza». Como: «la voluntad se mueve por el juicio de la potencia aprehensiva,
que juzga si tal cosa es un bien o un mal», el siguiente principio es el
entendimiento. Por último: «La potencia
aprehensiva, a su vez, es movida por la cosa aprehendida».
Los principios activos de los
actos morales son así los cuatro siguientes: «el
primer principio activo de las acciones morales es la cosa aprehendida; el
segundo la facultad aprehensiva; el tercero la voluntad; y el cuarto, la fuerza
motriz, que ejecuta lo mandado por la razón».
La deficiencia en el acto
moral malo no puede estar en el último principio, porque: «el acto de la fuerza ejecutora supone ya el bien o el
mal moral, puesto que tales actos externos pertenecen a la moral en cuanto que
son voluntarios». Tampoco se encuentra en el objeto, el primer
principio, porque: «el acto con que una cosa mueve
a la fuerza aprehensiva está inmune de vicio moral, pues lo visible mueve
naturalmente a la vista, como cualquier objeto mueve a la potencia pasiva». Lo
mismo se puede decir del segundo principio, porque: «considerando
en sí el acto de la potencia aprehensiva, carece de vicio moral; pues, así como
su defecto excusa o disminuye el vicio moral –como lo disminuye el defecto de
la fuerza ejecutora–, así también la debilidad y la ignorancia excusan o
disminuyen el pecado».
Debe concluirse, por
consiguiente: «el vicio moral se da primera y
principalmente en el solo acto de la voluntad, y con razón, puesto que un acto
se llama moral porque es voluntario. La raíz y el origen del defecto moral se
ha de buscar en el acto de la voluntad».
318. –– El proceso de los principios del acto moral, como indica el mismo
Aquinate: «parece originar una dificultad. Pues
como el acto defectuoso nace de la deficiencia del principio activo, es
menester presuponer en la voluntad la existencia de un defecto anterior al
defecto moral. Y, en realidad, si dicho defecto es natural, siempre será
inherente a la voluntad, resultando que ésta pecara siempre que obre», porque
si es natural será necesario. «Lo cual es falso
como lo demuestra el hecho de los actos virtuosos» ¿Cómo se resuelve este
inconveniente?
––Nota Santo Tomás que el
problema se agrava porque: «si el defecto es
voluntario, ya es un defecto moral, cuya causa habrá de buscarse nuevamente,
dando lugar a un proceso racional infinito». Ello sería absurdo, pero
queda otra posibilidad: que el defecto tuviese una causa azarosa, pero tampoco
puede admitirse, porque tal deficiencia: «tampoco
es casual y fortuita, pues entonces no habría en nosotros defecto moral, ya que
lo casual es impremeditado y extraracional».
Por consiguiente, la única
posibilidad que queda es sostener que, por una parte: «el defecto preexistente
en la voluntad no es natural, con objeto de evitar que la voluntad peque
siempre que obra». Por otra, consecuentemente, afirmar que: «es voluntario, pero no defecto moral, y así evitamos un
proceso infinito».
Debe precisarse asimismo que
el origen del mal de la voluntad no está en un defecto previo de la razón. La
deficiencia de la razón, aunque sea previa, no es objeto de la moral, porque
las consideraciones racionales no son morales. Son independientes del mal
moral, porque no hay mal moral mientras la voluntad no tienda a un fin
indebido.
En el acto moral, el defecto
de la razón, siempre que no sea por ignorancia invencible, remite a la
voluntad. El defecto cognoscitivo en el acto moral es un acto voluntario,
porque la voluntad puede hacer que la razón considere o deje de considerar un
objeto ordenado al bien último y en su lugar lo haga con otro desordenado.
319. –– Según esta respuesta del Aquinate, la raíz y el origen del defecto moral
está en el acto de la voluntad. En donde se da primera y principalmente el mal
es en el acto de la voluntad. Esta deficiencia o defecto de la voluntad no se
debe a su misma naturaleza. No es natural, porque entonces la voluntad siempre
haría el mal. Se convertiría así en necesario, y, por el contrario, la voluntad
realiza también actos buenos. ¿Cuándo la
voluntad realiza actos buenos?
––Explica seguidamente Santo
Tomás que: «cuando la voluntad tiende al acto,
movida por la aprehensión de la razón, que le ofrece su propio bien, tendremos
una acción como es debido. Sin embargó, cuando actúa lanzándose a la
prosecución de lo que le ofrece el apetito sensitivo o de otro bien que le
presenta la razón, diverso del suyo propio, tendremos el defecto moral en la
acción de la voluntad». La acción es mala cuando la voluntad actúa
movida por un bien aparente, que le presenta la razón, movida por las pasiones.
Por consiguiente: «en la voluntad, el defecto de ordenación a la razón y al
propio fin precede al pecado de la acción». En cuanto a lo primero: «hay defecto de ordenación a la razón cuando por una
súbita aprehensión sensible tiende la voluntad a un bien deleitable sensible». Respecto
al defecto: «de ordenación al fin debido, cuando la
razón llega razonando, a un bien que no es tal por una u otra circunstancia, y,
sin embargo, la voluntad tiende a él como a su propio bien. Ese defecto de
orden es voluntario, puesto que la voluntad puede querer o no». Por
consiguiente, la verdadera causa del mal moral, la causa próxima e inmediata,
está en el acto de elección, en la libertad de la voluntad.
Sin realizar el acto de querer
el bien o no hacerlo, la voluntad: «también puede
hacer que la razón considere actualmente o deje de considerar esto o aquello.
No obstante, este último defecto no es un mal moral, porque si la razón nada
considera, o considera algún bien, no habrá pecado mientras la voluntad no
tienda a un fin indebido, lo cual ya sería un acto voluntario» [1].
320. –– Después de esta explicación del capítulo décimo, concluye el Aquinate: «Tanto en lo natural, como en lo moral, vemos que el mal sólo
es causado por el bien accidentalmente» [2].
Añade, en el siguiente capítulo: «lo anterior nos
sirve para demostrar que todo mal se funda en algún bien» [3].
¿Cómo demuestra esta inferencia?
––En todos los
grados de los entes, el bien es causa activa del mal accidentalmente. De esta
tesis se sigue, en primer lugar, que todo mal se funda en un bien. Ello
significa que el mal tiene que estar siempre en un sujeto, que, por no poder
ser malo, tiene que ser bueno.
Lo demuestra con este breve
argumento: «El mal no puede tener existencia de por
sí, puesto que no tiene esencia, según se ha demostrado (c. 7). Luego es
preciso que esté en algún sujeto. Y todo sujeto, como es una substancia, es
cierto bien, como consta por lo dicho (c. 7). Según esto, todo mal está en
algún bien». El mal necesita necesariamente un sujeto que lo sustente,
porque no posee un ser propio, ya que no tiene una esencia a la que su ser
pudiera estar proporcionado. Sin ser, el mal para existir necesita de un ente,
que le proporcione la existencia por su propio ser entitativo, proporcionado a
su esencia propia
Otro argumento más sencillo es
el siguiente: «El mal sólo es causado por el bien y
sólo accidentalmente. Pero todo lo que se da accidentalmente se reduce a lo que
se da por sí. Luego con el mal causado, que es un efecto accidental del bien,
siempre ha de darse algún bien que sea efecto directo del bien, sirviéndole de
fundamento, porque lo accidental se funda sobre lo substancial».
321. –– A esta primera consecuencia se puede objetar lo siguiente: «como el bien y el mal son opuestos, y uno de los
opuestos no puede ser sujeto del otro, porque lo rechaza a primera vista, no
parece conveniente el decir que el bien es sujeto del mal». ¿Cómo se
resuelve esta dificultad?
––Sostiene Santo Tomás que
desaparece el inconveniente, si se profundiza en :la verdad de la afirmación de
que el bien sustenta al mal, «pues el bien en toda
su generalidad abarca lo mismo que el ente, puesto que todo ente, en cuanto
tal, es bueno (c. 7). Y no hay inconveniente en admitir que un no ente esté en
un ente como en su sujeto, porque cualquier privación es un no ente y, sin
embargo, tiene por sujeto a la substancia, que es un ente».
En cambio: «El no ente no está como en un sujeto en el ente al que
se opone. Por ejemplo, la ceguera no es un no ente universal, pero si un no
ente particular, que consiste en la privación de la vista. No está, pues, en la
vista, su opuesto, como en su sujeto, sino en el animal. De manera semejante,
el mal no está en el bien, al que se opone, como en un sujeto, puesto que lo
hace desaparecer; sino que está en algún otro bien» [4].
Al igual que la ceguera no está en la vista, porque, por ser la negación de la
misma, cuando hay ceguera ya no hay vista, pero sí que está en el sujeto de
ambos –el animal que debe tener por naturaleza visión–, el mal no está en su
bien opuesto, removido por él, sino en otro bien, que era su sujeto.
322. –– De que siempre el bien, en todos los casos, sea causa accidental del mal
¿se sigue otra consecuencias?
––La segunda consecuencia, que
lo es también de la anterior, es que, en su efecto de privar del bien, el mal
nunca destruye todo el bien en el que se sustenta. De manera que: «por mucho
que se multiplique al mal, jamás podrá destruir todo el bien». Queda probado al
advertirse que: «para que persista un mal es
inevitable que persista también su sujeto, que es el bien. Luego el bien
siempre persiste» [5].
323. –– Declara el Aquinate que: «como sucede que el
mal tiende al infinito, e intensificándose el mal, disminuye el bien, parece
que el bien disminuirá al infinito a causa del mal», y, por mucho que
disminuyera, no acabaría, por tanto, por desaparecer nunca el bien. ¿No podría ser este argumento otra prueba de esta segunda
consecuencia?
––La argumentación no puede
ser otra prueba, porque: «el bien que puede
disminuir a causa del mal es preciso que sea finito, porque el bien infinito no
es capaz de mal, según se demostró en el libro primero (c. 39) [6].
Sin embargo, parece que entonces, en un momento dado, desaparecerá todo el bien
a causa del mal; porque, si a lo finito se le quita algo innumerables veces es
preciso que alguna vez sea consumido por sustracción».
324. –– Podría todavía replicarse que: «la siguiente
sustracción hecha en la misma proporción que la primera y repitiéndose
indefinidamente, no pueda consumir el bien, como sucede con la división de lo
continuo, como si a una línea de dos codos le quitamos la mitad y al resto le
volvemos a quitar otra mitad y así indefinidamente, siempre quedará algo que se
pueda dividir. En este proceso de división, el último residuo siempre será
menor en cantidad; pues la mitad del todo, que se sustrajo antes es mayor según
la cantidad absoluta que la mitad de la mitad, aunque permanezca la misma
proporción». Se está ante un infinito relativo o indefinido, que a
diferencia del infinito absoluto, que no tiene límite ni en potencia ni en
acto, tiene límite en acto, pero no tiene límites en potencia. Se trata, por tanto,
de un infinito matemático, como el número, que puede crecer o disminuir
indefinidamente, pero en acto siempre es finito o limitado. ¿Cómo no puede aceptarse entonces que el argumento sea
válido?
––En la contrarréplica
correspondiente de Santo Tomás indica sobre lo argumentado que: «esto no tiene lugar en la disminución que hace el mal
del bien». No se comporta como el número o la línea, como el infinito
matemático: «porque cuanto más disminuido esté el
bien por el mal, más débil será y, en consecuencia, podrá ser más disminuido
por el mal siguiente. Por otra parte, sucede también que el mal siguiente es
igual o mayor que el anterior; luego con el segundo mal no siempre se le
quitará al bien una cantidad menor, guardando la misma proporción». El
argumento de la réplica, aunque se acepta la tesis de la imposibilidad de la
destrucción total del bien por el mal, no consigue, por tanto, probarla. En
cambio, queda probada con la respuesta aportada.
325. –– ¿El Aquinate da alguna otra argumentación
alternativa para probar esta tesis?
––Santo Tomás termina este
capítulo dedicado a la segunda consecuencia que se sigue de la causalidad
accidental del bien en el mal, con la siguiente confirmación de la misma: «En el mundo de la naturaleza, esta disminución del bien
por el mal no puede prolongarse al infinito. Tanto las formas como las fuerzas
naturales tienen todas sus límites y llegan a un término que no pueden
traspasar. Según esto ni una forma contraria cualquiera ni tampoco el poder de
un agente contrario pueden aumentar al infinito, de modo que resulte que el
bien disminuya al infinito a causa del mal».
Sin embargo, hay una
excepción, porque: «En lo moral cabe esta
disminución al infinito, pues el entendimiento y la voluntad no tienen límites
señalados a sus actos. El entendimiento, entendiendo puede proceder al
infinito, por eso se dice que las especies matemáticas de números y figuras son
infinitas».
También ocurre
lo mismo en la otra facultad espiritual, porque la voluntad puede progresar en
su querer al infinito; por ejemplo, quien quiere cometer un hurto, puede querer
cometerlo nuevamente e infinitas veces. Y cuanto más persigue la voluntad los
fines indebidos, tanto más difícilmente vuelve al fin propio y debido, como se
ve en quienes por la costumbre de pecar han contraído hábitos viciosos. Luego
el bien de una aptitud natural puede disminuir al infinito por el mal moral» [7].
En la Suma teológica, precisará Santo Tomás que: «El mal acontezca las más veces es absolutamente falso. Las
cosas generables y corruptibles, únicas en que se da el mal de naturaleza, son
una parte insignificante de todo el universo. Y, además, en cada especie
acontece las menos veces darse el defecto de naturaleza».
En cambio, no ocurre así con
el defecto moral, porque: «Sólo en el hombre parece
darse el caso de que lo defectuoso sea lo más frecuente; porque el bien del
hombre, como hombre, no es el que se cifra en las sensaciones corporales, sino
el que es conforme a la razón; sin embargo, son más los hombres que se guían
por los sentidos que los que se guían por la razón» [8].
Parece, por todo ello, que se
cumple lo afirmado en el segundo argumento, la infinitud del mal, para probar
con ello que no puede desaparecer el bien sustentador del mal, Sin embargo,
tampoco permite la demostración de esta última tesis, porque la aptitud natural
al bien: «jamás desaparecerá completamente, pues le
acompaña siempre la naturaleza, que permanece» [9].
En la Suma teológica, precisa que la inclinación
natural al bien: «se funda en la naturaleza como en
su raíz y tiende al bien de la virtud como a su término y fin» Como el
fin en sí mismo es extrínseco a la naturaleza, su tendencia puede disminuir
infinitamente. En cambio, no puede darse ninguna disminución respecto a su
raíz, que está en la naturaleza del hombre. Por su arraigo en su misma
naturaleza, la inclinación al bien es una propiedad esencial del hombre y tiene
que permanecer siempre que conserve su naturaleza. «Es
lo que sucede en un cuerpo diáfano; por su misma naturaleza tiene aptitud para
recibir la luz, pero esta disposición se va amortiguando a medida que se forman
nebulosidades que la obscurecen, aunque la raíz permanezca en el fondo de la
naturaleza» [10].
326. –– «El mal no tiene causa propia, pero según lo dicho:
«es menester que todo mal tenga una causa accidental». ¿Cómo se demuestra?
––Para demostrarlo Santo
Tomás, prueba primero que: «todo lo que está en
algo como en un sujeto, es preciso que tenga alguna causa». La razón que
da es: «porque o es causado por los principios del
sujeto o lo es por una causa extrínseca. Pero el mal está en el bien como en un
sujeto, según demostramos (c. 11). Luego ha de tener alguna causa».
Después, prueba que: «Lo que se halla en otro después de constituida la
naturaleza de éste, le sobreviene por una causa extraña». Para ello,
advierte que: «todo lo natural permanece en el
sujeto de no impedirlo un extraño; por ejemplo, la piedra no se dirige hacia
arriba si uno no la lanza, y el agua no calienta si otro no le aplica el
calor». En cambio: «El mal siempre aparece
al margen de la naturaleza de aquel en quien está, por ser privación de lo que
uno tiene y debe tener». Por consiguiente: «todo mal tiene alguna causa, de lo
que proviene accidentalmente» [11].
327. –– El mal es causado accidentalmente, pero por su parte ¿el mal puede ser causa?
––El mal de por sí no puede ser
causa, sin embargo, puedo serlo accidentalmente. «No
puede ser causa de por sí, porque una cosa no es causa por lo que tiene de
deficiente, sino por lo que tiene de entidad; pues sí falla totalmente, no
podría ser causa de nada». El mal, que es la deficiencia en el bien, no
puede ser causa de por sí de nada. Por consiguiente, si: «el mal es causa de algo», no lo es «de por sí, sino
accidentalmente».
Queda confirmado porque: «a
través de todas las especies de causas, encontramos que el mal es causa
accidental». En primer lugar: «en la especie de
causa material, porque por indisposición de la materia se produce un defecto en
el efecto». En segundo lugar: «En la especie
de causa formal, porque siempre a la aparición de una forma va unida la
privación de otra», lo que ocurre no por necesidad de la primera, y, por
tanto, accidentalmente.
En tercer lugar: «en la especie de causa eficiente, porque por el
deficiente poder de la causa agente síguese un defecto en el efecto y en la
acción». El mal es causa accidental, porque el que causa es el bien al que
afecta y que produce otro bien. Sin embargo, como «un defecto de la causa se reproduce
en el efecto», el mal o defecto en la causa hace que se dé en el efecto,
por no haber actuado la causa con toda su bondad. En este sentido puede decirse
que un mal ha causado accidentalmente otro mal. Por último: el mal es causa
accidental, «en la especie de causa final, porque el mal va unido al
fin indebido, puesto que por él se impide el debido fin» [12].
Es así accidental el fin indebido al que se tiende.
328. –– ¿Qué se sigue de esta causalidad accidental del
mal?
––La tesis de la causalidad
accidental del mal, por una parte, permite advertir la diferencia entre la
causalidad accidental del bien con la causalidad accidental del mal con
respecto al mismo mal. La causalidad accidental del bien con respecto al mal es
primaria y anterior, porque el mal causado accidentalmente está en un efecto
causado por el mismo bien.
Por otra parte, queda refutado
el maniqueísmo, que frente a Dios, afirmaba otro primer principio absolutamente
malo, que explicaría la naturaleza y la existencia del mal en el mundo. De la
tesis de la causalidad accidental del mal: «resulta
que no puede darse un sumo mal que sea el principio de todos los males». Con
ello, además, queda rechazado: «el error de los
maniqueos, que afirmaban la existencia de un mal sumo, primer principio de
todos los males».
No puede existir el sumo mal,
porque este supuesto: «sumo mal debería darse
separado absolutamente de todo bien, como el sumo bien es el que está separado
totalmente de todo mal. Sin embargo, no puede haber un mal separado
absolutamente del bien, pues se ha demostrado que el mal se funda en el bien» [13].
No hay sumo mal, pero existe
el mal de manera misteriosa y es percibido y sufrido por el hombre. Como como
Alberto Caturelli –en una de las mejores obras sobre el mal, que responde al
relativismo y cinismo que invaden del mundo de hoy–, los meros estudios
filosóficos no: «logran desalojar el sentimiento de
que el mal es cierta «caída» por la cual se «padece»; cierta situación o, si se
quiere, cierto estado que se sigue del caer, sea físico o moral; por eso podría
decirse que, como a tientas, el hombre se descubre existiendo en estado
lapsario; es decir, de «caído» como el del caminante que ha resbalado y al caer
no tiene más remedio que seguir «caído», sin poder incorporarse (…) necesita
ser rescatado, salvado, liberado; el hombre «quiere ser siempre» (no morir) y
ser liberado de la maraña inextricable de los males» [14].
Eudaldo Forment
[2] Ibíd. Véase: Laurent Sentis, Saint Thomas
d’Aquin et le mal, Paris, Beauchesne, 1992, p. 84 y ss.
[4] Ibíd. «El mal escapa a todo intentó de sujetarlo,
como una criatura de la tinieblas emboscada en medio de los seres de muestro
mundo» (L.B. Geiger, La experiencia humana del mal, (Trad. Rafael Tomás
Caldera), Caracas, Editorial Dimensiones, s.f., , p. 61).
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