NECESIDAD DE LA ANUNCIACIÓN [1]
Ciertamente, como dice el
tomista Antonio Royo Marín: «poco después de los
desposorios entre María y José, ocurrió el acontecimiento más grande de toda la
historia de la humanidad» [2].
En una pastoral de 1913 del
obispo de Vic, José Torras i Bages, se dice también que: «Si María no hubiese creído al Mensajero divino, al
arcángel San Gabriel, que de parte del Señor le anunciaba que en sus entrañas
virginales se encarnaría el Hijo de Dios, sin este acto de fe de María
Santísima, la redención de los hombres no se hubiera consumado, ni el
cristianismo existiría en la tierra», porque, tampoco hubiera existido
Jesucristo.
Añadía el obispo tomista: «De manera que aquel acto de fe de la Virgen María es el
principio y fundamento de nuestra salvación. Por eso también es el primer
misterio del Rosario, y el fundamento de todos los otros: la encarnación del
Hijo de Dios en las purísimas y virginales entrañas de María Santísima».
Además: «Así como de la fe derivan todas las virtudes
sobrenaturales, del misterio de la encarnación, de la fe que le dio Nuestra
Señora y Madre, deriva toda la religión cristiana; como también nuestra
santificación y salvación eterna tiene por base y fundamento la virtud divina
de la fe» [3].
Con la anunciación,
acontecimiento solemne y sin semejanza alguna en la Escritura, de la entrada de
Dios en la historia de la humanidad, se inicia la vida terrena de Cristo, Dios
comienza a habitar entre nosotros. Explica Santo Tomás que fue conveniente este
anuncio de la Encarnación a la Santísima Virgen, por cuatro motivos.
Primero, debe decirse que: «fue conveniente que a la Santísima Virgen se le
anunciase que habría de concebir a Cristo, para que se guardase el orden
oportuno en la unión del Hijo de Dios con la Virgen, esto es: para que su
mente fuera instruida acerca de Él antes de que lo concibiese
corporalmente».
Para corroborarlo, cita
seguidamente estas palabras de San Agustín: «»María fue más dichosa por aceptar
la fe de Cristo que por concebir la humanidad de Cristo». Y además añade: «De ningún provecho le hubiese sido a María su unión de
Madre si no se hubiese sentido más feliz por llevar a Cristo en su corazón que
por llevarlo en su cuerpo« (Sant, virginid. 3, 3)».
El segundo motivo: «para que
pudiera ser testigo más seguro de este misterio, una vez que de él fuese
instruida por inspiración divina». La Santísima Virgen fue el único testigo humano y que comunicó lo ocurrido
después al evangelista San Lucas.
El tercero, para que: «fuese voluntaria [1] la
ofrenda de sus servicios, a los que se ofreció con prontitud cuando dijo: «He
aquí la esclava del Señor» (Lc 1,38)». Con la anunciación pudo así
libremente ofrecer a Dios el don de su obediencia.
Por último, en cuarto lugar: «para dar a
conocer la existencia de un cierto matrimonio espiritual entre el Hijo
de Dios y la naturaleza humana. Y, por eso, en la anunciación se esperaba
vehementemente el consentimiento de la Virgen en nombre de toda la naturaleza
humana» [4].
Su consentimiento fue en lugar de toda la humanidad, a la que representaba.
Observaba, por ello, Torras y
Bages que, por una parte: «Cuanta es la fecundidad
de la humilde semilla de la fe cristiana, que, como dice el Evangelio, siendo
la semilla la más pequeña, se había de convertir en árbol frondoso bajo la
sombra del cual podrían encontrar acogimiento todos los hombres de la tierra».
Por otra: «cuál es la dignidad y grandeza de la pobre mujer del
carpintero de Nazaret, que un acto de fe, hecho por ella, había de ser el
principio de nuestra religión, y un medio necesario para la salvación de todos
los hijos de Adán. Cuanta es la eficacia y poder de la fe, que de la sencilla
mujer del carpintero de Nazaret, le hizo la Reina de cielos y tierra, la
criatura más excelente, la Madre del mismo Dios, cuando movido a misericordia,
quiso encarnarse para liberarnos de la culpa y salvarnos de la muerte eterna» [5].
Notaba también el santo obispo
que: «la fe y la devoción a María Santísima van
juntas en el pueblo cristiano. María fue la primera cristiana, la primogénita
de la Redención. Dios la destinó para que, con su dulce influencia, fuese la
protectora y la conservadora de la fe católica; y Ella, que engendró a Jesús
por obra y gracia del Espíritu Santo, continua engendrando cristianos, hijos de
la Iglesia Católica, por la difusión del Espíritu divino entre los hijos de los
hombres, cuando humildemente y con sinceridad de corazón le piden su protección
y auxilio» [6].
LA APARICIÓN DEL ÁNGEL
DE LA ANUNCIACIÓN
Seguidamente Santo Tomás se
plantea el interrogante de la conveniencia de la anunciación por un ángel. Se
podría dar una respuesta negativa con el siguiente argumento: «los ángeles supremos reciben la revelación
inmediatamente de Dios, como dice Dionisio en La jerarquía celeste (c.7,
3). Pero la Madre de Dios ha sido exaltada por encima de todos los ángeles.
Luego parece que el misterio de la encarnación debió serle anunciado
inmediatamente por Dios, y no por medio de un ángel» [7].
En su opúsculo sobre la Avemaría,
al comentar Santo Tomás la salutación angélica, explica que: «En la antigüedad era sumamente honroso para los hombres
que se les apareciesen los ángeles y consideraban timbre de gloria haber tenido
ocasión de tributarles reverencia». Así, por ejemplo, en la Escritura: «en
elogio de Abraham se escribe que dio hospitalidad a los ángeles y les rindió
homenaje».
En cambio: «que un ángel tributase reverencia a un ser humano jamás
se había oído, hasta el momento en que saludó a la Santísima Virgen diciéndole
respetuosamente: »Dios te salve».
Se comprende que fuese así,
porque, en primer lugar: «La razón de que
antiguamente fuesen los hombres quienes reverenciaban a los ángeles y no al
revés, estriba en el hecho de que los ángeles eran superiores a los hombres, y
esto en tres aspectos».
El ángel es superior al
hombre, primero, «por
su dignidad». Sabemos que: «El ángel
es de naturaleza espiritual: «Hace a sus ángeles espíritus» (Sal 103,4); el
hombre, en cambio, es de naturaleza corruptible; y así, decía Abraham: «Hablaré
de mi Señor, yo que soy polvo y ceniza» (Gen 18,27)». Se sigue de ello
que: «no estaba bien que una criatura espiritual e
incorruptible tributase reverencia a otra corruptible, al hombre».
En segundo
lugar, el ángel es superior al hombre no sólo por haber sido creado por Dios
con una naturaleza superior a la humana, sino también: «por
su intimidad con Dios. El ángel es íntimo de Dios, como asistente suyo
que es: »Miles de millares lo servían, miles de millones le asistían« (Dan
7,10). El hombre, por el contrario, se encuentra como extraño y alejado de Dios
a causa del pecado: »Me alejé huyendo« (Sal
54,8). Resulta, pues, natural que el hombre
reverencie al ángel como íntimo y familiar del Rey».
En tercer
lugar, su preeminencia sobre el hombre es debida también por la plenitud
del esplendor de la gracia divina.
Los ángeles participan directamente de la luz divina con extraordinaria
plenitud. Se dice en la Escritura: »¿Pueden
contarse sus soldados? ¿sobre alguno no brilla su luz?« (Job 25,3); por eso,
los ángeles aparecen siempre resplandecientes. También los hombres ciertamente
participan de esa misma luz de la gracia, pero poco, y con cierta oscuridad».
Se puede, por ello, sostener
que: «no era decoroso que un ángel tributase
reverencia a un hombre, hasta que se hallara en la raza humana alguien que en
dichas tres cosas excediera a los Ángeles. Y esa criatura fue la Santísima Virgen»,
por ser más digna, tener más intimidad con Dios y haber recibido más
gracia que cualquier ángel, sea cual sea su jerarquía. Así se explica que: «por eso, para indicar que aquella lo aventajaba en estas
tres cosas, quiso el Ángel rendirle su reverencia con estas palabras, y la
saludó diciendo: »Dios te salve« o «Yo te saludo».
LA SUPERIORIDAD EN
GRACIA DE LA VIRGEN MARÍA
La Santísima Virgen sobrepasó
a los ángeles primeramente en «plenitud de gracia»,
porque: «ésta es mayor en la Santísima
Virgen María que en cualquier ángel, y por eso el Ángel para indicarlo la
reverenció llamándola »llena de gracia«, como si dijera: te tributo reverencia
porque me eres superior en plenitud de gracia».
Explica Santo que se dice que
la Santísima Virgen es la llena de gracia en tres sentidos. En uno: «en cuanto a su alma, ya que poseyó toda la plenitud de la gracia», porque:
«la gracia de Dios se da para dos cosas, para hacer
el bien y para evitar el mal; y en cuanto a estas dos cosas la Santísima Virgen
poseyó una gracia perfectísima». De este modo: «Ella evitó todo pecado de manera más radical que santo
alguno, tras de Cristo».
Además, con la plenitud de la
gracia: «practicó todas las virtudes, en tanto que
los demás santos sólo algunas determinadas. Uno fue humilde; otro, casto; otro,
compasivo. Por tal motivo se le presenta como modelo de una virtud en
concreto: San Nicolás, por ejemplo, de misericordia, etc. La Santísima
Virgen es modelo de todas ellas», como la humildad, la obediencia, la castidad,
misericordia, y «todas las virtudes, como consta plenamente. Así es que la Santísima Virgen María
es llena de gracia tanto en cuanto hacer el bien, como en cuanto a evitar el
mal».
En otro sentido: «fue la llena de gracia en cuanto a la redundancia de ésta en su misma
carne, en su cuerpo. Gran cosa es en los santos poseer tanta gracia para la
santificación de sus almas; pero el alma de la Virgen estuvo tan llena que de
ella redundó la gracia en su carne, para que de esta misma concibiera al Hijo
de Dios».
En un tercer
y último sentido, fue llena de gracia: «en
cuanto a la derramación de ésta a todos los hombres. Ya es grande para un santo
tener tanta gracia que baste para la salvación de muchos, y lo más grande sería
tenerla suficiente para salvar a todos los hombres del mundo; esto último
ocurre en Cristo, y en la Santísima Virgen».
De ahí que: «en todo peligro se puede alcanzar la salvación gracias a
esta gloriosa Virgen. Por eso se dice: »Mil escudos –o sea mil remedios
contra los peligros– cuelgan de ella« (Cant
4,4). Igualmente, para cualquier obra virtuosa se puede invocarla en nuestra
ayuda; por eso dice Ella misma: »En mí está toda
esperanza de vida y de virtud« (Eccli 24,25)».
Por consiguiente: «tan es llena es de gracia que sobrepasa en su plenitud a
los ángeles. Por ello, justamente se llama »María«, que quiere decir »iluminada interiormente«, por lo cual se dice en
la Escritura que el Señor: »llenará tu alma de sus
esplendores« (Is 58,11). El nombre significa también »Iluminadora de los demás«, en cuanto al mundo
entero; por lo cual se la compara a la luna y al
sol».
SUPERIORIDAD EN
INTIMIDAD CON DIOS Y EN PUREZA
También la Virgen María es
superior a los ángeles en intimidad con Dios, porque: «el
Ángel para indicarlo añadió: »El Señor es contigo«; como si dijera: Te tributo
reverencia por tu mayor familiaridad con Dios que la mía, puesto que »El Señor
es contigo». Quiere con ello decirse que: «Dios está con la Santísima Virgen de
manera distinta que con el Ángel; con Ella está como Hijo, con el Ángel como Señor»
7.
Así es que: «mayor intimidad con Dios tiene la Santísima Virgen que
el Ángel; puesto que con ella está Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo,
es decir, la Trinidad toda entera. por eso se canta de Ella: «Noble triclinio
de toda la Trinidad» (Totius Trinitatis nobile triclinium)» [8].
El papa Benedicto XVI, en la
última de las audiencias generales dedicadas al Aquinate, a su vida, obra y actualidad,
indicó que: «Santo Tomás fue, como todos los
santos, un gran devoto de la Virgen. La definió con un apelativo
estupendo: Triclinium totius Trinitatis,
triclinio, es decir, lugar donde la Trinidad
encuentra su descanso, porque, con motivo de la Encarnación, en ninguna
criatura, como en ella, las tres Personas divinas habitan y sienten delicia y
alegría por vivir en su alma llena de gracia. Por su intercesión podemos
obtener cualquier ayuda» [9].
Concluye Santo Tomás que: «las palabras, «El Señor es contigo», son las más
excelsas que se le podían haber dicho. Con razón, pues, el Ángel reverencia a
la Virgen, por ser Madre del Señor, por lo cual es la Señora, De modo que le
conviene a Ella el nombre de María, que en lengua siríaca quiere decir
Soberana».
Por último, Ella: «aventaja a los ángeles en pureza; porque la Santísima
Virgen no sólo era pura en sí misma, sino que también procuró la pureza en los
demás. Fue purísima tanto en cuanto a todo pecado, porque no incurrió jamás en
el pecado mortal ni en el venial, e igualmente se vio libre de pena o castigo» [10].
CONVENIENCIA DE LA
INTERVENCIÓN DEL ÁNGEL
En la respuesta a la objeción
citada, sobre la anunciación a la Santísima Virgen, que en lugar de ser hecha
por medio de un ángel tenía que serlo por Dios directamente, precisa Santo
Tomás que: «La Madre de Dios era superior a los
ángeles por lo que atañe a la dignidad para la que era elegida», tal
como se ha expuesto, «pero era inferior a ellos por
lo que se refiere al estado de la vida presente».
Debe tenerse en cuenta que
incluso: «el mismo Cristo, por razón de su vida
pasible, «fue hecho un poco inferior a los ángeles», (Heb 2,9). Sin embargo, Cristo, por ser viador y comprensor (bienaventurado)», o por gozar de la visión divina en cuanto
hombre viador, o que camina hacia el último fin, «no
necesitaba ser instruido por los ángeles acerca del conocimiento de las cosas
divinas. Pero la Madre de Dios no gozaba todavía del estado de los comprensores
(bienaventurados), y por lo tanto tenía que ser informada por los ángeles
acerca de su concepción divina» [11].
Sobre la idoneidad de la
intervención angélica en la anunciación, indica también Santo Tomás que «fue conveniente que a la Madre de Dios le anunciase un
ángel el misterio de la Encarnación por tres motivos». El primero: «para que se guardase también el orden establecido por
Dios, según el cual las cosas divinas se comunican a los hombres por mediación
de los ángeles» [12].
Para confirmarlo, cita unas
palabras del libro dedicado a los ángeles del Pseudo-Dionisio, que sobre la
Encarnación dicen: «el divino misterio del amor de
Jesús a los hombres se manifestó, en primer lugar, a los ángeles y después a
través de ellos nos llegó la gracia de conocerlo. De esta forma el divino
Gabriel manifestó al sacerdote Zacarías que, contra toda esperanza y por la
gracia de Dios, engendraría un hijo que sería el profeta de la obra
divino-humana de Jesús, que iba a manifestarse para bien y salvación del mundo
(Lc 1, 11-20). Y también a María le anunció que se cumpliría en ella el
misterio divino de la inefable Encarnación de Dios (Lc 1, 26-399. Otro ángel
explicó a José que se habían cumplido verdaderamente las promesas hechas por
Dios a su antepasado David (2 Sam 7, 12-17; Mt 1, 20-25). Y otro fue el que
llevó la buena nueva a los pastores, pues por su vida apartada de la mayoría y
tranquila estaban ya purificados, y a él se unió «una multitud del ejército
celestial» para transmitirnos a los habitantes de la tierra el célebre himno de
gloria (Lc 2, 8-14)» 13].
El segundo
motivo de la conveniencia de la intervención del Ángel en la anunciación es
porque: «fue conveniente para la restauración de la
humanidad, que había de realizarse por medio de Cristo. De donde dice San Beda,
en una homilía: «Fue buen principio de la restauración humana el que Dios
enviase un ángel a la Virgen, que iba a ser consagrada con un parto divino, ya
que la primera causa de la perdición humana fue el envío de la serpiente, por
parte del diablo, a la mujer para que fuese engañada con el espíritu de
soberbia» (Homilías, I, hom, 1, En la fiesta de la Anunc.)».
El tercero
fue, por último: «porque esto convenía a la
virginidad de la Madre de Dios. Por eso dice San Jerónimo en un sermón sobre la
Asunción: «Bien está que el Ángel sea enviado a la Virgen, porque siempre la
virginidad estuvo emparentada con los ángeles. Verdaderamente, vivir en la
carne sin sujeción a ella no es vida terrena, sino celestial» (Espistolario,
Ep. 9, A Paula y Eustoquio.)» [14].
Eudaldo Forment
[1] La pintura es el fresco Anunciación (1437-1445)
del beato Fray Angélico, O.P. (1395-1455), que se encuentra en el Convento de
San Marcos de Florencia.
[2] Antonio Royo Marín, La Virgen María,
Madrid, BAC, 1968, p. 9.
[3] J. Torras y Bages, El Rosari, Oracio de la Fe,
en ÍDEM, Obres completes, vol. I-VIII, Barcelona, Editorial
Ibérica, 1913-1915, IX y X, Barcelona, Foment de Pietat, 1925 y 1927, vol. III,
pp. 333-.340, p, 338.
[4] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III,
q. 30, a. 1, in c.
[5] JoSé. Torras y Bages, El Rosari, Oracio de la
Fe, op. cit, pp. 338-339.
[6] Ibíd., p. 339.
[7] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III,
q. 30, a. 2, ob. 1.
[8] ÍDEM, Exposición del saludo del ángel, 2-11.
El triclinio era un lecho de mesa para tres personas en que los romanos se
reclinaban para comer. Seguramente Santo Tomás se refiere a una parte de una
estrofa de un himno del poeta canónico Adán de San Víctor, del siglo XII,
de la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen, que decía: «Salve
Mater pietatis et totius Trinitatis nobile triclinium». Estas
palabras de Santo Tomás las puso el Beato Angélico debajo la versión de la
Anunciación, que se encuentra en el corredor norte del Convento de San Marcos
de Florencia.
[9] BENEDICTO XVI, Audiencia general, 23 de
junio de 2010.
[10] Santo Tomás de
Aquino, Comentario al Avemaría. 12-13.
[11] ÍDEM, Suma
teológica, III, q. 30, a. 2, ad 1.
[12] Ibíd., III, q.
30. a. 2, in c.
[13] Pseudo Dionisio
Areopagita, La jerarquía celeste, c. IV, 4.
[14] Santo Tomás de
Aquino, III, q. 30. a. 2, in c.
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