En siglos pasados, la Iglesia
manifestaba la verdad moral con sus argumentos y allí acababa todo. En nuestra
época hemos visto completadas y consumadas esas grandes pirámides morales de
férreos silogismos, pirámides de lógica, construcciones admirables que han
necesitado siglos para ser erigidas. Completadas esas colosales obras del
entendimiento, pienso que ahora debemos volver nuestra vista hacia los pobres
que no cumplen, que no ven, que no andan por esos caminos.
Los teólogos hasta el comienzo
del siglo XX habían puesto sus ojos en la Verdad. Ahora deberíamos ir creando
una reflexión teológica cada vez más profunda acerca de los que caminan al
borde de la verdad. ¿Qué decir del hijo de Dios que no puede seguir sosteniendo
el peso de la existencia?
Cierto que podemos responderle sólo con el silogismo. Pero también, sin
abandonar la Verdad, cabe tratar de entenderle. Tratar de entender el error no
es traicionar la Verdad. Comprenderle no significa aconsejarle lo que es
ilícito. Pero desde la comprensión y el amor, sin abandonar la verdad, a veces,
se me hace muy difícil no ver con misericordia a alguien para el que su misma
existencia ya ha sido la más desesperante condena.
P.
FORTEA
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