«De
ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del
matrimonio» cristiano. La norma general permanece inalterable, pero es
necesario hacer un discernimiento en «los casos particulares». El Papa
llega a que «es posible que en medio de una
situación objetiva de pecado –que no sea subjetivamente culpable o que no lo
sea de modo pleno– se pueda vivir en gracia de Dios»
El capítulo octavo, reconoce el Papa en la
introducción de Amoris laetitia, va a suscitar un particular interés.
Es ahí donde se abordan de forma más clara temas controvertidos del Sínodo,
como la comunión a los divorciados en nuevas uniones, la ley de la gradualidad
o el discernimiento subjetivo frente a la norma moral objetiva y general.
Si bien el Papa aclara que «no debía
esperarse del Sínodo o de esta exhortación una nueva normativa general de tipo
canónica, aplicable a todos los casos», sí que deja abiertos algunos debates
para el futuro y, sobre todo, alienta a «un responsable discernimiento personal
y pastoral de los casos particulares».
Rechazando, por un lado, que se concedan
«rápidamente excepciones a la norma general», que permanece inalterable, el
Papa pide, al mismo tiempo, hacer un esfuerzo para integrar a todos, y deja
abierto un debate para revisar qué «formas de exclusión» «en ámbito litúrgico,
pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas».
Las personas que viven en estas situaciones
«no solo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar
como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndolos como una madre que les acoge
siempre». Particularmente, es urgente la integración cuando afecta a «la
educación cristiana» de los hijos de estas personas.
La
fragilidad humana
«Los Padres sinodales han expresado que,
aunque la Iglesia entienda que toda ruptura del vínculo matrimonial “va contra
la voluntad de Dios, también es consciente de la fragilidad de muchos de sus
hijos”», arranca el capítulo Acompañar, discernir e integrar la fragilidad.
Algunas formas de unión, afirma el Papa, «contradicen radicalmente» el ideal
del matrimonio cristiano, pero otras «lo realizan al menos de modo parcial y
análogo», y el Sínodo –recuerda– pidió «valorar los elementos constructivos en
aquellas situaciones», donde, por ejemplo, «la unión alcanza una estabilidad
notable», «está connotada de afecto profundo, de responsabilidad por la prole,
de capacidad de superar las pruebas…» Este tipo de uniones pueden ser vistas
«como una ocasión en la evolución hacia el sacramento del Sínodo», afirma
Francisco recogiendo la misma formulación del Sínodo.
«La
ley de gradualidad»
La cuestión es el discernimiento. El Papa
cita a san Juan Pablo II, que propuso la «ley de gradualidad».
«No es una gradualidad de la ley –aclara–,
sino una gradualidad en el ejercicio prudencial de los actos libres en sujetos
que no están en condiciones sea de comprender, de valorar o de practicar
plenamente las exigencias objetivos de la ley». En definitiva, como pedía el
Sínodo, «hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de
las diversas situaciones».
«El camino de la Iglesia es el de no
condenar a nadie para siempre difundir la misericordia de Dios». «Nadie puede
ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio –ahonda el
Papa–. No me refiero solo a los divorciados en nueva unión sino a todos en
cualquier situación que se encuentren. Obviamente, si alguien ostenta un pecado
objetivo como si fuese parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo
diferente a lo que enseña la Iglesia, no puede pretender dar catequesis o
predicar». «Necesita volver a escuchar el anuncio del Evangelio y la invitación
a la conversión. Pero aun para él puede haber alguna manera de participar en la
vida de la comunidad, sea en tareas sociales, en reuniones de oración o de la
manera que sugiera su propia iniciativa, junto con el discernimiento del
pastor».
El
discernimiento
Una de las afirmaciones más rotundas del
documento es la de que «ya no es posible decir que todos los que se encuentran
en alguna situación así llamada “irregular” viven en una situación de pecado
mortal, privados de la gracia santificante. Los límites no tienen que ver
solamente con un eventual desconocimiento de la norma», sino también con las
«condiciones concretas» que permiten a la persona no actuar con libertad.
El discernimiento no es exclusiva de
obispos y sacerdotes. «La conciencia de las personas debe ser mejor incorporada
en la praxis de la Iglesia»; «hay que alentar la maduración de una conciencia
iluminada, formada y acompañada por el discernimiento responsable y serio del
pastor».
«Es mezquino –dice el Papa–detenerse solo a
considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general».
Citando a Tomás de Aquino, Francisco afirma que, «cuanto más se afrontan las
cosas particulares, tanta más indeterminación hay» en las normas generales.
Así pues –llega a afirmar el Papa–, «es
posible que, en medio de una situación objetiva de pecado –que no sea
subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno– se pueda vivir en gracia
de Dios».
«Por creer que todo es blanco o negro a
veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos
de santificación que dan gloria a Dios», para quien «un pequeño paso, en medio
de grandes límites humanos, puede ser más agradable que la vida exteriormente
correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades».
«Situaciones excepcionales»
El Papa afirma con rotundidad que «de
ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del
matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza», y enfatiza que «la
tibieza, cualquier forma de relativismo, o un excesivo respeto a la hora de
proponerlo serían una falta de fidelidad al Evangelio y también en una falta de
amor de los jóvenes hacia los mismos jóvenes».
Desde ese presupuesto, invita a «comprender
situaciones excepcionales» y a acercarse a ellas con misericordia, inclinados a
«comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar y, sobre todo, a integrar. Esa
es la lógica que debe predominar en la Iglesia.
Del mismo modo, el Papa invita a «los
fieles que están viviendo situaciones complejas a que se acerquen con confianza
a conversar con sus pastores o con laicos que viven entregados al Señor. No
siempre encontrarán en ellos una confirmación de sus propias ideas o deseos, pero
seguramente recibirán una luz que les permita comprender mejor lo que les
sucede y podrán descubrir un camino de maduración personal».
Posibles
excepciones
El Santo Padre coincide con la mayoría de
padres sinodales en que «los divorciados en nueva unión pueden encontrarse en
situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en
afirmaciones demasiado rígidas». Por ejemplo, «existe el caso de una segunda
unión consolidada en el tiempo, con nuevos hijos, con probada fidelidad, entrega
generosa, compromiso cristiano, conocimiento de la irregularidad de su
situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se
cae en nuevas culpas».
También están los que «han hecho grandes
esfuerzos para salvar el primer matrimonio y sufrieron un abandono injusto», o
quienes «están subjetivamente seguros en conciencia» de que su primer
matrimonio, «irreparablemente destruido, no había sido nunca válido».
No a
la doble moral
«Pero otra cosa es una nueva unión que
viene de un reciente divorcio, con todas las consecuencias de sufrimiento y de
confusión que afectan a los hijos y a familias enteras, o la situación de
alguien que reiteradamente ha fallado a sus compromisos familiares».
Además, el Pontífice afirma que «los
divorciados vueltos a casar deberían preguntarse cómo se han comportado con sus
hijos cuando la unión conyugal entró en crisis; si hubo intentos de
reconciliación; cómo es la situación del cónyuge abandonado; qué consecuencias
tiene la nueva relación sobre el resto de la familia y la comunidad de los
fieles; qué ejemplo ofrece esa relación a los jóvenes que deben prepararse al
matrimonio».
«Los padres sinodales han expresado que el
discernimiento de los pastores siempre debe hacerse “distinguiendo
adecuadamente”», sabiendo «que no existen “recetas sencillas”», en la que los
sacerdotes deben valorar cómo se cumplen en quienes se acercan a ellos «las
condiciones necesarias de humildad, reserva, amor a la Iglesia y a su enseñanza,
en la búsqueda sincera de la voluntad de Dios».
«Cuando se encuentra una persona
responsable y discreta que no pretende imponer sus deseos por encima del bien
común de la Iglesia, con un pastor que sabe reconocer la seriedad del asunto
que tiene entre manos, se evita el riesgo de que un determinado discernimiento
lleve a pensar que la Iglesia sostiene una doble moral».
Ricardo Benjumea
No hay comentarios:
Publicar un comentario