El Jueves Santo, día en que Jesús instituyó el
Sacramento del Orden sacerdotal, se celebra el día del sacerdote. ¿Quién no
conoce algún obispo o presbítero que ayudó a ver la vida más alegre con un
gesto o una palabra?
“Este día es especialmente grande para nosotros,
queridos hermanos sacerdotes. Es la fiesta de los sacerdotes. Es el día en que
nació nuestro Sacerdocio, el cual es participación del único Sacerdocio de
Cristo Mediador”, escribió San Juan Pablo II a los
presbíteros con ocasión del Jueves Santo de 1986.
“En este día, los sacerdotes del mundo entero son
invitados a concelebrar la Eucaristía con sus obispos y a renovar a su
alrededor las promesas de sus compromisos sacerdotales al servicio de Cristo y
de su Iglesia”, añadió.
Los sacerdotes tienen la gracia de hacer que Cristo se haga presente en
cuerpo, sangre, alma y divinidad con la consagración del pan y del vino. Así
como la de perdonar los pecados.
Con la gracia de Dios se ha mantenido en la Iglesia Católica una línea
de sucesión jerárquica desde los apóstoles y que se mantiene hasta hoy. Sólo
los Obispos pueden ordenar sacerdotes y todos ellos le deben obediencia al
Papa, el Obispo de Roma, sucesor de Pedro y Vicario de Cristo.
La vida del sacerdote no es fácil. Tiene que dejar el hogar de sus
padres y privarse de tener una familia propia. Educan y forman a miles de
fieles, que muchas veces terminan haciendo lo contrario a sus consejos.
Algunos incluso pasan hambre, sed y frío por llevar el Evangelio a
lugares recónditos. Otros son incomprendidos, perseguidos y calumniados por
anunciar la verdad.
Lo importante, como recordó el Papa Francisco el Jueves Santo del 2013,
es que el sacerdote debe hacer “que nuestra gente
nos sienta discípulos del Señor, sienta que estamos revestidos con sus nombres,
que no buscamos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y
obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido”.
Redacción ACI
Prensa
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