Leo, con gran gozo,
que estamos a punto de iniciar el camino para la recuperación de la
plenitud del culto eucarístico, algo que a buen seguro redundará en
un gran bien para el pueblo fiel, que podrá así recuperar en plenitud su vida
sacramental.
Leo también que
en algunas diócesis se recomienda o incluso se obliga a comulgar
en la mano. Una medida
que, aunque hay discusiones entre los médicos sobre el riesgo que comportaría
comulgar en la boca, se justifica por encontramos en una situación excepcional.
No pretendo aquí discutir
sobre este tema, sino exponer un error, muy generalizado, acerca de la comunión
en la mano que viene de mucho antes de esta pandemia.
Se trata de la idea de que los
primeros cristianos, y más ampliamente, los cristianos de los primeros siglos,
recibirían la Eucaristía en la mano.
Lo que encontramos en
testimonios y documentos explican algo muy distinto. Veamos.
Existen testimonios que
atestiguan cómo desde el principio se extendió la costumbre de
poner las sagradas especies directamente en los labios de quienes comulgaban e
incluso de la prohibición para los laicos de tocar la Eucaristía con las manos.
Sólo en caso de necesidad y en tiempo de persecución, explica San Basilio, se
podía derogar esta regla y se permitía también a los laicos comulgar con sus
propias manos.
El
papa Sixto I, cuyo pontificado se extendió
115 al 125, prohibió a los laicos no solamente tocar las especies eucarísticas,
sino incluso los vasos sagrados. Y san Eutiquiano, papa del 275 al 283, a fin
de que no se tocase la Eucaristía con las manos, prohibió
a los laicos llevarla a los enfermos.
El
Concilio de Zaragoza, en el año 380, decretó la excomunión de aquellos que trataran la
Sagrada Eucaristía como en época de persecución, cuando se permitía que los
laicos la pudieran tocar con sus propias manos.
San
Inocencio I, papa entre 401 y 417, confirmó
en 404 el rito de la comunión sólo en la boca. Y en 416, en su carta a
Decencio, obispo de Gubbio, que le pedía directrices sobre la liturgia romana
que pretendía adoptar, Inocencio I respondía afirmando la obligación de
respetar la Tradición de la Iglesia de Roma a este respecto, ya que, explicaba,
ésta descendía del propio Pedro, el primer Papa.
San
Gregorio Magno explica que San Agapito, papa de 535 a 536, durante los pocos meses de
su pontificado fue a Constantinopla, donde curó a un sordomudo cuando «puso el Cuerpo del Señor en su boca», confirmando
así que la tradición de la comunión directa en la boca.
El
Concilio de Rouen, que tuvo lugar el año 650, prohibió al ministro de la Eucaristía poner
las sagradas Especies en las mano de los laicos que iban a comulgar: «(El sacerdote) tenga cuidado de comunicarlas (a los
fieles) en su propia mano, no ponga la Eucaristía en la mano de ningún laico o
mujer, sino que la ponga sólo en los labios con estas palabras…».
El III
Concilio de Constantinopla (680-681), bajo los papas san Agatón y León II, prohibió a los fieles
comulgar con sus propias manos y amenazó con la excomunión a aquellos que
tuvieran la temeridad de hacerlo.
El Sínodo
de Córdoba, en el año 839, condenó a la secta de los «casianos»
por su negativa a recibir la Sagrada Comunión directamente en sus bocas.
En Occidente, el gesto de
postrarse y arrodillarse antes de recibir el Cuerpo del Señor se observaba en
los círculos monásticos ya en el siglo VI (por ejemplo, en los monasterios de
San Columbano). Más tarde, en los siglos X y XI, este gesto se generalizó.
Cuando Santo Tomás de Aquino expuso en Summa (III, 9, 82) las razones para que los
laicos no tocaran las sagradas especies, no se refirió a ellas como de algo de
reciente invención, sino como a una costumbre litúrgica tan antigua como la
Iglesia.
El Concilio
de Trento dice lo mismo en su Decreto sobre la Eucaristía (Cap. VIII. Del uso de
este admirable Sacramento), cuando afirma que no sólo era una costumbre
constante el que los laicos recibieran la comunión de los sacerdotes, mientras
que los sacerdotes comulgaban con sus propias manos, sino que esta costumbre
era de origen apostólico: «Mas al recibirlo
sacramentalmente siempre ha sido costumbre de la Iglesia de Dios, que los
laicos tomen la comunión de mano de los sacerdotes, y que los sacerdotes cuando
celebran, se comulguen a sí mismos: costumbre que con mucha razón se debe
mantener, por provenir de tradición apostólica».
Se entiende, a la luz de esta
breve relación, lo que san Juan Pablo II escribía en el número 49 de su
encíclica Ecclesia de Eucharistia: «En el contexto de este elevado sentido del misterio, se
entiende cómo la fe de la Iglesia en el Misterio eucarístico se haya expresado
en la historia no sólo mediante la exigencia de una actitud interior de
devoción, sino también a través de una serie de expresiones externas,
orientadas a evocar y subrayar la magnitud del acontecimiento que se celebra».
Se entiende perfectamente, y
siempre ha sido así, que en situaciones excepcionales se adopten medidas
también excepcionales. Pero cuando te digan que los
cristianos de los primeros siglos comulgaban en la mano, sencillamente, eso no
es verdad.
Jorge Soley
No hay comentarios:
Publicar un comentario