viernes, 23 de marzo de 2018

LA HISTORIA QUE SE ESCONDE DETRÁS DEL AVE MARÍA


Las oraciones y símbolos de la Iglesia es el cordón umbilical que une a los católicos. A lo largo de los siglos, oraron exactamente con las mismas palabras.
Los católicos no podemos vivir sin ellas. Son casi un acto reflejo.
Acá traemos la historia de 5 oraciones. En la Biblia, la liturgia de la Iglesia, los escritos de los santos, y en nuestros libros de oraciones favoritas podemos elegir entre oraciones adaptadas a cada época del año y a cada etapa de nuestras vidas. Pero quizás una de las mayores dichas de recitar oraciones antiguas es la sensación de seguridad y confianza y la conexión que nos ofrecen. Son puentes que nos unen a todos los que recitamos estas oraciones con todas esas almas fieles, a lo largo de los siglos, que oraron exactamente con las mismas palabras.

EL AVE MARÍA
Es la oración más querida por la Virgen, y la oración que los católicos dicen con más frecuencia.
Nadie puede contar cuántos millones de avemarías se elevan al cielo cada día. Sin embargo, a pesar de su popularidad, le llevó siglos a esta oración desarrollarse. Esta oración está compuesta de dos partes.
La primera consta de una doble salutación extraída del Evangelio:
1 – La salutación del arcángel Gabriel, enviado por Dios a fin de anunciar la divina maternidad de María:
“Ave, llena de gracia, el Señor es contigo” (Lc. 1, 28);
2 – La salutación de Santa Isabel, prima de Nuestra Señora, que inspirada por el Espíritu Santo proclamó:
“Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre” (Lc. 1, 42).
A estas dos salutaciones fueron añadidas dos palabras para que ellas fuesen más distintamente enunciadas: María (Ave María…) y Jesús (de tu vientre, Jesús).
La segunda parte de la oración contiene una súplica.
Estas dos salutaciones dichas juntas eran todo el Ave María durante más de mil años. El primer documento escrito en que aparece el uso de la salutación del ángel es la Homilía de un cierto Theodoto Ancyrani, fallecido antes del año 446. En ella es explícitamente afirmado que, impelidos por los palabras del ángel, decimos: “Ave, llena de gracia, el Señor es contigo”. En cuanto al saludo de Santa Isabel, aparece unido al del ángel alrededor del siglo V. Las dos salutaciones conjugadas ya se encuentran en las liturgias orientales de Santiago (en uso en la Iglesia de Jerusalén), de San Marcos (en la Iglesia Copta) y de San Juan Crisóstomo (en la Iglesia de Constantinopla). El nombre María fue añadido a las palabras del ángel, en Oriente, alrededor del siglo V, según parece, en la liturgia de San Basilio. En Occidente, no obstante, parece que esto ocurrió aproximadamente en el siglo VI, al figurar en una de las obras de San Gregorio Magno, el Sacramentario Gregoriano. El nombre Jesús fue añadido a las palabras de Santa Isabel probablemente un siglo después, en Oriente, figurando por primera vez en cierto Manual de los Coptos, tal vez en el siglo VII. En Occidente, sin embargo, el primer documento que registra el nombre del Redentor es la Homilia III sobre María, madre virginal, de San Amadeo, obispo de Lausana (Suiza, aproximadamente en 1150), discípulo de San Bernardo. La segunda parte de la oración (Santa María, etc.), la súplica, ya era empleada en la Letanía de los Santos. En determinado códice del siglo XIII, de la Biblioteca Nacional Florentina, que perteneciera a los Siervos de María del Convento de la Beata María Virgen Saludada por el Angel, en Florencia, se lee esta oración: “Ave dulcísima e inmaculada Virgen María, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, madre de la gracia y de la misericordia, ruega por nosotros ahora y en la hora de la muerte. Amén”. Pero no fue hasta el siglo XV que los católicos añadieron formalmente la última parte de la oración, “Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”
La fórmula precisa del Avemaría, como es rezada hoy, se encuentra por primera vez en el siglo XV, en el poema acróstico del venerable Gasparini Borro O.S.M.
El Papa San Pío V aprobó formalmente el Ave María completo en 1566, y los católicos la han estado recitando de este modo desde entonces. El Ave María se convirtió en un saludo entre los cristianos. Pero además de usar las palabras del Ave María como un saludo, muchos cristianos mostraban una señal de reverencia a su nombre. Durante la Reforma, muchos opositores de la Iglesia Católica acusaron a los católicos que su recitación del Ave María no era una oración, porque no era una petición, sino simplemente un saludo. Por lo que el Ave María fue recitada en privado. El Ave María es especialmente poderosa durante nuestros últimos minutos aquí en la Tierra.

Los Santos son grandes fans de la oración del Ave María.
San Jerónimo escribió, las verdades contenidas en el Ave María son tan sublimes, tan maravillosas que ningún hombre o ángel podían comprenderlas plenamente”. Y Santo Tomás de Aquino predicó sólo sobre la oración Ave María por 40 días seguidos.

LA SALVE (SALVE REGINA)
Los monjes o monjas de monasterios cantan esta hermosa oración al final del día antes de dirigirse de la capilla a sus celdas. Durante novecientos años la Salve ha sido una de las oraciones más queridas por la Santa Madre. Es la conclusión tradicional de la liturgia de las horas. Muchos católicos la recitan al final del rosario, y existe una amplia tradición de cantar el himno al finalizar el día.
Sabemos que en 1492, en su viaje al Nuevo Mundo, Cristóbal Colón reunía a sus hombres en la cubierta todas las noches para cantar la Salve Regina como señal de su confianza en la protección de la Virgen.
Una antigua tradición dice que San Bernardo de Claraval (1090-1153) compuso esta oración. Ciertamente, cualquier persona que lea los sermones de San Bernardo en alabanza a María encontrará ecos de la Salve en los escritos del gran santo. Pero, para el texto actual de la oración, tenemos que buscar en otra parte.
La evidencia histórica ha llevado a la mayoría de los estudiosos a creer que el autor original de la Salve fue un monje alemán, Herman el Cojo Bendito, también conocido por la forma latina de su nombre, Herman Contractus (1013-1054).
Herman nació con una discapacidad grave: no podía caminar, y tardó más que la mayoría de los niños en aprender a hablar. Pero tenía otros dones. Era muy bueno en matemáticas. Tenía fluidez para el latín, griego, e incluso el arábigo. Debido a sus dolencias, Herman era paciente y compasivo. Era un verdadero genio de la música. Y desde su infancia Herman mantenía un amor especial por la Santa Madre, por lo que no es ninguna sorpresa que escribiera su más fino trabajo para ella. La Salve expresa hermosamente nuestra fe en la Madre de Dios quien extiende su amor y misericordia por todos nosotros.

LA SEÑAL DE LA CRUZ
Es la más básica de todas las oraciones católicas, que implica hacer el gesto de hacerse la señal de la cruz en el cuerpo.
Las palabras, “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén”,  invocan a descender sobre nosotros la bendición de la Santísima Trinidad
Y el gesto de tocar nuestra frente, pecho y hombros, nos marca con el emblema de la Cruz de Cristo, el signo de nuestra salvación. Es el gesto mismo el que hace que la señal de la Cruz sea única: podríamos estar de pie en un autobús lleno de gente, orando fervientemente en nuestro corazón, y nadie a nuestro alrededor lo sabría. Pero tan pronto como nos hacemos la señal de la Cruz, hacemos una declaración pública de quiénes somos y en lo que creemos. La señal de la cruz es tan antigua como la Iglesia. Originalmente, los cristianos tomaban su pulgar y hacían una pequeña cruz en sus frentes. El teólogo cristiano Tertuliano (c.160-220) nos dice que en su tiempo, En todos nuestros viajes y movimientos, en cada entrar y salir; al ponernos nuestros zapatos; en el baño, en la mesa, al encender las velas, al acostarnos, al sentarnos; en cualquier cosa que nos ocupa, nosotros [los cristianos] marcamos nuestras frentes con la señal de la Cruz”.
Era un pequeño gesto sutil, adecuado para una época en que los cristianos tenían que mantener un perfil bajo.
La señal de la cruz como la conocemos, apareció más tarde, después de que terminó la época de la persecución.

EL PADRE NUESTRO
Durante el sermón de la montaña, los discípulos le pidieron a Jesús: “Señor, enséñanos a orar”. En respuesta, Jesús les enseñó el Padre Nuestro. Podemos encontrar esta oración en los evangelios de San Mateo y San Lucas, con pequeñas discrepancias entre las dos versiones.
La versión de San Mateo es la que se utiliza universalmente por todos los cristianos, aunque hay una diferencia importante.
Los protestantes concluyen la oración con las palabras: “Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por los siglos de los siglos”
Los católicos se detienen en las palabras, “y líbranos del mal”. ¿Por qué hay diferentes  versiones de la oración que nos llega de Cristo mismo? La respuesta es sencilla. Aunque algunos manuscritos de los evangelios incluyen el final “porque tuyo es el reino”, los más antiguos no lo hacen. Los estudiosos de la Biblia nos dicen que ese final no era parte de la oración original. Es una doxología, o una breve oración de alabanza, que se incluyó en el texto original en una fecha posterior. Hace dos mil años era una costumbre judía concluir una oración extensa con una breve doxología. De hecho, “porque tuyo es el reino” era una doxología común entre los Judíos religiosos en tiempos de Jesús. Los primeros cristianos, muchos de los cuales eran conversos del judaísmo, traían con ellos esta doxología favorita cuando entraban en la Iglesia y la recitaban al final del Padre Nuestro.
Mientras que los católicos omiten la doxología y mantienen las palabras de la oración que Jesús nos dio, la antigua costumbre de concluir una oración con una pequeña oración de alabanza también existe en nuestra Iglesia.
Después de recitar el Magnificat o uno de los salmos, es habitual añadir nuestra doxología más popular, Gloria al Padre.

LA ORACIÓN DE SAN FRANCISCO (HAZME UN INSTRUMENTO DE TU PAZ)
Muchas personas piensan que San Francisco de Asís escribió esta oración, pero están equivocados.
No se encuentra entre los escritos de San Francisco. De hecho, no proviene de antes de 1912. En ese año, la oración apareció en una revista llamada La Clochette (La Campanilla) publicada en París por una organización católica conocida como La Liga de la Santa Misa. Un aristócrata francés, el marqués Stanislas de La Rochethulon, admiraba la oración y envío una copia al Papa Benedicto XV en 1915. Al año siguiente, la oración fue publicada en L’Osservatore Romano, el diario del Vaticano.
Posteriormente, un sacerdote franciscano francés vio la oración, y la mandó imprimir al reverso de una estampa de San Francisco.
El franciscano le puso título a la oración, “Oración por la paz”. Como había una imagen de San Francisco al frente de la tarjeta, se hizo conocida como la Oración de San Francisco, o la Oración por la Paz de San Francisco. Durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, esta oración se abrió camino en todo el mundo. Con protestantes y católicos alentando a la gente a rezarla en aras de un pronto fin a las guerras. Todavía es una de las favoritas de los cristianos que anhelan la paz. Como católicos tenemos la suerte de contar con una muy rica variedad de oraciones.
Fuentes:

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