¿Qué pensamos de Santo Tomás? ¿Nos sentimos identificados con él?
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del
Padre Nicolás Schwizer
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo
a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se
presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La
paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los
discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con
vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto,
sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu
Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el
Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor». Pero él les
contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los
clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su
costado, no creeré». Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos
dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas
cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego
dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis
manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente».
Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele
Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos
los que no han visto y han creído». Jesús realizó en presencia de los
discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han
sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para
que creyendo tengáis vida en su nombre.
REFLEXIÓN
“Tomás, ¿porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber
visto”. Estas palabras del Señor resucitado quieren insinuarnos a
reflexionar, un poco, sobre nuestra fe cristiana. Además, el hombre pascual, el
hombre nuevo que debe nacer en nosotros es, particularmente, un hombre de fe.
El tema de la fe es muy actual, hoy en día, porque el mundo está pasando por
una evidente crisis de fe. Existe el proceso lento de la des-cristianización,
de una paralización y aún de una extinción de la fe en el hombre moderno, y
hasta en nuestras propias filas.
El tiempo de hoy huye de Dios, lo reconoce en el mejor de los casos, solamente
como idea. No tiene ya un claro concepto de la persona de Dios ni de su
influencia personal frente al mundo y frente a los acontecimientos de nuestra
época.
Quizás también a nosotros nos pase un día, que debamos constatar: En el fondo ya no creo más en lo que he creído antes.
Se perdió mi entusiasmo, mi fervor religioso. Y no nos sentimos por eso
demasiado tristes; lo constatamos simplemente.
Nuestra vida de fe, nuestra propia vida espiritual, tiene sus altos y bajos.
Tenemos épocas, en que todo nos anda mal, en que nos cuesta rezar, confesarnos,
buscar a Dios. Pero, ¿qué pasará si estos estados
se reiteran y llegan a ser duraderos?
En todo caso no podemos mantener viva nuestra fe en el ambiente frío del mundo
moderno sin llevar una vida auténticamente espiritual y sin tener orden en esa
vida espiritual, sin tener tiempo para meditar y rezar, sin tener tiempo para
los que piensan y luchan como nosotros.
En esta situación la Iglesia nos muestra hoy la actitud de Santo Tomás. Tomás
es un verdadero hombre moderno, un realista y existencialista, que no cree en
más que en lo que toca, que no quiere vivir de ilusiones, que tiene miedo que
lo engañen: “Si no veo en sus manos la señal de los
clavos y si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su
costado, no lo creo”.
Lo que nos impresiona en el caso de Tomas, primero, que nos lo hace tan simpático
y a la vez contemporáneo, es la violencia de su resistencia. Son muy duras las
condiciones que pone para su rendición. Una dureza tan terrible no puede
provenir más que de un terrible sufrimiento. Él no quiere arriesgarse de nuevo,
porque ya ha sufrido demasiado, porque - probablemente - ha sufrido más que los
otros por la Pasión y Muerte de Jesús.
La respuesta de Jesús a las exigencias de Tomás es inaudita: Jesús las acepta y
se somete a ellas: “Trae tu dedo, aquí tienes mis
manos; trae tu mano y métela en mi costado” y agrega Jesús: “No seas incrédulo, sino creyente”.
Y entonces. Santo Tomás, vencido por tanto amor y tanta indulgencia de Jesús.
se siente transportado a una altura, a la que nadie ha llegado y exclama: “¡Señor mío y Dios mío!” Es el primero que llega
con su fe hasta este extremo. Hasta ahora, ningún apóstol ha dicho a Jesús: tú eres mi Dios. De ese pobre Tomás, escéptico y
exigente, obtiene Jesús uno de los actos de fe más hermosos de todo el
Evangelio.
¿Y nosotros? Nosotros no vemos ni tocamos al
Señor como Tomás. Sin embargo, nos pasa lo mismo que a él: Jesús está con nosotros, aún y sobre todo en medio de
nuestra duda e incredulidad. para apoyamos y fortalecemos.
Nuestras crisis de fe son crisis de crecimiento y nos sirven para ser
más adultos en nuestra fe, para acercarnos más y más a Dios. Los obstáculos son
ocasiones de ascensión tal como la presa que obliga al agua a elevarse para
darle una potencia nueva.
Porque la fe es una aventura permanente, un desafío continuo, un largo camino
que tenemos que andar. Y cuándo adelantamos en este camino, tanto más debemos
hacer saltos de fe. Es lo que dice San Pedro en una de sus cartas. “Tenemos que sufrir pruebas, para que sea purificada
nuestra fe, como el oro por el fuego”.
Queridos hermanos, pidamos por eso en esta Eucaristía pascual, que Dios nos
haga madurar y crecer en nuestra fe. Y que nuestras crisis de fe sean sólo
crisis de crecimiento en nuestro caminar hacia la Casa del Padre.
Y pidámosle también a María, Madre de la fe, que nos regale la gracia de una fe
firme y profunda en su Hijo Jesús, el Señor resucitado.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo.
Amén.
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
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