María nos levanta de nuestras caídas, sufrimientos y desánimos y nos eleva a las cosas de Dios.
Por: Pbro. José Juan Sánchez Jácome | Fuente:
Semanario Alégrate
Recuerdo que en otros tiempos algunos críticos se quejaban de que el arte
barroco, especialmente en México, insistiera mucho en escenas de sufrimiento,
pues se presenta a Jesús, a los santos y a la Santísima Virgen María con
semblante de dolor y en esas imágenes barrocas no faltan las llagas, las
lágrimas y la sangre.
Algunos decían que era muy exagerado insistir en la parte del sufrimiento, como si fuéramos un pueblo que se quedó en el viernes santo y no llegó a la resurrección; como si fuéramos un pueblo que se quedó en la oscuridad y no ha llegado a la luz de Jesús.
Sin embargo, no ha cambiado
nuestra situación de ser un pueblo que sufre, que sigue viviendo en la
injusticia y la violencia, por lo que estas imágenes siguen siendo un referente
que infunde consuelo, fortaleza y esperanza, para responder de manera cristiana
a esta realidad adversa.
Nuestro pueblo, de manera
especial, se ha identificado estrechamente con la Santísima Virgen María de
quien recibimos auxilio e inspiración. Ayuda todos necesitamos, no somos
perfectos, no estamos acabados, sino que precisamos de los demás. Hasta en las
cosas más elementales necesitamos ayuda.
Por desgracia, algunos se sienten
autosuficientes y viven como si no necesitaran de los demás. Piensan que pueden
resolver solos sus necesidades y se cierran a reconocer el apoyo tan necesario
de los demás. Pero muy pronto la necesidad nos regresa a la realidad, ya que
tenemos tanta necesidad de los demás.
En las necesidades de todos los
días vamos encontrando, gracias a Dios, a personas que nos apoyan, que se
preocupan y que están pendientes para brindar su apoyo. Estas personas hacen
más ligera nuestra vida. Por eso, tenemos que fomentar la caridad y la humildad
para estar disponibles ante las necesidades de los demás.
Sin embargo, hay una ayuda más
urgente y más apremiante que también se va ofreciendo en la vida. Hay momentos
que necesitamos no solo ayuda, sino socorro, auxilio pronto; necesitamos de
quien nos rescate y defienda urgentemente. Necesitamos que alguien nos sostenga
para que no sigamos cayendo; que enjugue nuestras lágrimas y que nos fortalezca
para que, a pesar del dolor más grande, no le perdamos el sentido a la vida.
En las emergencias y tragedias es
donde más se manifiesta que no podemos solos, que nos confiamos
incondicionalmente al otro, que necesitamos con urgencia un refugio y que
yacemos en busca de amparo.
Eso reconocemos en María, pues
cuando ya no sabemos a dónde ir, cuando se han agotado nuestras fuerzas, ahí
está la madre para rescatarnos y sostenernos en la lucha de la vida. María nos
acoge y nos hace ver que estamos seguros en sus manos.
Los títulos y advocaciones
marianas profundizan en su sufrimiento y en la fortaleza que nos ofrece en esos
momentos de dolor. De ahí que la invoquemos como: la Virgen de los
desamparados, nuestra Señora del refugio, la Virgen de la soledad, el Perpetuo
socorro, la Virgen de los dolores y Auxilio de los cristianos, entre tantos
otros títulos.
El pueblo de Dios ha contemplado
a María a través de sus lágrimas y sus sufrimientos, llamándola con estos
títulos que establecen una conexión íntima con el pueblo que sigue sufriendo,
pero que mantiene su esperanza en el Señor.
María, desnudo y despojado de su
dignidad, sostuvo al Niño Jesús en Belén. Y, desnudo y despojado de su
humanidad y dignidad, sostuvo a Jesús en el Calvario. En una de sus obras, el
P. José Luis Martín Descalzo se refiere a ella como: “Virgen
experta en penas, sabia en dolores, maestra en el sufrir, conocedora de todas
las espadas”.
María es una madre que se
conmueve ante nuestro dolor y nunca nos deja solos. Como lo hizo con Jesús,
sigue estando junto a sus hijos a la hora del sufrimiento y de la oscuridad.
Porque esa es la fe que hemos
heredado, el testimonio que tantas generaciones y comunidades cristianas nos
dan acerca de María, nunca dejen de acudir a ella; nunca duden tocar el corazón
de María y recargar su dolor en las benditas manos de María, que es “Virgen experta en penas, sabia en dolores, maestra en el
sufrir, conocedora de todas las espadas”.
Además de exaltarla y reconocerla
como una reina, la reconocemos y buscamos como nuestro refugio, auxilio,
defensa y perpetuo y eterno socorro. Así acudimos a ella, así la reconocemos y
celebramos.
Decía Chesterton que: “Cada generación busca su santo por instinto, y no es lo
que el pueblo quiere, sino lo que el pueblo necesita”. Dios permitió
que, en los inicios de la historia de la Iglesia, cuando había mucho odio y
persecución, surgieran los mártires, esos hombres y mujeres que no le negaron
nada a Cristo y que estuvieron dispuestos a derramar su sangre por el
evangelio.
En otro tiempo, cuando reinaba la
corrupción, la descomposición y el desorden en la sociedad, Dios hizo surgir a
una pléyade de hombres y mujeres que plantaron cara a la sociedad y se fueron a
vivir al desierto, convirtiéndose en padres y madres del desierto. Al irse al
desierto, ante tanta corrupción y desorden, lograron que la gente los fuera a
buscar y llegaran también a fastidiarse de vivir en la corrupción y en la
mentira. Se convirtieron así en guías espirituales y en un gran estímulo para
retomar la fe cristiana.
Hubo otro tiempo en que había
mucha ostentación y lujos, y la Iglesia se iba olvidando de los pobres. En un
tiempo así Dios hizo surgir a San Francisco de Asís y las órdenes mendicantes
que renovaron la vida cristiana y volvieron la mirada a los pobres, enfermos y
necesitados. Porque cada generación busca a los santos por instinto.
Nuestra generación por instinto
busca a esos santos que son compasivos, cercanos, amables, misericordiosos, que
están siempre dispuestos a socorrer en tiempos críticos, precisamente como
María. Nuestra generación tiene tanta necesidad de esta madre. Delante de estas
penas y sufrimientos tenemos a una mujer con la que nos identificamos y que no
pasa de largo ante el sufrimiento de sus hijos.
Dice Francisco Fernández-Carvajal que: “Nuestras penas y dolores pierden su amargura cuando se elevan hasta el Cielo. Poenae sunt pennae, las penas son alas, dice una antigua expresión latina. Una enfermedad puede ser, en algunas ocasiones, alas que nos levanten hasta Dios”.
María nos levanta de nuestras
caídas, sufrimientos y desánimos y nos eleva a las cosas de Dios. Que seamos
una generación que busque más a María, que no se olvide que tiene una madre y
que en los momentos de desesperación acudamos a ella como nuestro refugio,
auxilio y protección.
Este mes de julio nos volvemos a
encontrar con María santísima, a través del inmenso cariño y admiración que le
rinde nuestro pueblo, al celebrar a la Virgen del Carmelo que reina en nuestros
hogares, procesiona por las calles y surca nuestros mares. Con el poeta, nos
sentimos impulsados a decirle:
“Ya sabemos Señora, ya sabemos que si vemos la mar
a ti te vemos y que al mirarte a ti la mar es nada”.
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