La
foto es de los miembros del Tribunal Penal Internacional. Hoy ha salido el
último documento de Roma con más normas para regir el tema de los abusos
sexuales en la Iglesia. El documento me ha parecido bien, correcto. Aunque sea
fruto de una presión por hacer algo después de la última cumbre contra la
pedofilia en el Vaticano, lo cierto es que rellena algunas lagunas. O, más que
rellenar lagunas, cierra algunas puertas por las que, hipotéticamente, podía
escaparse la investigación de algunos casos. En ese sentido, me parece bien.
No me
entusiasma, porque creo que a nadie le entusiasma, ni a sus redactores. Y porque
ellos mismos, que son monseñores realistas, se dan cuenta de que lo importante
es la voluntad justa. En este documento han hecho lo que han podido, porque ya
quedaba poco espacio por legislar.
Pero
ellos mismos se dan cuenta de que la legislación nunca puede sustituir a la
voluntad de hacer lo que se debe hacer. Además, aquí Roma se da cuenta de que
el error se puede dar por defecto o por exceso. Y eso es muy complicado de
arreglar con normas.
¿Cómo se puede, de antemano, prever si existirá, en el investigador
diocesano, la voluntad férrea de defender al clérigo amigo? Cualquier investigación, si se da esa
circunstancia, partirá de una situación no neutral. ¿Cómo
se puede legislar el remedio a la voluntad del investigador diocesano de no
crearse problemas y de no concluir en ningún dictamen que cause después a
críticas, y críticas que conlleven consecuencias?
El
documento promulgado hoy me parece bien. Pero, al final, si las cosas se ponen
muy feas a nivel de persecución social, va a ser necesario que la Iglesia
renuncie a toda investigación interna y se limite a aceptar lo que se dictamine
en el foro judicial penal. Esa inhibición implicaría (para no incurrir en más
responsabilidades civiles) a actuar con el acusado como si fuera culpable.
Los
informes e investigaciones internas de la Iglesia se han convertido ya, en
algunos lugares, en el paraíso de los abogados de la acusación. La petición de
responsabilidades a las autoridades vaticanas receptoras de esa información va
a ser el siguiente campo de lucha de los abogados. Hasta ahora esos intentos se
han parado porque no han sido secundados por las autoridades civiles de los
países. Pero el día en que la autoridad civil decida ir contra el Vaticano
alegando complicidad por omisión, vamos a tener un problema muy serio. Y esto
es una bomba que va a explotar mediáticamente antes o después. Así que estamos
listos.
El tema
del doble proceso, el canónico y el civil, se va a convertir en una maraña
judicial. Si el proceso canónico sentencia que es culpable, después de una
sentencia de absolución civil, los abogados pueden luchar para reabrir el caso
a nivel civil basándose en eso: ¡ya ha ocurrido!
Y si
ocurre al revés, condena civil y absolución canónica, la acusación de
complicidad es contra el Vaticano.
Como se
ve, esto se está convirtiendo no en un problema de la Iglesia, sino en uno de
los más grandes problemas, en un remolino que no deja de crecer y engullirlo
todo a nivel mediático. Y lo mediático, cada vez más, está presionando e
influyendo sobre lo judicial, véase en el caso del fiscal general de
Pensilvania y otros, no es el único.
La
cuestión no es ya cómo acabar con la pedofilia, en Estados Unidos y Europa eso
ya es asunto del pasado, ¡gracias a Dios!, sino
cómo acabar con un remolino judicial y mediático al que no se le ve ningún fin.
P. FORTEA
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