La noche del domingo fue intensa para Jesús. Explica muchas cosas a los suyos, pero, sobre todo, reza. Su alma está en tensión.
Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net
UNA NOCHE INTENSA
La noche del domingo fue intensa para Jesús. Explica muchas cosas a los suyos,
pero, sobre todo, reza. Su alma está en tensión. Ve, quiere, siente, habla con
el Padre, es invadido por el Espíritu Santo que le empuja al sacrificio. Vive
un amor intenso y dolorido. Ante sus ojos desfilan los sucesos de aquellos tres
años, y la humanidad entera con sus miles de historias individuales se le hace
presente. Es la oración del Mediador entre Dios y los hombres, y vive su
función con intensidad.
LA MALDICIÓN DE LA HIGUERA
También ayuna, su espíritu no se relaja. El lunes, al encaminarse de nuevo al
Templo de Jerusalén, "sintió
hambre". Pero en lugar de
recurrir a los suyos pidiendo alimento, se dirige hacia un higuera buscándolo.
Sabe que florecen hacia junio y raramente lo hacen en abril; pero le mueve un
deseo intenso de que Israel dé buenos frutos, a pesar de todas la evidencias.
Tiene hambre del amor de su pueblo y de todos los hombres. Pero aquel pueblo es
como la higuera que tiene muchas hojas y ningún fruto. Y surge la ira profética
como el relámpago en un cielo de tormentas, y clama hablando con el árbol, y
más aún con su pueblo: "que nunca
jamás coma nadie fruto de ti" (Mc).
Los discípulos escuchaban sorprendidos.
Al día siguiente "Por la mañana, al
pasar, vieron que la higuera se había secado de raíz". Los discípulos estaban acostumbrados a los
milagros, pero esta vez se sorprenden, pues se dan cuenta que forma parte del
mensaje de Jesús que les habla por medio de un símbolo. Un árbol frondoso y
prometedor se ha secado casi de repente. "Y
acordándose Pedro, le dijo: Rabbí, mira, la higuera que maldijiste se ha
secado". Era como decirle
explícanos esta nueva parábola unida a un milagro tan extraño. Jesús abre su
alma y les explica algo esencial: el valor de la fe y la importancia del perdón
y les contestó: "Tened fe en
Dios". La necesitarán pues
dentro de poco van a ver la debilidad de Dios, o mejor, un manifestarse del
amor divino que se abajará al máximo para ganar la buena voluntad de los
hombres. Para personas acostumbradas a considerar a Dios lleno de poder y
majestad, es un escándalo verle humilde para vivir el misterio del perdón.
LA SEGUNDA EXPULSIÓN DE
MERCADERES EN EL TEMPLO
Al comenzar la vida pública Jesús expulsó a los mercaderes del Templo en un
acto que suscitó esperanzas en algunos y enemistad en los comprometidos con el
mercadeo de las cosas de Dios. Ahora va a suceder algo similar, pero no en vano
han transcurrido tres años de intensa evangelización. Jesús ya no se presenta
sólo como un reformador religioso, pues en el Templo se ha proclamado el Hijo
de Dios igual a Padre. Está hablando en su casa, en la casa de Dios, y todo su
poder se dejará ver con fuerza. "Llegan
a Jerusalén. Y, entrando en el Templo, comenzó a expulsar a los que vendían y a
los que compraban en el Templo, y derribó las mesas de los cambistas y los
puestos de los que vendían palomas. Y no permitía que nadie transportase cosas
por el Templo, y les enseñaba diciendo: ¿No está escrito que mi casa será
llamada casa de oración para todas las gentes? Vosotros, en cambio, la habéis
convertido en una cueva de ladrones" (Mc).
Su acción no encuentra ahora gentes sorprendidas por el desconocido galileo.
Ahora todos saben que el que actúa con santa ira se ha proclamado Mesías rey,
ha sido aclamado por el pueblo y discutido por los príncipes. Temen, recogen
sus enseres, y huyen. La actividad era grande en el mercado del Templo durante
la Pascua. Miles de sacrificios, multitud de animales, vocerío, paso por el
centro del templo, y nada de oración. Pero la acción apunta más alto, los
responsables son los que dirigen el Templo. El sumo Sacerdote permite aquel
barullo porque se enriquece con cada transacción. Si el dinero fluye a sus
arcas poco le importa el orden del templo. Los que le asisten también son
colaboradores de aquel abuso. En realidad la gloria del Altísimo era cuestión
muy lejana de sus intereses. Aquí está la raíz del rechazo de Jesús como Mesías
que se manifiesta como el Hijo de Dios. Si fuesen hombres de oración, si
estuviesen unidos con Dios, descubrirían la verdad del enviado de Dios. Pero no
lo son, por eso cuando los príncipes de los sacerdotes y los escribas lo
supieron, “buscaban el modo de perderle;
pues le temían, ya que toda la muchedumbre estaba admirada de su doctrina"
(Mc).
SIEMPRE EL MISMO TEMA
La rabia crece en su corazones. El mismo Sanedrín ha determinado que se le mate,
pero Jesús actúa con impunidad en el Templo. Es más actúa haciendo y
deshaciendo, enseñando y corrigiendo abusos. Parece que les provoca. Y ellos no
pueden aguantar. Por eso con irritación se enfrentan con Jesús sin atender a
sutilezas, a gritos: "Y mientras paseaba
por el Templo, se le acercan los príncipes de los sacerdotes, los escribas y
los ancianos, y le dicen: ¿Con qué potestad haces tales cosas?, o ¿quién te ha
dado tal potestad para hacerlas?".
Siempre es el mismo tema: ¿quién eres?, como
si no lo hubiese dejado claro muchas veces allí mismo. Pero no quieren
aceptarlo, ninguna razón les moverá de su incredulidad. Por eso Jesús les
contestó de un modo sorprendente: "Yo
también os haré una pregunta, respondedme, y os diré con qué potestad hago
estas cosas: el bautismo de Juan ¿era del Cielo o de los hombres?. Y
deliberaban entre sí diciendo: Si decimos que del Cielo, dirá: ¿por qué, pues,
no creísteis? Pero ¿vamos a decir que de los hombres? Temían a la gente; pues
todos tenían a Juan como a un verdadero profeta. Y contestaron a Jesús: No lo
sabemos. Entonces Jesús les dice: Pues tampoco yo os digo con qué potestad hago
estas cosas" (Mc).
LA AUTORIDAD DE JESÚS
Jesús tiene autoridad de rey; tiene la autoridad de quien tiene poder de hacer
milagros; tiene autoridad de hombre perfecto y sabio; tiene la autoridad de
Hijo de Dios; tiene la autoridad del Padre que le ha dado todo poder. Ninguna
de ellas es aceptada por aquellos hombres de corazón envilecido. Sus mentes
bullen ante la cuestión de quedar bien con el pueblo. Y se refugian en la
evasiva cuando se les enfrenta con la verdad. Jesús no puede actuar con la
claridad de la verdad a los que están cerrados a la luz. Y deja en evidencia a
los que no quisieron creer en el Bautista, y no quieren creer en Él.
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