Los dones del Espíritu Santo y la oración. El Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y los demás.
Por: P. Donal Clancy, L.C. | Fuente: la-oracion.com
Para una buena oración ayudan mucho las
actitudes del corazón. Una de estas actitudes es la del hijo, y es la que vamos
a reflexionar ahora a la luz del don de la piedad.
¿Qué es un corazón filial? A
veces uno encuentra almas de verdad "filiales".
En la vida, significa una persona muy a gusto con sus papás, atenta,
agradecida, considerada, "que se siente como
en casa" junto a ellos. Por el contrario, entendemos lo triste que
es carecer del buen corazón filial, el hijo malagradecido o sencillamente
egoísta.
¿CÓMO
TENER UN CORAZÓN FILIAL CON DIOS?
En la vida espiritual, la persona con corazón
filial tiene una relación muy "fresca" con Dios, muy abierta a Él,
confiada en Él. Esta persona también disfruta acudir con la Santísima Virgen
María. Se siente hijo de la Iglesia, del Papa. Si pertenece a una congregación
religiosa, vive una relación confiada con los superiores. Normalmente un alma
así tiene una vida de oración fervorosa, y se palpa la presencia del don de la
piedad.
Y en relación a nosotros, ¿cómo puede ser
nuestro corazón filial delante de Dios? Ya somos hijos de Dios por el bautismo.
Al designar a Dios con el nombre de "Padre", la revelación acoge la
experiencia de la paternidad y maternidad humanas para revelar quién es Dios
Padre. Más aún, Dios transciende también la paternidad y la maternidad humanas,
con sus valores y fallos. Nadie es padre como lo es Dios. Y nadie es huérfano
de Dios.
¿QUÉ
ES EL DON DE PIEDAD?
El don de la piedad perfecciona esta experiencia
de la fe. El Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a
la ternura para con Dios y para con los hermanos. La ternura como actitud
sinceramente filial para con Dios se expresa en la oración. La experiencia de
la propia pobreza existencial, del vacío que las cosas terrenas dejan en el
alma, suscita en el hombre la necesidad de recurrir a Dios para obtener gracia,
ayuda, perdón. El don de la piedad orienta y alimenta dicha exigencia, enriqueciéndola
con sentimientos de profunda confianza para con Dios, experimentado como Padre
providente y bueno. (Cfr. Juan Pablo II, 28 de mayo de 1989). Santo Tomás lo
explica así: "los dones del Espíritu Santo son
ciertas disposiciones habituales del alma que la hacen ser dócil a la acción
del Espíritu Santo. Ahora bien: entre otras mociones del Espíritu Santo, hay
una que nos impulsa a tener un afecto filial para con Dios, según expresión de
Rom 8,15: Habéis recibido el Espíritu de adopción filial por el que clamamos:
¡Abba! ¡Padre!" (ST II II 121 1).
FRUTOS
DE LA PIEDAD
Esta moción nos permite "sentir"
a Dios como Padre buenísimo y amoroso casi de modo inmediato, se podría
decir con "una primariedad sobrenatural".
El corazón se dilata de amor y de confianza para con Dios. La oración ya
no es la búsqueda penosa de un ausente, sino el despertarnos a la mirada
amorosa del Presente: un Dios que ya está esperándonos en la oración,
escudriñando nuestro corazón, el padre que "ve
en lo secreto y recompensará". Es cierto que muchas veces entrar en
la presencia de Dios necesita un trabajo nuestro, y debemos hacerlo. Con el
ejercicio de la virtud, se hace más fácil, pronto. Pero cuando el Espíritu
Santo nos dona la piedad podemos espontáneamente aclamar "Abba". Los ejercicios de piedad dejan
de ser una carga pesada y se hacen una verdadera necesidad del alma, un suspiro
del corazón hacia Dios. Incluso cuando la sequedad turba la facilidad sensible
de la comunicación con Dios, el don de la piedad es capaz de recibir esta privación
penosa con paciencia, y aun con alegría, porque viene de un Padre que no se
oculta sino para que el alma le busque. Y, como no desea sino darle gusto, goza
en padecer por Él. Así Cristo en medio de oración sufrida en Getsemaní no dejó
de decir "Abba. Padre"
Pidamos este don al Padre, pidiéndole que
escuche la oración de Jesucristo mismo: "Rogaré
al Padre para que os envíe otro Paráclito" (Jn 14, 16).
El contenido de este
artículo puede ser reproducido total o parcialmente en internet siempre y
cuando se cite su autor y fuente originales: http://www.la-oracion.com y no se haga con fines de
lucro.
EL DON DE LA PIEDAD
Los dones del
Espíritu Santo y la oración. El Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de
dureza y lo abre a la ternura para con Dios y los demás.
Por: P. Donal Clancy, L.C. | Fuente: la-oracion.com
Para una buena oración ayudan mucho las
actitudes del corazón. Una de estas actitudes es la del hijo, y es la que vamos
a reflexionar ahora a la luz del don de la piedad.
¿Qué es un corazón filial? A
veces uno encuentra almas de verdad "filiales".
En la vida, significa una persona muy a gusto con sus papás, atenta,
agradecida, considerada, "que se siente como
en casa" junto a ellos. Por el contrario, entendemos lo triste que
es carecer del buen corazón filial, el hijo malagradecido o sencillamente
egoísta.
¿CÓMO
TENER UN CORAZÓN FILIAL CON DIOS?
En la vida espiritual, la persona con corazón
filial tiene una relación muy "fresca" con Dios, muy abierta a Él,
confiada en Él. Esta persona también disfruta acudir con la Santísima Virgen
María. Se siente hijo de la Iglesia, del Papa. Si pertenece a una congregación
religiosa, vive una relación confiada con los superiores. Normalmente un alma
así tiene una vida de oración fervorosa, y se palpa la presencia del don de la
piedad.
Y en relación a nosotros, ¿cómo puede ser
nuestro corazón filial delante de Dios? Ya somos hijos de Dios por el bautismo.
Al designar a Dios con el nombre de "Padre", la revelación acoge la
experiencia de la paternidad y maternidad humanas para revelar quién es Dios
Padre. Más aún, Dios transciende también la paternidad y la maternidad humanas,
con sus valores y fallos. Nadie es padre como lo es Dios. Y nadie es huérfano
de Dios.
¿QUÉ
ES EL DON DE PIEDAD?
El don de la piedad perfecciona esta experiencia
de la fe. El Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a
la ternura para con Dios y para con los hermanos. La ternura como actitud
sinceramente filial para con Dios se expresa en la oración. La experiencia de
la propia pobreza existencial, del vacío que las cosas terrenas dejan en el
alma, suscita en el hombre la necesidad de recurrir a Dios para obtener gracia,
ayuda, perdón. El don de la piedad orienta y alimenta dicha exigencia, enriqueciéndola
con sentimientos de profunda confianza para con Dios, experimentado como Padre
providente y bueno. (Cfr. Juan Pablo II, 28 de mayo de 1989). Santo Tomás lo
explica así: "los dones del Espíritu Santo son
ciertas disposiciones habituales del alma que la hacen ser dócil a la acción
del Espíritu Santo. Ahora bien: entre otras mociones del Espíritu Santo, hay
una que nos impulsa a tener un afecto filial para con Dios, según expresión de
Rom 8,15: Habéis recibido el Espíritu de adopción filial por el que clamamos:
¡Abba! ¡Padre!" (ST II II 121 1).
FRUTOS
DE LA PIEDAD
Esta moción nos permite "sentir"
a Dios como Padre buenísimo y amoroso casi de modo inmediato, se podría
decir con "una primariedad sobrenatural".
El corazón se dilata de amor y de confianza para con Dios. La oración ya
no es la búsqueda penosa de un ausente, sino el despertarnos a la mirada
amorosa del Presente: un Dios que ya está esperándonos en la oración,
escudriñando nuestro corazón, el padre que "ve
en lo secreto y recompensará". Es cierto que muchas veces entrar en
la presencia de Dios necesita un trabajo nuestro, y debemos hacerlo. Con el
ejercicio de la virtud, se hace más fácil, pronto. Pero cuando el Espíritu
Santo nos dona la piedad podemos espontáneamente aclamar "Abba". Los ejercicios de piedad dejan
de ser una carga pesada y se hacen una verdadera necesidad del alma, un suspiro
del corazón hacia Dios. Incluso cuando la sequedad turba la facilidad sensible
de la comunicación con Dios, el don de la piedad es capaz de recibir esta privación
penosa con paciencia, y aun con alegría, porque viene de un Padre que no se
oculta sino para que el alma le busque. Y, como no desea sino darle gusto, goza
en padecer por Él. Así Cristo en medio de oración sufrida en Getsemaní no dejó
de decir "Abba. Padre"
Pidamos este don al Padre, pidiéndole que
escuche la oración de Jesucristo mismo: "Rogaré
al Padre para que os envíe otro Paráclito" (Jn 14, 16).
El contenido de este
artículo puede ser reproducido total o parcialmente en internet siempre y
cuando se cite su autor y fuente originales: http://www.la-oracion.com y no se haga con fines de
lucro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario