Muchos creyentes
sienten que el Sacramento de la Reconciliación no es para ellos y suelen
explicar por qué citando alguna de estas cuatro objeciones.
Por: Alejandra María Sosa Elízaga | Fuente: Siame.mx
Por: Alejandra María Sosa Elízaga | Fuente: Siame.mx
Cuando le haces esta pregunta a alguien, con
lamentable frecuencia te responden: ‘uuuuuyyyy, ni
me acuerdo’, o ‘supongo que antes de hacer
mi Primera Comunión’, o peor aún: ‘nunca’.
Muchos creyentes sienten que la Confesión -es decir, el Sacramento de la
Reconciliación- ‘no es para ellos’, y suelen
explicar por qué citando alguna de estas cuatro objeciones que vale la pena
revisar y responder:
1) No tengo pecados.- Cuando
alguien afirma esto -y no es la Virgen María- cabría preguntarle qué entiende
por ‘pecado’; quizá cree que pecar es hacer
algo gordo como matar a alguien o robar un banco, pero no sólo es así. Pecar es
decirle ‘no’ a Dios, a lo único que te pide
que es amar. Jesús nos dejó sólo un mandamiento: ‘que
os améis unos a otros como Yo os amo’ (Jn 15, 12) y advirtió también que
el pecado no sólo abarca las obras, sino las intenciones del corazón (ver Mt 5,
21-28), así que, cada vez que piensas pestes de alguien, deseas su mal,
envidias, juzgas, albergas rencor, estás pecando. También se peca de palabra:
por ejemplo cuando mientes, criticas, difamas a otros; de obra: cuando haces
algo por rencor, ira, egoísmo o para dañar; y de omisión: cuando no haces
un bien que podrías haber hecho. ¿Te das cuenta? ¡Es facilísimo pecar!, ¿quién
no ha dicho una mentira?, ¿quién no ha sentido rencor? Dice San Juan: “Si decimos: ‘No tenemos pecado’, nos engañamos” (1Jn
1,8).
2) ¿Por qué tengo que ir a
decirle mis pecados a uno que quizá es más pecador que yo?.- Por
dos razones: a) Porque
a quien le dices tus pecados es a Dios. El sacerdote es sólo un mediador para
que tú puedas recibir el perdón de Dios, y la efectividad de este Sacramento no
depende de la santidad del sacerdote. b) Porque
fue Jesucristo el que instituyó el Sacramento de la Reconciliación, cuando les
dio a Sus apóstoles el poder de perdonar pecados en Su nombre (ver Jn 20,22-23;
Mt 16,19 y 2Cor 5,18) y para que pudieran perdonarlos ¡tenían que oírlos! y
obviamente delegar este poder a sus sucesores a través de los siglos. Jesús
instituyó este Sacramento para tu bien.
3) Tuve una mala
experiencia y ya no quiero volverme a confesar.- ¿Nunca
has tenido un incidente desagradable durante la comida? Y no por eso has dejado
de comer… Es cierto que no todos los sacerdotes tienen el carisma de ser buenos
confesores, pero afortunadamente son muchos los que tienen la paciencia,
sabiduría y tacto que se requieren. No dejes que una mala experiencia te prive
de disfrutar un Sacramento en verdad consolador. Pídele a algunos católicos que
conozcas que te recomienden a un sacerdote que sepan que es buen confesor, ve
con él y verás la diferencia. Date una oportunidad.
4) No necesito confesarme; le
pido perdón a Dios en mi interior y basta.-El Sacramento de la Reconciliación
te da muchas cosas que no puedes obtener por ti mismo: a)
Decir lo que hiciste.- No es lo mismo pensar que hiciste mal y olvidarlo,
que decírselo a alguien. Eso te hace reconocerlo, asumirlo y buscar cambiar
(Como cuando en las juntas de Alcohólicos Anónimos alguien se levanta y dice su
nombre y reconoce que es alcohólico: comienza su sanación). b) Desahogarte.- Hay cosas que has hecho que no puedes
contarle a nadie. Es un alivio poderlas decir al sacerdote y saber que él no
las dirá a nadie, bajo pena de excomunión. c) Recibir
consejo.- Por su gracia sacerdotal, experiencia y todo lo que ha oído, un buen
confesor te ilumina, te da ideas para superar tu pecado que a ti no se te
hubieran ocurrido. d) Recibir el perdón de Dios.- ¡Es maravilloso que Dios
condescienda a permitir que un hombre perdone lo que le hacemos a Él! Escuchar
las palabras de la absolución y recibir la bendición es sentir de manera
palpable que el Señor nos perdona. e) Recibir una gracia especial para superar
tu pecado.- El Señor derrama sobre ti toda Su gracia y Su ternura y te da una
fuerza especial para que no caigas de nuevo en aquello que te hizo caer. Es
algo extraordinario que te pierdes si no te confiesas.
Cuando leemos la parábola del ‘hijo pródigo’ que Jesús nos cuenta como ejemplo
del amor de Dios Padre (ver Lc 15,11ss), nos conmueve lo que sucede al joven
que luego de haberse alejado y caído en lo peor vuelve a casa: es recibido por
su papá que ¡lo abraza y lo besa! Siempre he pensado que afuera de los
confesionarios debería haber alguien abrazando a los que salen de confesarse,
para hacerlos sentir ese gozoso gesto de bienvenida del Padre celestial que
está haciendo ¡fiesta! por su conversión.
La Iglesia pide que te confieses cuando menos
una vez al año para asegurarse de que aunque sea cada doce meses aligeres tus
cargas y te dejes apapachar por Dios, Padre amoroso que viene a tu encuentro
con los brazos abiertos. ¿Lo dejarás abrazarte o lo dejarás esperando? Tú
decides…
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