¿Cuál es el sentido de que una persona sea rociada con agua? ¿No hay otras formas de ser bendecido por Dios?
Por: P. Paulo Ricardo | Fuente: Aleteia
Para quien no conoce la teología católica, el agua bendita puede parecer, con
cierta razón, una especie de superstición.
A fin de cuentas, ¿cuál es el sentido de que una persona sea rociada con
agua? ¿No existe otra forma de ser bendecido por Dios, en lugar de “atribuir
poderes mágicos” a seres inanimados?
LA ECONOMÍA SACRAMENTAL
La
respuesta católica para esa pregunta se encuentra en el sano equilibrio de la
llamada economía sacramental.
La Iglesia, a lo largo de los
siglos, ha enseñado siempre a sus hijos el aprecio por las cosas
sensibles, ante el riesgo de que se oscurezcan los propios misterios de nuestra
redención.
El Verbo, para descender al
mundo, no rechazó “hacerse carne” y tomar
una forma verdaderamente humana (cf. 1Jn 4,2); no despreció el matrimonio (cf.
Mt 19, 3-9; Jn 2, 1-11), ni dudó en comer para conservar su cuerpo físico (cf.
Mt 11,19; Jn 21, 9-14).
Al instituir
los sacramentos, fue más allá y transformó las realidades
visibles, como el agua, el pan y el vino, en verdaderos instrumentos de
salvación.
Dice, por
ejemplo, que “el que no nazca de agua y de
Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5), o incluso: “si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no
bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6, 53).
El
respeto de los católicos por las cosas materiales, por lo tanto, fue aprendido
del propio Jesús.
Él, para salvar al ser humano –
cuerpo y alma -, quiso sabiamente distribuir su gracia invisible a través de
instrumentos tangibles y perceptibles a los ojos humanos.
LOS FRUTOS DE LA GRACIA
“Oportet nos per aliqua sensibilia signa in spiritualia devenire (conviene
que a través de señales sensibles lleguemos a las realidades espirituales)” (S.Th., III, q. 61, a. 4, ad 1), dice santo Tomás de Aquino.
Para
investigar cómo el agua bendita se introduce en esa economía, es necesario
entender cómo los sacramentos actúan en la vida
de los cristianos.
Aunque
estos tengan su efecto, que es la gracia, ex
opere operato (es decir,
automáticamente), las personas recogen frutos en la medida en
que se disponen interiormente a recibirlos.
Así, por ejemplo, quien se
arrepiente de sus pecados y es absuelto por
el sacerdote en la confesión, ciertamente recibe la gracia santificadora.
Pero aquel que tuvo una contrición mayor recibirá una porción de gracia también
mayor.
Quien se acerca dignamente a
la Eucaristía, del mismo modo, ciertamente recibe la gracia de Cristo,
pero cuanto más devotamente comulgue, mayor será su grado de comunión con Dios.
LOS SACRAMENTALES
Los llamados sacramentales –de los que el agua
bendita es un tipo-, aunque no tengan el efecto del sacramento, que es la obtención de la gracia, actúan disponiendo a la persona para su
recepción.
El agua bendita, por ejemplo,
explica el doctor Angélico, actúa de manera negativa, dirigiéndose (1) “contra las insidias del demonio y (2) contra los pecados veniales” (cf. S. Th., III, q.
65, a.1, ad 6).
Puede
relacionarse con el “exorcismo”, con la diferencia
de que este es aplicado contra la acción demoníaca desde dentro, mientras que “el agua bendita es dada contra los asaltos de los
demonios que vienen del exterior” (S. Th., III, q. 71, a. 2, ad 3).
Para este fin específico, se
trata de un instrumento verdaderamente eficaz, ampliamente comprobado por el
uso de los santos.
Santa Teresa de Ávila, por
ejemplo, recomendaba a sus hermanas que nunca anduvieran sin agua bendita y que
se sirvieran de ella con frecuencia:
“Vosotras no
imagináis el alivio que se siente cuando se tiene agua bendita”, decía. “Es un gran bien disfrutar con tanta
facilidad de la sangre de Cristo”.
Segundo,
en cuanto a los pecados veniales, el
agua bendita actúa mientras “despierta un
movimiento de respeto en
relación a Dios y a las cosas divinas” (S. Th., III, q. 87, a. 3).
A
diferencia de otras prácticas devotas que, realizadas con fervor, también
borran las faltas veniales –como la oración del Padrenuestro o un acto de
contrición-,el agua bendita trae consigo el poder de la bendición
sacerdotal, lo que da mayor eficacia a su uso.
LA SANTIFICACIÓN
El agua
bendita no es, por lo tanto, de una superstición, sino un recurso
extremadamente útil y piadoso para quien quiere santificarse a
través de la oración de la Iglesia.
El catecismo de la Iglesia católica advierte:
“Atribuir su eficacia a la sola materialidad de las oraciones o de los
signos sacramentales, prescindiendo de las disposiciones interiores que exigen,
es caer en la superstición”. § 2111
Por eso,
acompañado de la aspersión del agua bendita debe ir siempre un grado cada vez
mayor de fervor a Dios, sin el cual cualquier práctica
religiosa, por más piadosa que sea, pierde su sentido último.
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