Entender la
providencia de Dios, a veces nos puede costar un poco. Cuando concluyó la
Semana Santa, me llegaron varios comentarios de personas contándome que habían
vivido la mejor Semana Santa de su vida. Al inicio, como es evidente, me
sorprendió escuchar eso. No hubo celebraciones litúrgicas, no se podía ir a la
iglesia, no se podía recibir la comunión. ¿Cómo era posible celebrar así la
Semana Santa?
Sucedió que, al
no poder salir, muchos habían dedicado más tiempo de lo usual a reflexionar
sobre los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo e incluso
habían podido seguir con mayor concentración las celebraciones litúrgicas que
se transmitieron. Verlo a través de la televisión no es lo mejor, pero resultó
que para muchos fue ocasión de seguir las celebraciones como nunca lo habían
hecho antes.
DIOS PUEDE VALERSE DE SITUACIONES DIFÍCILES PARA
SACAR UN BIEN
No es motivo para repetirlo el
próximo año, como si fuese el mejor modo de vivir la Semana Santa, pero sí me
dejó pensando cómo Dios puede valerse de situaciones difíciles para sacar un
bien. En otras palabras, me hizo pensar mucho en la providencia divina.
Con frecuencia usamos este
término «providencia» para expresar una vaga
confianza en que todo está en manos de Dios. A veces, sin embargo, olvidamos el
papel que jugamos en la providencia divina y hacemos a Dios el único
responsable de todo. Por eso, si las cosas no resultan como yo quería, nos molestamos con Él y nos alejamos de su amor.
La frase «si Dios quiere» puede expresar una gran verdad
teológica, como al mismo tiempo ser increíblemente confusa e injusta con el
amor providente de Dios. Todo depende de cómo entendemos la divina providencia.
Quisiera señalar tres imágenes equívocas que creo nos confunden un poco acerca de la providencia de Dios.
3 IMÁGENES EQUIVOCADAS QUE NOS CONFUNDEN CUANDO
HABLAMOS DE LA PROVIDENCIA DE DIOS
La
providencia del Dios-arquitecto: suena en principio bien. Después de todo, Dios diseñó y creó el mundo, y
lo hizo muy bien. Lo pensó, lo ejecutó y nos lo ofreció. ¿Cuál es el problema? Que muchas veces bajo esta
idea se esconde el siguiente pensamiento: Dios creó
el mundo y luego lo dejó para que todo marche con una autonomía absoluta.
En otras palabras, Dios solo
habría intervenido para diseñar y crear todo, pero nada más. Es un mundo donde
Dios está ausente, donde no existe la providencia de Dios. Otra imagen similar:
la del Dios relojero, que crea y pone en marcha el
mecanismo del reloj, pero luego deja que todo siga desarrollándose sin que
intervenga.
La
providencia del Dios-destino: pensar que, como todo ocurre porque
«Dios quiere», la libertad del hombre no juega ningún papel y
nuestro destino está ya fijado de antemano. Mis decisiones serían solo una
ficción y no importa qué camino tome, al final llegaré ciegamente a un mismo
lugar ya predestinado por Dios.
Los griegos en la antigüedad
pensaban así, asumiendo que su destino estaba regido por los astros y no había
escapatoria. Si pensamos así, y a veces pareciera que lo hacemos, viviremos
eternamente en una tragedia griega.
La
providencia del Dios caprichoso: pensar que la providencia de
Dios supone solo la voluntad de Dios, y entender esta meramente como una
voluntad caprichosa. Si Dios quiere interviene, y si no quiere no lo hace, y
sus decisiones no obedecen a otra razón que el sentimiento del momento.
Esto supone pensar que Dios
actúa como los seres humanos, movido por el capricho y el deseo del momento. Se
olvida que Dios tiene un plan, una razón que está detrás del modo como actúa y
como nos cuida.
DOS IMÁGENES QUE NOS AYUDAN A ENTENDER CÓMO ES LA
PROVIDENCIA DE DIOS
Empecemos con la imagen del
Buen Pastor. Creo que esta imagen, que Jesús utiliza para describirse a sí
mismo (Jn 10, 11), resalta un aspecto precioso de la Providencia de Dios: su constante atención por nosotros. Dios no nos creó y nos abandonó,
sino que interviene siempre en la creación, siempre atento.
No lo hace como una especie de
«Gran Hermano» que quiere controlar todo,
sino como un padre amoroso que vela para que nada nos falte nada y que tengamos
todo lo que necesitamos para vivir una existencia plena y llena de felicidad.
Ahora pensemos en Jesús es «Emmanuel», el Dios-con-nosotros,
que nunca nos abandona ni se desentiende de
nuestras necesidades. La providencia que busca socios: Dios
puso a Adán y a Eva en el jardín del Edén, pero el cielo no se describe en la
Biblia como un retorno al paraíso original. El Apocalipsis usa una imagen muy
interesante: una ciudad, la Jerusalén celestial (Ap 21,1ss).
¿Quién construyó
la ciudad? Podríamos
pensar que la construyeron Dios y los hombres. Después de todo, Dios creó este
mundo en vías de perfección, es decir, no lo construyó ya terminado. Nos eligió para ser socios e ir construyendo juntos este mundo, y por eso, la providencia de
Dios nos quiere también como socios para que su amor se manifieste entre los
hombres.
¿HAS SIDO SOCIO DEL AMOR DE DIOS?
Debo confesar que cuando
pienso esto me asusto un poco porque pienso que a veces no he sido yo ese socio
de Dios para que otras personas experimenten su amor providente. Quizás esa
otra persona, a quien Dios puso en mi camino para que la ayudase, piense que
Dios no escuchó su clamor, cuando fui yo quien no escuchó la invitación de Dios
a ayudarlo en su obra.
No es para deprimirme, y más
bien me ayuda a pensar en lo opuesto: cuánto me quiere Dios y cuán
bien piensa de mí que me ha invitado a ser su socio y hacer llegar su amor
providente.
De esta manera, cuando me
pregunte «Dios ¿dónde estás?», que es otra
manera de preguntarme por su amor providente, podré responderme que está en el
prójimo, y con los ojos de la fe, lograré descubrirlo en el rostro del que está
a mi lado.
Así sabré que Él está conmigo,
que me invita a caminar con Él, y nunca me sentiré solo ni abandonado. Experimentaré
entonces en todo momento su providencia.
Escrito por Kenneth Pierce
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