VATICANO, 14 Jun. 16 / 05:20 am (ACI).-Los dones jerárquicos y los
dones carismáticos son “co-esenciales” para
la vida de la Iglesia. Esta es la
conclusión de Iuvenescit Ecclesia (La Iglesia rejuvenece), una carta de
la Congregación para la Doctrina de la Fe dirigida a los obispos de todo el
mundo.
La carta aborda la relación entre la jerarquía (sacramento del orden episcopal,
presbiteral y diaconal) y los carismas (suscitados por el Espíritu Santo) en la
Iglesia, es decir, las asociaciones, movimientos y comunidades animados y
guiados la mayoría por laicos.
La publicación de la Carta lleva fecha del 15 de mayo de 2016,
Solemnidad de Pentecostés y fue aprobada por el Papa Francisco el pasado 14 de
marzo.
“La Iglesia rejuvenece por el poder del Evangelio y
el Espíritu continuamente la renueva, edificándola y guiándola con diversos
dones jerárquicos y carismáticos”, señala
carta en su introducción.
El inicio del documento destaca la importancia del Concilio Vaticano II en el
origen de estos carismas que tienen urgencia en “la
tarea de comunicar con eficacia el Evangelio”. Por eso, “en esta tarea indispensable de la nueva evangelización
es más necesario que nunca reconocer y apreciar los muchos carismas que pueden
despertar y alimentar la vida de fe del pueblo de Dios”.
Atracción del encuentro
con el Señor
El texto reconoce que “tanto antes como
después del Concilio Vaticano II han surgido numerosos grupos eclesiales que
constituyen un gran recurso de renovación para la Iglesia y para la urgente
‘conversión pastoral y misionera’ de toda la vida eclesial”.
“Los grupos de fieles, movimientos eclesiales y
nuevas comunidades proponen formas renovadas de seguimiento de Cristo en los
que profundizar la comunión con Dios y la comunión con los fieles, llevando a
los nuevos contextos sociales la atracción del encuentro con el Señor Jesús y
la belleza de la existencia cristiana vivida integralmente”.
Los siguientes capítulos del documento de Doctrina de la fe realizan un
breve repaso sobre los carismas en el Nuevo Testamento y en el Magisterio
reciente de la Iglesia.
Respecto a los dones jerárquicos, el texto afirma que “en sus diversos grados, se dan para que a la Iglesia,
como comunión, no le falte nunca a ningún fiel la oferta objetiva de la gracia
en los Sacramentos,
el anuncio normativo de la Palabra de Dios y la cura pastoral”.
Sobre los dones carismáticos, explica que “se
distribuyen libremente por el Espíritu Santo para que la gracia sacramental
lleve sus frutos a la vida cristiana de diferentes maneras y en todos sus
niveles”. Estos dones “mueven a los fieles a
responder libremente y de manera adecuada al mismo tiempo, al don de la
salvación, haciéndose a sí mismos un don de amor para otros y un auténtico
testimonio del Evangelio para todos los hombres”.
Autenticidad del
carisma
La carta califica a los movimientos y nuevas comunidades de “dones carismáticos compartidos” que “muestran cómo un carisma original en particular puede
agregar a los fieles y ayudarles a vivir plenamente su vocación cristiana y el
propio estado de vida al servicio de la misión de la Iglesia”.
Otro de los asuntos que aborda el documento es el reconocimiento por
parte de la autoridad eclesiástica de estos carismas. Algunos “no requieren de regulaciones específicas” pero “cuando un don carismático se presenta como ‘carisma
originario’ o ‘fundamental’ entonces necesita un reconocimiento específico para
que esa riqueza se articule de manera adecuada en la comunión eclesial y se
transmita fielmente a lo largo del tiempo”.
Así, “reconocer la autenticidad del carisma
no es siempre una tarea fácil, pero es un servicio debido que los pastores
tienen que efectuar”.
La Congregación para la Doctrina de la Fe subraya que “la autoridad debe ser consciente de la espontaneidad
real de los carismas suscitados por el Espíritu Santo, valorándolos de acuerdo
con la regla de la fe en vista de la edificación de la Iglesia”.
En otro de los capítulos se detallan los criterios para el
discernimiento de los dones carismáticos: “el
primado de la vocación de todo cristiano a la santidad; el compromiso con la
difusión misionera del Evangelio; la confesión de la fe católica; el testimonio
de una comunión activa con toda la Iglesia; el respeto y el reconocimiento de
la complementariedad mutua de los otros componentes en la Iglesia carismática”.
También señala “la aceptación de los
momentos de prueba en el discernimiento de los carismas” y “la presencia de frutos espirituales; la dimensión social
de la evangelización”.
Pertenencia de
sacerdotes, seminaristas y matrimonios
La última parte de “La Iglesia rejuvenece” hace
referencia a la relación entre los carismas y la jerarquía: “la práctica de la buena relación entre los diferentes
dones en la Iglesia requiere la inserción activa de la realidad carismática en
la vida pastoral de las Iglesias particulares”, manifiesta el texto.
El documento también afirma que “se tendrá
que tener en cuenta la relación esencial y constitutiva entre la Iglesia
universal y las Iglesias particulares”.
Por otro lado, se reconoce que los dones “pueden
estar relacionados con todo el orden de la comunión eclesial, tanto en
referencia a los Sacramentos como a la Palabra de Dios”. “Ellos, de acuerdo con
sus diferentes características, permiten dar mucho fruto en el desempeño que
emanan del Bautismo, la Confirmación, el Matrimonio y el Orden, así
como hacen posible una mayor comprensión espiritual de la divina Tradición”.
Sobre la pertenencia de los matrimonios a estos grupos eclesiales, se
dice que “pueden instruir válidamente a los jóvenes
y cónyuges mismos, principalmente a los recién casados, en la doctrina y en la
acción y en formarlos para la vida familiar, social y apostólica”.
Los sacerdotes también pueden formar parte de ellos y encontrar así “fuerza y ayuda para vivir plenamente cuanto se requiere
de su ministerio específico”, algo que también sucede con los
seminaristas.
Por último, la carta nos invita a mirar a María, Madre de la Iglesia y
modelo de “plena docilidad a la acción del Espíritu
Santo” y de “límpida humildad”: por
su intercesión, se espera que “los carismas
distribuidos abundantemente por el Espíritu Santo entre los fieles sean mansamente
acogidos por ellos y den frutos para la vida y misión de la Iglesia y para el
bien del mundo”.
Por Alvaro de Juana
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