ORIGEN TERRENO DEL CUERPO DE CRISTO [1]
Al ocuparse de la concepción
de Cristo, en las cuatro cuestiones, ya examinadas, trata Santo Tomás de su
madre, la Santísima Virgen, que lo concibió. En la siguiente empieza a explicar
«la concepción del Salvador en sí misma». Primero
se plantea: «si la carne de Cristo fue tomada de
Adán» [2],
porque: «da la impresión de que el cuerpo de Cristo
no debió formarse de la masa del género humano derivada de Adán, sino de otra
materia distinta» [3].
Una razón de esta indecisión
sobre la materia en que fue concebido el cuerpo de Cristo está en que: «como dice San Pablo: «EI pecado entró en este mundo por
un hombre» (Rom 5,12), esto es, por Adán, porque todos los hombres pecaron
originalmente en él, Pero, en el caso de que el cuerpo de Cristo hubiera sido
tomado de Adán, también él hubiera estado originalmente en Adán cuando pecó.
Luego hubiera contraído el pecado original. Esto no convenía a la pureza de
Cristo. Por consiguiente, el cuerpo de Cristo no fue formado de la materia
tomada de Adán» [4].
Sin embargo, como ya había
dicho el Aquinate, Cristo se encontraba en Adán: «sólo
en cuanto al origen corporal. Cristo no recibió de Adán como de principio
activo su naturaleza humana, sino del Espíritu Santo. De Adán la recibió como
de principio material, de igual modo que Adán tomó materialmente su cuerpo del
barro de la tierra, aunque como de principio activo lo recibió de Dios. Por
esto, Cristo no pecó en Adán, en el cual sólo se encontraba de un modo
material» [5].
Debe tenerse en cuenta que: «dice San Pablo que: «El Hijo de Dios no asumió en
ninguna parte a los ángeles, sino que tomó la descendencia de Abrahán» (Heb 2,
16). Y como: «la descendencia de Abrahán fue tomada de Adán», debe concluirse
que: «el cuerpo de Cristo fue formado de la materia tomada de Adán» [6].
Además, se puede argumentar
que: «Cristo tomó la naturaleza humana para
purificarla de la corrupción». Es patente que esta naturaleza humana no
necesitaba de tal purificación sino en cuanto que estaba infectada por el
origen viciado que traía de Adán». De estas dos premisas se sigue que: «fue conveniente que tomase carne de la naturaleza derivada
de Adán, para que esa misma naturaleza quedase curada mediante este medio» [7].
CRISTO, DESCENDIENTE
CORPORAL DE DAVID
Después de probar que: «la materia del cuerpo de Cristo fue terrena, igual que
lo fue el cuerpo de Adán», se pregunta Santo Tomás si Cristo: «tomó la carne de la descendencia de David» [8].
Su respuesta es afirmativa.
De manera que hay que decir
que: «Cristo es llamado hijo especialmente de dos
de los antiguos patriarcas, a saber, Abrahán y David, como aparece en el
Evangelio de San Mateo (Mt 1,1) Las razones de eso son múltiples».
La primera, porque: «a ellos se hizo especialmente la promesa de Cristo. De
Abrahán se dice: «En tu descendencia serán bendecidas todas las gentes» (Gen
22,18); lo que el Apóstol interpreta de Cristo, cuando escribe: «Las promesas fueron hechas a Abrahán y a su
descendencia» (Gal 3,16). No dice «y a sus
descendencias», como si fuesen muchas, sino que lo dice de una sola, «y a tu descendencia», que es Cristo.
También a David se le dijo: «Del fruto de tus entrañas pondré sobre tu trono» (Sal
131,11). Por esto las multitudes de los judíos, recibiéndole honoríficamente
como a rey, clamaban: «Hosanna al Hijo de David»
(Mt 21,9)».
La segunda razón de ser de la
estirpe de Abraham y de David es porque: «Cristo
había de ser rey, profeta y sacerdote. Y Abrahán fue sacerdote, como es
manifiesto por las palabras que le dirigió el Señor «Toma una vaca de tres
años», etc. Fue también profeta, conforme a lo que se lee en el Génesis de Abraham: «Es
profeta, y rogará por ti» (Gn 20,7). En cuanto al otro patriarca: «David, a su vez, fue rey y profeta».
La tercera y última razón, que
da Santo Tomás, es porque: «con Abrahán comenzó la
circuncisión por primera vez» (Gen 17,10). Y en David se manifestó
principalmente la elección de Dios, según estas palabras «se ha buscado el
Señor un hombre según su corazón» (1 Sam 13,14). Y
por eso Cristo es llamado especialísimamente hijo de ambos, para demostrar que
viene a traer la salvación para los circuncisos y para los elegidos de entre
los gentiles» [9].
LA GENEALOGÍA DE
CRISTO
Sobre la genealogía de Cristo
se puede presentar una grave dificultad, dado que, en los Evangelios se
encuentran dos genealogías distintas. En el Evangelio de San Mateo, se
desciende desde Abraham y de David hasta llegar San José, hijo de Jacob. Queda
así indicado que Cristo es de la familia real (Mt 1, 1-16) y es el heredero
legal del trono del rey David.
En el Evangelio San Lucas ofrece
otra genealogía y de manera distinta. No es descendente como la anterior, sino
que asciende de José, que se dice hijo de Heli, hasta Dios (Lc 3, 23-38). De
este modo, se presenta a Cristo como el segundo Adán, que media entre Dios y
los hombres.
Las dos genealogías son
desiguales, no sólo porque se diferencian por el modo descendente y ascendente,
sino también por el contenido. Desde Abrahán hasta David coinciden, pero ya
después los nombres no son los mismos, a excepción de Salatiel y Zorobabel (Mt
1, 16; Lc 3, 27), que se citan en ambas.
Como consecuencia parece que
San José «tenga dos padres», puesto que San Mateo dice: «Jacob engendró a José, esposo de María»; y «San Lucas cuenta que José
fue hijo de Helí» [10].
Discrepancia imposible en las Sagradas Escrituras.
Explica Santo Tomás que: «a esta objeción, hecha por Juliano el Apóstata (en S.
Cirilo de Alej, Resp a Juliano, 1, 8), se ha respondido de diversas
formas. La primera solución que refiere es decir: «que ambos evangelistas
mencionan los mismos personajes, aunque bajo nombres diferentes, como si la
misma persona tuviese dos nombres».
Respuesta que no es admisible,
porque no ocurre con los otros nombres que no se corresponden. Por ejemplo: «San Mateo menciona un hijo de David, Salomón (Mt 1, 6),
mientras que San Lucas cita a otro, Natán (Lc 3, 23), los cuales, según la
historia del libro de los Reyes (2 Sam 5, 14), consta que fueron hermanos».
La segunda solución es la de
los que dijeron que: «San Mateo transmite la
verdadera genealogía de Cristo, mientras que San Lucas consigna la putativa, ya
que la comienza con estas palabras: «según se creía era tenido por hijo de
José» (Lc 3, 23)». La razón de ofrecer esta genealogía no natural, era
porque: «había entre los judíos quienes pensaban
que, a causa de los pecados de los reyes de Judá, el Mesías nacería de David,
pero no por la línea de los reyes, sino por otra de hombres particulares».
En cambio, en tercer lugar,
otros enseñaron de manera parecida que: «San Mateo
dio los padres según la carne; y San Lucas, los padres según el espíritu, es
decir, los varones justos, que se dicen padres según la semejanza en la
honestidad».
Otra repuesta a la dificultad,
la cuarta, que cita Santo Tomás, es la siguiente: «No
debe entenderse que San Lucas llame a José hijo de Helí, sino que Helí y José,
en tiempos de Cristo, fueron descendientes de David pero por diversa línea. Y
por eso dice de Cristo «era tenido por hijo de José» y que el propio
Cristo «fue hijo de Helí» (Lc 3, 23), como
si dijera que Cristo, por la misma razón que se llama hijo de José, podría ser
llamado hijo de Helí y de cuantos descienden de la estirpe de David, como
escribe San Pablo: «De los cuales», es
decir, de los judíos, «desciende Cristo según la
carne» (Rm 9, 5)» [11].
LAS SOLUCIONES DE
SAN AGUSTÍN.
Seguidamente Santo Tomás da,
sobre esta discordancia entre los evangelistas, las explicaciones de San
Agustín, que escribía respecto a ella: «Se me
ocurren tres razones, alguna de las cuales pudo orientar el proceder de cada
evangelista. Primera: el padre natural de José era una persona y el padre
adoptivo otra». El primero sería Jacob, a quien cita San Mateo, y el
segundo, Helí, que lo hace San Lucas.
Otra razón, que da San Agustín, sería
que: «un evangelista nombró el padre de quien le
engendró», así lo hizo San Mateo. «Y el otro», San
Lucas, en cambio, como padre «puso el abuelo
materno o algún otro de sus ascendientes consanguíneos. Por razones de vínculos
de consanguinidad, no resultaba absurdo». Y de este modo y de manera
ascendente: «hasta llegar a la figura de David, no
siguió el mismo orden que Mateo había empleado en el entramado generacional».
Una última podría
ser que: «siguiendo
la costumbre de los judíos, cuando uno de éstos moría sin dejar sucesión, un
pariente cercano tomaba la mujer del finado y asignaba el hijo al pariente
difunto (Dt 25, 5-6). De modo, al ser engendrado por uno y asignado a otro, se
afirma con toda propiedad que José tuvo dos padres». Uno sería Jacob, de manera que
José era propiamente su hijo. Otro, Helí, lo sería ante la Ley. Heli sería
hermano de Jacob, y al morir, de acuerdo con la ley del levirato, este último,
tuvo que casarse con la viuda de Helí, con quien tuvo a José, hijo de sangre,
por tanto, de Jacob, pero legalmente se atribuía la paternidad al difunto Helí.
San Agustín considera que está
razón: «es un tanto débil porque, entre los judíos,
cuando, al morir un hermano o pariente cercano, alguien suscitaba prole de la
viuda de éste, el hijo engendrado de esta unión solía tomar el nombre del
difunto». No obstante, sin pronunciarse, por ninguna de las tres
razones, concluye: «Luego este problema halla
solución si se recurre o a la adopción, o al origen de algún otro antepasado, o
a cualquier otra explicación que por el momento se nos oculta» [12].
Santo Tomás, en cambio,
considera que «la última solución es la más
cierta». No se opone, con ello, a San Agustín, porque advierte que
después, cuando se volvió a ocupar de esta dificultad, en Las retractaciones, entonces añadió a lo que
había indicado en esta tercera solución, que la asignación de la paternidad al
primer marido difunto «equivale a una especie de
adopción legal» [13],
tal como se sostiene en la primera solución.
En este lugar, al que se
refiere Santo Tomás, escribe San Agustín: «Al
resolver la cuestión de cómo José pudo tener dos padres (Mt 1, 36 y Lc 3, 23),
dije en realidad «que nació de uno y que fue adoptado por otro»; pero
debí decir también el modo de adopción, porque lo que he dicho suena así como
que estando vivo el primero lo hubiese adoptado un segundo padre. En cambio, la
ley adoptaba a los hijos también para los muertos ordenando que «la mujer del hermano muerto sin hijos la tomara por
esposa el hermano, y diesedescendencia de ella al hermano difunto» (Deut
25, 5-6). Lo cual hace allí más clara la
razón sobre los dos padres de un solo hombre».
Las genealogías de Cristo
reflejarían este caso, «pues hubo hermanos uterinos
en quienes sucede eso, que el segundo, esto es: Jacob, que, según Mateo,
engendró a José (Mt 1, 16), tomó la mujer del primer difunto, que se llamaba
Helí. Pero lo engendró para su hermano uterino, de quien, según Lucas, fue hijo
José (Lc 3, 23), no ciertamente engendrado, sino adoptivo por la ley». La tercera razón, por tanto, sería una explicitación
de la primera.
Explica seguidamente San
Agustín que: «Esa explicación se halla en las
cartas de aquellos que escribieron sobre este asunto después de la Ascensión
del Señor, cuando aún estaba reciente su memoria. En efecto, el Africano (Sexto
Julio Africano, 1620-240, Epistula. ad Aristidem) no calló el nombre de
la misma mujer que parió a Jacob, padre de José, de su primer marido Matán, que
fue el padre de Jacob, y el abuelo de José según Mateo, y del segundo marido
Melquí, parió a Helí, de quien José era hijo adoptivo».
Con los abuelos de José había
ocurrido, por tanto, algo parecido y así se explica que las genealogías
siguieran líneas distintas. Confiesa finalmente San Agustín: «Lo cual yo realmente aún no lo había leído cuando
respondía a Fausto; pero, no obstante, yo no podía dudar de que por la adopción
pudo suceder que un solo hombre tuviese dos padres» [14].
Nota asimismo Santo Tomás que
respecto a esta explicación: «también opta por ella
San Jerónimo (Com, Evang. S. Mateo); y Eusebio de Cesarea (Hist.
Ecles.) dice que esto es lo enseñado por el historiador Julio Africano.
Sostienen que Matán y Melqui en distintas fechas y de una misma esposa, llamada
Estha, tuvieron un hijo cada uno. Como Matán, que desciende por medio de
Salomón, la tomó primeramente por mujer y, después de tener de ella un hijo
llamado Jacob, se murió, al no prohibir la Ley a la viuda casarse con otro
hombre, tomó a ésta por mujer Melqui, de la misma estirpe que Matán, por ser de
la misma tribu, aunque no del mismo linaje, y tuvo de ella un hijo llamado
Helí. Y, de esta manera, Jacob y Heli resultan hermanos uterinos aunque
procedan de padres distintos»,
Después: «uno de ellos, Jacob, tomando por imperativo de la ley la
mujer de su hermano Helí, que había muerto sin hijos, engendró a José, hijo
suyo por naturaleza, pero hijo de Helí según un precepto legal. Y por esto dice
San Mateo que «Jacob engendró a José» (Mt 1, 16); en cambio, San Lucas al describir la generación legal, no
dice que haya engendrado a ninguno» [15].
En definitiva, por tener
distintos padres, los hermanos, por parte de madre, Jacob, padre natural de San
José, y Heli, su padre legal, dieron lugar a dos genealogías distintas. La de
San Mateo siguió la línea del padre natural de San José, Jacob y de su abuelo
Matán; y la de San Lucas, la del padre legal Helí y del abuelo legal Melqui.
GENEALOGÍA DE LA
VIRGEN MARÍA
Según otra tradición, la
genealogía, que trae San Lucas, sería la de la Virgen, María, que sería así
descendiente de David por medio de Natán, uno de sus hijos, porque según se
narra en San Lucas, el ángel le dice a María que el hijo que concebirá heredará
el trono de «David su padre» (Lc 1, 32). Por
ello, aunque se sostenga que las dos genealogías son las de San José, se puede
afirmar igualmente que María era del linaje de David.
No obstante, sobre que Cristo
fuese descendiente de David, si se consideran ambas genealogías de San José, se
presenta la siguiente dificultad: «San José no fue
padre de Cristo», por tanto, «no parece que Cristo sea del linaje de David» [16].
Santo Tomás resuelve seguidamente
esta dificultad. Para ello, indica que: «proviene
del maniqueo Fausto, el cual intentaba probar que Cristo no era hijo de David,
porque no había sido concebido de José, en quien termina la genealogía de San
Mateo» [17].
Da a continuación la respuesta
de San Agustín a esta objeción del maniqueísmo: «Aunque
hubiera sido uno el que enumeró los antepasados de Cristo desde David hasta José
llamándole hijo de David, y otro el que dijo que había nacido de la virgen
María sin concurso alguno de varón, ni siquiera en este caso deberíamos pensar
sin más que se habían contradicho, quedando ambos o uno de ellos convictos de
falsedad. Deberíamos pensar que pudo darse que ambos dijeran verdad. Es decir,
que se llamase a José marido de María, a la que tenía por esposa con la que
vivía en continencia; esposa, no por la unión carnal, sino por el afecto; no
por la fusión de los cuerpos, sino –cosa de más valor– por la unión de las
almas, por lo que no debía separarse al esposo de la madre de Cristo de la
serie de progenitores de Cristo».
Además de esta unión
espiritual entre los esposos, puede pensarse, añade que: «la misma virgen María traía alguna vena de sangre de la
estirpe de David, de modo que la carne de Cristo, incluso procreada de la
Virgen, no pudiese quedar excluida del linaje de David» [18].
Declara seguidamente San Agustín: «Nosotros creemos
también que María perteneció al linaje de David porque creemos a las Escrituras
que afirman lo uno y lo otro: que Cristo nació según la carne del linaje de
David (Rm 1, 3; 2 Tm 2, 8)» [19].
San Agustín sostenía que la
Virgen María era de la estirpe de David y además de la de Aarón, hermano de
Moisés, y elegido para ser sacerdote. Advertía que: «aunque
alguien pudiese demostrar que María no tenía ningún parentesco con David, era
suficiente aceptar que Cristo era hijo de David (Mt 1, 17) por ese
motivo; motivo por el que también a José se le considera con razón su padre. El
apóstol Pablo afirma con toda claridad que Cristo procede de la estirpe de
David según la carne (Rm 1, 3) ¡Cuánto menos debemos dudar de que María misma
tuviera algún parentesco con la estirpe de David! Tampoco Lucas calla la
estirpe sacerdotal de dicha mujer al insinuar que era pariente de Isabel(Lc 1,
36), de la que afirma que era de las hijas de Aarón(Lc 1, 5). Por tanto, ha de
aceptarse sin la menor duda que la carne de Cristo procede de ambas estirpes,
la real y la sacerdotal» [20].
Se explica así que las funciones reales y sacerdotales, que se ejercían en el
pueblo hebreo, prefiguraban las de Cristo.
Santo Tomás recuerda además
que: «Como dice San Jerónimo: «José y María fueron
de la misma tribu, por lo que aquél estaba obligado por la ley a tomarla por
esposa, como pariente suya. De ahí que se empadronasen juntos en Belén, como
descendiendo de una misma estirpe» (In Mt. L. I, super 1, 18)» [21].
En cualquier caso, como nota
Benedicto XVI, las genealogías de Cristo pueden entenderse como: «una explicación de nuestro propio origen, de nuestra
verdadera «genealogía». De la misma manera que, al final, las
genealogías se interrumpen, puesto que Jesús no fue generado por José, sino que
ha nacido de modo totalmente real de la Virgen María por obra del Espíritu
Santo, así esto vale también ahora para nosotros: nuestra
verdadera «genealogía» es la fe en Jesús, que nos da una nueva proveniencia,
nos hace nacer «de Dios» (Jn 1, 13)» [22].
Eudaldo Forment
[1] La imagen es de la pintura El árbol de Jesé,
de Geertgen Tot Sint-Jans, datado cerca del 1500.
[2] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, q.
31, introd.
[3] Ibíd., q. 31, a. 1, ad 2.
[4] Ibíd., q. 31, a. 1, ad 3.
[5] Ibíd., q. 15, a. 1, ad 2.
[6] Ibíd., q. 15, a. 1, sed c.
[7] Ibíd., q. 15, a. 1, in c.
[8] Ibíd, III, q. 31, a. 1, sed. c.
[9] Ibíd, III, q. 31, a. 2, in c.
[10] Ibíd., III, q.
31, a. 3, ob. 2.
[11] Ibíd., III,
q. 31, a. 3, ad 2.
[12] San Agustín, Cuestiones
sobre los Evangelios, II, 5 (Sobre Lc 3, 23)
[13] Santo Tomás de
Aquino, Suma teológica, III, q. 31, a. 3, ad 2.
[14] San Agustín, Retractaciones,
II, 7, 2.
[15] Santo Tomás de
Aquino. Suma teológica, III, q. 31, a. 3, ad 2.
[16] Ibíd., III, q.
31, a. 2, ob. 1.
[17] Ibíd., III,
q. 31, a. 2, ad 1.
[18] San Agustín, Réplica
a Fausto el maniqueo, XXIIII, c. 8.
[19] Ibíd., XXIII,
c. 9.
[20] San Agustín, Concordancia
de los Evangelios, II, 4.
[21] Santo Tomás de
Aquino, Suma teológica, III, q. 31, a. 2, ad 1.
[22] JOSEPH
Ratzinger-Benedicto XVI; La infancia de Jesús, Barcelona, Planeta, 2012,
p. 20.
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