La humanidad se
juega su futuro en la capacidad que tenga para asumir el hambre y la sed de sus
hermanos.
Por: Papa Francisco | Fuente: Oficina de Prensa de la Santa Sede (http://press.vatican.va)
Por: Papa Francisco | Fuente: Oficina de Prensa de la Santa Sede (http://press.vatican.va)
(Ciudad del Vaticano, 13 de junio de 2016).- La
credibilidad de una Institución no se fundamenta en sus declaraciones, sino en
las acciones realizadas por sus miembros. Se fundamenta en sus testigos”. Lo ha
dicho esta mañana el Papa Francisco, durante la inauguración de la Sesión Anual
2016 de la Junta Ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos (PAM),
agradeciendo los esfuerzos y el compromiso de esa institución “con una causa
que no puede no interpelarnos: la lucha contra el hambre que padecen muchos de
nuestros hermanos”. “La Iglesia Católica fiel a su misión, –ha subrayado-
quiere trabajar mancomunadamente con todas las iniciativas que luchen por
salvaguardar la dignidad de las personas, especialmente de aquellas en las que
están vulnerados sus derechos. Para hacer realidad esta urgente prioridad de
“hambre cero”, les aseguro todo nuestro apoyo y respaldo a fin de favorecer
todos los esfuerzos encaminados”.
El Santo Padre fue recibido a su llegada por la directora ejecutiva del PAM Etharin Cousin, por el Observador Permanente de la Santa Sede ante ese organismo, mons. Fernando Chica Arellano y por la presidenta del Consejo de Administración 2016 del PAM SE, Stephanie Hochstetter Skinner-Klée. En el atrio del edificio, después de la presentación a los altos funcionarios, se detuvo unos momentos para rezar ante el “Muro de la memoria”, testigo del sacrificio que realizaron los miembros de este Organismo, entregando su vida para que, incluso en medio de complejas vicisitudes, los hambrientos no carecieran de pan, como recordó posteriormente en el discurso pronunciado en el auditorium, subrayando que esos nombres “grabados a la entrada de esta Casa son un signo elocuente de que el PAM, lejos de ser una estructura anónima y formal, constituye un valioso instrumento de la comunidad internacional para emprender actividades cada vez más vigorosas y eficaces”.
Después el Papa firmó en el Libro de Oro del PAM, con esta frase: ¡Hay gente que tiene hambre! Hay chicos que tienen hambre y no pueden desarrollar sus potencialidades. Ayuda de urgencia y promoción: dos pasos a seguir. Gracias, de corazón, por todo lo que Ustedes hacen. Con fraternal reconocimiento y afecto
Francisco
El Santo Padre fue recibido a su llegada por la directora ejecutiva del PAM Etharin Cousin, por el Observador Permanente de la Santa Sede ante ese organismo, mons. Fernando Chica Arellano y por la presidenta del Consejo de Administración 2016 del PAM SE, Stephanie Hochstetter Skinner-Klée. En el atrio del edificio, después de la presentación a los altos funcionarios, se detuvo unos momentos para rezar ante el “Muro de la memoria”, testigo del sacrificio que realizaron los miembros de este Organismo, entregando su vida para que, incluso en medio de complejas vicisitudes, los hambrientos no carecieran de pan, como recordó posteriormente en el discurso pronunciado en el auditorium, subrayando que esos nombres “grabados a la entrada de esta Casa son un signo elocuente de que el PAM, lejos de ser una estructura anónima y formal, constituye un valioso instrumento de la comunidad internacional para emprender actividades cada vez más vigorosas y eficaces”.
Después el Papa firmó en el Libro de Oro del PAM, con esta frase: ¡Hay gente que tiene hambre! Hay chicos que tienen hambre y no pueden desarrollar sus potencialidades. Ayuda de urgencia y promoción: dos pasos a seguir. Gracias, de corazón, por todo lo que Ustedes hacen. Con fraternal reconocimiento y afecto
Francisco
En el discurso que pronunció y del que ofrecemos
amplios extractos, el Papa alertó de la llamada “naturalización” de la
miseria”, es decir, de que la excesiva información que por una parte acerca a
las situaciones trágicas y conflictivas, por otra inmuniza ante ellas porque se
evalúan como algo natural y pidió la
“desburocratización del hambre”, de todo aquello que impide que los planes de
ayuda humanitaria cumplan sus objetivos.
Siguen amplios párrafos del discurso del
Pontífice:
“Por vivir en un mundo interconectado e
hípercomunicado, las distancias geográficas parecen achicarse. Tenemos la
posibilidad de tomar contacto casi en simultáneo con lo que está aconteciendo
en la otra parte del planeta. Por medio de las tecnologías de la comunicación,
nos acercamos a tantas situaciones dolorosas que pueden ayudar (y han ayudado)
a movilizar gestos de compasión y solidaridad. Aunque, paradójicamente
hablando, esta aparente cercanía creada por la información, cada día parece
agrietarse más. La excesiva información con la que contamos va generando
paulatinamente – perdónenme el neologismo – la “naturalización” de la miseria.
Es decir, poco a poco, nos volvemos inmunes a las tragedias ajenas y las
evaluamos como algo “natural”. Son tantas las imágenes que nos invaden que
vemos el dolor, pero no lo tocamos; sentimos el llanto, pero no lo consolamos;
vemos la sed pero no la saciamos. De esta manera, muchas vidas se vuelven parte
de una noticia que en poco tiempo será cambiada por otra. Y mientras cambian
las noticias, el dolor, el hambre y la sed no cambian, permanecen. Tal
tendencia – o tentación – nos exige hoy un paso más y, a su vez, revela el papel
fundamental que Instituciones como la vuestra tienen para el escenario global.
Hoy no podemos darnos por satisfechos con sólo conocer la situación de muchos
hermanos nuestros. Las estadísticas no sacian. No basta elaborar largas
reflexiones o sumergirnos en interminables discusiones sobre las mismas,
repitiendo incesantemente tópicos ya por todos conocidos. Es necesario
“desnaturalizar” la miseria y dejar de asumirla como un dato más de la
realidad. ¿Por qué? Porque la miseria tiene rostro. Tiene rostro de niño, tiene
rostro de familia, tiene rostro de jóvenes y ancianos. Tiene rostro en la falta
de posibilidades y de trabajo de muchas personas, tiene rostro de migraciones
forzadas, casas vacías o destruidas. No podemos “naturalizar” el hambre de
tantos; no nos está permitido decir que su situación es fruto de un destino
ciego frente al que nada podemos hacer. Y, cuando la miseria deja de tener
rostro, podemos caer en la tentación de empezar a hablar y discutir sobre “el
hambre”, “la alimentación”, “la violencia” dejando de lado al sujeto concreto,
real, que hoy sigue golpeando a nuestras puertas. Cuando faltan los rostros y
las historias, las vidas comienzan a convertirse en cifras, y así
paulatinamente corremos el riesgo de burocratizar el dolor ajeno. Las burocracias
mueven expedientes; la compasión – no la lástima, la compasión, el
“padecer-con” –, en cambio, se juega por las personas. Y creo que en esto
tenemos mucho trabajo que realizar. Conjuntamente con todas las acciones que ya
se realizan, es necesario trabajar para “desnaturalizar” y desburocratizar la
miseria y el hambre de nuestros hermanos. Esto nos exige una intervención a
distintas escalas y niveles donde sea colocado como objetivo de nuestros
esfuerzos la persona concreta que sufre y tiene hambre, pero que también
encierra un inmenso caudal de energías y potencialidades que debemos ayudar a
concretar.
Desnaturalizar
la miseria
Cuando estuve en la FAO, con motivo de la II Conferencia Internacional sobre Nutrición, les decía que una de las incoherencias fuertes que estábamos invitados a asumir era el hecho de que existiendo comida para todos, «no todos pueden comer, mientras que el derroche, el descarte, el consumo excesivo y el uso de alimentos para otros fines, están ante nuestros ojos»
Dejémoslo claro, la falta de alimentos no es algo natural, no es un dato ni obvio, ni evidente. Que hoy en pleno siglo XXI muchas personas sufran este flagelo, se debe a una egoísta y mala distribución de recursos, a una “mercantilización” de los alimentos. La tierra, maltratada y explotada, en muchas partes del mundo nos sigue dando sus frutos, nos sigue brindando lo mejor de sí misma; los rostros hambrientos nos recuerdan que hemos desvirtuado sus fines. Un don, que tiene finalidad universal, lo hemos convertido en privilegio de unos pocos. Hemos hecho de los frutos de la tierra – don para la humanidad – commodities de algunos, generando, de esta manera, exclusión. El consumismo – en el que nuestras sociedades se ven insertas – nos ha inducido a acostumbrarnos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano de alimento, al cual a veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más allá de los meros parámetros económicos. Pero nos hará bien recordar que el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre, del que tiene hambre. Esta realidad nos pide reflexionar sobre el problema de la pérdida y del desperdicio del alimento a fin de identificar vías y modos que, afrontando seriamente tal problemática, sean vehículo de solidaridad y de compartición con los más necesitados.
Cuando estuve en la FAO, con motivo de la II Conferencia Internacional sobre Nutrición, les decía que una de las incoherencias fuertes que estábamos invitados a asumir era el hecho de que existiendo comida para todos, «no todos pueden comer, mientras que el derroche, el descarte, el consumo excesivo y el uso de alimentos para otros fines, están ante nuestros ojos»
Dejémoslo claro, la falta de alimentos no es algo natural, no es un dato ni obvio, ni evidente. Que hoy en pleno siglo XXI muchas personas sufran este flagelo, se debe a una egoísta y mala distribución de recursos, a una “mercantilización” de los alimentos. La tierra, maltratada y explotada, en muchas partes del mundo nos sigue dando sus frutos, nos sigue brindando lo mejor de sí misma; los rostros hambrientos nos recuerdan que hemos desvirtuado sus fines. Un don, que tiene finalidad universal, lo hemos convertido en privilegio de unos pocos. Hemos hecho de los frutos de la tierra – don para la humanidad – commodities de algunos, generando, de esta manera, exclusión. El consumismo – en el que nuestras sociedades se ven insertas – nos ha inducido a acostumbrarnos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano de alimento, al cual a veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más allá de los meros parámetros económicos. Pero nos hará bien recordar que el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre, del que tiene hambre. Esta realidad nos pide reflexionar sobre el problema de la pérdida y del desperdicio del alimento a fin de identificar vías y modos que, afrontando seriamente tal problemática, sean vehículo de solidaridad y de compartición con los más necesitados.
Desburocratizar
el hambre
Debemos decirlo con sinceridad: hay temas que están burocratizados. Hay acciones que están “encajonadas”. La inestabilidad mundial que vivimos es sabida por todos. Últimamente las guerras y las amenazas de conflictos es lo que predomina en nuestros intereses y debates. Y así, ante la diversa gama de conflictos existentes, parece que las armas han alcanzado una preponderancia inusitada, de tal forma que han arrinconado totalmente otras maneras de solucionar las cuestiones en pugna. Esta preferencia está ya de tal modo radicada y asumida que impide la distribución de alimentos en zona de guerra, llegando incluso a la violación de los principios y directrices más básicos del derecho internacional, cuya vigencia se retrotrae a muchos siglos atrás. Nos encontramos así ante un extraño y paradójico fenómeno: mientras las ayudas y los planes de desarrollo se ven obstaculizados por intrincadas e incomprensibles decisiones políticas, por sesgadas visiones ideológicas o por infranqueables barreras aduaneras, las armas no; no importa la proveniencia, circulan con una libertad – perdonen el adjetivo – jactanciosa y casi absoluta en tantas partes del mundo. Y de este modo, son las guerras las que se nutren y no las personas. En algunos casos la misma hambre se utiliza como arma de guerra. Y las víctimas se multiplican, porque el número de la gente que muere de hambre y agotamiento se añade al de los combatientes que mueren en el campo de batalla y al de tantos civiles caídos en la contienda y en los atentados. Somos plenamente conscientes de ello, pero dejamos que nuestra conciencia se anestesie y así la volvemos insensible. Quizás con palabras que justifican: “y bueno, no se puede con tanta tragedia”. Es la anestesia más a mano. De tal modo, la fuerza se convierte en nuestro único modo de actuar y el poder en el objetivo perentorio a alcanzar. Las poblaciones más débiles no sólo sufren los conflictos bélicos sino que, a su vez, ven frenados todo tipo de ayuda. Por esto urge desburocratizar todo aquello que impide que los planes de ayuda humanitaria cumplan sus objetivos. En eso ustedes tienen un papel fundamental, ya que necesitamos verdaderos héroes capaces de abrir caminos, tender puentes, agilizar trámites que pongan el acento en el rostro del que sufre. A esta meta han de ir orientadas igualmente las iniciativas de la comunidad internacional.
No es cuestión de armonizar intereses que siguen encadenados a visiones nacionales centrípetas o a egoísmos inconfesables. Más bien se trata de que los Estados miembros incrementen decisivamente su real voluntad de cooperar con estos fines. Por esta razón, qué importante sería que la voluntad política de todos los países miembros consienta e incremente decisivamente su real voluntad de cooperar con el Programa Mundial de Alimentos para que este, no solamente pueda responder a las urgencias, sino que pueda realizar proyectos sólidamente consistentes y promover programas de desarrollo a largo plazo, según las peticiones de cada uno de los gobiernos y de acuerdo a las necesidades de los pueblos.
El Programa Mundial de Alimentos con su trayectoria y actividad demuestra que es posible coordinar conocimientos científicos, decisiones técnicas y acciones prácticas con esfuerzos destinados a recabar recursos y distribuirlos ecuanimemente, es decir, respetando las exigencias de quien los recibe y la voluntad del donante. Este método, en las áreas más deprimidas y pobres, puede y debe garantizar el adecuado desarrollo de las capacidades locales y eliminar paulatinamente la dependencia exterior, a la vez que consiente reducir la pérdida de alimentos, de modo que nada se desperdicie. En una palabra, el PAM es un valioso ejemplo de cómo se puede trabajar en todo el mundo para erradicar el hambre a través de una mejor asignación de los recursos humanos y materiales, fortaleciendo la comunidad local. A este respecto, los animo a seguir adelante. No se dejen vencer por el cansancio, que es mucho, ni permitan que las dificultades los retraigan. Crean en lo que hacen y continúen poniendo entusiasmo en ello, que es la forma en que la semilla de la generosidad germine con fuerza. Dense el lujo de soñar. Necesitamos soñadores que impulsen estos proyectos.
La Iglesia Católica, fiel a su misión, quiere trabajar mancomunadamente con todas las iniciativas que luchen por salvaguardar la dignidad de las personas, especialmente de aquellas en las que están vulnerados sus derechos. Para hacer realidad esta urgente prioridad de “hambre cero”, les aseguro todo nuestro apoyo y respaldo a fin de favorecer todos los esfuerzos encaminados.
“Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber”. En estas palabras se halla una de las máximas del cristianismo. Una expresión que, más allá de los credos y las convicciones, podría ser ofrecida como regla de oro para nuestros pueblos. Un pueblo se juega su futuro en la capacidad que tenga para asumir el hambre y la sed de sus hermanos. Y así como un pueblo, así también la humanidad. La humanidad se juega su futuro en la capacidad que tenga para asumir el hambre y la sed de sus hermanos. En esta capacidad de socorrer al hambriento y al sediento podemos medir el pulso de nuestra humanidad. Por eso, deseo que la lucha para erradicar el hambre y la sed de nuestros hermanos y con nuestros hermanos siga interpelándonos, que no nos deje dormir y nos haga soñar, las dos cosas. Que nos interpele a fin de buscar creativamente soluciones de cambio y de transformación. Y que Dios Omnipotente sostenga con su bendición el trabajo de vuestras manos. Muchas gracias”.
Debemos decirlo con sinceridad: hay temas que están burocratizados. Hay acciones que están “encajonadas”. La inestabilidad mundial que vivimos es sabida por todos. Últimamente las guerras y las amenazas de conflictos es lo que predomina en nuestros intereses y debates. Y así, ante la diversa gama de conflictos existentes, parece que las armas han alcanzado una preponderancia inusitada, de tal forma que han arrinconado totalmente otras maneras de solucionar las cuestiones en pugna. Esta preferencia está ya de tal modo radicada y asumida que impide la distribución de alimentos en zona de guerra, llegando incluso a la violación de los principios y directrices más básicos del derecho internacional, cuya vigencia se retrotrae a muchos siglos atrás. Nos encontramos así ante un extraño y paradójico fenómeno: mientras las ayudas y los planes de desarrollo se ven obstaculizados por intrincadas e incomprensibles decisiones políticas, por sesgadas visiones ideológicas o por infranqueables barreras aduaneras, las armas no; no importa la proveniencia, circulan con una libertad – perdonen el adjetivo – jactanciosa y casi absoluta en tantas partes del mundo. Y de este modo, son las guerras las que se nutren y no las personas. En algunos casos la misma hambre se utiliza como arma de guerra. Y las víctimas se multiplican, porque el número de la gente que muere de hambre y agotamiento se añade al de los combatientes que mueren en el campo de batalla y al de tantos civiles caídos en la contienda y en los atentados. Somos plenamente conscientes de ello, pero dejamos que nuestra conciencia se anestesie y así la volvemos insensible. Quizás con palabras que justifican: “y bueno, no se puede con tanta tragedia”. Es la anestesia más a mano. De tal modo, la fuerza se convierte en nuestro único modo de actuar y el poder en el objetivo perentorio a alcanzar. Las poblaciones más débiles no sólo sufren los conflictos bélicos sino que, a su vez, ven frenados todo tipo de ayuda. Por esto urge desburocratizar todo aquello que impide que los planes de ayuda humanitaria cumplan sus objetivos. En eso ustedes tienen un papel fundamental, ya que necesitamos verdaderos héroes capaces de abrir caminos, tender puentes, agilizar trámites que pongan el acento en el rostro del que sufre. A esta meta han de ir orientadas igualmente las iniciativas de la comunidad internacional.
No es cuestión de armonizar intereses que siguen encadenados a visiones nacionales centrípetas o a egoísmos inconfesables. Más bien se trata de que los Estados miembros incrementen decisivamente su real voluntad de cooperar con estos fines. Por esta razón, qué importante sería que la voluntad política de todos los países miembros consienta e incremente decisivamente su real voluntad de cooperar con el Programa Mundial de Alimentos para que este, no solamente pueda responder a las urgencias, sino que pueda realizar proyectos sólidamente consistentes y promover programas de desarrollo a largo plazo, según las peticiones de cada uno de los gobiernos y de acuerdo a las necesidades de los pueblos.
El Programa Mundial de Alimentos con su trayectoria y actividad demuestra que es posible coordinar conocimientos científicos, decisiones técnicas y acciones prácticas con esfuerzos destinados a recabar recursos y distribuirlos ecuanimemente, es decir, respetando las exigencias de quien los recibe y la voluntad del donante. Este método, en las áreas más deprimidas y pobres, puede y debe garantizar el adecuado desarrollo de las capacidades locales y eliminar paulatinamente la dependencia exterior, a la vez que consiente reducir la pérdida de alimentos, de modo que nada se desperdicie. En una palabra, el PAM es un valioso ejemplo de cómo se puede trabajar en todo el mundo para erradicar el hambre a través de una mejor asignación de los recursos humanos y materiales, fortaleciendo la comunidad local. A este respecto, los animo a seguir adelante. No se dejen vencer por el cansancio, que es mucho, ni permitan que las dificultades los retraigan. Crean en lo que hacen y continúen poniendo entusiasmo en ello, que es la forma en que la semilla de la generosidad germine con fuerza. Dense el lujo de soñar. Necesitamos soñadores que impulsen estos proyectos.
La Iglesia Católica, fiel a su misión, quiere trabajar mancomunadamente con todas las iniciativas que luchen por salvaguardar la dignidad de las personas, especialmente de aquellas en las que están vulnerados sus derechos. Para hacer realidad esta urgente prioridad de “hambre cero”, les aseguro todo nuestro apoyo y respaldo a fin de favorecer todos los esfuerzos encaminados.
“Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber”. En estas palabras se halla una de las máximas del cristianismo. Una expresión que, más allá de los credos y las convicciones, podría ser ofrecida como regla de oro para nuestros pueblos. Un pueblo se juega su futuro en la capacidad que tenga para asumir el hambre y la sed de sus hermanos. Y así como un pueblo, así también la humanidad. La humanidad se juega su futuro en la capacidad que tenga para asumir el hambre y la sed de sus hermanos. En esta capacidad de socorrer al hambriento y al sediento podemos medir el pulso de nuestra humanidad. Por eso, deseo que la lucha para erradicar el hambre y la sed de nuestros hermanos y con nuestros hermanos siga interpelándonos, que no nos deje dormir y nos haga soñar, las dos cosas. Que nos interpele a fin de buscar creativamente soluciones de cambio y de transformación. Y que Dios Omnipotente sostenga con su bendición el trabajo de vuestras manos. Muchas gracias”.
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