UN PERMANENTE RESQUEMOR LES RECUERDA QUE PERDIERON UN HIJO Y ROMPIERON A UNA MADRE
UN 10% DE LAS LLAMADAS QUE RECIBEN LOS TELÉFONOS DE
ATENCIÓN POR SÍNDROME POSTABORTO LOS HACEN LOS PADRES.
“Es como cargar una mochila. La mayor parte de
los días simplemente eres consciente de que está ahí. Pero hay otros en los que
se convierte en un peso enorme que te hunde”: es como describe Tony Perry, de 39 años, de Berkshire, ejecutivo del sistema
nacional de salud británico, su convivencia cotidiana con el aborto que
permitió.
"HAY
BARRIOS QUE TODAVÍA EVITO"
"Dejó
cicatrices profundas, siempre hay una sombra como fondo", añade. Hoy
es padre de dos hijos, pero nunca ha olvidado al tercero.
Lo tuvo con su novia cuando ambos eran veinteañeros. Ambos habían hablado de la
posibilidad de un embarazo imprevisto. Jenny, la chica, le habría dicho que de
haberse quedado encinta con 16 años habría abortado, pero ya pasados los 20
optaría por tenerlo. Sin embargo, cuando eso ocurrió, la joven reaccionó de
otra manera y optó por un aborto que Tony no quería.
Tony Perry habría tenido al niño, pero cedió a la voluntad férrea de la madre.
Intentó convencerla, pero Jenny llegó a espetarle que no le quería lo
suficiente como para seguir adelante con el embarazo. Él, aunque "devastado", decidió apoyarla en su decisión.
Acudieron juntos a la primera cita en el abortorio. El día de la intervención,
quien acompañó a Jenny fue su madre.
“Nuestra relación nunca se recompuso”, recuerda
Tony, quien tuvo que acudir a un terapeuta para que le ayudase a convivir con
su dolor y su rabia. Todavía hoy, feliz padre de dos chicos, vive los meses de
noviembre -fecha de aquel trágico acontecimiento- con una tristeza especial: “Hay barrios de la ciudad que todavía hoy evito,
como el del abortorio, porque me vienen imágenes de aquello”.
HAY
UN PADRE POR CADA NIÑO ABORTADO
Un reportaje en el Daily Mail presentó
en su día otros dos casos similares al de Tony. Tres hombres que han decidido
compartir su dolor con su nombre, apellidos y rostro (los nombres de las
mujeres concernidas son figurados) para llamar la atención sobre una realidad
poco resaltada habitualmente: el síndrome postaborto en
hombres.
"Hay un padre por cada niño abortado”, subraya Charlie Conner, uno de los responsables de Rachel’s Vineyard [El Viñedo de Raquel], organización católica que
hace retiros de fin de semana para ayudar a hombres y mujeres con síndrome
postaborto: “No hace falta ser matemático para
entender que hay ahí un enorme problema oculto”.
En efecto, según los datos que ofrece, tras un extenso estudio basado en
entrevistas personales, Arthur Shostak,
profesor emérito de Sociología en la Drexel University de Filadelfia, un 90% de
los hombres cuyas parejas abortaron a sus hijos considera esa experiencia una de las más estresantes de su vida, y en torno a un 9% no la supera
nunca.
Cifra que coincide con la que aporta Margaret Cuthill, ex
coordinadora nacional de Abortion Recovery Care and Helpline, una línea de teléfono de ayuda a quienes padecen
ese síndrome: el 10% de las llamadas que
reciben son de hombres. Muchos se preguntan por qué no protegieron a
su hijo o por qué no apoyaron a su pareja para evitar el aborto.
“Esto se hace más
patente cuando los hombres alcanzan los cuarenta y tantos y miran atrás en su
vida, y se preguntan lo que hicieron o no hicieron, especialmente si nunca
tuvieron hijos”, dice Margaret: “Si su único hijo fue abortado, puede destrozarles el corazón”.
"¿LA
ESTOY FORZANDO A HACER ESTO? ¿LO LAMENTARÉ?"
Es el caso de Carl Miller, galés de 50 años, a quien
no abandona nunca la sensación de culpa y castigo por lo que hizo: "Cuando me sucede algo malo, siento
que estoy siendo castigado por obligar a mi novia a abortar el
niño que ella quería tener”.
Explica que él era virgen al empezó a salir con Jayne, y vivieron durante meses
una relación muy apasionada. Cuando ella se quedó embarazada, él pensó: "¡Soy demasiado joven para esto! Mi
carrera estaba empezando y yo pensaba que tener un niño la
dificularía”.
Luego descubrió que Jayne había
dejado de tomar la píldora. Se sintió engañado, enfureció, e insistió en el
aborto: “Era lo último que Jayne quería, y ambos lloramos cuando discutimos para tomar la
decisión. Finalmente ella aceptó que yo era demasiado joven para ser padre y se
disculpó por decepcionarme. Acudimos juntos a pedir cita para el aborto y la
acompañé a un abortorio privado para un aborto de 11 semanas”.
CARL MILLER NO DEJA DE PENSAR QUE AQUEL HIJO FUE SU
ÚNICO HIJO.
En Carl se da una circunstancia
especial. Tres años después de esto “salió del
armario” y empezó a llevar una
vida gay. Hoy convive un
hombre que es abuelo de tres nietos, a quienes ve con frecuencia y aprecia: "Eso aumenta mi culpa por el aborto, y me
pregunto cómo habría sido mi hijo”.
Y recuerda con horror el momento del aborto. “Mientras
esperaba por ella, pensé: ¿La estoy forzando a hacer esto? ¿Lo
lamentaré?”. Un año después rompieron.
“Solo con el paso
del tiempo he comprendido la
enormidad que sucedió y lo que perdí”, reconoce.
"PUDE
VER SU ROSTRO SOMBRÍO"
Para Paul O’Callaghan,
de 47 años, gerente de un club social en el norte de Londres, ver a sus
hermanos y a su mejor amigo convertirse en padres y comprobar la
alegría que los hijos les iban trayendo le
hizo preguntarse cómo podría haber sido también su vida.
Sigue soltero y sin hijos quince años
después del aborto que impulsó. Estaba en su casa preparando una mudanza para cambiarse de
trabajo, cuando recibió un mensaje de Charlotte, una mujer con la que había
mantenido una breve relación romántica de siete semanas. Le informaba de su
embarazo.
“Me sentí estúpido por estar en esta
situación", explica: "Estaba
furioso conmigo mismo por ser tan negligente. Era un hombre hecho y derecho, no
un pardillo adolescente. Pero tenía claro que no quería que el embarazo
continuase, a pesar de que Charlotte ya estaba acercándose a los cuarenta y
nunca había tenido un hijo. Quizá habría sido diferente si la hubiese conocido
mejor, pero yo no estaba preparado para tener un hijo con ella”.
A Paul O'Callaghan le tortura la idea de que para Charlotte aquella fuese su
última oportunidad de ser madre.
Consiguió convencerla, a sabiendas de que ella quería tener al niño: "Ella aceptó hacer lo que yo creyese que era mejor,
pero pude ver su rostro sombrío y me sentí fatal. Comprendí que ella esperaba que
yo le dijese que tuviese el bebé y que ambos saldríamos
adelante. Pero a mí el aborto me pareció la única opción”.
Una semana después, Paul acompañó a Charlotte a un abortorio privado. Se la
llevaron para una ecografía y salió bañada en lágrimas porque
había visto a su hijo: “La abracé, pero
mis razones para no querer el hijo seguían siendo las mismas. Charlotte abortó
una semana después, de 9 semanas. Yo no estaba orgulloso, pero me sentí
aliviado y pude cambiarme de ciudad”.
Nunca volvieron a verse. Y aunque él no se obsesionó con lo sucedido de forma
inmediata, cinco años después su
actitud sobre formar una familia comenzó a cambiar. La gente de su entorno
empezó a tener hijos.
"Hay momentos agridulces", confiesa,
"cuando veo a un hombre con sus hijos y
pienso: ese podía haber sido yo. Me siento culpable de lo que pasó. Me pregunto
si ella llegó luego a ser madre. Espero que sí. De otro modo, significaría que
su único hijo fue abortado. Y aunque puede que yo ya nunca tenga un hijo, odio
pensar que la privé a ella de la maternidad y le provoqué un
dolor perdurable”.
Publicado en ReL el
18 de julio de 2017.
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