También Dios puede hacerse presente en el mundo por medio de nosotros
Por: Ramiro Pellitero | Fuente:
iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com.es
¿Qué tiene que ver el origen de Jesús con la fe?
¿Qué podemos aprender de la actitud de María en ese origen? ¿De qué nos puede
servir esto ante las dificultades? Al comienzo del año, y en la "cuesta" de Enero, nos conviene
plantearnos cómo nos ayuda la fe.
De esto se ocupó Benedicto XVI en su audiencia general del 2 de enero, con el
título: "Fue concebido por obra del Espíritu
Santo". Ante la gruta de Belén surge la pregunta de cómo pudo aquel
Niño cambiar radicalmente el curso de la historia. Y aún otra pregunta más
profunda, que hizo Pilatos: "¿De dónde eres
tú?" (Jn. 19, 9).
Jesús había dicho "Yo soy el pan bajado del
cielo" (Jn. 6, 41), pero muchos no le habían querido escuchar, pensando
que conocían bien a su padre y a su madre (cf. Jn. 6, 42). Y luego les había
insistido: "Yo
no he venido de mí mismo, pero el que me ha enviado, a quien vosotros no
conocéis, es veraz" (Jn. 7,
28).
El Papa se detiene mostrando cómo el origen de Jesús está claro en los
Evangelios, sobre todo en las palabras del ángel Gabriel a María. Al mismo
tiempo, todo ello nos enseña acerca de lo que supone la fe cristiana.
EL VERDADERO ORIGEN DE JESÚS
Los cuatro Evangelios, señala Benedicto XVI, responden con claridad a la
pregunta de dónde viene Jesús: su verdadero origen es Dios Padre, pero de una
manera muy distinta a cualquier otro profeta o enviado por Dios. "El Espíritu Santo -se lee en el Evangelio según San
Lucas- vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios" (Lc 1, 35).
Y en el de San Mateo, las palabras dirigidas a San José: "Lo que en ella ha sido concebido es obra del
Espíritu Santo" (Mt 1, 20).
De hecho, apunta el Papa, al rezar el Credo en estos días navideños, y llegar a
la expresión "por obra del Espíritu Santo se
encarnó de María, la Virgen", la liturgia nos pide que nos
arrodillemos. Y muchas grandes obras de música sacra (como la Misa de la
Coronación, de Mozart) se detienen de modo especial en esa frase, "casi queriendo expresar con el lenguaje universal
de la música aquello que las palabras no pueden manifestar: el misterio grande
de Dios que se encarna, que se hace hombre"
Observa también Benedicto XVI que en la expresión "por
obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen", se
incluyen cuatro sujetos: además del Espíritu Santo y María, se sobreentiende
Jesús, que se hizo carne en el seno de la Virgen. Y si miramos cómo define el
Credo a Jesús (unigénito Hijo de Dios, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero
de Dios verdadero, de la misma naturaleza del Padre), descubrimos que Jesús
remite a la persona del Padre, que es, en realidad, el primer sujeto de esa
frase: el Padre, que con el Hijo y el Espíritu Santo,
es el único Dios.
EL PAPEL DE MARÍA
A continuación el Papa profundiza en el papel de María en la encarnación del
Hijo de Dios. Gracias a ella, tenemos a Dios con nosotros. "Así, María pertenece en modo irrenunciable a
nuestra fe en el Dios que obra, que entra en la historia. Ella pone a
disposición toda su persona, ´acepta´ convertirse en lugar en el que habita
Dios. (...) Dios ha elegido precisamente a una humilde mujer, en una aldea
desconocida, en una de las provincias más lejanas del gran Imperio
romano". Por eso no debemos temer ante nuestra pobreza o
inadecuación para dar testimonio de Jesucristo.
La explicación del ángel a María: "El Espíritu
vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra» (1,
35), remite en primer lugar al comienzo de la creación cuando "el espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las
aguas» (Gn. 1, 2); Él es el Espíritu creador que está en el origen de
todas las cosas y del ser humano. Por eso "lo
que acontece en María –observa el Papa–, a
través de la acción del mismo Espíritu divino, es una nueva creación: Dios, que
ha llamado al ser de la nada, con la Encarnación da vida a un nuevo inicio de
la humanidad". Por eso los Padres de la Iglesia hablan de Cristo
como "el nuevo Adán".
NACER DE NUEVO COMO HIJOS DE DIOS
Y en el Año de la Fe, añade Benedicto XVI: "Esto nos hace reflexionar
sobre cómo la fe trae también a nosotros una novedad tan fuerte capaz de
producir un segundo nacimiento". En efecto –agrega–, "en el comienzo
del ser cristianos está el Bautismo que nos hace renacer como hijos de Dios,
nos hace participar en la relación filial que Jesús tiene con el Padre".
Hace notar que el Bautismo no es algo que nosotros hacemos sino que recibimos,
y al recibirlo nos hace hijos de Dios (cf. cf. Rm. 8, 14-16).
Cabría preguntar cómo se concreta, en nuestro caso, ese "nacer de
nuevo". Así lo dice el Papa, explicando que no se trata de algo que sucede
sólo cuando nos bautizamos, sin que tomemos parte "activa" en ello,
como es el caso del bautismo de los niños pequeños. Ahora sigue sucediendo,
pero solo si nos abrimos a Dios por la fe:
"Solo si nos abrimos a la acción de Dios, como María, sólo si confiamos
nuestra vida al Señor como a un amigo de quien nos fiamos totalmente, todo
cambia, nuestra vida adquiere un sentido nuevo y un rostro nuevo: el de hijos
de un Padre que nos ama y nunca nos abandona".
SER MORADA DE DIOS ENTRE LOS HOMBRES
En segundo lugar, el ángel le dice a María: "la
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra". Alude así a la nube
que, durante el camino del éxodo del pueblo de Israel por el desierto, se
detenía sobre la tienda que guardaba el arca de la Alianza, indicando la
presencia de Dios (cf. Ez 40, 34-38). Aquí se quiere indicar -señala Benedicto
XVI- que "María, por lo tanto, es la nueva
tienda santa, la nueva arca de la alianza: con su ´sí´ a las palabras del
arcángel, Dios recibe una morada en este mundo, Aquel que el universo no puede
contener establece su morada en el seno de una virgen".
Y esto también se nos aplica. También Dios puede hacerse presente en el mundo
por medio de nosotros: "Aunque a menudo nos
sintamos débiles, pobres, incapaces ante las dificultades y el mal del mundo,
el poder de Dios actúa siempre y obra maravillas precisamente en la debilidad.
Su gracia es nuestra fuerza (cf. 2 Co 12, 9-10)".
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