Todo había sucedido
como estaba planeado. Todo llegaría pronto a su fin.
Años de
destierro en Egipto, vida oculta de carpintero y tres años de predicación.
Atrás quedaron las tentaciones
desérticas, el agua transformada en vino, la curación de los ciegos, de los
paralíticos, de las hemorroísas… Atrás las multiplicaciones de los panes, las
expulsiones del Templo y los admiradores ocultos que iban a verte de noche.
Hacía tiempo que te buscaban
los príncipes de este mundo, pero no lo hacían por temor a la multitud por temor al qué dirán, por temor a los que hoy te
aclaman como “el Hijo de David” pero que mañana te condenarán.
Y entra el Rey. Sentado en un
borrico; entra manso y humilde de corazón. Y todos vivan, todos cantan, aunque mañana
te condenarán…
Allí están: la prostituta
perdonada y enamorada ahora de la misericordia hecha carne; el publicano
arrepentido, que dejando atrás sus monedas y sus traiciones, te siguió sin
pedir explicación. Si hasta la samaritana vino a verte junto a Judas el
traidor.
Porque hoy todos te vivan, pero mañana, mañana te condenarán…
Y tú lo sabes
Señor, porque tú lo sabes todo.
¿Es
que acaso hacía falta para mostrar tanto amor, esta miseria que muestras paso a
paso al pecador?
Sin embargo, vas enhiesto,
como un roble, como un león, que ante la mirada de sus súbditos pasa
impertérrito, grandioso, feroz.
Hoy: “¡Hosanna Hijo de David!”
Mañana: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”
Es que en el hombre existe “mala levadura” lo que hoy aclama, mañana lo
desprecia…
Cuentan que Clodoveo, el rey
de los francos, oyendo la historia de la Pasión dijo a San Remigio, el obispo
que lo catequizaba:
- “¡Ah! Si
hubiese estado allí yo con algunos de mis francos!
A lo que el obispo le
contestó:
-
“Si hubieses estado allí, ¡tú también lo hubieras crucificado!”
Porque hoy todos te
vivan, pero mañana, mañana te condenarán…
No permitas, Señor, que
también nosotros nos cansemos de hacer el bien y de seguirte. No permitas que
el temor mundano nos haga vivarte hoy para negarte mañana. No permitas que nos
pleguemos a la multitud que, en cuanto la cosa se pone difícil, fácilmente da
un paso atrás.
Y te pedimos que no
nos cansemos:
¡Nada de volver la cara
atrás!, ¡Nada de cruzarse de brazos!, ¡Nada de estériles lamentos! Y aunque el
desaliento por el poco fruto nos asalte. O aunque la flaqueza nos ablande.
Aunque el furor del enemigo nos persiga y nos calumnie. Aunque vinieran al
suelo nuestras obras y tuviéramos que empezar de nuevo…
Te pedimos Señor,
¡Que no nos cansemos!
Que te acompañemos hoy con los
Ramos y que no los dejemos hasta vivir y morir como Tú.
Amén.
P. Javier
Olivera Ravasi
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