lunes, 2 de mayo de 2022

VII. GENEALOGÍA DE JESÚS

ORIGEN TERRENO DEL CUERPO DE CRISTO [1]

Al ocuparse de la concepción de Cristo, en las cuatro cuestiones, ya examinadas, trata Santo Tomás de su madre, la Santísima Virgen, que lo concibió. En la siguiente empieza a explicar «la concepción del Salvador en sí misma». Primero se plantea: «si la carne de Cristo fue tomada de Adán» [2], porque: «da la impresión de que el cuerpo de Cristo no debió formarse de la masa del género humano derivada de Adán, sino de otra materia distinta» [3].

Una razón de esta indecisión sobre la materia en que fue concebido el cuerpo de Cristo está en que: «como dice San Pablo: «EI pecado entró en este mundo por un hombre» (Rom 5,12), esto es, por Adán, porque todos los hombres pecaron originalmente en él, Pero, en el caso de que el cuerpo de Cristo hubiera sido tomado de Adán, también él hubiera estado originalmente en Adán cuando pecó. Luego hubiera contraído el pecado original. Esto no convenía a la pureza de Cristo. Por consiguiente, el cuerpo de Cristo no fue formado de la materia tomada de Adán» [4].

Sin embargo, como ya había dicho el Aquinate, Cristo se encontraba en Adán: «sólo en cuanto al origen corporal. Cristo no recibió de Adán como de principio activo su naturaleza humana, sino del Espíritu Santo. De Adán la recibió como de principio material, de igual modo que Adán tomó materialmente su cuerpo del barro de la tierra, aunque como de principio activo lo recibió de Dios. Por esto, Cristo no pecó en Adán, en el cual sólo se encontraba de un modo material» [5].

Debe tenerse en cuenta que: «dice San Pablo que: «El Hijo de Dios no asumió en ninguna parte a los ángeles, sino que tomó la descendencia de Abrahán» (Heb 2, 16). Y como: «la descendencia de Abrahán fue tomada de Adán», debe concluirse que: «el cuerpo de Cristo fue formado de la materia tomada de Adán» [6].

Además, se puede argumentar que: «Cristo tomó la naturaleza humana para purificarla de la corrupción». Es patente que esta naturaleza humana no necesitaba de tal purificación sino en cuanto que estaba infectada por el origen viciado que traía de Adán». De estas dos premisas se sigue que: «fue conveniente que tomase carne de la naturaleza derivada de Adán, para que esa misma naturaleza quedase curada mediante este medio» [7].

CRISTO, DESCENDIENTE CORPORAL DE DAVID

Después de probar que: «la materia del cuerpo de Cristo fue terrena, igual que lo fue el cuerpo de Adán», se pregunta Santo Tomás si Cristo: «tomó la carne de la descendencia de David» [8]. Su respuesta es afirmativa.

De manera que hay que decir que: «Cristo es llamado hijo especialmente de dos de los antiguos patriarcas, a saber, Abrahán y David, como aparece en el Evangelio de San Mateo (Mt 1,1) Las razones de eso son múltiples».

La primera, porque: «a ellos se hizo especialmente la promesa de Cristo. De Abrahán se dice: «En tu descendencia serán bendecidas todas las gentes» (Gen 22,18); lo que el Apóstol interpreta de Cristo, cuando escribe: «Las promesas fueron hechas a Abrahán y a su descendencia» (Gal 3,16). No dice «y a sus descendencias», como si fuesen muchas, sino que lo dice de una sola, «y a tu descendencia», que es Cristo.

También a David se le dijo: «Del fruto de tus entrañas pondré sobre tu trono» (Sal 131,11). Por esto las multitudes de los judíos, recibiéndole honoríficamente como a rey, clamaban: «Hosanna al Hijo de David» (Mt 21,9)».

La segunda razón de ser de la estirpe de Abraham y de David es porque: «Cristo había de ser rey, profeta y sacerdote. Y Abrahán fue sacerdote, como es manifiesto por las palabras que le dirigió el Señor «Toma una vaca de tres años», etc. Fue también profeta, conforme a lo que se lee en el Génesis de Abraham: «Es profeta, y rogará por ti» (Gn 20,7). En cuanto al otro patriarca: «David, a su vez, fue rey y profeta».

La tercera y última razón, que da Santo Tomás, es porque: «con Abrahán comenzó la circuncisión por primera vez» (Gen 17,10). Y en David se manifestó principalmente la elección de Dios, según estas palabras «se ha buscado el Señor un hombre según su corazón» (1 Sam 13,14). Y por eso Cristo es llamado especialísimamente hijo de ambos, para demostrar que viene a traer la salvación para los circuncisos y para los elegidos de entre los gentiles» [9].

LA GENEALOGÍA DE CRISTO

Sobre la genealogía de Cristo se puede presentar una grave dificultad, dado que, en los Evangelios se encuentran dos genealogías distintas. En el Evangelio de San Mateo, se desciende desde Abraham y de David hasta llegar San José, hijo de Jacob. Queda así indicado que Cristo es de la familia real (Mt 1, 1-16) y es el heredero legal del trono del rey David.

En el Evangelio San Lucas ofrece otra genealogía y de manera distinta. No es descendente como la anterior, sino que asciende de José, que se dice hijo de Heli, hasta Dios (Lc 3, 23-38). De este modo, se presenta a Cristo como el segundo Adán, que media entre Dios y los hombres.

Las dos genealogías son desiguales, no sólo porque se diferencian por el modo descendente y ascendente, sino también por el contenido. Desde Abrahán hasta David coinciden, pero ya después los nombres no son los mismos, a excepción de Salatiel y Zorobabel (Mt 1, 16; Lc 3, 27), que se citan en ambas.

Como consecuencia parece que San José «tenga dos padres», puesto que San Mateo dice: «Jacob engendró a José, esposo de María»; y «San Lucas cuenta que José fue hijo de Helí» [10]. Discrepancia imposible en las Sagradas Escrituras.

Explica Santo Tomás que: «a esta objeción, hecha por Juliano el Apóstata (en S. Cirilo de Alej, Resp a Juliano, 1, 8), se ha respondido de diversas formas. La primera solución que refiere es decir: «que ambos evangelistas mencionan los mismos personajes, aunque bajo nombres diferentes, como si la misma persona tuviese dos nombres».

Respuesta que no es admisible, porque no ocurre con los otros nombres que no se corresponden. Por ejemplo: «San Mateo menciona un hijo de David, Salomón (Mt 1, 6), mientras que San Lucas cita a otro, Natán (Lc 3, 23), los cuales, según la historia del libro de los Reyes (2 Sam 5, 14), consta que fueron hermanos».

La segunda solución es la de los que dijeron que: «San Mateo transmite la verdadera genealogía de Cristo, mientras que San Lucas consigna la putativa, ya que la comienza con estas palabras: «según se creía era tenido por hijo de José» (Lc 3, 23)». La razón de ofrecer esta genealogía no natural, era porque: «había entre los judíos quienes pensaban que, a causa de los pecados de los reyes de Judá, el Mesías nacería de David, pero no por la línea de los reyes, sino por otra de hombres particulares».

En cambio, en tercer lugar, otros enseñaron de manera parecida que: «San Mateo dio los padres según la carne; y San Lucas, los padres según el espíritu, es decir, los varones justos, que se dicen padres según la semejanza en la honestidad».

Otra repuesta a la dificultad, la cuarta, que cita Santo Tomás, es la siguiente: «No debe entenderse que San Lucas llame a José hijo de Helí, sino que Helí y José, en tiempos de Cristo, fueron descendientes de David pero por diversa línea. Y por eso dice de Cristo «era tenido por hijo de José» y que el propio Cristo «fue hijo de Helí» (Lc 3, 23), como si dijera que Cristo, por la misma razón que se llama hijo de José, podría ser llamado hijo de Helí y de cuantos descienden de la estirpe de David, como escribe San Pablo: «De los cuales», es decir, de los judíos, «desciende Cristo según la carne» (Rm 9, 5)» [11].

LAS SOLUCIONES DE SAN AGUSTÍN.

Seguidamente Santo Tomás da, sobre esta discordancia entre los evangelistas, las explicaciones de San Agustín, que escribía respecto a ella: «Se me ocurren tres razones, alguna de las cuales pudo orientar el proceder de cada evangelista. Primera: el padre natural de José era una persona y el padre adoptivo otra». El primero sería Jacob, a quien cita San Mateo, y el segundo, Helí, que lo hace San Lucas.

Otra razón, que da San Agustín, sería que: «un evangelista nombró el padre de quien le engendró», así lo hizo San Mateo. «Y el otro», San Lucas, en cambio, como padre «puso el abuelo materno o algún otro de sus ascendientes consanguíneos. Por razones de vínculos de consanguinidad, no resultaba absurdo». Y de este modo y de manera ascendente: «hasta llegar a la figura de David, no siguió el mismo orden que Mateo había empleado en el entramado generacional».

Una última podría ser que: «siguiendo la costumbre de los judíos, cuando uno de éstos moría sin dejar sucesión, un pariente cercano tomaba la mujer del finado y asignaba el hijo al pariente difunto (Dt 25, 5-6). De modo, al ser engendrado por uno y asignado a otro, se afirma con toda propiedad que José tuvo dos padres». Uno sería Jacob, de manera que José era propiamente su hijo. Otro, Helí, lo sería ante la Ley. Heli sería hermano de Jacob, y al morir, de acuerdo con la ley del levirato, este último, tuvo que casarse con la viuda de Helí, con quien tuvo a José, hijo de sangre, por tanto, de Jacob, pero legalmente se atribuía la paternidad al difunto Helí.

San Agustín considera que está razón: «es un tanto débil porque, entre los judíos, cuando, al morir un hermano o pariente cercano, alguien suscitaba prole de la viuda de éste, el hijo engendrado de esta unión solía tomar el nombre del difunto». No obstante, sin pronunciarse, por ninguna de las tres razones, concluye: «Luego este problema halla solución si se recurre o a la adopción, o al origen de algún otro antepasado, o a cualquier otra explicación que por el momento se nos oculta» [12].

Santo Tomás, en cambio, considera que «la última solución es la más cierta». No se opone, con ello, a San Agustín, porque advierte que después, cuando se volvió a ocupar de esta dificultad, en Las retractaciones, entonces añadió a lo que había indicado en esta tercera solución, que la asignación de la paternidad al primer marido difunto «equivale a una especie de adopción legal» [13], tal como se sostiene en la primera solución.

En este lugar, al que se refiere Santo Tomás, escribe San Agustín: «Al resolver la cuestión de cómo José pudo tener dos padres (Mt 1, 36 y Lc 3, 23), dije en realidad «que nació de uno y que fue adoptado por otro»; pero debí decir también el modo de adopción, porque lo que he dicho suena así como que estando vivo el primero lo hubiese adoptado un segundo padre. En cambio, la ley adoptaba a los hijos también para los muertos ordenando que «la mujer del hermano muerto sin hijos la tomara por esposa el hermano, y diesedescendencia de ella al hermano difunto» (Deut 25, 5-6). Lo cual hace allí más clara la razón sobre los dos padres de un solo hombre».

Las genealogías de Cristo reflejarían este caso, «pues hubo hermanos uterinos en quienes sucede eso, que el segundo, esto es: Jacob, que, según Mateo, engendró a José (Mt 1, 16), tomó la mujer del primer difunto, que se llamaba Helí. Pero lo engendró para su hermano uterino, de quien, según Lucas, fue hijo José (Lc 3, 23), no ciertamente engendrado, sino adoptivo por la ley». La tercera razón, por tanto, sería una explicitación de la primera.

Explica seguidamente San Agustín que: «Esa explicación se halla en las cartas de aquellos que escribieron sobre este asunto después de la Ascensión del Señor, cuando aún estaba reciente su memoria. En efecto, el Africano (Sexto Julio Africano, 1620-240, Epistula. ad Aristidem) no calló el nombre de la misma mujer que parió a Jacob, padre de José, de su primer marido Matán, que fue el padre de Jacob, y el abuelo de José según Mateo, y del segundo marido Melquí, parió a Helí, de quien José era hijo adoptivo».

Con los abuelos de José había ocurrido, por tanto, algo parecido y así se explica que las genealogías siguieran líneas distintas. Confiesa finalmente San Agustín: «Lo cual yo realmente aún no lo había leído cuando respondía a Fausto; pero, no obstante, yo no podía dudar de que por la adopción pudo suceder que un solo hombre tuviese dos padres» [14].

Nota asimismo Santo Tomás que respecto a esta explicación: «también opta por ella San Jerónimo (Com, Evang. S. Mateo); y Eusebio de Cesarea (Hist. Ecles.) dice que esto es lo enseñado por el historiador Julio Africano. Sostienen que Matán y Melqui en distintas fechas y de una misma esposa, llamada Estha, tuvieron un hijo cada uno. Como Matán, que desciende por medio de Salomón, la tomó primeramente por mujer y, después de tener de ella un hijo llamado Jacob, se murió, al no prohibir la Ley a la viuda casarse con otro hombre, tomó a ésta por mujer Melqui, de la misma estirpe que Matán, por ser de la misma tribu, aunque no del mismo linaje, y tuvo de ella un hijo llamado Helí. Y, de esta manera, Jacob y Heli resultan hermanos uterinos aunque procedan de padres distintos»,

Después: «uno de ellos, Jacob, tomando por imperativo de la ley la mujer de su hermano Helí, que había muerto sin hijos, engendró a José, hijo suyo por naturaleza, pero hijo de Helí según un precepto legal. Y por esto dice San Mateo que «Jacob engendró a José» (Mt 1, 16); en cambio, San Lucas al describir la generación legal, no dice que haya engendrado a ninguno» [15].

En definitiva, por tener distintos padres, los hermanos, por parte de madre, Jacob, padre natural de San José, y Heli, su padre legal, dieron lugar a dos genealogías distintas. La de San Mateo siguió la línea del padre natural de San José, Jacob y de su abuelo Matán; y la de San Lucas, la del padre legal Helí y del abuelo legal Melqui.

GENEALOGÍA DE LA VIRGEN MARÍA

Según otra tradición, la genealogía, que trae San Lucas, sería la de la Virgen, María, que sería así descendiente de David por medio de Natán, uno de sus hijos, porque según se narra en San Lucas, el ángel le dice a María que el hijo que concebirá heredará el trono de «David su padre» (Lc 1, 32). Por ello, aunque se sostenga que las dos genealogías son las de San José, se puede afirmar igualmente que María era del linaje de David.

No obstante, sobre que Cristo fuese descendiente de David, si se consideran ambas genealogías de San José, se presenta la siguiente dificultad: «San José no fue padre de Cristo», por tanto, «no parece que Cristo sea del linaje de David» [16].

Santo Tomás resuelve seguidamente esta dificultad. Para ello, indica que: «proviene del maniqueo Fausto, el cual intentaba probar que Cristo no era hijo de David, porque no había sido concebido de José, en quien termina la genealogía de San Mateo» [17].

Da a continuación la respuesta de San Agustín a esta objeción del maniqueísmo: «Aunque hubiera sido uno el que enumeró los antepasados de Cristo desde David hasta José llamándole hijo de David, y otro el que dijo que había nacido de la virgen María sin concurso alguno de varón, ni siquiera en este caso deberíamos pensar sin más que se habían contradicho, quedando ambos o uno de ellos convictos de falsedad. Deberíamos pensar que pudo darse que ambos dijeran verdad. Es decir, que se llamase a José marido de María, a la que tenía por esposa con la que vivía en continencia; esposa, no por la unión carnal, sino por el afecto; no por la fusión de los cuerpos, sino –cosa de más valor– por la unión de las almas, por lo que no debía separarse al esposo de la madre de Cristo de la serie de progenitores de Cristo».

Además de esta unión espiritual entre los esposos, puede pensarse, añade que: «la misma virgen María traía alguna vena de sangre de la estirpe de David, de modo que la carne de Cristo, incluso procreada de la Virgen, no pudiese quedar excluida del linaje de David» [18]. Declara seguidamente San Agustín: «Nosotros creemos también que María perteneció al linaje de David porque creemos a las Escrituras que afirman lo uno y lo otro: que Cristo nació según la carne del linaje de David (Rm 1, 3; 2 Tm 2, 8)» [19].

San Agustín sostenía que la Virgen María era de la estirpe de David y además de la de Aarón, hermano de Moisés, y elegido para ser sacerdote. Advertía que: «aunque alguien pudiese demostrar que María no tenía ningún parentesco con David, era suficiente aceptar que Cristo era hijo de David (Mt 1, 17) por ese motivo; motivo por el que también a José se le considera con razón su padre. El apóstol Pablo afirma con toda claridad que Cristo procede de la estirpe de David según la carne (Rm 1, 3) ¡Cuánto menos debemos dudar de que María misma tuviera algún parentesco con la estirpe de David! Tampoco Lucas calla la estirpe sacerdotal de dicha mujer al insinuar que era pariente de Isabel(Lc 1, 36), de la que afirma que era de las hijas de Aarón(Lc 1, 5). Por tanto, ha de aceptarse sin la menor duda que la carne de Cristo procede de ambas estirpes, la real y la sacerdotal» [20]. Se explica así que las funciones reales y sacerdotales, que se ejercían en el pueblo hebreo, prefiguraban las de Cristo.

Santo Tomás recuerda además que: «Como dice San Jerónimo: «José y María fueron de la misma tribu, por lo que aquél estaba obligado por la ley a tomarla por esposa, como pariente suya. De ahí que se empadronasen juntos en Belén, como descendiendo de una misma estirpe» (In Mt. L. I, super 1, 18)» [21].

En cualquier caso, como nota Benedicto XVI, las genealogías de Cristo pueden entenderse como: «una explicación de nuestro propio origen, de nuestra verdadera «genealogía». De la misma manera que, al final, las genealogías se interrumpen, puesto que Jesús no fue generado por José, sino que ha nacido de modo totalmente real de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, así esto vale también ahora para nosotros: nuestra verdadera «genealogía» es la fe en Jesús, que nos da una nueva proveniencia, nos hace nacer «de Dios» (Jn 1, 13)» [22].

 

Eudaldo Forment

 

[1] La imagen es de la pintura El árbol de Jesé, de Geertgen Tot Sint-Jans, datado cerca del  1500.

[2] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, q. 31, introd.

[3] Ibíd., q. 31, a. 1, ad 2.

[4] Ibíd., q. 31, a. 1, ad 3.

[5] Ibíd., q. 15, a. 1, ad 2.

[6] Ibíd., q. 15, a. 1, sed c.

[7] Ibíd., q. 15, a. 1, in c.

[8] Ibíd, III, q. 31, a. 1, sed. c.

[9] Ibíd, III, q. 31, a. 2, in c.

[10] Ibíd., III, q. 31, a. 3, ob. 2.

[11] Ibíd., III, q. 31, a. 3, ad 2.

[12] San Agustín, Cuestiones sobre los Evangelios, II, 5 (Sobre Lc 3, 23)

[13] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 31, a. 3, ad 2.

[14] San Agustín, Retractaciones, II, 7, 2.

[15] Santo Tomás de Aquino. Suma teológica, III, q. 31, a. 3, ad 2.

[16] Ibíd., III, q. 31, a. 2, ob. 1.

[17] Ibíd., III, q. 31, a. 2, ad 1.

[18] San Agustín, Réplica a  Fausto el maniqueo, XXIIII, c. 8.

[19] Ibíd., XXIII, c. 9.

[20] San Agustín, Concordancia de los Evangelios, II, 4. 

[21] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 31, a. 2, ad 1.

[22] JOSEPH Ratzinger-Benedicto XVI; La infancia de Jesús, Barcelona, Planeta, 2012, p. 20.

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