Hay algunas cosas que parece que molestan y que ya apenas se predican sobre el bautismo. Así que conviene recordarlas, porque ya no podemos dar por supuesto que nadie sabe nada: ni siquiera prelados, religiosos o monjas. Lo he podido comprobar en Twitter en los últimos días. Así que, aunque solo sea por tocarles las narices a los modernistas imperantes, me propongo recordar algunas verdades que les resultan incómodas.
DICE EL CATECISMO ROMANO:
La ley del Bautismo ha sido
impuesta por Dios a todos los hombres, de modo que si no renacen
para Dios por la gracia del Bautismo, son engendrados por sus padres para la
muerte eterna: «Quien no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no
puede entrar en el Reino de Dios» (Jn. 3 5.).
El bautismo de los
niños: como el bautismo
se administra para borrar el pecado original, y como los niños nacen con él, es
necesario que los niños lo reciban para obtener la vida eterna, pues sin el
Bautismo no puede de modo alguno obtenerse. Los
niños, en el bautismo, reciben la gracia de la fe, no porque crean asintiendo
con el entendimiento, sino porque son adornados con la fe de la Iglesia
universal. Débese bautizar a los niños lo antes que se pueda
sin peligro, de modo que se hacen reos de grave culpa quienes privan a los
niños del Bautismo más tiempo del que exige la necesidad, pues es el único
medio de que disponen para alcanzar la salvación, y están expuestos a numerosos
peligros.
La mayoría de la gente hoy no
cree en el pecado original ni en la necesidad de bautizar a los niños cuanto
antes. Abundan quienes dicen no bautizar a los niños con el pretexto de que, de
mayores, ya decidirán ellos si quieren bautizarse o no. Eso solo se puede
entender en familias sin fe, ateas o agnósticas. Reduciéndolo al absurdo, eso
es como si no les ponemos nombre cuando nacen, para esperar a que ellos se los
pongan a su gusto cuando sean mayores; o en no darles de comer leche, carne o
pescado, porque no sabemos si de mayores van a ser vegetarianos, veganos o si
van a comer de todo.
Quien tiene fe bautiza a los
niños lo antes posible para abrirles las puertas del cielo. Pero claro, para
eso hay que creer que hay salvación y condenación, cielo e infierno. Y hoy en
día ya nadie cree esas cosas.
¿Nadie? ¡No! Un pequeño grupo de irreductibles creyentes resistimos todavía (y lo
haremos siempre) a los herejes y a los ateos materialistas que nos tratan de
invadir y aniquilar a toda costa (no lo conseguirán).
Hay que bautizar a los niños de
recién nacidos. ¿Por qué? Porque, si les
pasa algo y mueren, es su única posibilidad de ir al cielo. El bautismo limpia
el pecado original con el que todos nacemos. Y por el bautismo somos hechos
hijos adoptivos de Dios en el Hijo y coherederos de cielo. Quien no renace del
agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el Reino de los Cielos. Nuestros
padres y abuelos lo tenían clarísimo y nos bautizaban a los pocos días de
nacer. Haced caso a vuestros mayores y respetad la fe de vuestros padres. A ver
si os vais a creer vosotros mejores o más listos que ellos.
«Si alguno dijere, que
nadie se debe bautizar sino de la misma edad que tenía Cristo cuando fue
bautizado, o en el mismo artículo de la muerte; sea excomulgado.»
«Si alguno dijere,
que los párvulos después de recibido el Bautismo, no se deben contar entre los
fieles, por cuanto no hacen acto de fe, y que por esta causa se deben
rebautizar cuando lleguen a la edad y uso de la razón; o que es más conveniente
dejar de bautizarlos, que el conferirles el Bautismo en sola la fe de la
Iglesia sin que ellos crean con acto suyo propio; sea excomulgado.» Cana. XII y XIII, ses. VII, de Bap. , Cons. Trident. Celebrado el 3 de
marzo de 1547.
«Cualquiera que
niegue que los párvulos por el bautismo de Cristo quedan libres de la perdición
y perciban la salud eterna; sea excomulgado.» Ex cod
carthag. n. 6.
«No quieras creer,
ni decir, ni enseñar (si quieres ser católico) que los infantes antes de ser
bautizados, prevenidos por la muerte, puedan conseguir el perdón del pecado
original». San Agustín. Ad Renatum.
El bautismo es necesario para los
niños pero también lo es para los adultos. Por eso los misioneros
dejaban sus casas y se iban a tierras remotas a anunciar el Evangelio y a
bautizar a paganos, idólatras e infieles de cualquier pelaje. Y muchos morían
en tierras de misión, algunos mártires de la fe. Recordemos, por ejemplo, a San
Francisco Javier.
Los adultos tienen que querer
recibir el bautismo libre y espontáneamente. Se requiere también tener fe en
quien tiene uso de razón: «El que creyere y se
bautizare se salvará» (Mc. 16, 16.). Finalmente, se requiere
el arrepentimiento de los pecados pasados y el propósito
de cambiar de vida en adelante; pues
el Bautismo nos impone la obligación de morir al pecado y de andar en novedad
de vida viviendo para Dios (Act. 2 38;
Rom. 6 11; Gal. 3 27.).
El bautismo nos incorpora a
Cristo y nos abre las puertas del cielo, cerradas por el primer pecado. Por
naturaleza nacemos de Adán hijos de la ira: Éramos
por naturaleza u origen hijos de la ira, no menos que todos los demás. (Efes.
, II, 3). Pero por el Bautismo renacemos en Cristo, hijos de misericordia. Pues
dio potestad a los hombres de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su
nombre, los cuales han nacido no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de
voluntad de varón, sino de Dios. Este Sacramento es necesario a
todos sin excepción alguna para conseguir la vida eterna. Por eso es
importante bautizarse.
Dice el Catecismo Romano que «la ley del Bautismo está prescrita por Dios a
todos los hombres, de modo
que, si no renacieren para Dios por la gracia del bautismo, los engendran sus
padres, sean fieles o infieles, para la infeliz y eterna muerte. Y así los
Pastores explicarán muchas veces lo que se lee en el Evangelio: «El que no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no
puede entrar en el reino de Dios».
¿Se enteran? No
da igual estar bautizados que sin bautizar. Por el bautismo somos hijos de Dios y hermanos en Cristo. Esta es la
única fraternidad posible. Por eso si queremos un mundo fraterno, ¿qué tenemos que hacer? Predicar el
evangelio y bautizar para salvar todas las almas que podamos: esa es la mayor
obra de misericordia que podemos hacer. Es un deber de caridad. Porque nos
jugamos la vida eterna o la condenación eterna.
¡Ah! ¿Que no creen? Allá ustedes. Quien no cree, se condena.
«El bautismo es
precio de la redención de los cautivos, perdón de las deudas, muerte del
pecado, regeneración del alma, vestido resplandeciente, sello Inquebrantable,
conductor para el cielo, conciliador del reino, don de la adopción.» Ex S. Basilio. 330 + 379.
No hay salvación
fuera de la Iglesia. Por eso hay que ir por todo el
mundo anunciando el evangelio y bautizando. Es el sentido de las misiones. Es
un acto de caridad tratar de salvar todas las almas posibles. No todas las
religiones son queridas por Dios. No todas las religiones llevan al cielo. Para
salvarse hay que estar bautizado.
En 1824, el Papa León XII denunció
esa secta (eso
son los modernistas: una secta) «que se presenta bajo la delicada apariencia de piedad y
liberalidad» y predica «el tolerantismo
(como se le suele llamar) o el indiferentismo, no solo en asuntos civiles sino
también en la religión», afirmando que «Dios
le ha dado a cada individuo una amplia libertad para abrazar y adoptar, sin
peligro para su salvación, la secta u opinión que más le atraiga en base a su
juicio privado». (Encíclica Ubi Primum, 5 de mayo de
1824)
Gregorio XVI también condena
el indiferentismo en
1832:
« […] opinión
perversa, según la cual es
posible obtener la salvación eterna del alma por la profesión de cualquier tipo
de religión, siempre que se
mantenga la moral. (…) Esta fuente vergonzosa de indiferencia da origen a esa
proposición absurda y errónea que afirma que la libertad de conciencia debe
mantenerse para todos.» (Encíclica Mirari Vos
Arbitramur, 15 de agosto de 1832).
Y Pío
IX insiste en la condena:
«[…] la escandalosa
teoría que presenta como indiferente el hecho de pertenecer a
cualquier religión, una teoría que está muy en desacuerdo incluso con la razón.
A través de esta teoría, esos hombres astutos eliminan toda distinción entre
virtud y vicio, verdad y error, acción honorable y vil. Hacen creer que los
hombres pueden obtener la salvación eterna mediante la práctica de cualquier
religión…» (Carta Encíclica Qui Pluribus, 9
de noviembre de 1846).
«Es menester recordar y reprender nuevamente el
gravísimo error en que míseramente se hallan algunos católicos, al opinar que
hombres que viven en el error y ajenos a la verdadera fe y a la unidad católica
pueden llegar a la eterna salvación. Esta creencia ciertamente se opone en
sumo grado a la doctrina católica.»
(Encíclica Quanto Conficiamur Moerore, 10
de agosto de 1863).
«Existen, por
supuesto, aquellos que sufren ignorancia invencible acerca de nuestra santísima
Religión. Al guardar cuidadosamente la ley natural y sus preceptos, esculpidos
por Dios en los corazones de todos, y dispuestos a obedecer a Dios llevando una
vida honesta y recta, pueden conseguir la vida eterna, por la eficacia de la
luz divina y de la gracia; pues Dios, que manifiestamente ve, escudriña y
entiende perfectamente los pensamientos, corazones y naturaleza de todos, no
consiente en modo alguno, según su suma bondad y clemencia, que nadie sea
castigado con eternos suplicios, si no es reo de culpa voluntaria.»
Pero esto no significa que los
que viven en ignorancia invencible se salven gracias a sus religiones falsas,
sino a pesar de ellas.
«Pero bien conocido
es también el dogma católico; a saber, que nadie puede salvarse fuera de la
Iglesia católica, y que los contumaces contra la autoridad y definiciones de la
misma Iglesia, y los pertinazmente divididos de la unidad de la misma Iglesia y
del Romano Pontífice, sucesor de Pedro, quien fue encomendada por el
Salvador la guarda de la viña, no pueden alcanzar la eterna salvación.»
Proclamar que cualquiera se puede
salvar, sin bautizarse e independientemente de la religión que profesen, es
contrario a la fe católica. Predicar que todas las religiones son queridas por
Dios es un error gravísimo. En el Syllabus
o Índice de errores modernos, Pío
IX condena expresamente el indiferentismo en las
siguientes proposiciones:
«Todo hombre es
libre para abrazar y profesar la religión que, guiado de la luz de la razón,
juzgare por verdadera.» (Proposición 15)
«En el culto de
cualquier religión pueden los hombres hallar el camino de la salud eterna y
conseguir la eterna salvación.» (Proposición 16)
«Está
bien por lo menos esperar la eterna salvación de todos aquellos que no están en
la verdadera Iglesia de Cristo.» (Proposición 17)
«El protestantismo
no es más que una forma diversa de la misma verdadera religión cristiana, en la
cual, lo mismo que en la Iglesia católica, es posible agradar a Dios.» (Proposición 18). (¿Lutero, testigo del Evangelio? ¡Venga ya!)
Insisto: todas estas proposiciones o expresiones, que tantas veces oímos repetir
hoy en día, están condenadas por la Iglesia desde 1864. No hay libertad para el error. No da igual una religión que otra. No es
correcto esperar la salvación de aquellos que no están en la Iglesia Católica.
La diversidad de religiones no es algo que Dios quiera. Dios quiere que todo el
mundo se convierta y se bautice y se incorpore a la Iglesia Católica, al Cuerpo
Místico de Cristo. Y Dios quiere que todos los hombres y todos los pueblos se
arrodillen ante Cristo y proclamen que en
ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los
hombres, en que podamos ser salvos.
Te encarezco ante todo que se
hagan súplicas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los
hombres, por los emperadores y todos los que ocupan altos cargos, para que
pasemos una vida tranquila y serena con toda piedad y dignidad. Todo ello es
bueno y agradable ante Dios, nuestro Salvador, que
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Porque uno solo es Dios y uno solo también el mediador
entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre, que se
entregó a sí mismo en redención por todos. (I Tm. 2, 1-8).
Sólo hay un Cuerpo y un
Espíritu, como también una sola esperanza, la de vuestra vocación. Sólo un Señor, una fe, un bautismo; un Dios y Padre de todos,
que está sobre todos, por todos y en todos. A cada uno de nosotros ha sido dada
la gracia en la medida del don de Cristo. (Ef. 4, 5-7)
Pedro L. Llera
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