Es imprescindible reconocer dónde estamos parados.
Por: Mónica Muñoz | Fuente: El observador
“No me importa lo que pienses, no necesito de ti ni
de nadie…” y resulta que murió solo porque ahuyentó a toda la gente que
le tenía cierto cariño. Esta actitud es un claro ejemplo de soberbia activa,
esa que provoca que las personas sientan repulsión mezclada con lástima por
aquel amigo, pariente, cónyuge o hijo que hace de su vida un infierno, y de
paso, la de los que lo rodean porque ya no saben cómo tratarlo.
La soberbia es un vicio, conocido
también como pecado capital, que se distingue por el excesivo y enfermizo amor
a sí mismo y el desprecio a los demás, por los tintes de vanidad, vanagloria,
orgullo y engreimiento que hacen que el ser que la padece se vuelva
insoportable a los ojos ajenos, pues no tolera hablar de nada que no sean él y
sus logros.
Es esa persona que se esfuerza
por aparecer como la que siempre tiene la razón y menosprecia las opiniones
contrarias, cree que todo lo sabe y que todo en él es perfecto, sin errores,
incluso se burla de aquellos que, a su juicio, no tienen idea de lo que hacen
porque sólo sus esquemas encierran el molde de lo correcto y preciso, por
supuesto, todo inventado por su imaginación.
Es verdad que puede tratarse de
alguien sumamente inteligente y culto, que ha labrado su camino con esfuerzo,
dedicación y constancia, por ello asoma en su cabeza la soberbia intelectual,
que nubla su razón y le impide ver más allá de sus logros. Cree, incluso,
que Dios no existe y se jacta de ello como si se tratara de un descubrimiento
realizado por su preclara inteligencia. Eso da pie a comentarios
sarcásticos y ofensivos contra la gente de fe, sencilla y humilde, que busca en
la religión su consuelo y cobijo.
Pero ¿cómo
se comporta con sus amigos, parientes y familia? Por motivos aún
desconocidos, con ellos tiene una relación tirante, a veces es agradable, otras
más pasa por encima de ellos, busca con todas sus fuerzas cambiar su modo de
pensar para que se adapten a lo que él considera conveniente, ¿cómo no ha de ser, si él siempre tiene la razón?
Si tiene hijos, los convierte en
sus retratos fieles, él es el rey en el hogar y no admite oposiciones. El
cónyuge lleva la peor parte, porque tiene que tolerar sus desplantes y pasar
vergüenzas ajenas debido a su comportamiento altanero.
Y como está seguro de que nunca
comente errores, no hay esperanza de que reconozca sus faltas, y, ni en sus
peores pesadillas, se ve pidiendo perdón.
Es verdad que hasta este momento
he retratado a un ser imaginario, pero indudablemente podemos identificar a
algún rostro conocido, ¿o por qué no? Nosotros
mismos podemos encajar en ciertos rasgos descritos hasta el momento. Y
como podemos percibir, el dueño de esta conducta, poco a poco se irá quedando
solo, porque si el tiempo y las experiencias amargas no ablandan su corazón,
irremediablemente todos lo abandonarán.
Por eso es imprescindible
reconocer dónde estamos parados, porque todos, de acuerdo a los ambientes en
los que nos desenvolvemos, desempeñamos diferentes papeles, algunas veces somos
guías y otros seguidores, quizá seamos personas muy preparadas académicamente y
sintamos que el mundo nos queda pequeño, sin embargo, en otro ambiente puede
ser que no tengamos ni pizca de idea de qué hacer y tengamos que buscar ayuda
de los expertos, pero hay que vencer la barrera del orgullo para permitirnos ver
que no lo sabemos todo y que todos tenemos algo valioso que aportar a la vida
de los demás.
Una anécdota graciosa es aquella
de un joven ingeniero egresado de una prestigiosa universidad, que se instala
con una empresa minera junto a un pueblo para utilizar el agua del río que
pasaba por ahí. Después de un tiempo, prepara un informe en el que
pretende demostrar a los dueños de la mina que todo transcurría con
normalidad. Al llegar al lugar, observa que un campesino lleva a una vaca
a beber agua en las afueras del pueblo, por lo que se acerca a hablar con
el hombre, asegurándole que el estudio realizado respecto al agua del río
indica que es perfectamente apta para el consumo humano y, por lo tanto, para
el animal. El campesino, que lo ha escuchado cortésmente, le responde: “muy bien, ahora explíquele todo a mi vaca, ella es la
que no quiere beber esa agua”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario