Cristo no sube solo, somos parte suya, y por lo tanto, algo nuestro ya está en la casa el Padre.
Por: Alberto Ramirez Mozqueda | Fuente:
Catholic.net
Los niños de hoy están acostumbrados a oír de
los viajes espaciales, a naves que viajan a velocidades que escapan a la
imaginación y que tocan países insospechados con otras costumbres y otras
formas de vida. Por eso podrían quedarse con la impresión de que Cristo en su
Ascensión a los cielos, se hubiera adelantado al tiempo, subiendo en su propia
nave hasta desplazarse hasta el mismísimo cielo.
Tenemos que decir entonces de entrada que el cielo y el espacio de las
estrellas, los astros, los asteroides y los cometas, un mundo vastísimo, es
otro totalmente distinto del que nos presentan los evangelistas que afirman que
Cristo subió al cielo, donde “Dios habita en una
luz inaccesible” (1 Tim 6.16), lo cual quiere decir que nosotros mismos
estaremos invitados a subir con Cristo pero no precisamente a un espacio o a un
lugar sino a una situación nueva si vivimos en el amor y en la gracia de Dios.
La fiesta de la Ascensión del Señor es entonces la fiesta de la Verdadera
esperanza para los cristianos y en general para todos los hombres, pues cuando
Cristo envía a sus apóstoles al mundo, quiere hacer que su mensaje llegue
precisamente a todos los hombres, rotas ya las barreras y todas las fronteras,
hasta hacer de la humanidad una sola familia salvada por la Sangre de Cristo.
Cristo no sube solo, somos parte suya, y por lo tanto, algo nuestro ya está en
la casa el Padre, esperando la vuelta de todos para sentarnos con Cristo a ese
banquete que se ofrece a todos los que fueron dignos de entrar al Reino de los
cielos.
La fiesta en cuestión comenzó a celebrarse hasta el siglo VI pues los siglos
anteriores se consideraba como una sola festividad tanto la Resurrección de
Cristo como su misma Ascensión, pero se pensó en celebrar ésta última como la
plena glorificación de Cristo, su exaltación a los cielos, el sentarse a la
diestra de Dios Padre, su constitución como Juez y Señor de vivos y muertos y
por lo tanto con poder para enviar a su Iglesia al mundo a hacerlo presente en
sus sacramentos, en su Eucaristía, descubriéndole en los pobres y los
marginados del mundo, comprometiéndose seriamente con ellos como él lo hizo con
cada uno de los actos de su vida, pero sobre todo con su muerte en lo alto de
la cruz.
La Ascensión tiene lugar en Galilea, donde Jesús comenzó su ministerio público
pero no fue tanto un dato meramente geográfico, sino para hacerles entender a
sus apóstoles que Jerusalén ya no era el centro de religiosidad y de culto,
sino que desde ahora él se constituía en Aquél por el que se podía tener libre
acceso al Padre. Galilea sería como un símbolo de una humanidad que vive una
nueva esperanza y una nueva acogida por el Buen Padre Dios, invitándonos a
romper toda esclavitud, pues él ya no quiere más sirvientes sino hijos.
Cristo tuvo mucho cuidado antes de su subida de darles poder a sus Apóstoles
para hacerlo presente en el mundo, pero también afirmó, y con un verbo en
presente que él estaría con ellos siempre, hasta el fin de los tiempos. Esa es
la gran alegría de los cristianos, poder unirse desde ahora al Salvador sin
tener que esperar hasta el momento final, y hacerlo como discípulos del único
Maestro, que quiere a la humanidad unida en su Amor.
Padre Alberto Ramírez
Mozqueda
No hay comentarios:
Publicar un comentario