LA VIDA DE AROA COMENZÓ A CAMBIAR TRAS PERCIBIR DE REPENTE UN FUERTE OLOR A ROSAS
PARA AROA, UNA VIDA MARCADA POR EL ODIO Y LA INSEGURIDAD, EL SEXO Y LAS DROGAS SE VIO TRANSFORMADA TRAS UNA EXPERIENCIA CON JESÚS Y MARÍA.
Después de sufrir abusos sexuales durante la
infancia y una separación familiar desgarradora, la rabia, la indiferencia y la ausencia de
límites se adueñaron de Aroa. Sumida en las relaciones y la adicción a la
cocaína, un embarazo no deseado la condujo a un aborto del que se arrepintió de por
vida. A punto de tocar fondo, una impactante experiencia
junto a Cristo le llevaría, sin saberlo, a buscar el perdón.
Cuando tenía 6 años, Aroa
Carrasco sufrió el primero de los muchos reveses que afrontó en su vida. “Mis padres nos tenían que dejar al cuidado de un
familiar, donde vivía una persona adicta al alcohol”, relata en el programa de testimonios Mater Mundi TV: “Cometió abusos sexuales contra mí. Cada vez
iba más lejos, pero yo no decía nada”.
Cuando lo contó, su familia tomó
medidas, pero para ella no fue suficiente. “Durante
años guardé gran decepción y rabia hacia mis padres por no haber buscado
venganza, haberle metido en la cárcel o haberle pegado”,
explica.
Presa del alcohol y la cocaína
Con 14 años, sus padres se
separaron. “Aún recuerdo la imagen de mi
padre saliendo de casa”, relata: “Fue lo
más duro que he vivido”.
Ver a su madre poco tiempo
después con una nueva pareja le hizo sentirse abandonada y aprendió a vivir
sin amor por nada ni por nadie. Ni si quiera por ella misma.
Fue con 15 años cuando Aroa cruzó
lo más parecido a las puertas del infierno: “Conocí a un chico,
mucho más mayor que yo, que tenía problemas
con el alcohol y las drogas”.
“La
relación se basaba en drogarnos, salir de fiesta y maltratarnos. Dejé la relación, pero seguí con esa vida”, explica. Pronto perdió el respeto por todo. Recuerda que tras empezar a consumir cocaína, “lo primero que hacía cada mañana era
tomar mi dosis, aunque estuviese mi
familia en casa”.
Supo en primera persona lo que nadie dice del
aborto.
Todo le era indiferente, también acostarse con hombres de los que no sabía
nada: “De la mitad no conocía ni su nombre. Para
mí eran trozos de carne, y yo misma sentía que lo era”.
Aroa se metió cada vez más en una
espiral destructiva de sexo, drogas y fiesta cuando a los 18 años
supo que estaba embarazada: “Quería tener al niño, pero su padre no quiso saber nada de la criatura ni de
mi”. Desesperada, Aroa pidió ayuda a sus padres, pero pensando que tendrían que
hacerse cargo de la situación, le ayudaron a tomar la decisión de abortar.
“Fui cobarde,
tendría que haber buscado más opciones. Pero aborté a mi hijo”, relata.
Le llevó años sobreponerse a
aquella decisión. “La sociedad te vende que estas
decidiendo sobre tu cuerpo, cuando en realidad decides sobre otro ser humano”, lamenta:
“Nadie te habla del vacío que queda después,
de la culpabilidad o de las pesadillas con niños”.
Desde entonces, Aroa manda “besos al cielo” a su hijo cada día, le encomienda
en misa y espera al día de reunirse con el Señor para abrazarle.
Un olor a rosas le dejó paralizada.
Tras años tratando de superar la
situación se encontró con Isaac. “Empezamos a
quedar como amigos y se preocupaba por mí sin buscar nada a
cambio. Me trataba con amor, delicadeza y cariño”, como nunca nadie la había tratado.
“Empezamos a salir,
y a los 15 días me propuso irme a vivir con él”, comenta. A los tres meses de convivencia, una nueva vida
llamaba a su puerta: “Pese a lo jóvenes
que éramos, lo recibimos con mucha alegría”. Hoy, Natalia tiene 10 años.
Dos años después falleció la
madre de Isaac, su novio. Aroa había entablado una profunda relación con su
suegra: “Lloraba en silencio porque Isaac ya tenía
bastante”.
Era de noche y hacía pocos días
que habían enterrado a su suegra cuando, sin poder dormir, Aroa vivió una experiencia que le cambió la vida.
“Abrí la puerta del
baño y estaban todas las ventanas cerradas cuando noté una ráfaga de aire muy
fuerte con un intenso olor a rosas”, recuerda: “Me quedé tan
paralizada que no podía ni caminar”.
Jesús, "el hombre más bello que he visto"
A la mañana siguiente le contó lo
ocurrido a su tía, la única católica de su familia: “No
indagó mucho, pero al verme abierta espiritualmente me propuso ir al cine a ver una
película sobre Medjugorje”.
Y cuando salió de la sesión, solo
podía pensar una misma idea: “Yo quiero ir
allí”.
Y mientras, “sin saber cómo ni por qué, comienzo a ir sola a misa
y a hacerme preguntas existenciales, hasta que un día sentí que aunque llevaba cuatro
años casada civilmente, no estaba casada”. Aroa comenzó a
percibir la luz en su vida en marzo de 2014. “Isaac
y yo nos dimos el sí ante el Señor. Fue uno de los días más bonitos de mi vida”,
rememora.
Y después, junto a su tía, se fue a Medjugorje.
Recuerda la gran explanada en uno
de los primeros días de viaje, cuando comenzó la adoración y el
sacerdote expuso al Santísimo: “Estaba
distraída cuando, de repente, me quedé
mirando y pensé: 'Que imagen más bonita de Jesús han impreso en la hostia'" Pero cuando se lo dijo a su tía, ella no vio
nada.
“Pensando que era
mi imaginación, volví a mirar. Y ahí estaba Él. El hombre más bello que he
visto en mi vida por el amor que desprendía. Recuerdo cómo me miraba, como diciendo
'Te quiero, te perdono, te estaba esperando'”. Y tras volver a apartar la mirada entre lágrimas, la imagen seguía
estando.
Ir a misa, como hacer el camino de Santiago
Tras el suceso, y por primera vez después de 15 años, Aroa se confesó.
Y sin embargo, recuerda que “pese a volver transformada, me consideraba católica,
pero a la carta”. Durante algunos años pasó por recaídas hasta que una anemia aguda le inhabilitó prácticamente por completo. Era
noviembre de 2020.
“Me acogí a Él.
Recorrer las seis calles desde mi casa hasta la iglesia me costaba como una
etapa del camino de Santiago, era como subir una montaña”, recuerda. Cada día Aroa se arrastraba y hasta que
llegaba a la iglesia y cuando
llegaba se dejaba caer de rodillas pidiendo su sanación.
“Si todo esto que
me ocurre lo permites para que vuelva a ti, lo haré encantada”, rezaba. “Y como
si de una metamorfosis se tratara”, recuerda,
“murió la antigua Aroa y nació la nueva, en
Dios”.
Desde entonces, Aroa admite haber
sufrido una transformación total en su vida. “Me ha curado todas mis heridas, me ha mostrado mis
miserias para transformarlas en perdón”, confiesa.
Desde entonces, reza especialmente por quien abusó de ella durante su infancia y por su conversión, y admite que, de encontrar
al Señor y acudir a ella, “estaría encantada de
abrazarle y decirle que todos hemos cometido errores”.
Haciendo retrospectiva, Aroa
comprueba que solo tiene palabras de
agradecimiento para Dios, por su vida, su matrimonio “y por una hija que nunca hubiera imaginado”.
“Todas las
alabanzas y agradecimientos que le pueda dar van a ser míseros para todo lo que
le debo”, concluye. “Soy
feliz, y muy agradecida con el Señor”.
ReL
No hay comentarios:
Publicar un comentario