El feminismo que todos conocemos tiene su valor y
sentido en el momento de su aparición. Gracias a sus móviles políticos, las
mujeres obtuvimos el derecho de participar en la vida nacional y el derecho al
voto tras una ardua lucha que hay que reconocerles y agradecerles. Gracias al
movimiento feminista se reconoció la rica personalidad femenina y su valiosa
aportación a la convivencia en el ámbito cultural, social y político.
Pero, mi
duda era si dentro del catolicismos se da una verdadera subyugación de la mujer
como se dice o si se le reconoce en su igual dignidad con el hombre y si es
así, desde cuándo, así que me puse a investigar y descubrí que la primera y más
antigua narración conocida hasta ahora sobre la dignidad y la igualdad entre
los sexos y su complementariedad, se encuentra precisamente en la Biblia, en el
Génesis, que es donde se describe la aparición del ser humano sobre la tierra.
El hombre y la mujer irrumpen juntos en la historia en plena igualdad, tanto
que se designan con el mismo nombre, en masculino y en femenino (is-issah). Y
no sólo eso sino que Dios los creó a imagen y semejanza de Él y los bendijo con
el don de la fertilidad y de la administración de la creación, “por igual”.
Aún en el
segundo relato sobre la creación del ser humano, que podría confundir, al
narrar como la mujer es creada de una costilla del hombre, si se entiende el
estilo semita, se comprende que ambos están llamados a ser una misma carne y
que al seguir siendo asignados con el mismo nombre (is-issah), se les sigue
reconociendo iguales y tan sólo complementarios en lo que tienen de femenino y
masculino, por sus diferencias sexuales, que embonan perfectamente en todos los
sentidos. Un sexo tiene sentido en la medida que es para el otro y viceversa.
Por lo
tanto, se puede afirmar que no hay páginas más feministas en la literatura
universal que estas. En cualquier lengua varón y mujer se designan de diferente
forma, la Biblia es el único lugar en donde se consideran iguales, por eso se
mencionan con el mismo vocablo, con la única diferencia de género.
He
descubierto que la visión sobre el matrimonio de algunas personas es pobre
porque lo reducen a una “lucha de poder”, premisa
de la ideología marxista, que ha probado su ineficacia ampliamente y ha llevado
a muchos matrimonios al fracaso, por eso, debería ser asunto del pasado histórico.
El
matrimonio y la familia se deben de fundar en el amor entre el varón y la mujer
y su naturaleza complementaria -desde el ámbito biológico, emotivo y
espiritual-. Es un sometimiento mutuo de los cónyuges, consentido libremente,
por el deseo de ser un bien para el otro, al que se le considera valioso y al
que se le elige para formar una familia y compartir un proyecto biográfico
compartido, basado en la mutua ayuda.
Por otro
lado, he notado que se hace mucho uso de las estadísticas, en ciencias como la
sociología y la demografía, para explicar la realidad. Pero, es un método muy
riesgoso porque, los números sólo muestran una parte de la realidad que por sí
sola no explica nada. Esa realidad siempre tendrá unas causas que la motivaron
y que es lo que vale la pena estudiar. No se pude partir de las historias de
fracaso o de enfermedad para hacer generalizaciones, caeríamos en el error de
Freud, que partiendo de los casos patológicos generalizo sus hallazgos a las
personas sanas, que son la mayoría. El procedimiento es exactamente a la
inversa, como lo realizan los médicos: se parte de la salud, que se estudia a
profundidad. Se describe la mejor forma de ser y estar, y entonces, se avalúan
las diversas formas en las que se manifiesta esa realidad dentro de la
naturaleza y la cultura y se evalúan según su cercanía a ese ideal del ser, qué
será el que mejor cumpla con sus funciones y más plenamente realice y acerque a
la persona a su perfección y a su fin trascendente.
Para
afirmar la postura cristiana sólo hay que leer a San Pablo: “Los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio
cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama y nadie aborrece jamás su
propio cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su
mujer, y serán dos en una carne”. Existen
muchos matrimonios cristianos profundamente felices, siguiendo lo que el
magisterio enseña sobre el matrimonio y la familia. No es un camino fácil, pero
si muy gratificante, que además, da sentido al vivir y nos perfecciona y
enriquece a través del ser compartido.
Como
afirmó Pablo VI: “En el cristianismo, más que en
cualquier otra religión, la mujer tiene desde los orígenes un estatuto especial
de dignidad, del cual el Nuevo Testamento da testimonio (…) la mujer está
llamada a formar parte de la estructura viva y operante del Cristianismo de un
modo tan prominente que acaso no se hayan todavía puesto en evidencia todas sus
virtualidades”.
En la
Carta Apostólica de Juan Pablo II “Mulieris
dignitatem”, el Papa reasume el
pensamiento de la Iglesia sobre la dignidad de la mujer y su relevante puesto
que ha de ocupar en la vida social, al tiempo que reclama su paridad y
distinción de papeles en relación al hombre, tanto dentro del matrimonio, como
fuera del ámbito familiar. Les recomiendo la lean detenidamente.
Pero,
también descubrí con mucho dolor que la lucha que han tenido que emprender las
feministas ha dejado en ellas dos heridas que es preciso sanar: 1. Una susceptibilidad exagerada en la defensa de sus
derechos que en muchas ocasiones llega a lastimar y/o olvidar los derechos de
otros. Y 2. El acercamiento y mimetismo al ser masculino, que la empobrece.
Estas dos
deficiencias deben de ser superadas para que varón y mujer se descubran como
ámbitos de interacción amorosa y enriquecedora. Por eso, es importante la
diferencia entre el varón y la mujer porque es la que enriquece y les
complementa. De la competencia por el poder que no lleva a nada, hay que pasar
a la convergencia, a la creación de sinergias para el logro de una vida en común-unidad
amorosa. En el matrimonio y en la familia varón y mujer aportan lo que le es
más propio, se enriquecen mutuamente, colaboran en igualdad y realizan
funciones complementarias, según la naturaleza y sensibilidad de cada uno, sin
competencia y sin mimetismo alguno. Siendo cada uno lo que es.
La mujer
por su propia naturaleza lleva consigo la maternidad como potencia inscrita en
su ser y por lo tanto, posee un lugar privilegiado para la formación de una
familia y de una sociedad. Características que no se oponen a su presencia en
los diversos campos de la vida social, sino que le ofrece gran cantidad de
posibilidades riquísimas que ofrecer.
Subordinar
la maternidad y la vida familiar a la vida social y laboral, es un terrible
error que han cometidos muchas mujeres en aras de su “liberación”,
que más bien ha sido una liberación para los hombres, y en aras de su
masculinización; privándolas del amor y la riqueza que les permite su ser
femenino: de un esposo y una familia. Es necesario encontrar un equilibrio
entre ambos ámbitos y para eso es, necesario el trabajo conjunto y ordenado
entre los cónyuges para que ambos logren el balance entre trabajo y hogar. No
es una labor fácil pero, si es una labor que las madres podemos trabajar con
nuestros hijos e hijas para que se revalore al matrimonio y a la familia desde
todos los ámbitos.
Es muy
diferente el caso de la mujer que renuncia a la vida matrimonial y familiar por
razones nobles y/o de vocación. Sin que esto la exima de llevar una vida casta
y ejemplar, según su dignidad de hija de Dios, de ser Templo del Espíritu
Santo.
No
perdamos nuestro ser femenino que hace más humano y vivible cualquier ambiente:
nuestra delicadeza para los detalles, la ternura ante el pequeño ser, nuestra
generosidad que nos hacer más amables, la realización de lo concreto, nuestro
sexto sentido para descubrir los sentimientos más íntimos del otro, nuestra fe
profunda, nuestra tenacidad ante la adversidad, el amor por los nuestros, la
atención de los más necesitados, nuestro cariño por las tradiciones, nuestra
fortaleza, nuestra coquetería natural, etc. No tengamos miedo a vernos y ser
bonitas por dentro y por fuera.
La mujer
para cumplir su misión ha de desarrollar su propia personalidad. Una mujer bien
formada, con autonomía personal, con autenticidad, realizará eficazmente su
labor, la misión a la que se siente llamada. Su vida y su trabajo serán
constructivos y fecundos, llenos de sentido, ya sea en el matrimonio y la
familia, o renunciando a ellos por razones nobles; la mujer que es fiel a su
vocación humana y divina se realiza plenamente. (San Josemaría Escrivá de
Balaguer)
SOBRE LA FAMILIA
DESCUBRÍ EN CONTRA DE LO QUE SE DICE QUE:
La
familia “si”
es una institución natural –la más natural de las instituciones-, porque
su fundación, originada en la atracción, conocimiento y voluntad de los
cónyuges, en la que se comprometen su amor generoso de por vida, para
constituir una misma carne, por su misma naturaleza, engendra a los hijos. Por
lo tanto, la consanguinidad
permite gritar de verdad las voces: “madre”,
“padre”, “hijo”, “hija”, “hermano” y “hermana”.
Ser familia es pertenecer a una misma estirpe, compartir una misma
sangre.
La
familia es el único ámbito humano en el que cada uno de sus miembros es querido
y valorado por sí mismo y por lo que representa: la familia se rige por la ley
de la gratuidad, del amor. No de la justicia o del beneficio y mucho menos la
lucha de poder, que es la causa de no pocos fracasos matrimoniales. A la
familia va asociado el término hogar, pero no lo suple como algunos quieren
hacerlo. “Hogar” es el sitio donde “se prende el fuego”. Y en torno al fuego, se
enciende la unión de las personas que forman la familia y se inflama el calor
del amor entre sus miembros. La familia y el matrimonio participan del mismo
hogar, de la misma mesa, del mismo fuego, del mismo techo. La casa es el
espacio donde la unidad familiar vive y con-vive bajo el mismo techo, es el
lugar donde se reúnen y por lo tanto, ha de ser un lugar digno y apropiado a
las necesidades de intimidad y convivencia familiares, que favorezca un clima
humano, un clima familiar, un clima de hogar.
Sobre la historia de la familia: Ya Aristóteles, en la ética a Nicodemo, destaca el
aspecto visceral en el origen de la familia: “La
afección entre personas de una misma familia, aun revistiendo muchas formas,
deriva toda entera de la relación que existe entre padre e hijos. Los padres
quieren a sus hijos como una parte de sí mismos, en cuanto de ellos han
recibido lo que son (…). Los padres aman, pues, a sus hijos como a sí mismos;
por haber sido los hijos arrancados de ellos, son como encarnaciones de la
persona de los padres (…). Los sentimientos recíprocos de los hermanos se
explican por esta comunidad de origen. Este origen común es precisamente lo que
inspira entre ellos estos sentimientos idénticos (…). Los miembros de la
familia son compañeros de mesa y fogón”, es decir de una atmósfera agradable de convivencia
amorosa alrededor del fuego del hogar es lo normal dentro de una familia
funcional, desde antes de Cristo.
También
el pensamiento romano ensalzaba el valor de la familia, a pesar de su deterioro
social, Cicerón afirmaba que la familia era “el
principio de la ciudad y el seminario de la república”, puesto que de la
familia salían los mejores ciudadanos, aún con la corrupción que aquejaba a la
familia de su tiempo.
Esta
realidad es lo que hace que la familia sea valorada por todas las instancias
sociales de mayor rango, así: La
Declaración Universal de los Derechos Humanos, afirma: “La
familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene el derecho
a la protección de la sociedad y del Estado” (a. 16, 3)
Descubrí
que este lugar privilegiado que ocupa la familia no se debe sólo a la
influencia cristiana, sino a una interpretación espontánea y común a todas las
culturas, de forma que cuanto más primitivas –tal como se revela en los pueblos
africanos y orientales-, más reflejan estos rasgos viscerales del concepto de
familia. La familia pertenece al patrimonio más original y sagrado de la humanidad.
A este
aprecio cultural de la familia, la concepción cristiana la engrandece a partir
de dos nuevos elementos: la idea bíblica de haber sido creados varón y mujer a
imagen y semejanza de Dios, y la grandeza del Sacramento del matrimonio, del
cual se origina la familia. Para la iglesia católica la familia es: una
comunidad de vida y amor. Es la llamada al hombre y a la mujer a vivir en
comunión de amor, cuya misión es custodiar, revelar y comunicar el amor. La
familia es una comunidad de personas llamadas a vivir y a existir en comunión.
Es una imagen y una representación histórica del misterio de la Iglesia, es la
Iglesia Doméstica. Es el lugar privilegiado donde se realiza esa unión del
despertar religioso. La familia es la verdadera ecología humana. Es el espacio
primero de la humanización del hombre. Es un verdadero sujeto social. Es un
lugar de libertad. No entiendo porque atacan esta concepción del hombre, del
matrimonio y de la familia que lo único que hace es engrandecerlos y otorgarles
una dignidad sobrenatural.
“La familia es la primera sociedad natural, la célula primera y
fundamental de la sociedad. Desempeña en la sociedad una función análoga a la
que la célula realiza en un organismo viviente. A la familia está ligado el
desarrollo y la calidad ética de la sociedad. La familia es, en verdad, el
fundamento de la sociedad”. Dado que
la familia ocupa un lugar destacado en la vida personal y social debe ser
reconocida y protegida por los Estados; derecho reconocido por la Declaración de las Naciones Unidas;
por lo que Juan Pablo II editó La Carta
Magna de los Derechos de la Familia (1983). En ella se contienen los
derechos fundamentales inherentes a esta sociedad natural y universal que es la
familia. Los derechos enunciados en la Carta están impresos en la conciencia
del ser humano y en los valores comunes a toda la humanidad y la sociedad está
llamada a defenderlos contra toda violación, a respetarlos y a promoverlos en
la integridad de su contenido que se abrevia enseguida:
1. Derecho a contraer matrimonio y
formar una familia.
2. Las “libertades” en el matrimonio,
como elegirse mutuamente con libertad.
3. La paternidad responsable
corresponde exclusivamente a los esposos.
4. El respeto a la vida, que ha de ser
protegida desde la concepción.
5. El derecho originario, primero e
inalienable de los padres a la educación de sus hijos.
6. Derecho a existir y progresar como
familia.
7. Derecho a la libertad religiosa.
8. Derecho a ejercer una función social
y política en la construcción de la sociedad.
9. Derecho a que exista una política familiar. –No una
política con perspectiva de género disfrazada de perspectiva de familia-.
10. Derecho a que la vida laboral
favorezca una convivencia familiar digna.
11. Derecho a una vivienda digna.
12. Derechos de la familia de los
emigrantes. Ojala también la lean y estudien con detenimiento, sobre todo lo
que respecta a las políticas familiares.
SOBRE EL MATRIMONIO
DESCUBRÍ QUE:
“El matrimonio es la alianza matrimonial en la que el varón y la mujer
constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole
natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole y se
considera sacramento entre los bautizados”. Es una
definición bien clara, que acota perfectamente la realidad del matrimonio por
eso, no es adecuado querer usar ese término en realidades diversas. Sería
comparable a una persona que va al Notario para realizar un contrato de
compra-venta pero, cuya intención es, de antemano, la de no traspasar la
propiedad al comprador… ¡sería un fraude! Lo mismo pasa con las otras
realidades a las que se les quiere asignar el término de matrimonio, acaban
siendo un fraude por que no cumplen con las características esenciales del
contrato de matrimonio y con el tiempo, invariablemente, acaban fracasando.
El
matrimonio lo produce el consentimiento de las partes legítimamente manifestado
entre personas jurídicamente hábiles, consentimiento que ningún poder humano
puede suplir. Consentimiento que es un acto de voluntad, por el cual varón y
mujer se entregan y aceptan mutuamente en alianza irrevocable, para formar una
familia. Quien quiera otra cosa, que le llame como quiera, pero que no le llame
matrimonio porque no lo es. Por ejemplo, aunque todos nos pongamos de acuerdo
para llamar delfines a las ballenas, ninguna de las dos realidades
transformaría su naturaleza para adecuarse al cambio de nombre, que sólo
crearía confusiones entre los que quisieran estudiarlos o simplemente referirse
a ellos.
El
matrimonio es una institución natural porque se fundamenta en la misma
naturaleza, sexualmente diferente del ser humano: la realidad de hombre y de
mujer llevan en su propia estructura somática y psíquica la categoría de mutua
relación y de complementariedad. El
matrimonio es la institución más natural dado a que goza al menos de
estas tres prerrogativas originarias, grabadas en su propio ser: a) brota de
los mismos genes, en los que se configura el carácter masculino o
femenino del nuevo ser desde la concepción; b) se configura más tarde con las diferencias genitales que se
acoplan perfectamente y permiten más adelante manifestar la unidad que son los
cónyuges; c) se da una atracción
fortísima entre los dos sexos que abarca no sólo la genitalidad,
sino lo más específico del ser humano, lo que le es propio por su
espiritualidad, el amor, es decir, un movimiento unitivo que abarca todo su ser
que le permite abrir su intimidad al otro y entrar a la intimidad del otro, es
conocerse, valorarse, respetarse y con todo el ser y la afectividad darse y
acogerse mutuamente, desde lo más íntimo, hasta lo más periférico de la
corporalidad, aquí y ahora y para siempre. Por eso, los enamorados
acaban casándose, comprometiendo su amor, es la consecuencia natural de todo proceso
amoroso aquí y en China.
Todo
intento de superar la categoría de “matrimonio” por
el de “pareja” tiene en contra la realidad e
indica un deslizamiento hacia el zoologismo. Los hombres no se aparejan, se
descubren en su valor, en su unicidad, en su irrepetibilidad, en su evolución
constante, se eligen, se unen personalmente, para realizar un proyecto
biográfico compartido y continuado motivado por el amor y para el amor a Dios,
a los hombres, a la familia y al cónyuge.
La
radicalidad antropológica del matrimonio explica que no es un simple hecho
social, ni cultural, sino una realidad común a todos los seres humanos y
asimismo un fenómeno universal, por cuanto traspasa el tiempo y se encuentra en
las más diversas culturas. Lo único que es cambiable son los modos de iniciarse
(ritos, ceremonias, etc.) e incluso la forma concreta de vivirse, pero la
sustantividad del matrimonio, como unión estable de un hombre y una mujer, es
común y universal en todas las culturas y épocas.
El
matrimonio demanda estabilidad, el seguir la misma suerte, porque en el
matrimonio verdadero hombre y mujer se entregan en totalidad, se dan en su
propia persona, con todo su haber y posibilidades de futuro. La mujer entrega
su feminidad y el varón su masculinidad, entregan lo que son, no lo que tienen
o lo que quieren, por eso, el estado matrimonial se expresa en términos de “ser” y no de “estar”,
pues el matrimonio configura el ser y el vivir de la persona.
El amante
no desea que su esposo/a comparta con otro/a lo que tienen entre sí, ese mundo
único creado por ellos y sólo para ellos, eso se llama unidad, el amor exige la
fidelidad, el hecho de ser uno para una y viceversa y por siempre, sin
excepciones, sin condiciones. Por eso, la poligamia y la poliandria son
injustas para el que tiene que compartir al que ama. Y la infidelidad genera
sentimientos tan fuertes de dolor, porque quien debería de amar
incondicionalmente ha traicionado a quien forma parte de su propio ser.
Unidad e
indisolubilidad se incluyen mutuamente y constituyen propiedades esenciales del
matrimonio.
El
matrimonio es uno, porque los cónyuges sólo pueden entregarse en su ser una
sola vez, incluso hay países en los que hay concordatos entre Iglesia y Estado
como era el caso de España –que se acabó con la introducción de la posibilidad
de divorcio por el Estado-, donde la Iglesia reconocía los matrimonios
realizados con la forma civil y el Estado reconocía los realizados con forma
canónica. Pero, actualmente, algunas personas prefieren casarse sólo por lo
civil porque reconocen en él la posibilidad de un divorcio futuro, por
cualquier razón, y por lo tanto, no es verdadero matrimonio, en cambio, quienes
se casan por la Iglesia tienen la intención de amarse y respetarse toda la
vida, con todo lo que eso implique.
El divorcio
devuelve ficticiamente su estado de soltería a los cónyuges, como si ese
trenzado biográfico, que ya no se puede deshacer, nunca hubiera existido y
sobre él, les da la posibilidad de volverse a casar, de formar una nueva trenza
sobre la anterior. Es una forma de legalizar el adulterio, es una injusticia
para los cónyuges y para sus hijos, que tienen derecho a gozar de un ambiente
de amor y acogida dentro de su hogar, que les ayude y permita crecer como
personas a lo largo de su biografía.
La
separación matrimonial es cuando de hecho o por sentencia, dos esposos se
separan de cohabitación y lecho, por razones graves, con la posibilidad de una
reconciliación futura, si la causa de la separación se logra superar.
La
declaración de nulidad, que puede ser civil o canónica, consiste en declarar
que nunca existió matrimonio porque en el momento de la fundación del mismo
faltaron elementos esenciales para su formación. Por ejemplo, la falta de
libertad del muchacho que se casa porque tiene junto al suegro que le amenaza
con una escopeta o el que tras una noche de copas amanece casado, o el que no
está bien de sus facultades mentales para asumir las responsabilidades
derivadas del compromiso matrimonial.
El
matrimonio no es una institución puramente humana a pesar de las numerosas
variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en las diferentes
culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales. Estas diversidades no
deben hacer olvidar sus rasgos comunes y permanentes. A pesar de que la
dignidad de esta institución no se trasluzca siempre con la misma claridad,
existe en todas las culturas un cierto sentido de la grandeza y sacralidad de
la unión matrimonial.
PERO LO MÁS IMPORTANTE
QUE DESCUBRÍ AL COMPARAR EL FEMINISMO COMÚN Y EL CATÓLICO ES LA VISIÓN QUE
TIENE LA IGLESIA DE LA PERSONA HUMANA:
Descubrí
que para un manejo adecuado de cualquier tema que incumba a la vida humana, es
necesaria una visión cristiana del ser humano, ya que el resultado de este
saber es el asombro ante la grandeza y dignidad de la persona humana y por lo
tanto, es garantía de respeto y de promoción de la misma.
Ya desde
la antigüedad la filosofía antigua destaca la diferencia del hombre frente a
los demás seres: los griegos le definen por el “logos”:
el hombre es un animal racional, por lo que la diferencia frente al
animal es tal, que Séneca lo califica de “res sacra” (cosa sagrada).
Por
parte, la Revelación, que se abre con la creación del hombre a “imagen y
semejanza de Dios” (Gen 1, 26) y culmina con la venida de
Jesucristo redentor y nuestra incorporación por el Bautismo al mismo Cristo,
que nos muestra como hemos sido elevados a un grado sobrenatural de “hijos de Dios” y de nuestra participación de la
misma naturaleza Divina (2 Petr 1,4). En la teología paulina, el bautizado se
sitúa en un orden de naturaleza y de existencia nuevas: es otro Cristo, dado
que está “injertado” en la persona de
Jesús (Rom 6,5).
Descubrí
que existe una íntima relación entre la concepción del hombre y la doctrina
ética, de forma que el contenido moral que se ofrezca depende del concepto que
se tenga del hombre. Una sana filosófica, de la que se derive una ética
filosófica, debe fundamentarse en una antropología que profese al menos las
siguientes realidades:
1.
EL HOMBRE ES UN SER QUE TIENE ALMA.
La existencia del espíritu marca
una censura ontológica entre el hombre y los demás seres. No hay punto de
comparación. El espíritu permite al ser humano el uso de la inteligencia, la
decisión de la voluntad libre y desarrollar la riqueza de la vida afectivo-sentimental.
Razón, voluntad y sentimientos son factores que desempeñan un papel decisivo en
el comportamiento moral. Del espíritu brota la libertad y la conciencia, sin
las cuales resulta fácil explicar al acto moral. Hombre y mujer son iguales en dignidad
y la diferencia sexual en masculino y femenino sólo nos muestra que uno es para
el otro y viceversa.
2.
EXISTE UNA UNIDAD RADICAL DE LA
PERSONA HUMANA. La dualidad cuerpo-alma constituye la unidad más
profunda de la persona humana, de forma que no cabe hablar de alma más que por
referencia al cuerpo y de éste en relación al alma. Esta unidad es tal, que, no
debe hablarse de compuesto de cuerpo y alma, sino de unidad del ser mismo de la
persona, pues el alma, si no es animadora de un cuerpo, se llamaría espíritu y
de modo semejante el cuerpo sin alma se denominaría cadáver. Es una tesis de la
filosofía Tomista que explicó tal unidad con la categoría de “materia y forma”. Por eso, es falso cuando
alguien afirma que al tener relaciones sexuales pone su cuerpo, pero no se pone
él, no hay forma que eso suceda. Al ser espiritual y corpóreo se le atribuye el
bien y el mal morales.
3.
EL HOMBRE ES UN SER INCLINADO AL MAL. Esta nota antropológica tiene una explicación más
coherente en el cristianismo que profesa la verdad acerca del pecado original.
La herida de origen, como subraya santo Tomás, condiciona la actividad moral
(Sum Teolog. I-II, q. 109, a. 3). Pero también ha de ser tenida en cuenta en
cualquier otra concepción del hombre. Es preciso eliminar el concepto
rousseauniano de la persona, pero, también el pesimismo antropológico, como si
el hombre fuese una perversidad constitutiva inevitable. La fe en el pecado
original supone que la persona es capaz de alcanzar metas muy altas de
heroísmo, pero también advierte que puede cometer las mayores villanías.
Olvidar este dato antropológico equivale a negar los conceptos del bien y del
mal que están en la base de cualquier concepción ética.
4.
IGUALDAD Y DIFERENCIA ENTRE HOMBRE Y
MUJER. Es un
dato reconquistado por la antropología moderna, porque es lo que afirma el
capítulo primero del Génesis: las dos narraciones bíblicas proponen la igualdad
entre varón y mujer. Esa igualdad es total, incluso filosóficamente. Pero,
dentro de esa igualdad radical, existe la posibilidad de una complementación
mutua.
5.
EL HOMBRE ES UN SER SOCIAL. Ya Aristóteles argumentaba que mientras que el
animal vive en rebaño o en manada, sólo el hombre vive en sociedad. Por ello,
enseña que la socialidad brota de la propia estructura del ser humano y no se
origina sólo por motivos útiles para subsistir. El hombre vive y con-vive, de
forma que ser hombre equivale a saber que no es un accidente puntual en la
naturaleza, sino que es co-hombre, un co-ser. De la socialidad del hombre
derivan en buena medida las exigencias sociales y políticas de la fe.
6.
EL HOMBRE ES UN SER HISTÓRICO. El hombre vive en el tiempo, tiene historia y él
mismo es historia. Por eso, la antropología ha de saber introducir el tiempo y
la historia en la biografía ontológica del ser humano, para poder hacer una
recta interpretación de la historicidad y poder juzgar las sensibilidades y las
valoraciones éticas de cada época.
7.
EL HOMBRE ES UN SER ÉTICO. El mismo Aristóteles sitúa una diferencia radical
entre el hombre y el animal, precisamente en el comportamiento ético: el hombre
es y practica una moral; el animal no, que solo se guía por el instinto. Por
eso añade: “El hombre es el mejor de los
animales cuando se conduce éticamente y el peor de todos cuando prescinde de la
ética” (Política I, 1 1253 a-b). Por otra parte, en la primera
narración del estado original se habla del árbol de la ciencia del bien y del
mal (Gen 2,9; 3,1-19). De ahí la grandeza de la persona cuando empeña su
existencia por la ruta del bien.
8.
EL HOMBRE ES UN SER ABIERTO A LA
TRASCENDENCIA. Esas cualidades específicas del hombre hacen que
su existencia no se entienda plegada sobre sí mismo, sino que es un ser abierto
a la realidad. Su yo hace referencia a la alteridad con otros seres y se comunica
con los demás iguales a él. Pero sobre todo, está abierto a otro ser superior a
él, por el cual se siente íntimamente llamado. La apertura a Dios, a la
trascendencia, ha de considerarse como una nota fundamental en la concepción de
la persona humana, que deberían de tener investigadores e investigadoras de las
realidades humanas. Ya que, esta nota es imprescindible y es la que da el
verdadero sentido a todas las demás características aquí enunciadas. Tomas de
Aquino afirma que esa dependencia natural de Dios hace que, por inclinación
natural, el hombre goza de una disposición natural para amar a Dios antes que
amarse a sí mismo (Sum. Teológ. I, q. 60, a. 5). Si bien esa inclinación quedo
atenuada por el pecado original (I-II, q. 109, a. 3).
9.
LA ANTROPOLOGÍA SOBRENATURAL. La gracia sobrenatural es la participación en la
vida divina que se alcanza mediante la acción salvadora de Jesucristo: por el
Bautismo, los cristianos “están incorporados a
Él” (Rom 6,5). Ello conlleva a “participar
de la vida divina”; supone un nuevo nacimiento, por el cual se llega
a ser hijos de Dios, pues el bautizado ha nacido en Dios. Por este nuevo
nacimiento, el creyente participa de la misma vida de Cristo; se configura en
Él, está revestido de Cristo e injertado en Cristo, por eso vive en El, es una
nueva criatura, es un hombre nuevo y en consecuencia, los cristianos tenemos
que ser imitadores de Dios, como hijos queridos y vivir en el amor, por amor y
para el amor. Estamos obligados a llevar una vida nueva y una existencia digna
del Evangelio. Al final de esta transformación en Cristo como señala San Pablo:
“Ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en
mí” (Gal 2, 20). Expresión que señala la grandeza de la antropología
cristiana y la altura de la moral exigida a los Cristianos.
Blanca Mijares
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