Oración, sacramentos y el amor
fraterno liberan.
El
sacerdote Elí de los Ángeles Quirós López realiza visitas pastorales a la
Comunidad Encuentro de San Vito (Costa Rica). Aquí se ha encontrado muchas
historias.
El
sacerdote Elí de los Ángeles Quirós López, es el Vicario Episcopal de
Comunicaciones Sociales de la Diócesis de San Isidro
de El General, en Costa Rica.
Nació el 24 de junio de 1982 en la localidad San Vito de Coto Brus, donde hoy se asienta un valioso servicio que la Iglesia tiene dispuesto -como en cientos de otros lugares del mundo- para acoger y acompañar el proceso de sanación de jóvenes adictos a las drogas.
Como ocurre en las Comunidades del Cenáculo nacidas en Italia (como una asociación cristiana que acoge desde 1983 a jóvenes descarriados, insatisfechos, desilusionados, desesperados, que desean encontrarse nuevamente a sí mismos, hallar el gozo y el sentido de la vida) y otras similares, la Comunidad Encuentro afincada en San Vito (Costa Rica) y fundada en 1993 por el presbítero Pietro Gelmini, da testimonio de que Cristo es quien sana.
En la oración y vida sacramental encuentran los residentes su medicina.
Este es el apasionante relato que el Vicario costarricense Elí de los Ángeles realiza desde Eco Católico, el semanario de la Iglesia Católica en Costa Rica, narrando su visita y transcribiendo el testimonio que los jóvenes de la comunidad le entregaron...
VIVENCIAS DE SU MINISTERIO EN LA COMUNIDAD
Entre la oscuridad propia de la madrugada y luego de unas horas de viaje que tuvo por desayuno un hermoso amanecer, y con el característico viento frío propio de mi San Vito querido en los amaneceres de verano. Nos adentrábamos en busca de la Comunidad Encuentro; experiencia de amor y misericordia que da hogar y escuela a tantos niños, adolescentes y jóvenes que han tocado la oscuridad y el frío de la droga.
Parece que Dios nos hablaba incluso antes de llegar hasta la finca, ubicada en los Reyes de San Vito Coto Brus, donde se levanta aquella magnífica obra entre el verde de la zona y el cantar de las aves; mientras consumía kilómetros hacia la meta, trataba de sacar de mi memoria recuerdos de cuando siendo vicario y luego párroco, les visitaba pastoralmente, pero ahora, sus historias me marcan, su testimonio me impacta y su vivencia me parece digna de compartir…
Al llegar a este centro, respiro un clima de paz y de encuentro con Dios, entre hortalizas, árboles, la presencia de animales y ante todo el saludo sonriente cortés, sereno y sincero de los jóvenes que van saliendo a nuestro camino, nos encaminamos entre pasillos extensos hacia la dirección, donde nos recibe amablemente su director Steffano Mazzi, quien ha coordinado algunos testimonios dignos de conocer.
SIETE TESTIMONIOS DESGARRADORES
Saúl de 25 años, relata cómo su vida se reducía a la droga, buscando lo que más le hacía efecto, hasta el punto de no comer y trabajar con pocas fuerzas…, reconoce hoy cómo la droga lo llevó a la destrucción física y mental.
Miguel habla de esa apariencia e inestabilidad que les provoca el vivir en la calle, buscan aceptación pero no la encuentran, hasta el punto de seguir estereotipos equivocados.
Pero el testimonio de Alberto nos deja sin palabras, con lágrimas en los ojos y el corazón partido; con una mirada ahora llena de vida por el proceso de recuperación, nos cuenta: “En mi caso fue desde la infancia, no tuve buena educación, ya a los cuatros años no tuve niñera.
Siempre anduve en la calle. Después, a los seis empecé a robar, a los diez a tomar alcohol y a los doce empecé a consumir crack; a los trece quise fumar sólo marihuana pero a los seis meses volví y probé más drogas… cocaína, pastillas, ácidos, inhalantes como gasolina, thinner, pegamento; a los quince años estuve a punto de caer en la cárcel, a los diecisiete incluso con problemas cada vez más graves como allanamientos, etc; y en la noche me decía: esto está mal y no puedo seguir así".
Recuerda cómo en la calle se vive mucha indiferencia y maltrato. La gente no se da cuenta que usted existe, la sociedad te discrimina, pocos brindan ayuda, uno mismo se desvaloriza como persona.
Alberto nos explica que lo más doloroso que ha vivido es no haber tenido una familia donde hablar, confiar y hacer las cosas bien, sentarse un día a comer juntos, irse un día de paseo, llegar y que me digan un consejo… luego todo lo que hice contra mi mamá, porque después era yo el que pagaba con ese resentimiento contra ellos, luego estuve meses viviendo y durmiendo en la calle, sin comida.
Por su parte, David nos contó cómo la droga lo hace caer en coma, los mismos doctores le dijeron que fue un milagro que su corazón no se detuviera por completo, luego de una mezcla de drogas que realizó con sus “amigos”.
Otro nos comenta sus deseos de morir ante tantos problemas que experimentó, que le quitaban hasta la propia tranquilidad de no poder estar en un sólo lugar y esto le obliga a caminar cada cinco minutos de la misma desesperación que produce la soledad más ingrata.
UNA FAMILIA QUE LES HA COLMADO DE AMOR
Ante todo este panorama, Miguel dice que la Comunidad Encuentro es su familia, una comunidad que lo hizo ser más fuerte y “es mi casa, porque ellos han hecho que mi vida tenga un sentido, ha sido la luz en mi vida y ésta la oportunidad que Dios me dio”.
“Dios tenía un propósito para mí, la cosa es que tenía que encontrarlo y lo encontré…”
En esta casa y en este proceso no todo es color de rosa, sin duda hay momentos y retos a asumir que provocan las ganas de salir corriendo, pero Alberto nos dice que le sostiene "la forma en que lo atendían, siempre llegaba alguien, siempre había personas que me aconsejaban y sin tener que pedir nada a cambio, personas que habían vivido lo mismo que yo"…
Por eso, para David es una escuela, porque los servicios que acá desempeña en el acompañamiento de personas y sus responsabilidades en beneficio de la vida comunitaria, le ayudan hoy por hoy "a ser lo que soy", dándole capacidad de razonar y hacer las cosas por sí mismo.
En este proceso, Dios y el Padre Pierino son muy importantes, "pues nos han hecho retomar la confianza en Dios"; dice Miguel. "Por mi estilo de vida, dejé de creer en Dios y le achacaba todo, y no nos damos cuenta que somos nosotros los grandes culpables, porque Dios siempre ha estado ahí; y sobre el Padre Pierino, es increíble lo que Dios puede hacer en una persona con un poquito de voluntad, voluntad que se hizo en un amor inmenso que ha hecho tanto bien a tanta gente".
CON LA AYUDA DE CRISTO
Terminamos con las palabras de Steffano Mazzi, director de la Comunidad, quien recuerda que acá “todo está marcado por el pensamiento de Cristo, esta es nuestra forma de vida, el cómo se ve y se juzga a la persona, se espera que sea a la altura de lo que nos enseña Cristo; donde el Año de la Misericordia es un estímulo, sobre todo para tener siempre abierta la puerta a todos, nunca cerrarla”.
Todos tenemos una misión y como dice Alberto: “no se puede vivir solo diciendo creo en Dios, tiene que haber algo más, la pregunta ¿cuál es la razón por la que sigo vivo? Dios lo tiene aquí a uno para algo…”
Nació el 24 de junio de 1982 en la localidad San Vito de Coto Brus, donde hoy se asienta un valioso servicio que la Iglesia tiene dispuesto -como en cientos de otros lugares del mundo- para acoger y acompañar el proceso de sanación de jóvenes adictos a las drogas.
Como ocurre en las Comunidades del Cenáculo nacidas en Italia (como una asociación cristiana que acoge desde 1983 a jóvenes descarriados, insatisfechos, desilusionados, desesperados, que desean encontrarse nuevamente a sí mismos, hallar el gozo y el sentido de la vida) y otras similares, la Comunidad Encuentro afincada en San Vito (Costa Rica) y fundada en 1993 por el presbítero Pietro Gelmini, da testimonio de que Cristo es quien sana.
En la oración y vida sacramental encuentran los residentes su medicina.
Este es el apasionante relato que el Vicario costarricense Elí de los Ángeles realiza desde Eco Católico, el semanario de la Iglesia Católica en Costa Rica, narrando su visita y transcribiendo el testimonio que los jóvenes de la comunidad le entregaron...
VIVENCIAS DE SU MINISTERIO EN LA COMUNIDAD
Entre la oscuridad propia de la madrugada y luego de unas horas de viaje que tuvo por desayuno un hermoso amanecer, y con el característico viento frío propio de mi San Vito querido en los amaneceres de verano. Nos adentrábamos en busca de la Comunidad Encuentro; experiencia de amor y misericordia que da hogar y escuela a tantos niños, adolescentes y jóvenes que han tocado la oscuridad y el frío de la droga.
Parece que Dios nos hablaba incluso antes de llegar hasta la finca, ubicada en los Reyes de San Vito Coto Brus, donde se levanta aquella magnífica obra entre el verde de la zona y el cantar de las aves; mientras consumía kilómetros hacia la meta, trataba de sacar de mi memoria recuerdos de cuando siendo vicario y luego párroco, les visitaba pastoralmente, pero ahora, sus historias me marcan, su testimonio me impacta y su vivencia me parece digna de compartir…
Al llegar a este centro, respiro un clima de paz y de encuentro con Dios, entre hortalizas, árboles, la presencia de animales y ante todo el saludo sonriente cortés, sereno y sincero de los jóvenes que van saliendo a nuestro camino, nos encaminamos entre pasillos extensos hacia la dirección, donde nos recibe amablemente su director Steffano Mazzi, quien ha coordinado algunos testimonios dignos de conocer.
SIETE TESTIMONIOS DESGARRADORES
Saúl de 25 años, relata cómo su vida se reducía a la droga, buscando lo que más le hacía efecto, hasta el punto de no comer y trabajar con pocas fuerzas…, reconoce hoy cómo la droga lo llevó a la destrucción física y mental.
Miguel habla de esa apariencia e inestabilidad que les provoca el vivir en la calle, buscan aceptación pero no la encuentran, hasta el punto de seguir estereotipos equivocados.
Pero el testimonio de Alberto nos deja sin palabras, con lágrimas en los ojos y el corazón partido; con una mirada ahora llena de vida por el proceso de recuperación, nos cuenta: “En mi caso fue desde la infancia, no tuve buena educación, ya a los cuatros años no tuve niñera.
Siempre anduve en la calle. Después, a los seis empecé a robar, a los diez a tomar alcohol y a los doce empecé a consumir crack; a los trece quise fumar sólo marihuana pero a los seis meses volví y probé más drogas… cocaína, pastillas, ácidos, inhalantes como gasolina, thinner, pegamento; a los quince años estuve a punto de caer en la cárcel, a los diecisiete incluso con problemas cada vez más graves como allanamientos, etc; y en la noche me decía: esto está mal y no puedo seguir así".
Recuerda cómo en la calle se vive mucha indiferencia y maltrato. La gente no se da cuenta que usted existe, la sociedad te discrimina, pocos brindan ayuda, uno mismo se desvaloriza como persona.
Alberto nos explica que lo más doloroso que ha vivido es no haber tenido una familia donde hablar, confiar y hacer las cosas bien, sentarse un día a comer juntos, irse un día de paseo, llegar y que me digan un consejo… luego todo lo que hice contra mi mamá, porque después era yo el que pagaba con ese resentimiento contra ellos, luego estuve meses viviendo y durmiendo en la calle, sin comida.
Por su parte, David nos contó cómo la droga lo hace caer en coma, los mismos doctores le dijeron que fue un milagro que su corazón no se detuviera por completo, luego de una mezcla de drogas que realizó con sus “amigos”.
Otro nos comenta sus deseos de morir ante tantos problemas que experimentó, que le quitaban hasta la propia tranquilidad de no poder estar en un sólo lugar y esto le obliga a caminar cada cinco minutos de la misma desesperación que produce la soledad más ingrata.
UNA FAMILIA QUE LES HA COLMADO DE AMOR
Ante todo este panorama, Miguel dice que la Comunidad Encuentro es su familia, una comunidad que lo hizo ser más fuerte y “es mi casa, porque ellos han hecho que mi vida tenga un sentido, ha sido la luz en mi vida y ésta la oportunidad que Dios me dio”.
“Dios tenía un propósito para mí, la cosa es que tenía que encontrarlo y lo encontré…”
En esta casa y en este proceso no todo es color de rosa, sin duda hay momentos y retos a asumir que provocan las ganas de salir corriendo, pero Alberto nos dice que le sostiene "la forma en que lo atendían, siempre llegaba alguien, siempre había personas que me aconsejaban y sin tener que pedir nada a cambio, personas que habían vivido lo mismo que yo"…
Por eso, para David es una escuela, porque los servicios que acá desempeña en el acompañamiento de personas y sus responsabilidades en beneficio de la vida comunitaria, le ayudan hoy por hoy "a ser lo que soy", dándole capacidad de razonar y hacer las cosas por sí mismo.
En este proceso, Dios y el Padre Pierino son muy importantes, "pues nos han hecho retomar la confianza en Dios"; dice Miguel. "Por mi estilo de vida, dejé de creer en Dios y le achacaba todo, y no nos damos cuenta que somos nosotros los grandes culpables, porque Dios siempre ha estado ahí; y sobre el Padre Pierino, es increíble lo que Dios puede hacer en una persona con un poquito de voluntad, voluntad que se hizo en un amor inmenso que ha hecho tanto bien a tanta gente".
CON LA AYUDA DE CRISTO
Terminamos con las palabras de Steffano Mazzi, director de la Comunidad, quien recuerda que acá “todo está marcado por el pensamiento de Cristo, esta es nuestra forma de vida, el cómo se ve y se juzga a la persona, se espera que sea a la altura de lo que nos enseña Cristo; donde el Año de la Misericordia es un estímulo, sobre todo para tener siempre abierta la puerta a todos, nunca cerrarla”.
Todos tenemos una misión y como dice Alberto: “no se puede vivir solo diciendo creo en Dios, tiene que haber algo más, la pregunta ¿cuál es la razón por la que sigo vivo? Dios lo tiene aquí a uno para algo…”
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