El
Espíritu Santo es el Gran Desconocido, pues si realmente lo conociéramos
viviríamos con permanente paz en el alma.
Dios,
Nuestro Señor, es tan amoroso con todos nosotros que nos ha dado la conciencia.
Esa voz de Dios que nos habla internamente. Ahí donde nada más estás tú y Dios,
ahí es donde el Espíritu Santo te hablará. Sus llamadas amorosas no son con
gritos, sino con suavidad. Se necesita que haya silencio para que podamos
oírlo. Pero, nuestro mundo de hoy hace tanto ruido que no nos permitimos
escuchar esa voz de Dios. Dejemos que Dios nos hable. Escuchemos sus gemidos de
amor por nosotros. Esforcémonos por escucharle.
Leamos la
Secuencia de la Misa de Pentecostés, que nos dice:
Ven, Dios
Espíritu Santo, y envíanos desde el Cielo tu luz, para iluminarnos. Ven ya,
padre de los pobres, luz que penetra en las almas, dador de todos los dones. Fuente
de todo consuelo, amable huésped del alma, paz en las horas de duelo. Eres
pausa en el trabajo; brisa, en un clima de fuego; consuelo, en medio del
llanto. Ven luz santificadora, y entra hasta el fondo del alma de todos los que
te adoran. Sin tu inspiración divina los hombres nada podemos y el pecado nos
domina. Lava nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura nuestras
heridas. Doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad, endereza nuestras
sendas. Concede a aquellos que ponen en ti su fe y su confianza tus siete
sagrados dones. Danos virtudes y méritos, danos una buena muerte y contigo el
gozo eterno.
Esta
hermosa oración ha sido rezada por la Iglesia durante cientos de años. Ahí
vemos la dulzura de Dios que, por medio del Espíritu Santo, inunda a las almas.
Escuchemos una y otra vez esas hermosas palabras que decimos del Espíritu
Santo, ese dulce huésped de nuestra alma.
Lo
nombramos Padre de los pobres, pues Él es quien se identifica con ellos, con
los que más necesitan, con los que tienen hambre y sed de Dios. Por eso, Santa
Teresa decía: "quien a Dios tiene, nada le falta". Ahí estaba
presente el Espíritu Santo.
Luz que penetra las almas: ¡Cuántas veces vivimos en la oscuridad del
pecado, de la angustia y de la tristeza! Parece que nunca se va a hacer de día.
Sin embargo, si pedimos a Dios que, por medio del Espíritu Santo nos ilumine,
pronto las tinieblas de nuestro corazón se llenarán de esa luz amorosa de Dios.
Dador de todos los dones: Todos los dones que pueda recibir una persona, un
alma, son originados por el Espíritu Santo quien, con el fuego de su amor,
piensa personalmente en cada uno de nosotros.
Fuente de todo consuelo. ¡Cuántas veces parece que estamos inconsolables
porque todo lo humano está en nuestra contra!
Dificultades
con los miembros de la familia, los hijos, el cónyuge; en el trabajo, en la sociedad.
Nada, parece, que nos puede consolar. Sin embargo, ahí está Dios quien, por
medio del Espíritu Santo está en espera para consolarnos.
Amable huésped del alma. Sí, ese es el Espíritu Santo, ese amable, dulce y
tierno visitante de nuestra alma, que habita en ella si nosotros se lo
permitimos. Pero, nuestro egoísmo lo expulsa cada vez que optamos por el
pecado. Dulce huésped, ¡quédate conmigo! No permitas que nada me separe de ti.
Paz en las horas de duelo. ¿Quién será quien nos levante el corazón cuando el
dolor es fuerte? Ahí está el dulce huésped del alma, buscando consolar y dar
paz en los momentos de duelo. Pero, ¿por qué no queremos escucharle?, ¿por qué
nos hacemos sordos a su voz? Cuando el alma está atribulada, cansada, fatigada,
ahí se presenta quien es pausa en el trabajo; brisa, en un clima de fuego;
consuelo, en medio del llanto. ¡Sí! Ahí está el Espíritu Santo quien ha de
confortar en todo momento.
Así
podríamos ir hablando del Espíritu Santo, escuchando las palabras de esta
oración que la Iglesia durante cientos de años ha recitado.
Sin
embargo, esta maravillosa realidad del Espíritu Santo es muy poco conocida. Por
algo se suele afirmar que el Espíritu Santo es el Gran Desconocido, pues si
realmente lo conociéramos viviríamos con permanente paz en el alma. Dediquemos
un tiempo para conversar amorosa e íntimamente con el Espíritu Santo, amable y
dulce huésped del alma.
Recordemos
algunas palabras que la Iglesia, por medio del Credo, nos dice sobre el
Espíritu Santo. Recordemos que es el Señor y dador de vida. Por medio de Él,
Dios vivifica al mundo, nos comunica la vida y lo santifica todo.
Los siete
dones del Espíritu Santo son:
1. Sabiduría
2. Inteligencia
3. Consejo
4. Fortaleza
5. Ciencia
6. Piedad
7. Santo Temor de Dios
2. Inteligencia
3. Consejo
4. Fortaleza
5. Ciencia
6. Piedad
7. Santo Temor de Dios
Los
frutos del Espíritu Santo nos ayudan a saborear la gloria eterna. La tradición
de la Iglesia enumera doce:
1.
Caridad
2. Gozo
3. Paz
4. Paciencia
5. Generosidad
6. Bondad
7. Benignidad
8. Mansedumbre
9. Fidelidad
10. Modestia
11. Continencia
12. Castidad
2. Gozo
3. Paz
4. Paciencia
5. Generosidad
6. Bondad
7. Benignidad
8. Mansedumbre
9. Fidelidad
10. Modestia
11. Continencia
12. Castidad
El pecado mortal es el peor enemigo del Espíritu Santo, pues si lo cometemos expulsamos de nuestra alma a su dulce huésped.
No
tengamos miedo de ser testigos de Dios en la sociedad, pues si contamos con el
Espíritu Santo, toda dificultad será vencida, todo cansancio refrescado y cada
tristeza consolada.
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu Creador. Y renueva la faz de la Tierra. Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, haznos dóciles a sus inspiraciones para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo.
Amén.
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu Creador. Y renueva la faz de la Tierra. Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, haznos dóciles a sus inspiraciones para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo.
Amén.
Autor:
Pa´que te salves
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