Cómo fueron los dolores y sufrimientos que Jesús padeció durante las horas de su Pasión y Muerte.
Por: Santiago Santidrian | Fuente: Primeros Cristianos
Con motivo de la Semana Santa vamos a publicar una
serie de artículos en los que el doctor
Santiago Santidrian (Catedrático de Fisiología de la Facultad de
Medicina de la Universidad de Navarra) nos explica desde el punto de vista
fisiológico cómo fueron los
dolores y sufrimientos que Jesús padeció durante las horas de su
Pasión y Muerte.
Las descripciones de estos padecimientos están
relatadas con sobriedad y sin
exageraciones, pero a la vez con la crudeza que tuvieron. Pensamos que pueden ayudar a revivir la Pasión personalmente y
comprender más a fondo cómo fueron esos sufrimientos.
La conclusión es que la naturaleza humana de
Cristo era de una fortaleza
tremenda para aguantar lo que aguantó.
Los capítulos de esta
serie son los siguientes:
2. LA
FLAGELACIÓN
3. LA CORONACIÓN DE ESPINAS
4. CON LA CRUZ A CUESTAS
5. ES CLAVADO EN LA CRUZ
6. LA MUERTE DE CRISTO
3. LA CORONACIÓN DE ESPINAS
4. CON LA CRUZ A CUESTAS
5. ES CLAVADO EN LA CRUZ
6. LA MUERTE DE CRISTO
Agonía en Getsemaní
Jesús se retira a orar al Huerto de los Olivos,
y se prepara para la Pasión
En la mañana del Jueves Santo, Jesús realizó un
largo desplazamiento a pie hasta Jerusalén. Era el mes de Nisán, que
coincide con los meses de Marzo o Abril de nuestro calendario. En la noche de
ese día celebró su Última Cena -la cena pascual- con los doce discípulos.
La Última Cena
La cena
pascual de los judíos es una comida muy completa: consistía en verduras amargas, cordero asado y pan ácimo, seguramente acompañado de
un poco de vino y, desde luego, agua. Excelente aporte de azúcares, aminoácidos, grasas, fibra,
minerales y vitaminas, muy adecuada para cubrir las demandas de
nutrientes que su organismo iba a necesitar en las siguientes doce horas de agonía y dolor.
Es muy posible que la absorción de glucosa,
grasas, aminoácidos y otros nutrientes estuviera seriamente comprometida por la
fuerte descarga nerviosa de stress que
soportaría poco después, provocando vasoconstricción sobre los vasos del tracto gastrointestinal,
de manera que la digestión y la absorción de nutrientes no pudiera realizarse
con normalidad.
El alimento en el estómago pudo haber causado
una cierta sensación grata de llenado gástrico. Pero no es menos cierto que
también, como consecuencia de los múltiples acciones extremadamente dolorosas y violentas que experimentaría
después, se produjeran mareos y naúseas
-causados por la pérdida abundante de sangre, sensación de desorientación por
empujones, golpes en la cabeza, permanecer de pie durante mucho tiempo- y vómitos, que pudieran haber impregnado la
ropa, con el olor consiguiente, aumentando más la penuria y postración
del Hijo de Dios.
En la cena
pascual, Jesús instituye el sacramento de la Eucaristía, momento de gran tensión emocional para Jesús. Judas
consuma su traición. Y Jesús conoce, y anuncia, la cercana triple negación de
Pedro y la huida, por miedo, de los demás discípulos. Las palabras de Jesús son
fuertes y vehementes: “Ardientemente he deseado celebrar esta pascua” (Lc 22, 14). El estado psíquico de Jesús es de gran emoción,
angustia, tristeza y, al mismo tiempo, gozo de quien sabe que está a punto de
consumar la Redención.
En el Huerto de los Olivos
Acabada la cena, partió con sus discípulos al Getsemaní, el Huerto de los Olivos.
Dice el Evangelio, que estando allí, “Jesús entró en agonía” (Lc 22, 44): Es la única ocasión en los
evangelios en que aparece la palabra agonía, palabra griega que significa “estar dispuesto para el combate, para la lucha”.
Jesús agoniza en el sentido de estar dispuesto o preparado para sufrir todo el cúmulo de tormentos –físicos,
psicológicos y morales- que Él sabe perfectamente que están a punto de venir, y
que culminarán con la muerte en la Cruz.
Podemos imaginar la profunda angustia y abatimiento de Jesús: soledad, tristeza,
desconsuelo, gran aflicción. Su naturaleza humana rechaza la pasión: “Si es posible
aparta de mí este cáliz” (Lc 22,39), pero acepta la voluntad
del Padre. Un ángel le conforta.
En este momento se produjo una intensa descarga
nerviosa. vegetativa, llamada reacción de alarma o stress, que cursa con una fuerte constricción de los vasos sanguíneos
cutáneos, provocando debilidad y ablandamiento de la piel, y
vasos abdominales, reconduciendo el flujo sanguíneo a los órganos vitales: corazón y cerebro. Esta descarga
nerviosa también produce una gran dilatación de los vasos sanguíneos que rodean
las glándulas sudoríparas.
Comienza entonces una intensa sudoración que
empaparía la ropa de Jesús y al evaporarse causaría una terrible y constante
sensación de frío, intensificada por la noche.
El efecto vasodilatador debió de ser
incrementado por la liberación glandular a sangre del enzima formador de bradiquinina. Es una enzima
que, al actuar sobre una globulina plasmática, da lugar a la formación de bradiquinina,
provocando una fuerte acción vasodilatadora adicional.
La liberación de bradiquinina equivale a una mayor sudoración y por tanto a un mayor enfriamiento al evaporarse el sudor.
Es posible que la ropa permaneciera mojada de sudor durante toda la Pasión, lo
que podría haber causado una sensación de frío constante.
El sudor de sangre
El grandísimo volumen de sangre que tendrían que soportar los capilares que
rodeaban las glándulas sudoríparas debido a la gran vasodilatación, sumado al
flujo proveniente de grandes áreas abdominales y superficiales, con el efecto
adicional de la bradiquinina,
supuso un aumento de presión sanguínea
que los pequeños vasos no pudieron soportar, provocando su ruptura. La
sangre de las pequeñas pero numerosas hemorragias
locales podría haber salido por capilaridad a través de los propios conductos sudoríparos, especialmente en la cara, frente, palma de las manos y
pies, quizá también en la cabeza y cuello, lugares en los que existe una
abundante población de glándulas sudoríparas. Se habría vertido hacia el
exterior una mezcla de sudor y sangre.
San Lucas, médico, escribe en su evangelio que Jesús sudó sangre (Lc 22, 44) y que la
sangre empapó la tierra del
suelo del Huerto. Describe una hematidrosis, situación extremadamente
rara que se ha descrito en personas sometidas a una fortísima situación
de stress en las horas previas a una ejecución
cierta, irrevocable y extremadamente cruel.
Posiblemente la pérdida de sangre a causa de
la hematidrosis no fuera
muy relevante cara al comienzo de un shock
hipovolémico (coma provocado
por pérdidas importantes de líquido), pero desde luego, no puede de dejar de
tenerse en cuenta, especialmente como indicadora de debilidad cutánea y del tremendo shock emocional y psíquico al que estaba
sometida la naturaleza humana de Jesús.
Puesto que San Lucas escribe sobre sangre que empapa el suelo, parece que
se confirma el diagnóstico de hematidrosis, más que el de cromohidrosis (“agua o sudor coloreado”), que consiste en una
sudoración amarillo-verdosa o marrón, compuesta por sudor y restos de glóbulos
rojos y hemoglobina oxidada que colorea el sudor. En el Huerto de los Olivos se
produjo, pues, la primera hemorragia de
la Pasión de Jesús, sin que ningún agente externo mecánico o traumático
actuara sobre su cuerpo.
Los mecanismos fisiológicos que acompañan la
situación de angustia provocan
una dramática elevación de las concentraciones en sangre de adrenalina, noradrenalina, sustancias químicas que dan
lugar a una agotadora y extrema taquicardia. También
aumentan en sangre el cortisol y glucagón, con
aumento de azúcar en sangre, y una bajada de insulina.
Otros efectos de la fuerte situación de stress son: midriasis (contracción pupilar), aceleración del ritmo respiratorio, e hipercortisolemia, que
contribuye a la hiperglucemia.
La pérdida de agua por sudoración abundante y por la hematidrosis,
así como la alta concentración de azúcar en sangre, debieron provocar una sed ardiente, y la aparición de heridas
en la mucosa bucal y lingual. Jesús padecería escalofríos y temblores
por el frío de la noche y de la ropa empapada por un intenso volumen de sudor
enfriado, sumado a la debilidad por el
insomnio. No se puede descartar, por otra parte, el comienzo de alteraciones en la coagulación y sistema inmune de Jesús, como un aumento de la agregación
plaquetaria y activación de mastocitos tisulares y basófilos circulantes.
La intensa descarga del sistema nervioso pudo
producir encefalinas, que junto con
las endorfinas y dinorfinas de diversas
procedencias, pudieron contribuir a aliviar
ligeramente el dolor físico posterior, pues estas sustancias bloquean
parte de la vía sensorial termoalgésica y otras áreas supramedulares implicadas
en el control endógeno del dolor.
Por la misma descarga nerviosa se pudo haber
producido un erizado de los cabellos de
la cabeza, a causa de la fuerte contracción de los músculos piloerectores, cuya función se relaciona con
procesos termorreguladores conservadores de calor corporal, en la medida que
favorecen que se atrapen capas de aire caliente próximas a la piel. Pudo ser
también muy posible que la fuerte constricción de los vasos de los folículos
pilosos originara isquemia (falta de oxígeno) y pérdida de cabello. Se han descrito casos de pérdida muy grande de pelo como
consecuencia de un trance angustioso de gran terror y espanto.
La traición de Judas
Podemos imaginar el terror de los discípulos al ver el aspecto externo de Jesús que se
desprende indudablemente de la hematidrosis: el rostro pálido, lívido, quizás con el cabello erizado, sudoroso,
con manchas de sangre visibles en la frente y en la cara, en la negrura de una
noche llena de presagios terroríficos y que comienza a iluminarse con luces
irregulares procedentes de antorchas de gente que llega: no
extraña el espanto de aquellos pobres
hombres, medio dormidos, que salen corriendo.
Judas, su
amigo, le entrega con un beso. Más
dolor y aflicción por la traición de uno de sus elegidos, a quien en el
momento de la entrega llama amigo.
(2): LA FLAGELACIÓN
Al borde de la muerte
Después de la oración en el Getsemaní, Jesús
estaba muy débil
Por la mañana del viernes, Jesús es presentado
ante Pilatos, quien no ve en él culpa alguna. Ante la insistencia del pueblo
judío, instigado por los sumos sacerdotes, manda azotarlo antes de ser
crucificado. La condena de Pilatos se corresponde con un crimen judicial, pues
sabiendo que Jesús es inocente, lo condena a muerte.
La flagelación
Los soldados del gobernador atan a Jesús a una columna para
ejecutar la condena: la flagelación
romana se aplicaba a la espalda y caras posteriores de muslos y piernas.
Los flagelum –instrumentos con los que
se flagelaba- solían tener tres
correas en el extremo del mango. En cada una de ellas se anudaban tres bolas metálicas o trozos de hueso, de
manera que cada golpe se multiplicaba por tres y desgarraba la zona golpeada.
Solían ser dos los verdugos, uno a cada
lado.
Se nos hace difícil imaginar el dolor extremadamente agudo generado en una
piel debilitada por insuficiente perfusión después de la vasoconstricción cutánea por la tensión emocional en
la agonía del huerto.
El tronco, tanto en el pecho como en la espalda,
presenta numerosas lesiones: contusiones
en forma de equimosis (manchas
rojas cutáneas producidas por extravasación de sangre) y hematomas, algunas de ellas de carácter longitudinal,
representando la impronta de los flagelos.
Por la violencia y reiteración de los golpes, se
pudieran haber producido en algunas zonas cutáneas, soluciones de continuidad,
apareciendo heridas contusas
longitudinales, erosiones (arañazos superficiales) y escoriaciones (arañazos
profundos).
En algunas partes del cuerpo, las heridas
contusas son especialmente profundas,
produciéndose un gran desgarramiento cutáneo, subcutáneo y de músculos
torácicos que pudieron dejar las costillas
al descubierto. También son desagarrados músculos abdominales, de
extremidades superiores e inferiores e incluso de la región posterior del
cuello.
Teniendo en cuenta la postura del reo atado a la columna, es casi seguro que todas
estas heridas predominen en la parte posterior del tronco. La gran cantidad de
golpes que impactan en los mismos lugares produce la serie de lesiones
mencionadas que son similares a las que se conocen como síndrome de aplastamiento.
El
dolor es incalificable. El organismo intenta atenuar este dolor con
estos procesos fisiológicos:
a)
Liberación de opiáceos
endógenos y encefalinas que contribuyen a aliviar algo el
sufrimiento, en los primeros latigazos. Después, el control endógeno del dolor se hace mucho más ineficaz.
b) Se
pone en marcha otro mecanismo automático e inconsciente de defensa frente al
dolor, que consiste en el llamado reflejo masivo corporal flexor,
que incluye reducir la movilidad al mínimo. La
reducción de movilidad en el tórax implica disminución de la actividad
respiratoria: se producen muchas
respiraciones superficiales, ventilación pulmonar insuficiente; falta
aporte de oxígeno en el organismo (hipoxia hipoxémica), se acumula dióxido de
carbono en los tejidos (hipercapnia) con la consecuente acidosis respiratoria.
A este reflejo se suma una dificultad y
restricción respiratoria por la lesión traumática de músculos
respiratorios en cuello y tórax.
Al borde de la muerte
Las grandes lesiones traumáticas producidas en
tórax y abdomen podrían perfectamente haber causado irritación de las dos membranas que recubren los pulmones -pleuras- y contusiones renales. Aparte de
un posible comienzo de insuficiencia renal, podría haber comienzo de pleuritis con edema pleural: es decir, acumulación patológica de
líquido en el espacio interpleural,
que dificultaría físicamente el movimiento del corazón en el ciclo cardiaco, y
la expansión y retracción de los pulmones en el ciclo respiratorio.
Las hemorragias
de la flagelación no tienen porqué ser muy profusas, pues las lesiones no son
todas muy profundas, y por lo tanto, no afectan a grandes arterias o venas. Sin
embargo, al ser una extensión muy amplia de la piel comprometida en la
flagelación, la pérdida sanguínea se va
acumulando y puede llegar a ser de uno o dos litros. Esta pérdida de
sangre aumenta el riesgo de un shock. Para compensar las pérdidas se ponen en marcha
sistemas reguladores renales, cardíacos, y hormonales.
Sin embargo, la pérdida de dos litros (40% del
volumen sanguíneo normal) es ya muy severa, pues supone una pérdida
significativa de sangre: la presión arterial puede caer a niveles tan bajos que
conduzcan irremisiblemente a la muerte. Los mecanismos de compensación pueden
ser incapaces de mantener durante mucho tiempo su función, y el sujeto fallece por la hemorragia masiva,
cosa que efectivamente no sucedió en Jesús al final de la flagelación.
La intensa hemorragia origina fiebre. Además, seguramente comenzó un proceso de infección,
por lo que puede instaurarse un shock séptico.
Lo que es seguro, es que Jesús estaba en estado
de shock al
cargar con la cruz, que se acentuó después con la crucifixión.
Conviene tener en cuenta múltiples y graves
consecuencias de este shock: insuficiencia cardiaca, reflejos
nerviosos compensadores de la función cardiovascular y respiratoria resentidos,
alta concentración de dióxido de
carbono en sangre, microcoágulos por la propia acidez y la sangre “estancada”, aumento de la presión capilar
acompañada de edemas -tanto periféricos como pulmonares-, liberación de toxinas
por parte de tejidos isquémicos o mal oxigenados, absorción de bacterias por el
bajo aflujo sanguíneo intestinal y deterioro celular generalizado,
especialmente relevante en músculo, corazón, riñones, sistema nervioso central
e hígado.
Una gran entereza
Como se ha dicho, la flagelación se realizó
sobre una piel muy isquémica, y por tanto, muy debilitada; los azotes
produjeron, casi con certeza, la ruptura
masiva de células: citólisis. El potasio celular se vierte en grandes
cantidades a la sangre, alterando el equilibrio de los iones en elorganismo. El
aumento de potasio en sangre, aparte de producir acidosis metabólica -que se suma a la acidosis respiratoria-, compromete gravemente
la función cardíaca, dado que el aumento excesivo de potasio en sangre afecta
seriamente a los procesos de estimulación eléctrica del corazón.
Es posible que se instaurara una hiperbilirrubinemia, que
consiste en un aumento de bilirrubina en sangre. La bilirrubina es un pigmento
orgánico de color amarillo-anaranjado que resulta de la degradación de
hemoglobina. Como ya se ha mencionado, la flagelación debió de provocar la
ruptura de gran multitud de células, entre ellas, los glóbulos rojos,
portadores de hemoglobina. El resultado de la flagelación es un vertido masivo de hemoglobina que,
posteriormente, es degradada a bilirrubina.
Por otra parte, la
elevación de los niveles de cortisol en plasma como
consecuencia del fortísimo stress psíquico
y físico que venía sufriendo desde la última cena, impiden la eliminación
biliar de bilirrubina y
de múltiples sustancias. Estas dos causas incrementan
la bilirrubina en sangre, que en gran cantidad es extremadamente tóxica para
las neuronas, y puede producir episodios
de descoordinación motora, confusión mental y cierta descoordinación
intelectual.
El Evangelio no describe en ningún momento
ningún dato de alteraciones neurológicas ni psíquicas en Jesús. Todo lo
contrario: la capacidad de sufrir, perdonar y aceptar la Pasión revelan una
integridad espiritual, psíquica y neurológica. El cuerpo humano de Cristo resistió con
especial fortaleza esa condición fisiopatológica.
Por las graves lesiones traumáticas de la
flagelación se empiezan a formar coágulos con posibilidad de taponar arterias
coronarias, vasos pulmonares y cerebrales, pudiéndose provocar pequeños
infartos en algunas regiones. Posible angina
de pecho, que provoca un fuerte dolor estrangulante y opresivo.
Los latigazos podían ser varios cientos,
dependía de la voluntad del lictor y de la saña de los sayones. La
mayor parte de los reos fallecían en el suplicio, por shock hipovolémico, séptico y
fallo cardiorespiratorio. Es difícil describir el dolor inefable, paroxístico, en la perfecta naturaleza humana de Jesús.
(3): LA CORONACIÓN DE ESPINAS
“Le ciñeron una corona de
espinas entretejidas”
Los soldados romanos se burlan de Él. Como se
burlaron los judíos en los juicios de la noche anterior. Aún por la mañana, le
echan encima un manto de color púrpura, posiblemente viejo, sucio y maloliente
que podría haber estado toda la noche encima de alguna caballería.
Probablemente la corona le
cubría toda la cabeza, a modo de casquete
“Le ciñeron una corona de espinas entretejidas, y comenzaron a saludarle:
«Salve, Rey de los Judíos». Y golpeaban su cabeza con una caña, le escupían y,
doblando las rodillas, le adoraban.” (Mc
15, 17-20).
La corona de espinas
Posiblemente las espinas provinieran de la planta Euphorbia
esplendens, también llamada “corona
de Cristo”. Las espinas
son hojas modificadas que dan lugar a formaciones agudas, aleznadas, a veces
ramificadas, provistas de tejido vascular, rígidas por ser ricas en tejidos de
sostén. Las espinas pueden tener una
longitud 2 o 3 cm.
Se producen múltiples heridas pequeñas punzantes (pinchazos), incisiones (cortes) e
inciso-contusiones (cortes unidos a golpes o cortes producidos por
instrumentos no cortantes), que abarcan la parte superior de la frente y se
continúan hacia atrás por ambos lados de la cabeza, afectando a los huesos parietales, temporales y occipital.
Las heridas
son profundas, afectando a toda la galea
capitis (cuero cabelludo),
una de las regiones cutáneas con más capilares del cuerpo. Los pabellones auriculares se hallan igualmente
perforados por la acción de los pinchos punzantes de la corona. No
podemos olvidar que, como narran los Evangelios, la corona de espinas fue hendida, presionada, apretada sobre la cabeza
con golpes de palos que los soldados romanos propinaron a Jesús (Mt 27,
30).
Como consecuencia de las profusas hemorragias
provocadas por las múltiples heridas, todo el cabello, en toda su longitud, se
encuentra empapado de sangre
húmeda o con costras originadas al secarse y coagularse la sangre.
El dolor
generado en las muy abundantes terminaciones nerviosas cutáneas
craneales que captan estímulos dolorosos (nocirreceptores)
es muy agudo. Además, la pérdida adicional de sangre, que debió resbalar por la
frente, cayendo hasta los ojos (impidiendo una correcta visión), sienes y
cabello pudo ser considerable.
También es posible que parte de la abundante
sangre que caía desde la cabeza y desde la frente pasara a la boca, fuera
sorbida y contribuyera a aliviar en alguna medida la intensa sed que Jesús ya sin duda padecía, por la fuerte deshidratación
(por sudoración y hemorragias) y por la pérdida de electrolitos (sal), además
de la sensación de calor por la fiebre que sin duda padecía.
Ya es la tercera hemorragia: sudor de sangre, flagelación, la coronación de espinas. Es probable que
comenzara a instaurarse un proceso de coagulación
intravascular diseminada como
consecuencia de la existencia de muchas lesiones y traumas del cuerpo de Jesús.
Las bacterias que aprovecharon la debilidad de
Jesús durante la flagelación para
infectar las heridas, empiezan a segregar toxinas que
contribuyen a agravar el proceso de coagulación. Puede que la capacidad
hepática de sintetizar y liberar factores de la coagulación pudiera estar tan
agotada por aporte de oxígeno insuficiente al hígado, que la capacidad de mantener el equilibrio de
coagulación en la sangre de Jesús podría haber estado muy comprometida.
Ecce Homo!
Pilato lo presenta al pueblo con un aspecto
espantosamente deplorable: “Ahí tenéis a vuestro rey” (Jn, 19, 14). Jesucristo
flagelado, con la corona de espinas en la cabeza, cubierto con un mugriento y
maloliente manto de burla, somnoliento, con gran debilidad, el pelo revuelto y
desgreñado y con costras de sangre coagulada, encogido, doblado por la fuerte descarga nerviosa y el intenso dolor,
con contusiones y hematomas en la cara por el trato brutal, y quizás temblando y tiritando por el dolor intenso,
el frío y la fiebre que se produce cuando se pierde mucha sangre. Con
una sed aún más intensa, saliva pastosa y espesa, la lengua seca y los labios
agrietados de la propia sequedad.
Dolor
de cabeza tensional. Le hacen llevar un trozo de palo en la mano a
modo de cetro… y se le presenta como un Rey “Varón de dolores, no hay en El parecer ni
hermosura, con el rostro que espanta”
La
debilidad es ya muy grande: progresa el shock por falta
de sangre, posiblemente complicado con inicio de shock infeccioso. Posible comienzo de
insuficiencia cardíaca, por menor retorno venoso y arritmias provocadas por el
alto potasio en sangre complicadas por fuertes taquicardias a causa de la
reacción de stress, por descarga nerviosa. Progresa el
posible derrame
pulmonar y pericárdico que
comenzó en la flagelación, lo que dificulta la respiración, aún más complicada
por la referida postura de flexión del tronco y la pleuritis.
Jesús sufre una sed fortísima por la gran deshidratación, que activa fuertemente
el sistema renal y los centros cerebrales reguladores de la ingesta de agua y
de la sensación de sed. Se produce una retención renal –en la medida que los
riñones funcionaran competentemente- de sal y agua y aumenta de la secreción de
potasio gracias a una hormona: la aldosterona, en un intento para paliar algo
la altísima concentración de potasio (por citolisis muscular y de glóbulos rojos masiva).
Cualquiera que sea el estado final de alteración
de la concentración de potasio, es razonable que contribuyera a complicar la excitabilidad nerviosa,
neuromuscular y cardíaca.
Ya se ha mencionado un posible comienzo de insuficiencia renal, en el que pudieran estar
actuando, al menos, tres mecanismos:
a) Las células musculares, al ser rotas por
las contusiones fortísimas de la flagelación, vierten una proteína a sangre, la
mioglobina, que obstruye el sistema de filtración del riñón.
b) Las fuertes lesiones de la flagelación en
la región lumbar que pudieron contusionar directamente los riñones
c) La
intensa vasoconstricción
arteriolar aferente y eferente causada por la angiotensina-II, otra
hormona hepática segregada junto a la aldosterona, deja casi sin sangre al
riñón.
Y en todo momento, Jesús permanece callado, perdonando, aceptando el sufrimiento,
quizá preparándose ya para el duro camino que le espera hasta el Calvario.
(4):
CON LA CRUZ A CUESTAS
Es posible que el madero transversal, muy pesado
(hasta 30 o 40 Kg), basto y rugoso, fuera transportado por Jesús.
El gobernador le condena a muerte en la cruz:
patíbulo de delincuentes y malhechores que -como la flagelación- jamás se
aplicaba a ciudadanos romanos salvo en casos de deserción de soldados.
Le arrancan la túnica púrpura de forma violenta
y brusca: es posible que la tela, basta y sucia, se hubiera adherido a la piel
por simple contacto de las costras de la sangre coagulada de gran parte de las
heridas de la flagelación. Se abren de nuevo las heridas, avivándose el dolor,
y provocando una nueva hemorragia, frío, temblores musculares, vergüenza y
pública humillación.
“Le ciñeron una corona de espinas entretejidas"
Le cargan la cruz
Le cargan la cruz. Los historiadores del imperio
romano de la época y posteriores, explican los diversos tipos de cruces. Es posible que el madero transversal, muy pesado (hasta 30 o 40 Kg), basto y rugoso, fuera
transportado por Jesús entre la nuca y sus dos brazos, seguramente
atados con cuerdas al madero.
Se hienden los omoplatos y se agudiza el dolor de la corona de espinas
en la región occipital –posterior- de la cabeza. La cara, tronco y piernas quedan muy peligrosamente expuestas a caídas de
bruces, por tropiezo y debilidad. Pudieron haberse producido erosiones y
excoriaciones en cara, rodillas y manos, si no estuvieron atadas al madero.
No quedan muy lejos el Palacio de Poncio Pilato
y el Gólgota, apenas unos mil o
dos mil pasos. Sin embargo, el camino de Jesús fue largo, difícil y muy
doloroso: descalzo, cubierto de heridas,
con un madero bajo los hombros y una corona
de espinas, sediento y aturdido, en estado de shock, bajo un
fuerte sol de mediodía, rodeado de burlas, injurias y humillaciones que tendría
que soportar en su camino.
“Y a uno que pasaba por allí, Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de
Rufo, que volvía de su granja, le forzaron a llevar la cruz de Jesús” (Mc
15, 21). Aunque Simón de Cirene es forzado a ayudar al reo, parece que Jesús se
cayó tres veces, posiblemente de cara, con todo el peso
del madero en su cabeza: se producen contusiones faciales, especialmente en la nariz, que es una región
particularmente dolorosa y muy capilarizada, por lo que se produciría una hemorragia nasal abundante (epistaxis). Traumas en la frente, cara,
labios, quizás dolores agudos por contusiones en dientes, y posiblemente en las rodillas, al intentar parar,
adelantando una de las piernas, el golpe tremendo de la cara, aplastada por el
madero en la caída al suelo.
Camino al Calvario
El rostro hermoso de Jesús está ahora pálido, amoratado, sangrante, con hinchazones
y la nariz deformada, sucio, lleno de polvo, maloliente, con los ojos
hinchados, casi cerrados por el dolor y las contusiones, por la luz
intensa del mediodía que hiere las pupilas dilatadas de Jesús. Lágrimas de Jesús. El rictus labial denota sufrimiento, angustia y desamparo.
Ruido ensordecedor de voces y gritos e insultos por todas partes. Quizás en los
labios se produjeron lesiones que causaron hematomas y posibles lesiones en la
dentadura anterior. Fuerte jaqueca tensional por las
contusiones.
La sed
se hace cada vez más insoportable. La boca está seca, la lengua como un trapo
áspero, quizás con heridas agrietadas. Inmenso dolor de alguna pieza dental
contusionada por caídas o golpes. Jesús intenta tragar saliva, pero es poco abundante, demasiado espesa y pastosa.
Aturdido, Jesús baja la cabeza, como
recogiéndose en sí mismo, defendiéndose de tantas agresiones. Para aliviar el
dolor, aprieta los dientes, cierra los
ojos fuertemente, y luego los abre y mira alrededor lúcidamente,
buscando algún consuelo, alguna cara conocida, un esbozo de sonrisa suplicante,
que revista de dignidad y compasión su propio expolio. Y sus ojos se encuentran con los de su madre. En medio del
sufrimiento inmenso, halla el dulce
consuelo de su madre, María. Cada corazón vierte en el otro su propio
dolor y, reconfortado, prosigue su Via Crucis.
Aprieta con fuerza las manos y la nuca al madero
para estimular la secreción de opioides
endógenos, como reflejo inconsciente de quien persigue algún alivio del dolor. Y mientras, lágrimas
saladas, salivación espesa, toses y carraspeo, vómitos, respiración acelerada,
aparte de una molesta taquicardia.
Es poco más de mediodía. Comienza a hacer mucho calor y Jesús suda y se fatiga aún más.
Posiblemente le hayan atado una cuerda al cuello o a la cintura para tirar de
él, gritándole soezmente, insultándole.
Tal vez, y desde que se terminó la flagelación, multitud de moscas y otros insectos se lanzarían
sobre las heridas sangrantes del reo. Mal olor por la ropa sucia,
la sangre coagulada, el vómito y el sudor. Y el ambiente fétido de unas calles
sórdidas, apestadas por la multitud de animales y de personas sudorosas y
sucias. Es difícil imaginar tanto
sufrimiento físico y moral.
(5): LA CRUCIFIXIÓN
"Padre, perdónales
porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34)
Llegan al Calvario. El camino ha sido cuesta
arriba y Jesús está exhausto. Le quitan con brusquedad su túnica
inconsútil. Jesús sufre al sentir sobre sí mismo la vergüenza de su
desnudez a la vista de cientos de miradas.
El cuerpo Santísimo del Creador del mundo
expuesto a la mofa y escarnio de unos personajes zafios, crueles y
groseros. No es difícil imaginar a la Virgen acercándose para cubrir con
un manto parte el cuerpo de su Hijo. Ningún soldado romano o sayón judío osó
impedir este acto de protección maternal del pudor de su Hijo.
Crucifican a Jesús
Las cientos de heridas medio cerradas se reabren
por segunda vez. Nueva hemorragia. “Le
crucificaron allí, a él y a los ladrones, uno a la derecha y otro a la
izquierda. Jesús decía «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen»”(Lc
23, 34)
San Mateo dice que “desde la hora sexta (doce del mediodía) toda la tierra se oscureció hasta la hora nona (tres de la tarde)” (Mt 27, 45), y
que incluso se produjo un pequeño terremoto
que quizás zarandeara la cruz. La creación, estremecida y avergonzada, parece
que quiere envolver en la sombra del pudor el cuerpo descubierto de su Creador
clavado en la cruz. Y posiblemente
comenzó a hacer más frío.
Por documentos
históricos, tanto de escritores cristianos como paganos, y por los
hallazgos arqueológicos de crucificados en la Palestina de la época del Señor,
es razonable pensar que primero
clavaran los dos brazos al tablero horizontal que cargó durante el camino al Calvario.
Además, conocemos bien el tamaño y la forma de los clavos de hierro
que solían emplear los romanos para la crucifixión: largas pirámides cuadrangulares, con amplia base de retención,
también cuadrada. Los clavos eran, seguramente, guiados entre el radio y los huesos del carpo (muñeca),
o entre las dos filas de huesos del carpo, ya sea próximos o a través del flexor retinaculum y
los ligamentos del carpo. El clavo podía pasar perfectamente entre los
elementos óseos y no producir ninguna
fractura. Pero posiblemente, la herida perióstica era extremadamente
dolorosa (el periostio es la membrana fibrosa adherida a los
huesos, que sirve para su nutrición y renovación).
Con los brazos estirados pero no en forma
tirante, las muñecas -no las palmas de las manos- eran clavadas al patíbulo. Se
ha demostrado que los ligamentos y los huesos
de la muñeca pueden soportar el peso del cuerpo suspendido. De otra
forma, si se hubieran clavado las palmas, el peso del cuerpo en posición
vertical las hubiera desgarrado.
Los clavos pudieron rozar o atravesar el nervio mediano, que produciría descargas de dolor
proyectado y referido en ambos brazos. La lesión del nervio mediano provocaría parálisis de una
porción de la mano. Además, la parálisis y las contracciones musculares podrían
haber causado isquemia (falta de circulación sanguínea adecuada) en muñecas y
manos, debilidad de varios ligamentos y posibles
desgarros.
Se produce, además, un intensísimo dolor agudo proyectado a toda la mano -que se suma al
del clavo desgarrando piel, músculos y tendones- y que se refiere a todo el
brazo y hombro en los lados del cuerpo. Se produce flexión inmediata y permanente del dedo pulgar.
Los
pies podían ser clavados con dos clavos o con uno. En
este último caso, el dolor es posible que aún fuera mayor, por la menor
facilidad de movimiento derivado de la necesidad de superponer una pierna sobre
otra. Podemos imaginar además que los
verdugos, necesariamente brutales y despiadados, no tuvieran demasiadas
contemplaciones para hincar los clavos en el cuerpo y en la madera, y que
alguno de los martillazos fallaran en su puntería y cayeran directamente en las
manos, muñecas o empeine del pie de Jesús.
Los pies se sujetaban al madero vertical a
través de unos clavos de hierro colocados entre el primero y segundo
espacio intermetatarsiano, justamente cerca de la articulación tarsometatarsiana.
Es lógico afirmar entonces que el
nervio peroneo y los nervios de la planta del pie podrían
lesionarse con los clavos, produciendo un agudo dolor referido en ambas
extremidades, de modo análogo a las extremidades superiores.
Se provocaron, pues, en las regiones carpiana y tarsales de
ambas extremidades, heridas punzantes, transfisiantes (que atraviesan), de
bordes contusos y signos de pequeños desgarramientos al tener que soportar el
peso del cuerpo de Jesús.
Levantan la Cruz de Jesús
A continuación se elevaba el leño horizontal, de
manera que éste se clavaba sobre el vertical, previamente erguido. Se podía colocar un pequeño pedestal (sedile) para apoyar los pies del condenado y
evitar que quedara colgado.
Si esto ocurriera, la muerte sobrevendría por
asfixia inmediatamente y de lo que se trataba era prolongar el sufrimiento y la agonía del condenado lo más posible.
En cuanto el crucificado quedaba en posición vertical, seguramente de forma
brusca, se pudo haber producido un estado de hipotensión ortostática, que, en todo caso, no
privó de la conciencia a Jesús. Pero no es descartable que se produjeran sensaciones de naúsea, mareo y quizás -de
nuevo- vómito.
La crucifixión no tiene porqué afectar a grandes
arterias o venas. La sangre que manó de
las extremidades no debió ser excesivamente abundante. La mayoría de las
arterias comprometidas en pies y manos eran relativamente profundas, no de gran
flujo y además la transfixión se realizaba con objetos punzantes. De todas
formas, por la hematidrosis de la noche anterior, y sobre todo por la
flagelación, Jesús ya estaría en estado
de preshock hipovolémico por
falta de sangre.
La sangre que brotó de las manos y pies del
Salvador pudo muy bien resbalar por las muñecas y antebrazo, siguiendo los dos
recorridos determinados por la posición del antebrazo en cada movimiento
respiratorio. La sangre también correría por los pies y la madera del pedestal
de apoyo, y quizás llegara hasta el suelo.
La respiración en la Cruz
La
muerte por crucifixión es una de las torturas más crueles maquinadas por el ser
humano. El crucificado muere poco a poco –a veces
podía estar más de cinco horas- por asfixia.
Parece lógico que el problema en la crucifixión
es la inspiración, porque hay que elevarse apoyándose en los pies y manos
atravesados, pero lo que ocurre es todo lo contrario: es la espiración la que se ve seriamente comprometida.
Conviene recordar que en la respiración normal,
la inspiración es un proceso activo que requiere el descenso del diafragma,
estimulado por el nervio frénico.
El resto del proceso de inspiración se debe a
los músculos inspiratorios accesorios, tales como los intercostales externos,
esternocleidomastoideo, pectorales y paraesternales
intercartilaginosos. Por otro lado, la espiración es pasiva: se
produce relajación del diafragma, que asciende, y se relajan también el resto de
músculos respiratorios.
Sin embargo, el esquema se invierte en la
situación de una persona crucificada. La inspiración pasa a ser pasiva, debido que el cuerpo está colgado de las
muñecas, los codos extendidos y los hombros separados: los músculos
inspiratorios accesorios están “tirando hacia
arriba” en el sentido de expandir la caja torácica. Es decir, la propia
postura de la crucifixión es favorecedora de la inspiración: casi basta con
abrir la boca para que el aire entre, succionado hacia el árbol respiratorio:
se está en una posición torácica en situación de inspiración.
Pero la
espiración está intensamente dificultada. Para una exhalación adecuada
se precisa elevar el cuerpo utilizando como apoyo los pies, la flexión de los codos y hacer movimientos de
aproximación de los hombros. Sin embargo, esta maniobra coloca todo el peso del
cuerpo sobre los huesos del tarso y producirían
un dolor severo. Más aún, la flexión
del codo causa la rotación de las muñecas alrededor de los clavos de
hierro, provocando un dolor pronunciado a lo largo del nervio mediano.
Levantar el cuerpo también sería una acción muy
lacerante, ya que apoyaría la espalda sangrante en el poste de madera. Los
dolores musculares y una parestesia (sensación de adormecimiento u
hormigueo) de los brazos se suman a la posición extremadamente incómoda.
Jesús
sufre una asfixia lenta y dolorosa que tiene como resultado un aumento de la
frecuencia respiratoria (taquipnea). Estas respiraciones, sin
embargo, son superficiales, y no se capta mucho oxígeno. Progresa la
insuficiencia respiratoria, en presencia de desagradables calambres musculares.
"Tengo sed"
Jesús habló desde la cruz: “Tengo sed” (Jn
19, 28) Aparte de las consideraciones humanas y espirituales de enorme valor,
puede perfectamente implicar también una sed fisiológica paroxística debida a la intensa deshidratación y pérdida
de sangre.
Posiblemente la sed ardiente que padeció
Jesucristo, producida por un aumento de la osmolaridad del medio interno y por la severa hipovolemia,
es una de las sensaciones más fuertes
que puede experimentar el ser humano.
Jesús aceptó y gustó la mezcla de vinagre y hiel
que le ofrecieron en una esponja colocada en una caña, “pero en cuanto lo probó, no lo quiso beber”
(Mt 27, 35). Tuvo la delicadeza humana de aceptar ese
consuelo, como aceptó que le ayudaran a llevar la cruz o que le secaran la cara
durante el camino al Calvario. El vinagre y la hiel fueron los últimos
alimentos que el Señor gustó antes de morir.
(6):
MUERTE DE JESÚS
Tras la lanzada, de su
costado manó sangre y agua
En la hora nona (tres de la tarde) Jesús dice: "todo está
consumado" (Jn 19, 30), y se abandona en las manos de Dios: "Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46). Cuenta el
Evangelio, que "Jesús, dando una fuerte voz, expiró" (Mc 16, 37). Esta
es, sin duda, la última expresión de fuerza espiratoria, y de posible dolor cardíaco extremadamente agudo, que pudo implicar la rotura del corazón de
Jesús.
Jesús muere en la cruz
Evidentemente, no gritó para llamar la atención, sino como consecuencia refleja de la
percepción instantánea de un dolor de fortísima e inefable intensidad, causado
por un infarto masivo incluso, como se ha dicho, con rotura de la pared
del miocardio. Esta rotura se puede producir por una valvulopatía coagulopática
(cierre anormal de una válvula cardíaca por un coágulo), aunque este fenómeno
requiere de una pared cardíaca extremadamente debilitada.
La Creación entera se estremece ante el grito de la Redención:
"En ese momento, el velo del
Templo se rasgó en dos partes, de arriba abajo; la tierra tembló y las rocas se
quebraron" (Mt 27, 51). Tras tres horas de penumbra, debió
impresionar la fuerte voz de Jesús. "El centurión y lo que con el custodiaban a
Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, tuvieron mucho miedo y decían:
«Verdaderamente éste era el Hijo de Dios»" (Mt 27, 51).
Causas de la muerte
La causa de muerte responde a muchos factores,
pero el sistema más afectado es el
sistema cardiorrespiratorio por:
1. La
enorme tensión emocional y descarga
nerviosa intensa que provoca taquicardia, y reconducción del flujo
sanguíneo.
2. Shock hipovolémico provocado por las hemorragias y, quizás en parte, séptico(infeccioso).
3. Arritmias cardiacas, por taquicardia
elevada, sobrecarga del corazón y alteración del potasio en sangre.
4. Insuficiencia cardiaca que produce edema (derrame de líquidos) pericárdico y pulmonar secundarios que
podrían reducir progresivamente el intercambio gaseoso en el pulmón y la contractilidad del
corazón.
5. Asfixia provocada por el edema pulmonar
y por la postura del crucificado que limita la eficacia del ciclo respiratorio
6. No
puede olvidarse la presencia de trombos
circulantes que pueden obstruir arterias de órganos vitales. Es posible
la instauración de infarto de miocardio
y de una alteración de las válvulas del corazón por presencia de
coágulos, que elevan el riesgo de rotura de tabique cardiaco. En este sentido,
la presencia de un estado de hipercoagulabilidad pudo contribuir a la formación de trombos
que detuvieran la circulación coronaria y produjeran un infarto agudo de miocardio.
Otras causas que no afectan directamente al
sistema cardiorrespiratorio son la insuficiencia renal, la hiperbilirrubinemia e hiperuremia con efectos
graves en el sistema nervioso central.
El evangelista dice que Jesús clamó con fuerte
voz dos veces en la cruz. "Hacia la hora nona clamó Jesús con fuerte
voz: «Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado?»" (Mt.
27, 45-46), palabras que corresponden a las del inicio del Salmo 22, y son,
contra lo que puede parecer, una
expresión de confianza en el Todopoderoso. Este primer grito pudiera ser
debido a un primer episodio anginoso, posiblemente
trombótico, que pudiera bloquear una arteria coronaria grande. Debido a las
muchas conexiones que se establecen entre los vasos sanguíneos, además de la
dilatación de arterias por óxido nítrico, es posible que el efecto del primer
infarto fuera transitorio. Se pudo haber producido un primer dolor agudo
referido al lado izquierdo del brazo, cuello y tórax, que pudo haberse resuelto por autorregulación.
El hecho de que Jesús gritara por segunda vez en
voz alta y luego dejara caer su cabeza y muriera (Jn 19, 30), sugiere la
posibilidad de una muerte súbita por
infarto masivo, rotura cardíaca o arritmia letal.
Parece muy posible que el dolor extremadamente
intenso acompañara al Señor hasta el último instante de su vida. No tuvo un tiempo de agonía exento de dolor,
antes bien al contrario, el agudísimo dolor de infarto de corazón, como
decíamos antes, pudiera haber sido la causa que le obligara a lanzar ese último
grito estremecedor.
Escribe San Juan, "E inclinando la cabeza, entregó su espíritu" (Jn 19, 30). Es posible que la cabeza la inclinara hacia el lado derecho, y que ocluyera
los dientes y cerrara los ojos con fuerza en un intento de reflejo de
retracción o de alejamiento de la zona dolorosa, que se refiere al cuello,
hombro, brazo y mano izquierdos, dolor bien característico de la angina de
pecho e infarto.
También es probable que se produjera una arritmia cardíaca fatal, a la que pudo
contribuir la elevada concentración de potasio en sangre. Permanece la
incertidumbre de si la muerte de Jesús fue debido a una rotura cardíaca,
a un fallo cardiorrespiratorio o
a un edema pulmonar agudo, o las
tres cosas al mismo tiempo.
De modo resumido, podemos decir que,
posiblemente, Jesús murió por asfixia
directa de agotamiento muscular, y por asfixia indirecta, secundaria a una
insuficiencia cardiaca. Esta insuficiencia pudo provocar un edema pulmonar agudo. El edema pleural y pericárdico (acumulación
de líquido acuoso en la cavidad torácica), explica la salida de agua tras la
lanzada del centurión.
Con todo esto presente, no se puede dejar de
considerar la inmensa fortaleza de la
naturaleza humana de Cristo. Solamente el hecho de sobrevivir a la
flagelación, e inmediatamente después hablar a Pilato con la lucidez, y
claridad meridianas que nos narran los Evangelios, indican, sin duda alguna,
que Jesús era un hombre de una
excepcional constitución somática, física, intelectual y espiritual.
La lanzada
Nada más expirar, el cuerpo de Jesús debió quedarse lívido, blanco con los síntomas de
rigidez muscular propios del rigor mortis: la cara se estira y la nariz se
alarga, al tiempo que los pómulos se hunden. Los ojos pudieron quedar entreabiertos y la boca a medio cerrar,
los labios lívidos, posiblemente mostrando parte de la lengua posiblemente
llagada.
Las muñecas
y los pies se desplomaron por el peso muerto del cuerpo de Jesús, y
posiblemente, las rodillas pudieron encogerse y las piernas girar, ambas hacia
el mismo lado, alrededor del clavo, al recibir
en el empeine el peso total del Cadáver.
"[...] uno de los soldados le traspasó el costado
con la lanza, y al instante salió sangre y agua" (Jn
19, 33). Los soldados romanos estaban especialmente entrenados en atacar con la
lanza el tórax derecho del adversario. Sabían que si lograban atravesar esa
zona del cuerpo se producía una rápida
y gran hemorragia.
La punta atraviesa primero los espacios
pleurales y pericárdicos, y luego el corazón derecho, de pared relativamente
delgada y al que aboca la sangre venosa, procedente de las dos venas cavas.
Solamente de esta parte del tórax se puede obtener flujo de sangre abundante
por perforación. La lanza pudo muy bien
pasar por el cuarto o quinto espacio intercostal, de abajo hacia arriba, sin
romper ninguna costilla.
San Juan narra en su evangelio que primero salió sangre y luego agua,
estableciendo una secuencia que tenía una muy especial significación para aquel
joven, valiente y enamorado discípulo de Jesús, único apóstol que después de la
Última Cena estuvo presente en la Crucifixión. San Juan viene a señalar de
manera bien patente y gráfica la entrega de Jesús: hasta la "última gota" de
Su sangre.
Desde un punto de vista fisiológico, si la presión de la aurícula derecha del
corazón y de las venas cavas hubiera sido mayor que la presión de los líquidos
edematosos de los amplios espacios intersticiales pulmonares y
cardiacos, es perfectamente razonable que, al retirar la lanza, primero saliera
sangre y luego agua.
Además, la propia rigidez cadavérica pudiera
haber ocasionado que un gran volumen de sangre procedente de las extremidades
inferiores y del abdomen -intensamente contraídos por el rigor mortis- se desplazara hacia los
amplios espacios venosos, sobre todo, a grandes cavas y desde luego, a la
aurícula derecha.
Descendimiento de la cruz
Antes de descender el cuerpo de la cruz, era
costumbre de los judíos envolver con un
sudario o paño la cabeza del difunto, sobre todo si ésta estaba
especialmente desfigurada.
Al colocar el cadáver de Jesús en posición
horizontal, y favorecido por la propia rigidez cadavérica, es posible que parte del líquido del edema pulmonar y
pleural saliera al exterior por la boca y las fosas nasales, mojando el
sudario colocado alrededor de la cabeza. Este líquido podría tener partículas
de sangre, lo cual es común en personas muertas por edema pulmonar agudo
(encharcamiento pulmonar).
Cuando José
de Arimatea desclava a Jesús de la Cruz y desciende hasta el suelo el
cuerpo inerte de Jesús, lo sostiene en
sus brazos, le quita la corona de espinas, y quizá en el cuello y en los
hombros de Jesús pudiera percibir el agradable aroma de nardo legítimo, de gran
valor, que una mujer generosamente derramó sobre su cabello pocos días antes de
la Pasión (Mt 26, 7).
José de Arimatea, con la ayuda de Nicodemo y Juan, deposita el cadáver en el sepulcro,
retira el sudario según la costumbre judía, y se envuelve en dos planos
(anterior y posterior), el cuerpo de Jesús con una sábana nueva, dice el Evangelio
(Mt 27, 59), impregnada de mirra y áloe (Jn 19, 39).
La observación
forense del cadáver de Jesús revelaría, por lo tanto: signos propios de hipoxia; hemorragia masiva y shock hipovolémico; palidez de mucosas y de órganos internos tales como pulmones,
hígado, riñones y grandes vasos arteriovenosos; signos de asfixia en cerebro y pulmones
compatibles con agonía prolongada.
Si tenemos en cuenta que la lanzada que atravesó el pulmón y el corazón derecho de Jesús se
produjo después de que el Señor hubiera muerto, se constataría en el cadáver la
ausencia de lesiones mortales, es decir, lesiones que por afectar a un órgano
vital producirían la muerte de inmediato.
La muerte de Jesús es el resultado de un largo proceso agónico que ha durado unas doce
o trece horas: aproximadamente desde la dos de la madrugada de la noche
del jueves (el canto del gallo y la negación de Pedro es hacia las tres de la
madrugada y la Agonía del Huerto sucedió poco tiempo antes), hasta las tres del
mediodía - la hora nona - del viernes siguiente.
El contenido es cortesía de
nuestros aliados y amigos: Primeros Cristianos
No hay comentarios:
Publicar un comentario