La doctora comentó una anécdota bellísima y muy triste de su infancia relacionada con su hermano y SAN PÍO DE PIETRELCINA.
Chinda es
la segunda de siete hermanos. Su papá era médico y siempre lo ayudaba: él le
hacía pasar las recetas en las fichas de sus pacientes desde que tenía 10 años.
Su papá
era el único médico de la zona donde vivían. Él amaba a sus pacientes y sus
pacientes lo amaban.
Cuando
Chinda tenía 12 años, al sexto de sus hermanos que tenía tres añitos le
diagnosticaron leucemia mieloide aguda.
Prácticamente no se conocía la enfermedad, no había nada que hacer.
Por esta
razón, su papá y su mamá decidieron viajar a San
Giovanni Rotondo, Italia, junto con el niño, para ver al Padre Pío y que éste lo sanara.
El Padre
Pío les dijo que el niño no iba a curarse porque ésta era su misión en la vida.
Esta enfermedad era por voluntad de Dios. El Padre Pío miró a la mamá de Chinda,
le acarició la cabeza y le dijo: «Hija, voy a rezar
por ti en este mundo y en el otro por tu resignación que no la tendrás jamás en
esta vida». Y le dijo que moriría de tristeza.
A pesar
de saber esto, los padres decidieron quedarse en Italia mientras su hijo estaba
internado y recibiendo tratamientos allí mismos (mientras tanto, Chinda y sus
hermanos eran cuidados por una institutriz en Argentina).
El tiempo
que el papá de Chinda estuvo en Italia ayudó como médico en el hospital que
fundó el Padre Pío (Casa Sollievo della Sofferenza).
El Padre
Pío le regaló un pañuelo con la sangre de la llaga de su mano. Este pañuelo era
colocado en el niño y le ayudó a mitigar sus terribles dolores. Finalmente, el
hermanito de Chinda murió en 1967 con cuatro añitos.
Al mismo
tiempo, ya los padres de Chinda se habían quedado sin dinero y se tenían que
regresar a la Argentina. Una vez en el aeropuerto, les avisaron que no había
lugar en el avión para el féretro.
Era una
situación desesperante: la madre de Chinda se negaba a subirse al avión si no
iba el cuerpo de su hijo. Por otra parte, el papá no tenía más dinero para
seguir pagándole los gastos a sus hijos en Argentina ni para comprarse otro
pasaje.
Además,
en aquella época los aviones no salían todos los días (salían una vez cada
algunos meses).
Estando
en esa situación angustiante, por primera vez, el hombre que nunca lloraba se
puso a llorar desconsoladamente.
En medio
de la angustia, pone la mano en su bolsillo: allí
estaba el rosario que le regaló el Padre Pío. Lo apretó fuerte y le
pidió con su corazón al Padre Pío que lo ayudara. En
ese mismo instante aparece un señor vestido de negro.
Como el
papá de Chinda estaba llorando, no alcanzó a verle la cara. El hombre
misterioso le entrega un formulario para que llene si quería que el féretro con
el cuerpo de su hijo viajara en el avión.
El padre
se seca las lágrimas, firma, y cuando quiere darle las gracias, este hombre
misterioso no estaba por ninguna parte. Se sintió de repente un aroma
fuertísimo a violetas en el aeropuerto. Había sido el mismísimo Padre Pío quien
lo ayudó.
La madre
de Chinda estaba destrozada, nunca pudo apagar su dolor y a los pocos años
muere por un cáncer de mama. Todo como lo había profetizado el Padre Pío.
Esta
experiencia tan fuerte, el haber experimentado de tan joven la muerte de un
hermano, el saber lo corta de la vida humana, junto con la profunda enseñanza
cristiana que había recibido de sus padres, marcó profundamente la vida de
Chinda.
«La experiencia del milagro, del amor de mis padres y de la muerte como
parte de la vida, me hicieron abrazar esta vocación con un amor sobrenatural.
Con una visión donde no te pueden hacer callar porque sabes que estás de paso y
que antes o después te vas a morir».
Chinda
Brandolino todavía conserva el pañuelo del Padre Pío como reliquia.
Fuente: Nueva Visión
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