lunes, 6 de mayo de 2019

DAR LA ABSOLUCIÓN A UN TERRORISTA


Estos días estoy predicando el final de las profecías de Ezequiel contra el Príncipe de Tiro. Y, en verdad, que se puede decir que son profecías contra esa persona. Toda una manifestación de la ira de Dios. Largas y detalladas profecías.

Digo esto porque hoy he leído que Iosu Uribetxebarria Bolinaga, el asesino condenado por la muerte de tres guardias civiles y carcelero de Ortega Lara, antes de morir pidió la confesión a un sacerdote. Y esto me lleva a preguntarme, qué le hubiera dicho yo de haber estado en esa posición. Hay que hacer notar que él nunca mostró arrepentimiento público por lo que hizo. Siempre había considerado que todo estuvo justificado para lograr la independencia. Si cambió de opinión, no lo manifestó públicamente. Otros terroristas transmitieron a los medios que pedían perdón por el sufrimiento causado, él no.

No voy a insultar vuestra inteligencia recordando que, en esos momentos, el sacerdote debe actuar como el padre de la Parábola del Hijo Pródigo. Resulta evidente.

Lo que no resulta tan evidente a todos es que el sacerdote no puede ser un mero repetidor formulario de expresiones tales como “tranquilo, tranquilo”, “no te preocupes, confía en Dios”.

Esas expresiones son verdaderas. En ese momento, el sacerdote, ante todo, debe ser padre. Pero, aunque paternal, aunque adaptado a las fuerzas del penitente, aunque teniendo en cuenta las posibilidades de la comprensión del penitente, no puede limitarse a ejercer de tranquilizador de las conciencias. El sacerdote también puede hacer eso, pero no puede siempre hacer solo eso, porque Dios no es solo eso, un Tranquilizador. El confesor no puede pretender ser más bueno que Dios. El confesor no puede ejercer como consolidador de los errores de un alma. El confesor debe ser padre, pero padre en la verdad.

Si la boca del sacerdote renunciase a la verdad, daría lo mismo que cualquiera hablase con un moribundo, daría lo mismo lo que le dijera con tal de sedar su alma. Las palabras no pueden ser un opiáceo, tienen que ser expresión de la verdad.

Yo no sé lo que le hubiera dicho a un terrorista moribundo, porque lo que le hubiera dicho habría dependido de la situación concreta que me hubiera encontrado. Pero el que quiera hablar conmigo tiene que estar dispuesto a escuchar la verdad, de un modo paternal, de un modo bondadoso, adaptado al sujeto, pero la verdad. Si no prefiero que llamen a otro sacerdote.

Yo no pierdo mi tiempo para ir a dar palmaditas en el hombro. Si doy las palmaditas es porque esa persona considero que debe recibirlas.

No es que haya que ser riguroso con el penitente, moribundo o no; no es que no haya que no ser misericordioso; sino que todo hay que hacerlo en la verdad. Entender el perdón del sacerdote como algo automático, entender sus palabras son mera morfina del alma, son dos errores. No pido a mis compañeros que sean rigurosos. Solo les pido que lleven a la oración qué significa otorgar el perdón en nombre de Dios.

P. FORTEA

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