La relación entre
psiquiatras y exorcistas debe hacer ante todo que cada uno permanezca en su
campo. Los poseídos, generalmente van primero al médico, luego tal vez al mago,
y sólo después, descubren que deben consultar su caso con el exorcista.
Ante todo hemos
de decir que ante cualquier problema, hemos de buscar ante todo la explicación
natural. Si ésta existe, no hay que darle más vueltas.
Recuerdo que hará unos
cuarenta años le pregunté a un Vicario Episcopal de Madrid: «¿qué hacéis ante un endemoniado?» Su respuesta
fue: «Muy sencillo, lo mandamos al psiquiatra».
Hoy, ante la descristianización no sólo en nuestro país, sino en toda Europa,
estoy seguro que no recibiría esta respuesta, pues todas las grandes diócesis
tienen no sólo uno, aparte del Obispo, sino varios exorcistas. Pero es
indiscutible que nuestra Sociedad se está descristianizando, porque falta fe y
falta vida cristiana, lo que supone que, como el ser humano necesita creer en
algo, la disminución de la fe va acompañada del aumento de la superstición, lo
que a su vez, supone dejar el camino expedito a Satanás. Y que éste existe,
recordemos como en los evangelios se nos dice que una de las actividades
principales de Cristo fue echar demonios.
La Iglesia condena la
superstición como «desviación del culto que debemos al verdadero Dios, loa cual
conduce a la idolatría y a distintas formas de adivinación y de magia»
(Catecismo de la Iglesia Católica nº 2138). Brujos, magos, echadores de cartas,
espiritistas y en general el ocultismo son prácticas de las que el demonio con
frecuencia se sirve. Podemos decir que éste es el pronunciamiento oficial de la
Iglesia sobre estas cuestiones. Deuteronomio 18,10-14 condena enérgicamente y
califica de abominaciones a estas prácticas, mientras Jeremías 29,8 califica de
mentirosos a los profetas y adivinos no enviados por Dios. Y es que en estas
cuestiones es muy fácil que nos encontremos con intervenciones diabólicas o,
seguramente todavía con mucha más frecuencia, con fraudes.
Por ello, a pesar de que las
posesiones diabólicas realmente existen, no hay por qué creer fácilmente en
ellas. Ante todo cuando se manifiestan señales que nos hacen pensar que estamos
ante una posesión diabólica, hay que ir al psiquiatra, porque sólo raras veces
el mal o la enfermedad son de origen diabólico. El recurso al exorcista debe
suceder sólo en segunda instancia.
Por supuesto que la relación
entre psiquiatras y sacerdotes no debe reducirse a los presuntos o reales casos
de posesión. Aunque creo que nunca me he enfrentado directamente con un caso de
posesión diabólica, aunque sí las he presenciado, más de una vez he recomendado
al penitente la visita al psicólogo o psiquiatra, convencido que eran más bien
casos de la incumbencia de éstos, pero también he recibido personas a los que
estos profesionales han llegado a la conclusión que se trataba de un problema
de índole espiritual y por tanto el sacerdote podía hacer más que ellos.
La relación entre psiquiatras
y exorcistas debe hacer ante todo que cada uno permanezca en su campo. Los
poseídos, generalmente van primero al médico, luego tal vez al mago, y sólo
después, descubren que deben consultar su caso con el exorcista. Éste,
normalmente, sólo haciendo el exorcismo se da cuenta sobre si es un caso o no
de verdadera posesión. Con frecuencia es la conducta del poseído, como
reacciones muy violentas ante cualquier oración, u otros fenómenos, como la
posesión de una fuerza extraordinaria, las que permiten darse cuenta de la
realidad de la posesión.
Pero no hay que olvidar que
hoy en día hay muchas enfermedades de tipo espiritual que son simplemente eso,
enfermedades. En muchos casos puede tratarse de enfermedades que la ciencia
médica no está en condiciones de diagnosticar y curar, pero ello no significa
que provengan del maligno. En otros, en cambio, puede tratarse de posesiones
que permanecen ocultas.
Así una de las enfermedades
psíquicas hoy más corrientes, las depresiones, son en la inmensa mayoría de los
casos, males naturales, lo que no significa que la oración no pueda ser un
método muy eficaz de lucha contra ella y de hecho muchos psiquiatras reconocen
que es más fácil curar a un creyente que a un ateo. Y es que, a menudo, su
causa proviene de la falta de fe en Dios o de la carencia de ideales o de
encontrar sentido a la vida, por lo que aunque no podemos afirmar que la causa
sea directamente el demonio, sí puede haber influjo suyo. En este tipo de
enfermedades, es indudable que el ser creyente, puede ser y es una gran ayuda
en el tratamiento.
Pedro Trevijano, sacerdote
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