Tim
Guénard tenía tres años cuando su madre le ató a una farola y le abandonó en
una cuneta. El día que cumplió cinco, su padre le dio una paliza y le rompió 55
huesos. A partir de ahí, una vida de soledad y abandono, entre internados,
cárceles y sucesivas familias de acogida. Llegó a ser el preso más joven de
Francia y perteneció a una banda a la que ayudó a robar varios bancos. Vendió
su cuerpo a mujeres mayores, y se hizo boxeador para matar a su padre. Sin
embargo, el veneno del odio que le amargó la vida de niño ha desaparecido. Hoy
es libre. Dios –el Big Boss, como él lo llama– lo salvó. Durante cinco años
vivió en la Comunidad El Arca, y allí se convirtió. Casado, con cuatro hijos y
nueve nietos, hoy acoge en su casa de Lourdes a jóvenes con problemas de
alcohol y drogas. Acaba de visitar Barcelona para participar en el Congreso Cor
Iesu Vultus Misericordiae . La historia de su vida está recogida en el libro
Más fuerte que el odio (Gedisa)
Dice
usted a menudo que no solo los más fuertes salen adelante, sino también los más
débiles y golpeados por la vida. Pero muchos miran a su pasado con odio y
rencor, y no pueden perdonar, o perdonan pero no olvidan. ¿Qué puede decirles?
Que si no hay perdón en tu vida,
hay veneno. Es como si decidieras envenenarte tú mismo. Si perdonas, te
liberas, descargas peso. Es el antídoto al veneno, creer que la vida no es solo
el ayer, sino también el mañana. Si te mantienes propietario de tus sufrimientos,
estos envenenan tu mañana. Te impiden conocer que mañana será un día mejor, el
día en el que Dios te espera. Porque el día de ayer ya no nos pertenece.
El mayor placer es saber
compartir, aunque sean tus penas y sufrimientos. Si compartes tus penas con
Jesús, ya no te pertenecen más. Hay gente que acude al sacramento del perdón,
pero sigue hablando de sus sufrimientos. Es porque no se los han entregado a
Dios. Pero si se los das, Él los acepta y te cura. El Big Boss es
generoso. El acepta todo nuestro sufrimiento. Pero la pregunta es si yo se lo
doy.
¿Quiénes
tienen hoy más necesidad de misericordia?
Los que no se quieren a sí
mismos. Los que han sufrido injustamente. Niños abusados, abandonados, testigos
de las peores cosas en su familia. Todas las personas así a las que nadie
presta atención porque estas cosas a veces se convierten en normales. ¿Y por
qué no se quieren? Porque son prisioneros de su sufrimiento y pueden incluso
provocar mucho sufrimiento similar a los demás.
Creo que todo el mundo en algún
momento se encuentra en la necesidad de llamar a la puerta de la misericordia.
A mí me ocurrió. Creo que es una bebida de amor para todo el mundo. Todos somos
pecadores.
En
su casa acoge a personas con dificultades en sus vidas. ¿Qué les ofrece?
Les enseño que la familia que les
acoge es una familia normal, con sus altibajos, fácil de imitar. Y les intento
dar un objetivo en la vida que ellos no tienen. Les enseño que, en una familia,
cuando nos hacemos daño, nos debemos pedir perdón. Así les demuestro que no
somos perfectos y que, precisamente por eso, tenemos el perdón. Les enseño a
escuchar a los demás. Para vivir la misericordia del amor, hay que aprender a
escucharse, a mirarse y, definitivamente, perdonarse.
No acogemos tanto a los jóvenes para
ayudarlos, sino para acompañarlos. Entre nosotros, debemos comportarnos de modo
que ellos se pregunten cosas y escuchen las respuestas. Y debemos vivir a
Dios, no solo hablar de Dios. De pronto preguntan por qué los acogemos, por
qué les continuamos amando. Y la respuesta es Dios. Compartimos a Dios. El Dios
de todos.
Pero
esto no es normal. Lo habitual es evitar a las personas malas, a los
diferentes…
Para que el animal salvaje dé
menos miedo, hay que observarle y guardar la distancia. Y te puedes ir acercando
poco a poco. Con una persona herida, es lo mismo. Si te acercas demasiado, será
agresivo. Si dejas espacio, os miráis y de pronto empezáis a entenderos. El
sufrimiento es así: déjale espacio. Te puedes ir acercando a pequeños pasos. Es
importante que las personas normales domestiquen a las personas diferentes.
Creo que es un regalo que le gusta al Big Boss.
A veces hay jóvenes que no son
fáciles de acoger. Y pienso en no acogerlos, pero luego me arrepiento porque me
doy cuenta de que Jesús podría estar detrás de él. Y Jesús me diría que vino a
mi casa y no lo acogí.
¿Acoge
a todos?
A todos los que Él me envía. A
veces no tengo sitio, pero los acojo para comer o para una cena. A veces solo
les busco alguna solución. Nunca sabes si es Jesús el que se esconde detrás de
esta persona. No lo sabrás hasta que estés allá arriba. Yo no acojo a la
gente como un ser superior, porque si acojo a Jesús, ¡el superior es Él! Cada
vez que acoges a una persona es una aventura espiritual y divina. No sabes
quién es ese regalo de Dios. No sabes qué faceta de Dios se refleja en esa
persona. Y hasta que no lo amas, no lo descubres. No se descubre a la primera.
Todas las personas que pasan por
mi casa se vuelven espirituales. Todos quieren una familia. El amor puede dar
miedo a quien no lo conoce. Por eso es importante que quien lo tiene lo dé.
¿Qué
cree que es lo contrario al amor?
Juzgar. Los que juzgan a los
demás. Los que parlotean sobre los demás. La maledicencia. Todo lo que Jesús
dijo que no debíamos hacer. No calumniar. Hay palabras que matan, calumnias,
palabras maledicentes. Eso es lo contrario a la misericordia.
¿Quién
es Dios para usted?
Es mi todo. Mi vida no tiene
sentido sin el milagro de Dios. Él ha querido que yo viva sobre la tierra, que
tenga ese privilegio. También me ha dado el privilegio de ser padre. Me ha dado
más confianza que los seres humanos. Dios está más loco que nadie. Me ha
dado el mayor tesoro, que son mis hijos, cuando sabe que voy a cometer errores.
Es como darme un tesoro. Pese a que es mi todo, a veces le ignoro porque tengo
distracciones, pero yo amo al Big Boss. Soy consciente de que todo lo
que tengo: mis hijos, la comida, una buena noche, pasar una frontera y conocer
a buenas personas, reencontrar a un ser querido, respirar, etc.
¿Y
si las cosas van mal? ¿Si no estamos a la altura?
Entonces es consecuencia de mi
negativa. De que he querido respirar algo que no era bueno. En la vida se
cometen errores y hay que tomar riesgos. Pero Dios no nos quiere menos. Somos
nosotros los que nos queremos menos.
Hoy
está casado y es padre de familia. ¿Cómo se puede practicar la misericordia en
casa?
Es como un viaje. A veces hay que
citarse en las estaciones de autobús para empezar un nuevo viaje juntos. Es
necesario reelegirse. No es suficiente estar casado y vivir juntos. Para no
olvidarse, hay que reelegirse. Y volverse a dar mutuamente para quererse más. Y
sucede lo mismo con los niños. Yo digo a mis hijos que cuando hago el bien
deben estar agradecidos, pero cuando no hago bien, tienen autorización para
decírmelo, porque yo cometo errores. Si yo cambio, es porque mis hijos creen en
mí, en que puedo cambiar.
Pero no puedes cambiar solo. Para
peinarte, hace falta un espejo; para cambiar tu vida, tu espejo es la gente que
te ama, que te hace feliz, que te ayuda. Todo esto, sabiendo que somos seres
por hacer, no hechos del todo. Tenemos que ser pulidos como una tabla de
madera.
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo/Miguel Maristany
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