Seamos realistas. Si se nos da
la opción, la mayoría de nosotros optaríamos por la conversión experimentada
por San Pablo, una transformación casi instantánea y definitiva de vida a
partir de los sucesos que tuvo camino a Damasco.
Sin embargo parece que la
mayoría de los cristianos tiene que estar luchando diariamente en la
ambivalencia, como lo hizo San Pedro hasta Pentecostés.
Esto lo vemos en nuestras
vidas, que nos comportamos más como “vampiros” de la fe, mirando sólo nuestra
vida espiritual, y no como apóstoles, aun sabiendo que no nos salvamos solos y
que Dios nos juzgará por la capacidad de dar amor real y verdadero a los demás
– no el egoísta.
Nos cuesta horrores
comprometernos en tareas de voluntariado para la evangelización; y aun cuando
podemos llegar a comprometernos en algún momento, nuestra perseverancia dura lo
que un lirio, y rápidamente abandonamos.
La
conversión que tuvo San Pablo no parece ser común pero se da, en cambio la más
común entre los católicos parece ser la de Pedro, un camino sinuoso de pasos para adelante y para
atrás, que en algún momento puede solidificar nuestra fe como una roca, pero
tampoco parece que a este punto lleguen la mayoría de los católicos, quienes
solemos navegar en la ambivalencia. Y por supuesto ahora muchos más debido al rápido crecimiento de la apostasía.
Pero de cualquier forma, el modelo de conversión de San Pedro es el que nos da esperanza de llegar
a buen puerto pasando por varias cuaresmas de lucha contra nuestros
desórdenes.
EL MODELO DE CONVERSIÓN DE SAN
PABLO
He aquí cómo Hechos 22:6-11 describe la súbita conversión del gran apóstol:
“Iba de camino, y ya estaba cerca de Damasco,
cuando a eso del mediodía se produjo un relámpago y me envolvió de repente una luz muy brillante que venía del cielo.
Caí al suelo y oí una voz que me decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»
Yo respondí: «¿Quién eres, Señor?» Y él me dijo: «Yo soy Jesús el Nazareno, a
quien tú persigues».
Los que me acompañaban vieron la luz y se
asustaron, pero no oyeron al que me hablaba. Entonces yo pregunté: «Qué debo
hacer, Señor?». Y el Señor me respondió: «Levántate y vete a Damasco. Allí te hablarán de la misión que te ha sido
asignada». El resplandor de aquella luz me dejó ciego, y entré en
Damasco llevado de la mano por mis compañeros”.
Pablo pronto recupera la vista y fue bautizado. Esta forma de conversión es una experiencia
de un repentino giro instantáneo en la vida que sólo puede explicarse
por un encuentro radical con el Cristo resucitado.
Saulo,
el fariseo que había perseguido a la Iglesia cristiana y supervisado
la lapidación de su primer mártir, San Esteban, se transformó en Pablo, uno de
sus más celosos misioneros, escritor prolífico, cuya impronta dio forma al
cristianismo.
La
mayoría de nosotros conocemos a alguien que ha tenido una experiencia como la
de Damasco:
un giro repentino en su vida que le alejó de una vida de pecado, desesperación
o falta de fe, y le llevó a una de santa y amorosa devoción a Dios.
Pensamos
en el alcohólico que fue liberado de su adicción o tal vez un traficante de drogas o miembro de una
banda que un día se alejó de sus operaciones oscuras.
Esa
es la experiencia de la conversión muchos de nosotros queremos: una
transformación repentina, instantánea, un giro irrevocable hacia Cristo.
Y para aquellos de entre nosotros que no lo han
experimentado, cuyos viajes han sido más graduales, llenos de muchos giros, a
veces hay una tentación de cuestionar
la autenticidad de su fe.
La conversión más dramática no
necesariamente es la más fiable, porque también puede tener altibajos. Es
cierto que los nuevos conversos radicales muestran una devoción inicial muy
fuerte, pero eso no significa que luego no se vaya erosionando.
Sin embargo es
el tipo de conversión modelo que maneja el protestantismo evangélico y muchas
veces se traslada a la Iglesia Católica.
EL MODELO DE LA CONVERSIÓN DE
SAN PEDRO
Pero hay otro
gran modelo en el Nuevo Testamento, la conversión de San Pedro.
Si seguimos a Pedro a través
de los evangelios su historia parece ser una serie de conversiones seguidas de
caídas vergonzosa de fe.
Considera la historia de Pedro pescando toda la
noche en vano. Por la mañana, Jesús se mete en su barco le dice a que eche sus
redes una vez más. Hay tantos peces en las redes que la barca está en riesgo de
hundirse. Pedro cae delante de Jesús,
diciendo: “Apártate de mí Señor, que soy un hombre pecador”
(Lucas 5:3-8).
La palabra “Señor” que usó Pedro es fuerte. En la
cultura judía de ese tiempo, Señor podría ser un sinónimo del sagrado nombre
tácito de Dios, Yahvé. La admisión de
Pedro de que él es un pecador indigno de estar en presencia del Santo
parece reforzar esa interpretación.
Pero entonces, alrededor de un año o dos más tarde,
Pedro falla en una profunda prueba de
su fe cuando Cristo le llama a caminar sobre el agua. Pedro lo hace bien
sólo hasta el momento antes de perder de vista en Cristo, y mirando el viento
se hunde en las olas. (Lee la historia en Mateo 14)
Por otra parte, uno de los momentos más brillantes de Pedro viene después del
discurso del Pan de Vida en Juan 6, donde Jesús explica que su carne debe ser
comida y su sangre consumida con el fin de ser salvados, sin duda, una
enseñanza difícil de aceptar, entonces, y que lo sigue siendo hoy en día.
Caminar sobre el agua era una cosa, pero esta enseñanza era ir demasiado lejos
para muchos discípulos, y algunos decidieron dejar la compañía de Jesús. Pero
Pedro no sólo insiste en que él permanecerá con su Señor, él confiesa su deidad: “Nosotros creemos y
sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Juan 6:69).
Después de esta confesión, Cristo le dice a Pedro que Él edificará su Iglesia sobre él (en
Mateo 16). ¿Podríamos imaginar una más extraordinaria confirmación de la fe de
Pedro?
Pero entonces Pedro casi de inmediato tiene una
reacción contraria. Cristo va a predecir
su muerte y resurrección y Pedro declara que tal cosa nunca debe suceder,
haciéndose acreedor tal vez uno de los reproches más duros en todos los
evangelios. En el espacio de cinco versículos, Pedro ha pasado de ser
aclamado como una roca de la Iglesia a ser llamado, literalmente, el diablo
(Mateo 16:23).
Algún tiempo después, Pedro es uno de los tres discípulos en presenciar la Transfiguración,
una manifestación de Jesús en su estado glorificado que podría ser comparable a
lo que Pablo vio en el camino a Damasco. ¿Este es el punto de inflexión
definitivo para Pedro? Por desgracia, no lo es. En cambio, Pedro parece totalmente perdido y confundido
por todo el evento, y ofrece montar tiendas para Jesús, Moisés y Elías.
(Lee el relato de Mateo 17)
Pedro luego entra en escena en los acontecimientos
inmediatamente previos y durante la Pasión de Cristo. Aquí lo vemos en el punto
más bajo de su historia: su negación
por tres veces de conocer a Cristo. (Lee el relato de Mateo 26).
Es sólo después de la
resurrección que Pedro comienza a hacer el giro definitivo y final hacia Cristo:
él es el primero en correr a la tumba vacía y Jesús se le aparece antes que a
los demás.
Incluso entonces, sin embargo, la conversión de
Pedro parece gradual. Cristo se le aparece a él y a los otros discípulos varias
veces más. En la segunda, Cristo
provoca de Pedro una triple afirmación de su amor por Cristo para aparentemente
deshacer la triple negación de Pedro.
Pero Pedro aún aquí no aparece en su papel
destinado de primer pastor de la Iglesia de Cristo. Tampoco se lo ve de esa
forma y en este papel después de la Ascensión. Debemos esperar hasta Pentecostés para ver comenzar su predicación y
compartir su fe con otros.
UN ALIVIO EN NUESTRO CAMINO DE
CONVERSIÓN
Por increíble que parezca, lo
que sucedió a Pablo en una cuestión de días, tomó años a Pedro. Pero la vida
luego de la conversión fue bastante diferente también en ambos, pero no viene
al caso en este artículo.
En lugar de ser un cuento con moraleja, la historia
de Pedro y Pablo debe animarnos.
Aquí
está un hombre que negó a Cristo, no una, sino tres veces, y esto después de
ver al Dios Encarnado caminando sobre el agua, sanando a los enfermos y
resucitando a los muertos, y que se manifiesta en un estado glorificado;
incluso su fe no parece ser la de una ‘roca’ después de ver la tumba vacía, al Señor
resucitado, y su Ascensión.
¡Aun así estamos frente a un hombre que se mostró reacio a proclamar la buena
noticia!
Es
algo para que todos nosotros debemos tener en cuenta cada vez que
parezca que nuestra entrada en la plenitud de la fe está tardando más de lo
esperado o incluso ha tomado un giro inesperado o parece que va peor.
Recuerda entonces que Pedro y Pablo fueron grandes
apóstoles, autores de la Escritura, y grandes santos, pero cada uno en su propio camino.
Uno
dio forma teológica y organizacional al cristianismo tal cual lo
conocemos; hoy todos somos cristianos paulinos. Pero sólo uno se convirtió en la roca de la Iglesia.
No podemos decir que la súbita conversión de San
Pablo es superior a la lenta y sinuosa conversión de San Pedro; ambas llegan a destino pero por diferentes
vías.
Pero claro, ambas son modelos extremos, porque
entre medio hay diferentes situaciones, como que por ejemplo, alguien adquiere
una conversión súbita que le hace abandonar todo y cambiar de vida, como parece
que sucede frecuentemente con quienes tienen una experiencia cercana a la
muerte, pero esa fe necesita un proceso
de maduración, y es en ese proceso pueden suceder sinuosidades como las que
experimentó San Pedro.
¡Ánimo
que el Señor y su Madre están para guiarnos en el camino!
Fuentes:
- http://catholicexchange.com/conversion-think-want
- http://es.wikipedia.org/wiki/Conversi%C3%B3n_de_San_Pablo
- https://www.aciprensa.com/santos/santo.php?id=30
- http://es.wikipedia.org/wiki/La_conversi%C3%B3n_de_San_Pablo_(Miguel_%C3%81ngel)
- http://pedrofraile.blogspot.com/2013/06/la-conversion-de-san-pedro-y-de-san.html
- http://manuelmartinezcano.org/2013/08/20/la-conversion-de-san-pedro/
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