«Salió el sembrador a sembrar…»
Y
todos los años siembra el labrador, con la semilla, sus sueños de cosechas.
Hazme, Señor, surco siempre abierto a la siembra de tu gracia:
para
que en mi vida de tierra, vaya brotando un milagro de vida de cielo,
para
que en la noche de mi alma, vaya naciendo la aurora de una luz nueva,
para que
en el erial de mi pobre existencia, surja pujante una cosecha apretada de
frutos.
Pero, además, Señor…, hazme sembrador de tus semillas en los campos de los hombres:
que
siembre paz en el surco de la lucha,
que
siembre perdón en el surco del odio,
que
siembre alegría en el surco del dolor,
que
siembre confianza en el surco de la desilusión,
que siembre
amor en el surco de la soledad.
«Salió a sembrar…»
¡Señor!
Enséname a hacer de cada salida una siembra.
Que
cada vez que digan: «salió al trabajo»…, yo
pueda decir: «sembré esfuerzos»
Que
cada vez que digan: «salió a visitar a un enfermo»…, yo
pueda decir: «sembré optimismo»
Que
cada vez que digan: «salió…, volverá enseguida», yo
pueda decir: «ya vuelvo de prisa con las manos
llenas para seguir sembrando»
Que
cada vez que digan: «salió…, ya no volverá…, ha muerto»,
ellos puedan decir: «se fue con las manos
apretadas…, y los brazos cansados de tanto sembrar»
¡Sembradores del mundo…, sembrad de prisa!
Que
el otoño de la vida pasa veloz como una sombra y ya apunta con la eternidad, un
verano de cosechas.
¡Que nadie lleve vacías las manos al ofertorio de la última misa!
Y llegarán los padres con su brazada de hijos.
Y llegarán los
apóstoles con su ofrenda de almas.
Y llegarán los
enfermos con su cáliz rebosante de amarguras.
Y llegarán los
niños con su lote de sonrisas.
Y llegarán las
vírgenes con su ramillete de flores limpias.
Y…
¡Ojala lleguemos todos cansados por el peso de nuestras gavillas!
Pero mientras llega el verano…, sembremos, hermanos, sin cesar…, en esta parcela concreta de nuestra vida.
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