5 REFLEXIONES PROFUNDAS PARA
QUIEN BUSCA CRECER EN LA VIDA ESPIRITUAL
1. DOS SIGNOS DEL BUEN
Y MAL ARREPENTIMIENTO
¿La
tristeza es buena? Pues depende: san Pablo distingue dos tipos de tristeza, una
“que es según Dios”, y que produce un
arrepentimiento que lleva a la salvación, y otra que es “de este mundo” y que produce la muerte. (2Cor 7,10).
La
tristeza del arrepentimiento puede, por tanto, ser buena o mala, según los
efectos que produce en nosotros. Pero, en general, produce más efectos malos
que buenos, porque los buenos son sólo dos: la misericordia – el pesar por el
mal de los demás – y la penitencia – el dolor de haber ofendido a Dios –
mientras, que los malos son seis: miedo, pereza,
indignación, celos, envidia e impaciencia. Por eso dice el sabio: La tristeza mata a muchos y en ella no hay utilidad
alguna (Eclo 30,25), ya que, por dos riachos
de aguas límpidas que nacen del manantial de la tristeza, nacen seis de aguas
corrompidas”.
Por eso,
el demonio hace grandes esfuerzos para producir en nosotros esa tristeza mala,
y, para desanimarte y hacerte desesperar, comienza a perturbar tu alma. No le
cuesta mucho sugerir pretextos para ello.
¿Cómo
hago entonces, cuando me siento triste porque he hecho daño a alguien? Viene en
ayuda san Francisco de Sales: la tristeza que
produce arrepentimiento es buena, pero la que produce quietud, remordimiento e
indignación no es buena: la presencia de Dios siempre trae la paz, no la
perturbación (1Rs 19,11).
“La mala tristeza, insiste el santo, perturba a alma, inquieta, infunde
temores desmedidos, quita el gusto por la oración, aturde y fatiga el espíritu,
impide sacar provecho de los buenos consejos, tomar decisiones, formar juicios,
tener valor… en una palabra, es como un invierno riguroso que quema toda
hermosura de la tierra”.
2. SEÑALES DE QUE
ALGUIEN NO VIVE SUS FALLOS CON PAZ
Le suele
pasar esto a muchas personas que descubren a Dios y empiezan a tomar en serio
su vida espiritual: al principio muy bien, pero de repente vuelven a caer en un
defecto o una debilidad que creían superada, y se hunden.
Uno de
los síntomas es que a pesar de confesarse y recibir la absolución, la persona
no encuentra sosiego. Y, como dice san Francisco, “no
hay nada mejor para mantener nuestros defectos que la inquietud o la prisa por
querer eliminarlos”.
¿Qué le
va pasando a uno cuando no toma medidas? Pierde la alegría, está enfadado
consigo mismo y hasta con Dios, pierde la confianza en la oración y se acerca a
los sacramentos con recelo. Poco a poco, una nueva caída o incluso el recuerdo
de las faltas anteriores provocará en él melancolía; y, al final, caer en la
inercia.
¿Qué dice
san Francisco de Sales sobre esto? “Si no te
hubieras inquietado la primera vez que tropezaste, sino que mantuvieras la
calma, tomando suavemente el corazón en las manos, no habrías caído por segunda
vez”.
3. PACIENCIA CON
NUESTRAS IMPERFECCIONES
El santo
lo explicaba con una imagen muy sencilla: “¿Qué
hacen los pájaros y demás animales cuando quedan presos en una red? Se debaten
desordenadamente por el esfuerzo de liberarse, y así sólo consiguen enredarse
cada vez más… No es perdiendo la serenidad de espíritu como conseguiremos
deshacer los lazos que nos atan a las imperfecciones; al contrario, así nos
enredamos más en ellas”.
“Es preciso sufrir con paciencia la lentitud con que nos vamos
perfeccionando y no dejar de hacer lo que podemos para progresar, siempre con
buena voluntad”. “Aguardemos, pues, con paciencia nuestro progreso y, en vez de
inquietarnos por haber hecho tan poco en el pasado, procuremos hacer más en el
futuro”.
4. SERENIDAD CON
OCASIÓN DE LAS CAÍDAS
El santo
recomendaba tener “mucha serenidad” cuando uno
vuelve a caer en sus defectos. “Hay que tener
paciencia con todos, ¡pero sobre todo con uno mismo!”. Para Francisco,
el secreto de una buena vida espiritual es estar “siempre
empezando de nuevo”. Pues las caídas pueden ayudar mucho a ser humilde,
si se aprovechan bien.
5. SOPORTAR LOS PROPIOS
DEFECTOS CON UN DOLOR TRANQUILO Y SERENO
¿Es
necesario huir del mal? Pues claro, pero con tranquilidad y serenidad. Si uno
tiene angustias o está perturbado, ya le ha alcanzado el mal del que quiere
huir. ¿Cuál es la clave? Cuando uno está dolido por las faltas cometidas – cosa
normal – pero siente al mismo tiempo una alegría consoladora, no amargura.
“Quien vive en Dios nunca se entristece, sino que siente una profunda,
tranquila y serena humildad y sumisión, tras la cual se levanta confiado en la
bondad divina”. En
resumen: que tu miseria no te haga dudar del amor de Dios.
(Tomado del libro: “A Arte de Aproveitar as Próprias Faltas”, Joseph
Tissot)
Por Corrado Alisonno
es.aleteia.org
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