–Me sospecho que en
este artículo pretende usted confirmar que en el combate contra el
coronavirus la oración de petición es el arma más potente.
–Pues sí, pero como
es el medio principal para conseguir todos los bienes materiales y espirituales
que debe procurar un cristiano, por eso no lo he puesto como Coronavirus-VI.
–LA ORACIÓN DE PETICIÓN
Petición,
alabanza y acción de gracias son las formas fundamentales de la oración bíblica, y por tanto de la
oración cristiana. No se contraponen entre sí, sino que se complementan. La
petición prepara y anticipa la acción de gracias, y en sí misma es ya una
alabanza, pues confiesa que Dios es bueno y omnipotente, fuente de todo bien.
La alabanza y la acción de gracias brotan del corazón creyente, que habiendo
pedido a Dios, no se atribuye a sí mismo el bien logrado, sino que recibe
después ese bien como don de Dios. Por eso los tres géneros de oración se potencian
y exigen mutuamente, como se ve, por ejemplo, en las oraciones de los Salmos
(21,23-32; 32,22; 128,5-8).
–LA ORACIÓN PRIMORDIAL
Muchos de los Salmos son de petición personal o comunitaria.
Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar les dio el Padrenuestro, siete peticiones, una tras otra.
En la Liturgia, por ejemplo, en la Misa y las Horas, casi siempre está
presente la súplica. Y debemos reconocer que Salmos,
Padrenuestro y Liturgia son las escuelas más altas de la oración cristiana. Asimilemos, pues, la oración de petición como
integrante primordial de la oración.
La
oración cristiana es como la respiración del alma: por la petición aspira, y por la
alabanza y la acción de gracias expira. «Siempre y en todo lugar» hemos de dar gracias a Dios: «todo cuanto hacéis de palabra o de obra,
hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por Él» (Col
3,17). Siempre y en todo lugar hemos de orar pidiendo a Dios, «sin cesar» (Col 1,9), «noche
y día» (1Tes 3,10). Sea, pues, continua para mantener y acrecentar
nuestra vida espiritual la oración de petición y de acción de gracias a Dios,
como es continua la respiración para la vida corporal.
En la navegación de la vida
cristiana la oración de petición ha de ir siempre por delante,
como la proa del barco. ¿Quieres crecer en caridad
fraterna, en facilidad para perdonar, en laboriosidad, en oración, en castidad,
en paciencia y en tantas otras virtudes cristianas? Comienza por pedirlas al Señor humildemente,
reconociendo tu debilidad y confesando que la fuerza para el bien ha de
venirnos de Él –«Sin mí no podéis hacer NADA» (Jn
15,5)– por gracia de su bondad gratuita y misericordiosa. Y que la oración de
petición siga siempre el empeño voluntario por lograr lo que se pide.
Esto el pueblo cristiano fiel
lo ha entendido siempre, como los mismos refranes populares lo expresan. A Dios rogando y con el mazo dando. A Dios rogando por delante, pero trabajando lo debido
–que tantas veces no será mucho– para obtener lo que pretendes. Ora et labora, sí, las dos cosas, pero el ora
siempre por delante y seguido de las obras consecuentes. La frase está en la Regla de San Benito, pero ya estaba formulada
antes que él, y es asimilada por los cristianos porque expresa su fe.
–ORACIÓN MENOSPRECIADA
Parece increíble, pero no son
hoy pocos los cristianos que menosprecian la
oración de petición,
como si fuera una oración inferior, y en cierto modo vana y peligrosa. ¿De dónde ha podido venir ese error tan miserable? Del
modernismo progre, pelagiano y evolucionista, que ha
dado como fruto principal la apostasía.
No hace falta pedir a Dios,
porque Él nos ama y conoce nuestras necesidades (Mt 6,32). Pidiendo y pidiendo,
la religiosidad del cristiano se hace egocéntrica, y se autoconstruye un dios
Tapaagujeros, que trata de poner a su servicio. No entiende el torpe cristiano
que el desarrollo de la evolución personal y universal es inexorable, y en modo
alguno la petición orante puede frenarlo o reorientarlo: lo que ha de ser,
será. Si la dialéctica de la evolución histórica exige que haya una guerra, es
inútil orar por la paz. La oración de petición frena el esfuerzo inteligente
del hombre, pidiendo y esperando de Dios los bienes que el propio trabajo
humano habría de conseguir. Infantiliza así a la humanidad, apaga su
creatividad, esperando los bienes de Dios generoso. Además, por mucho que se le
pida, Dios nos hace milagros, porque respeta la total autonomía de la Creación.
No altera las leyes naturales que Él mismo impulsó en su ser y en su
evolución.
Todo
esto es absolutamente inconciliable con la fe: con la Sagrada Escritura, con la enseñanza de
Cristo, con la doctrina de la Iglesia. Ora et labora es el lema de las naciones
cristianas, que son justamente las que en la historia de la humanidad han
logrado en todas las dimensiones los desarrollos más perfectos. También hay que
decir que la apostasía de los pueblos cristianos, sobre todo del Occidente
rico, ha producido en la humanidad los peores males conocidos. Y ese trágico
dato confirma la grandiosidad de su pasado cristiano: corruptio optimi, pessima.
–EN EL NOMBRE DE JESÚS
Pidamos en el nombre de Jesús (Jn 14,13; 15,16; 16,23-26; Ef 5,20; Col 3,17). Esto significa dos
cosas: –primera, orar al Padre en la misma actitud filial de Jesús,
participando de su Espíritu (Gál 4,6; Rm 8,15; Ef 5,18-19), y –segunda,
pedir por Jesús, por el Mediador (Rm 1,8;1,25; 2 Cor 1,20; Heb 13,15; Hch
4,30), es decir, tomándole como abogado nuestro (1Tim 2,5; Heb 8,6; 9,15;
12,24).
«Nosotros no
sabemos pedir lo que nos conviene» (Rm 8,26), y pedimos mal (Sant 4,3). Pero Jesús nos comunica su Espíritu
para que pidamos así en su nombre: «cuanto
pidiéreis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta
ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que sea
cumplido vuestro gozo» (Jn 16,23-24). Pedimos en el nombre de Jesús
cuando queremos que se haga en nosotros la voluntad del Padre, no la nuestra
(Lc 22,42); y cuando pedimos con sencillez, como él nos enseñó a hacerlo: «orando, no seáis habladores como los gentiles, que
piensan que serán escuchados por su mucho hablar. No os asemejéis, pues, a
ellos, porque vuestro Padre conoce las cosas de que tenéis necesidad antes de
que se las pidáis» (Mt 6,7-8; +32).
–ORACIÓN MAL HECHA
Se hace mal a veces la oración
de petición, se hace con exigencia, como queriendo doblegar la voluntad de Dios
a la nuestra, con «amenazas» incluso. Así,
pervertida, la oración de petición es muy dañosa: apega
más a las criaturas, obstina en la propia voluntad, no consigue nada, genera
dudas de fe, produce hastío y frustración, y conduce fácilmente al abandono de
la oración. Y de la misma fe.
–ORACIÓN PROPIA DE LOS HUMILDES
Pidiendo a Dios, abrimos en la
humildad nuestro corazón a los dones que Él quiere darnos. El soberbio se encierra en su precaria autosuficiencia; no
pide, a no ser como último recurso, cuando todo intento ha fracasado y la
necesidad apremia; y entonces pide mal, con exigencia, marcando plazos y modos.
En cambio el humilde pide, pide siempre, pide todo,
y la oración de petición es la proa de todos sus intentos. Como siempre está
respirando, así su alma está siempre pidiendo a Dios. Y es que se hace como
niño para entrar en el Reino, y los niños, cuando algo necesitan, lo primero
que hacen es pedirlo. San Pablo nos da ejemplo: él
pedía «sin cesar», «noche y día» (Col 1,9; 1Tes 3,10).
–ORACIÓN SUPERFLUA PARA LOS PELAGIANOS
San Agustín, frente a los
autosuficientes pelagianos, clarificó bien esta cuestión: «El hecho de que [el Señor] nos haya enseñado a orar, si
pensamos que lo que Dios pretende con ello es llegar a conocer nuestra
voluntad, puede sorprendernos. Pero no es eso lo que pretende, ya que él la
conoce muy bien. Lo que quiere es que, mediante la oración [de petición],
avivemos nuestro deseo, a fin de que estemos lo suficientemente abiertos para
poder recibir lo que ha de darnos» (ML 33,499-500).
«En la oración,
pues, se realiza la conversión del corazón del hombre hacia Aquél que siempre
está preparado para dar, si estuviéramos nosotros preparados a recibir lo que Él
nos daría» (34,1275). «Dios quiere dar, pero no da sino al que le pide, no sea
que dé al que no recibe» (37,1324).
–DIOS DA SUS DONES A LOS HUMILDES
«Dios resiste a
los soberbios, y da su gracia a los humildes» (Prov 3,34; 1Pedro 5,5; Sant 4,6), que son quienes le piden.
Quienes por la gracia viven en la humildad, pueden recibir grandes dones sin
enorgullecerse de ellos, lo que los alejaría de Dios. Es la humildad, expresada
y actualizada en la oración continua de petición, la que nos dispone a recibir
los dones que Dios quiere darnos. Por eso los humildes piden, y crecen
rápidamente en la gracia, con gran sencillez y seguridad. Y es que «Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su
gracia. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que a su tiempo os
ensalce. Echad sobre Él todos vuestros cuidados, puesto que tiene providencia
de vosotros» (1Pe 5,5-7).
–ORACIÓN SIEMPRE EFICAZ
La
oración de petición tiene una eficacia infalible. Es, sin duda, el medio
principal para crecer en Cristo y para verse libre de todos los males, pues la
petición orante va mucho más allá de nuestras fuerzas espirituales y de
nuestros méritos, y se apoya inmediatamente en la gratuita bondad de Dios misericordioso.
De ahí viene nuestra segura esperanza, certificada por Cristo: «pedid y recibiréis» (Jn 16,24; +Mt 21,22; Is
65,24; Sal 144,19; Lc 11,9-13; 1Jn 5,14).
Dios responde siempre a nuestras peticiones, aunque no siempre según el tiempo y manera que deseábamos. Cristo
oró «con poderosos clamores y lágrimas al que era
poderoso para salvarle de la muerte, y fue escuchado» (Heb 5,7). No fue
escuchada su petición mediante la supresión de la cruz redentora –«aleja de mí este cáliz» (Mc 14,36)–; pero sí fue
escuchada, sin embargo, de un modo mucho más sublime, en su resurrección –«pero Dios, rotas las ataduras de la muerte, le
resucitó» (Hch 2,24)–.
–¿ORACIÓN INÚTIL?
Algunos piensan que la oración de petición es
vana, pues la Providencia divina es infalible e inmutable. Ahora bien, si
consideran superflua la oración porque la Providencia es inmutable, ¿para qué procuran ciertos bienes por el
trabajo, si lo que ha de suceder vendrá infaliblemente, como ya
determinado por la Providencia? Déjenlo todo en manos de Dios, y no oren ni laboren…
Por el contrario, a los
cristianos nos ha sido dada la doble norma de la oración y del trabajo, y
sabemos que con una y con otro estamos colaborando con la Providencia divina,
sin que por eso pretendamos cambiarla o sustituirla.
–PEDIRLO TODO
Pidamos
a Dios todo género de bienes, materiales o espirituales, el pan de cada día, la paz,
la unidad, el perdón de los pecados, el alivio en la enfermedad (Sant 5,13-16),
el acrecentamiento de nuestra fe (Mc 9,24). Pidamos por los amigos, por las
autoridades civiles y religiosas (1Tim 2,2; Heb 13,17-18), por la conversión de
los pecadores (1Jn 5,16) –petición muy escasamente presente en el Libro de las Preces–, por los enemigos y los
que nos persiguen (Mt 5,44), en fin, «por todos los
hombres» (1Tim 2,1). Pidamos al Señor que envíe obreros a su mies (Mt
9,38), y que nuestras peticiones ayuden siempre el trabajo misionero de los
apóstoles (Rm 15,30s; 2Cor 1,11; Ef 6,19; Col 4,3; 1Tes 5,25; 2Tes 3,1-2).
Nuestras peticiones, con el
crecimiento espiritual, se irán simplificando y universalizando. Y acabaremos
pidiendo sólo lo que Dios quiere que le pidamos –como enseña San Juan de la
Cruz–, en perfecta docilidad al Espíritu: «y así,
las obras y ruegos de estas almas siempre tienen efecto» (3 Subida
2,9-10)–. En fin, pidamos más que todo el Don
primero, del cual derivan todos los dones: pidamos
el Espíritu Santo (Lc 11, 13).
–OREMOS POR TODOS LOS HOMBRES
Pidamos
unos por otros, haciendo oficio de intercesores, pues eso es propio de
nuestra condición sacerdotal cristiana (1Tim 2,1-2). Así oró Cristo tantas
veces por nosotros (Jn 17,6-26), también en la cruz (Lc 23,34; +Hch 7,60). Así
oraban los primeros cristianos en favor de Pedro encarcelado (12,5), o por
Pablo y Bernabé, enviados a predicar (13,3; +14,23). Oremos por nuestros
familiares y compañeros, por todos aquellos que la Providencia ha puesto más
cerca de nosotros. Oremos por nuestros amigos y por los enemigos que nos
persiguen (Mt 5,44), y por las Autoridades civiles y religiosas que Dios nos ha
dado (1Tim 2,2). Así lo hace continuamente la Santa Madre Iglesia, que en su
liturgia nos mueve y nos enseña a pedir siempre por todos.
–PIDAMOS ORACIONES
Pidamos
también a otros que rueguen por nosotros, que nos encomienden ante el Señor. De este modo estimulamos en
nuestros hermanos la oración de intercesión, que es una de las formas de
oración más gratas al Señor y más recomendadas en el Nuevo Testamento,
particularmente en las cartas de San Pablo. Y con ello no sólo recibimos la
ayuda espiritual de nuestros hermanos, sino que los asociamos también a nuestra
vida y a nuestras obras.
José María Iraburu, sacerdote
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