Una mujer enlutada es
recibida en audiencia por un coronel de la Columna Durruti, cerca de Badalona
en 1936.
-Vamos a ver, ¿qué quieres? –le
pregunta sin dejar de firmar papeles y revisar listas.
La mujer le suplica con lágrimas
la vida de un hombre de 37 años. Desgrana unas cuantas virtudes del condenado.
Pero más que exponer virtudes, pide compasión. El coronel impertérrito, al ver
de qué se trataba, no ha dejado de revisar papeles, hacer anotaciones, estampar
firmas y sellar salvoconductos.
-Bueno, cállate y márchate –le
ordenó con malos modos el militar anarquista-. Déjame en paz, tengo mucho
trabajo.
-¿No quieres que te
cuente la vida de este pobre y desgraciado hombre? –la mujer le tuteaba, tal como querían los anarquistas.
-No me interesa lo más mínimo. Si
ha sido condenado... pues que muera. Algo habrá hecho. Salud, camarada.
-No te he dicho el
nombre del sentenciado.
-¡Me es indiferente! Anda, sal.
La mujer que no se había sentado
en ningún momento, se dirigió hacia la puerta. Unos pasos más adelante se
volvió y le preguntó:
-Camarada coronel,
el condenado eres tú.
El oficial levantó la mirada
fríamente sin atemorizarse. ¿Tendría algún arma escondida? ¿Querría vengarse?
Le bastó mirar los ojos bondadosos y doloridos de esa mujer, para saber que
ella no le iba a matar. Algo sabía de psicología humana para estar seguro de
ello.
-¿Y quién lo va a hacer si se puede
saber?
La mujer a cinco pasos de él le
respondió con serenidad:
-Dios.
Hubo un momento de silencio. El
coronel le miró a los ojos fijamente.
-Así que Dios.
Asintió con la cabeza la mujer.
-Y... ¿voy a caer fulminado por
un ataque al corazón?
-No.
-¿Se va a abrir la tierra bajo
mis pies?
-Al Señor no le
gusta abusar de lo teatral.
-¿El enemigo va a lanzar una
bomba sobre este cuartel?
-Las filas
adversarias están muy lejos.
-No voy a morir de enfermedad, no
voy a recibir un castigo bajado directamente del cielo, tampoco son los
nacionales... Mira, márchate ahora que puedes, pasado mañana me imponen una
nueva condecoración. Las mujeres locas no me interesan. Pero si me importunas
más, te aseguro que hoy servirás de divertimento a medio regimiento aburrido.
Te aseguro que estás en una posición más peligrosa de lo que piensas.
-¿Has sido fiel al
Partido?
-¡Más fiel que nadie! –respondió
airado.
-¿No has sido
corrupto?
-Jamás. He sido austero como un
monje.
-¿No te has
desviado ideológicamente?
El coronel pensó que ése no era
el lenguaje de una pobre aldeana. Quizá sería conveniente enviarla a que la
interrogaran un par de días. La mujer continuó:
-Pasado mañana no
te condecorarán.
-¿Por qué, vieja loca?
-Porque esta tarde
morirás, dentro de dos horas. He sido enviada desde el cielo para que te
arrepientas y salves tu alma, ya que tu vida no puedes salvarla.
El coronel lo tenía decidido,
había que interrogar a esa mujer. Lo más seguro es que estuviera desquiciada,
pero no le importaba. La mujer añadió:
-Vas a sufrir mucho
antes de morir. Vas a padecer en cada parte de tu cuerpo por la más acerba de
las fieras. Tienes unos segundos para cambiar tu destino. Una última
oportunidad que te concede tu Padre que está en los cielos por las muchas
oraciones de tu madre y de los mártires que has mandado asesinar.
-¡Calla!
-Ven hacia aquí y
siéntate.
El coronel ya tenía decidido el
destino de esa mujer, su triste destino. Pero antes quería acabar de rellenar
el papel que tenía a medio hacer.
-Siéntate aquí y calla –ordenó
enérgico.
-No te ocupes en
esos papeles inútiles. Ocúpate de tu alma. Si te arrepientes, te salvarás.
-Vieja lechuza loca –y le arrojó
el cenicero para que se callara.
-Te he pedido
piedad y no has tenido piedad. Te he suplicado misericordia y no has mostrado
misericordia. Y no sabías que pedía por ti.
-Si me interrumpes una sola vez
más, te sacaré de aquí arrastrándote de los pelos y no será precisamente para
llevarte a tu casa. Además, estás detenida.
-Como desees, no te
interrumpiré ni una sola vez más. Pero yo saldré tranquilamente por esa puerta,
tan libre como he entrado.
-Puedes apostar a que no será así –le dijo acabando de redactar el último papel.
-Puedes apostar a que no será así –le dijo acabando de redactar el último papel.
Mientras lo firmaba y sellaba, entraron
como una avalancha tres oficiales apuntándole con sus pistolas.
-¿Pero qué es esto?
-Traidor, estás detenido. Aquí
tienes la orden de Durruti. Si nos dices los nombres, aun puedes salvarte.
-¿Qué nombres?
-Vamos, sinvergüenza –le ordenó uno de ellos haciendo un gesto con la
cabeza para que les siguiera, mientras otro le tomaba la pistola del cinto.
P. FORTEA
No hay comentarios:
Publicar un comentario