LUIS HIZO ESTE COMENTARIO AYER QUE ME ABRIÓ LOS OJOS:
Me encanta ver la pasión del
padre en una verdadera lucha para conciliar la bondad de Dios con la existencia
del Infierno.
Es
cierto, es cierto. Ha expresado con economía de palabras lo que ha sucedido en
mi alma desde los comienzos de mi fe. Y no solo con el tema del infierno,
aunque el asunto de la condenación eterna se lleva la palma de todos los
asuntos en que he tratado (y todos hemos tratado) de conciliar ambas cosas: la
bondad y la dureza.
Creo en
el dogma de la Iglesia sobre el infierno, creo en cada versículo de la Sagrada
Escritura, pero tantas veces, en mi alma, he sentido la lucha de Jacob con el
ángel.
Después
de tantos años, estoy seguro: todo lo que enseña la
Iglesia es verdad, todo lo que enseña la biblia es verdad. Ahora bien,
podemos conciliar el dogma con la bondad sin que por ello salga resentida la
verdad.
Podemos
emplear toda la bondad posible, mientras no nos salgamos de la fórmula del
dogma. ¿Hará
Dios lo mismo? ¿No estaré excediéndome? Sin ninguna duda, no. Seguro
que Dios usa de la máxima bondad, misericordia, compasión que le es posible sin
romper principios que conoceremos en su momento y que veremos que eran muros
infranqueables. Ese gran muro es la libertad humana para resistirse de un modo
definitivo.
UN COMENTARIO A MI
ÚLTIMA CHARLA SOBRE EL INFIERNO
Un
comentarista hacía este interesante comentario a mi charla sobre Dios como arquitecto
del infierno. Es un comentario profundo, que vale la pena meditar y dar una
respuesta:
Padre, en su razonamiento (minuto 10:20), observo
un error. Comenta que nadie puede cometer un mal infinito. Pero ello no es
cierto. Si alguien contribuye como cooperador necesario para que un alma se
condene, entonces su mal es infinito, porque el mal creado a esa alma es
infinito. Dado que la existencia es material (finita) y espiritual (infinita),
todo quien coopera necesariamente a la condenación eterna de un alma comete un
mal infinito. Por tanto, es equitativo (y hasta misericordioso) que reciba un
castigo infinito con un orden de magnitud que desconocemos.
Es cierto
que parece que hay una diferencia esencial entre querer la muerte de una o diez
personas, entre torturarles una hora o una semana, y buscar su sufrimiento sin
fin por los siglos de los siglos. Esto segundo, desde un punto de vista
teórico, parecería una diferencia radical; pero no lo es.
Cuando
uno odia con todas sus fuerzas, busca provocar el mayor daño posible al otro.
Normalmente, la voluntad que comete un asesinato o tortura piensa en hacer
sufrir aquí y ahora, durante un mayor o menor tiempo, sin entrar en más
consideraciones. Pero cuando se odia tanto, si uno pudiera elegir hacer sufrir
para siempre, se escogería la opción de provocar dolor sin fin. A cierto nivel
de odio tremendo, todos los que sufren ese furor escogerían la opción 2, la de
provocar sufrimiento sin fin.
Pero,
incluso en ese caso en que uno escogiera la opción 2, no estamos hablando de
que la persona ha cometido un pecado de “peso” infinito,
sino que desea que algo finito se prolongue sin fin. Con lo cual no
hablamos de que en la balanza una iniquidad posee un peso infinito, sino de un
grifo de odio que uno no quiere cerrar.
Aun así,
querido comentarista, te doy la razón en algo: un
grifo de odio que uno rehúsa cerrar, aun siendo un pecado finito (pues su
chorro es limitado), se trata de una iniquidad que tiene un carácter tal que
bloquea la misericordia infinita para que esta actúe.
Ese
pecado es finito, pero se transforma en obstáculo perfecto.
P. FORTEA
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