Normalmente, el mal se presenta escondido, vestido de ángel
de luz o agazapado tras justificaciones, excusas y engaños. En ocasiones, sin
embargo, revela durante un instante su verdadero rostro, que es escalofriante.
En Estados Unidos, durante las
últimas semanas ese rostro escalofriante se ha revelado en varias ocasiones.
Hace un mes, el Gobernador de Virginia,
Ralph Northam, declaró que estaba a favor de
que los abortos se realizaran hasta el momento mismo del nacimiento y que, si
en esas circunstancias un niño nacía
vivo, se le dejaría morir a no ser que la madre quisiera conservarlo.
Posteriormente, como preparación para un posible cambio de postura del Tribunal
Supremo sobre el aborto, el Estado de
Nueva York aprobó una ley que blindaba el aborto durante todo el
embarazo, hasta su último día, con las justificaciones habituales de grave
enfermedad del niño y la salud de la madre, y los estadounidenses contemplaron
estupefactos las grandes sonrisas, alegrías y aplausos de
los políticos que aprobaban la nueva ley. Otros estados han imitado ya o se
preparan para imitar la ley neoyorquina.
Hoy, en el Senado norteamericano se ha rechazado un
proyecto de ley que exigía algo
que a cualquier persona decente del universo debería parecerle obvio: que a un niño nacido vivo se le
proporcionaran los cuidados médicos que necesitase.
El proyecto de ley de Protección de los Supervivientes a un Aborto que Nacen
Vivos, presentado por el Senador Ben Sasse,
establecía que cualquier profesional de la salud que estuviera presente debería
“emplear el mismo grado de profesionalidad, cuidado
y diligencia para preservar la vida y la salud del niño que emplearía un
profesional de la salud razonablemente diligente y cuidadoso en cualquier otro
niño nacido vivo con la misma edad”. Asimismo, el profesional debería “asegurarse de que el niño nacido vivo fuera trasladado
inmediatamente a un hospital e ingresado en él”.
Un profesional médico que no
ofreciese esos cuidados al niño podría recibir una pena de cárcel (como sucedería si no prestase auxilio a cualquier
otro niño), pero no se contemplaban penas para la madre. Se ampliaría así una
ley firmada por el presidente Bush en 2002, que reconocía teóricamente los
derechos de los niños nacidos, pero sin establecer penas para los médicos que
no respetasen esos derechos ni imponer obligaciones concretas de
proporcionarles cuidados médicos.
Para seguir tramitando el
proyecto se necesitaba el voto de 60 senadores, pero solo se han conseguido 53.
Es decir, 44 senadores han votado en
contra de que un niño nacido vivo tenga derecho a recibir cuidados médicos (incluidos,
por cierto, los principales candidatos a la presidencia en 2020). Tres
senadores demócratas han votado a favor de la ley (Dios se lo recompense) y
tres senadores republicanos no han estado presentes con diversas excusas.
El mismo Trump, que está muy lejos de ser una hermanita de
la caridad, dijo que “este voto sería recordado
como uno de los más escandalosos en la
historia del Congreso de los Estados Unidos” y que “la postura del Partido Demócrata sobre el aborto es tan
extrema que no les importa ejecutar bebés después del nacimiento”. Asimismo,
una nueva encuesta muestra que, en el
último mes, ha bajado sustancialmente
el número de norteamericanos que se declaran a favor del aborto,
horrorizados sin duda por todos estos entusiasmos que parece despertar el
infanticidio en los políticos.
El mal se revela a cara
descubierta. Aquí ya nadie puede alegar
dudas sobre si se trata de un niño o no, porque el niño ha nacido como
cualquier otro. Ya nadie puede
presentar excusas sobre los derechos de la mujer, porque la mujer ya ha
dado a luz. Así queda claro que los principales promotores de esas dudas y esas
excusas, en realidad, no creían en ellas. Ya no hay margen para el autoengaño,
ya no tienen cabida las tácticas para desviar la atención: lo que está en juego es el puro y simple deseo de matar a
nuestros hijos cuando nos molestan.
El ídolo sediento de sangre
deja ver su rostro repugnante. Y muchos que lo adoran apartan la vista por un
momento para no verlo y mañana seguirán afanándose en servirlo. Quiera Dios que
algunos recapaciten. Miserere nobis,
Domine, miserere nobis.
Bruno M.
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