La cuaresma es el
tiempo de alegría en el que nos dirigimos al Señor y damos paso para el
verdadero Amor.
Por: Primeros Cristianos | Fuente: http://www.primeroscristianos.com/
Hemos comenzado la Cuaresma, un tiempo propicio para que, con la
ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de
fe y redescubramos la alegría de vivir siguiendo los pasos de Jesús. Tenemos
por delante un camino marcado por la oración y el compartir, por el silencio y
el ayuno, en espera de vivir la alegría de la Pascua.
Hemos escuchado en la primera lectura un texto del profeta Joel
que nos llama a la conversión: «Ahora
–oráculo del Señor– convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con
luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios
vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en
piedad; y se arrepiente de las amenazas» (Jl
2,12-13)
Son palabras pronunciadas por el profeta cuando Judá se
encontraba sumida en una crisis profunda. Su
territorio estaba desolado. Había pasado una plaga de saltamontes, que había
arrasado todo: se habían comido todo lo que crecía
en el campo, hasta los brotes de las viñas. Habían perdido por completo todas
las cosechas y los frutos del año. Ante esas desgracias Joel invita al
pueblo a reflexionar sobre su modo de vivir en los años anteriores. Cuando todo
les iba bien, se habían olvidado de Dios, no rezaban, y se habían olvidado del
prójimo. Contaban con que la tierra daba sus frutos por sí misma y les parecía
que no le debían nada a nadie. Estaban cómodos haciendo lo que hacían y no se
planteaban que fuera necesario vivir la vida de otra forma.
La crisis que estaban padeciendo, les sugiere Joel, debía hacerlos caer
en la cuenta de por sí mismos, de espaldas a Dios, nada podían hacer. Si tenían
paz y comida, no era por sus propios méritos. Todo eso es un don de Dios, que
es necesario agradecer. De ahí la llamada urgente a que cambien: convertíos de todo corazón con ayuno, con llanto, con
luto, rasgad los corazones: ¡cambiad!
Al escuchar esas palabras tan fuertes del profeta, tal vez podemos
pensar: Vale, vale, que cambien los habitantes de
Judea, pero yo no tengo que cambiar: ¡estoy
muy a gusto como estoy! Hace mucho tiempo que no he visto ni
un saltamontes, tengo cosas ricas que comer y beber todos los días, tengo
varias pelis pendientes de ver, esta semana tengo varios partidos que voy a
ganar,… y no tengo prisa porque todavía los finales están muy lejos y ya
estudiaré en serio cuando lleguen.
No sé a vosotros, pero a mí siempre me da mucha pereza ponerme en serio
a cambiar algo en cuaresma. La verdad, de suyo no es un tiempo especialmente
simpático como, por ejemplo, la Navidad.
Al escuchar el Salmo responsorial tal vez hemos pensado algo parecido:
«Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis
ofensas. Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados». E
incluso al repetir «Misericordia, Señor, hemos
pecado», tal vez se nos ocurría por dentro decir: Pero si yo no tengo
pecados,… en todo caso «pecadillos». No le hago mal a nadie, no he robado
ningún banco, no he matado a nadie, en todo caso, sólo «cosillas»
de poca importancia. Y, además, no tengo nada contra Dios, no he querido
ofenderlo. ¿Por qué voy a decir que he pecado ni a mendigar su misericordia?
Si vemos así las cosas, las palabras de San Pablo en la segunda lectura,
nos pueden sonar a repetitivas, pero subiendo el tono, presionando: «Hermanos: Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y
es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo
os pedimos que os reconciliéis con Dios».
¿TAN IMPORTANTE SOY
Y TANTA IMPORTANCIA TIENE LO QUE YO HAGA, QUE HOY TODOS VIENEN CONTRA MÍ: EL
PROFETA JOEL, DAVID CON SU SALMO, Y SAN PABLO PRESIONANDO?
Pues la verdad es que sí, para el Señor soy importante. Ninguno de
nosotros le resulta indiferente a Dios, no somos un número más de los millones
de personas que hay en el mundo. Soy yo, eres tú. Alguien en quien está
pensando, a quien echa un poco de menos, con quiere hablar.
¿No te ha dado alegría alguna vez, al salir cansado
de clase, recibir un mensaje en el móvil de alguien que te cae bien y que te
pregunta: ¿Tienes algún plan esta tarde? ¡Bien! ¡por fin! ¡alguien que piensa
en mí! En general,
una de las cosas que dan más gusto es comprobar que hay gente que nos quiere,
que piensa en nosotros, y nos llama para que nos veamos y pasemos juntos un
rato agradable.
Esta semana me encontré leyendo la Biblia unas palabras de amor humano,
que son divinas. Son el estribillo de una canción del Cantar de los Cantares
que le canta el amado a su amada. Dicen así: «¡Vuélvete,
vuélvete, Sulamita! Date la vuelta, date la vuelta que te quiero ver» (Cant
7,1).
En realidad parece que más que cantar invitan a bailar: «¡Vuélvete, vuélvete, Sulamita! Date la vuelta, date la
vuelta, que te quiero ver». En hebreo suena bien: šubi, šubi
šulamit, šubi, šubi… hasta tiene su ritmo. El verbo šubsignifica «volver, darse la vuelta», pero es el verbo que en
la Biblia Hebrea también significa «convertirse».
Esas palabras del Cantar nos ayudan a comprender lo que está pasando
hoy. Dios, el amado, nos invita a cada uno a bailar diciéndonos: «conviértete, date la vuelta, que te quiero ver».
La invitación a la conversión no es la riña de alguien exigente que está
enfadado con lo que hacemos, sino una llamada amorosa a que demos media vuelta
para encontrarnos cara a cara con el Amor. Nadie nos empuja para reñirnos.
Alguien que nos quiere se ha acordado de nosotros y nos envía un mensaje para
que nos veamos y hablemos a fondo, abriendo el corazón.
BIEN. PERO, EN
CUALQUIER CASO, «NO TENGO PECADOS» ¿DE QUÉ ME VOY A CONVERTIR?
Hay muchos modos de explicar lo que es el pecado, pero me parece que
también la Sagrada Escritura nos ayuda a aclararnos con lo que es.
En hebreo «pecado» se
dice jattat. ¿Sabéis cuál es en la Biblia el
antónimo, la palabra que expresa el concepto apuesto a jattat? En
español tal vez diríamos que lo contrario de pecado es «buena
acción», o algún teólogo diría que «gracia».
En hebreo, el antónimo de jattat es šalom, paz. Esto
quiere decir que para la Biblia ni «pecado» ni
«paz» son exactamente lo mismo que para
nosotros.
En el libro de Job se dice que aquel hombre al que Dios invita a
reflexionar y cambia, experimentará šalom (la paz) en su tienda y
cuando revisen su morada, no habrá jattat (no faltará nada) (cfr. Jb
5,24). Eran nómadas y para ellos la tienda era su casa. Una casa está en «pecado» cuando falta algo necesario o cuando lo
que hay está desordenado. Está en «paz» cuando da gusto verla y estar allí: todo bien instalado, limpio y en su sitio.
Cuando nos miramos por dentro, tal vez nuestra alma y nuestro corazón
están como nuestra habitación o como el piso en que vivimos: con la cama si hacer, la mesa sin quitar los restos de la
cena, con unos periódicos tirados por encima del sofá, o el fregadero lleno de
platos esperando que alguien los lave. ¡Qué
a gusto se queda el alma y el corazón cuando limpiamos los cacharros, y
ponemos orden! Por eso en la confesión, cuando hacemos
zafarrancho de limpieza en el jattat que llevamos por dentro, nos dan
la absolución y nos dicen «vete en paz (šalom)», estás
en orden.
Hoy, que comenzamos la cuaresma, el Señor nos llama con amor: šubi, šubi šulamit, šubi, šubi… «Vuélvete, date la
vuelta que te quiero ver». Él nos quiere y nos conoce bien. Sabe que a
veces somos un poco descuidados, y quiere ayudarnos a hacer limpieza para que
recuperemos la serenidad, la paz y la alegría.
Por eso es por lo que San Pablo nos insiste con tanta con fuerza: «en nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con
Dios», y ¿para qué retrasarlo? ¿por qué
dejarlo para otro día? San Pablo también nos conoce y nos mete prisa: «mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de
salvación». Hoy. 22 de febrero de 2012. Miércoles de ceniza. Aquí mismo
tenemos confesores, ahí arriba, que en cinco minutos nos ayudarán a ponernos en
forma.
Y, UNA VEZ, CON TODO
EN ORDEN, ¿CÓMO RECORRER BIEN ESTOS DÍAS DE CUARESMA?
En el Evangelio de la Misa hemos escuchado que Jesús mismo nos da unas
pistas interesantes para concretar unos propósitos que nos ayuden a redescubrir
la alegría de amar a Dios y a los demás.
Lo primero que nos sugiere es que nos demos cuenta de que hay mucha
gente necesitada a nuestro alrededor, cerca y lejos de nosotros, y no podemos
quedar indiferentes ante quienes sufren.
En la primera lectura recordábamos que, ante la crisis de los
saltamontes en Judea, Joel decía que es necesario rasgarse el corazón,
compartir el sufrimiento con los que padecen.
Hoy día estamos viviendo en una profunda crisis económica. Más de cinco
millones y medio de personas están en paro en España. Muchos sufren, sufrimos
con ellos, la falta de trabajo y todas las necesidades que esto trae consigo.
No podemos desentendernos de sus problemas, como si no pasara nada, ni cerrar
nuestro corazón. Deben notar que estamos con ellos.
También en otros lugares del mundo la vida diaria es todavía más difícil
que aquí, y necesitan ayuda urgente. «Cuando hagas
limosna –dice Jesús–, que no sepa tu mano
izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu
Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará» (Mt 6,3-4). Generosidad: este es un primer buen propósito para la Cuaresma.
También hay otro tipo de «limosna», que
no lo parece, porque es muy discreta, pero es muy necesaria. En su mensaje para
la Cuaresma de este año, Benedicto XVI nos hace notar que «hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del
cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero
callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con
los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos».
ESE MODO
EFICAZ DE «LIMOSNA» al que se refiere el Papa es la corrección fraterna: ayudarnos unos a
otros a descubrir lo que no va bien en nuestras vidas, o lo que puede ir mejor.
Algo que tal vez no hacemos mucho hasta ahora, pero que es bien necesario y
útil. «Pienso aquí –dice el Papa– en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto
humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de
poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que
contradicen la verdad y no siguen el camino del bien».
Aunque debamos superar la impresión de que nos estamos metiendo en la
vida de los demás, no podemos olvidar que, sigo citando a Benedicto XVI, «es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con
verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más
rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y
corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cfr. Lc
22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de
nosotros».
Junto a la limosna, la oración. «Tú –nos
dice Jesús–, cuando vayas a rezar, entra en tu
aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu
Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará» (Mt 6,6). La oración no es
la mera recitación mecánica de unas palabras que aprendimos de pequeños, es
tiempo de diálogo amoroso con quien tanto nos quiere. Son conversaciones
íntimas donde el Señor nos anima, nos conforta, nos perdona, nos ayuda a poner
orden en nuestra vida, nos sugiere en qué podemos ayudar a los demás, nos llena
de ánimos y alegría de vivir.
Y, en tercer lugar, junto a la limosna y la oración, el ayuno. No
tristes, sino alegres, como Jesús nos sugiere también en el Evangelio de hoy: «Tú cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara,
para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo
escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará» (Mt
6,17-18).
Actualmente mucha gente ayuna, se priva de cosas apetecibles, y no por
motivos sobrenaturales, sino por guardar la línea o mejorar su forma física.
Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los
cristianos es, en primer lugar, una «terapia» para curar todo lo que nos
dificulta ajustar nuestra vida a la voluntad de Dios.
En una cultura en la que no nos falta de nada, pasar algún día un poco
de hambre es muy bueno, y no sólo para la salud del cuerpo. También de la del
alma. Nos ayuda a hacernos cargo de lo mal que lo pasan tantas personas que no
tienen que comer.
Es verdad que ayunar es abstenerse de comer, pero la práctica de piedad
recomendada en la Sagrada Escritura, comprende también otras formas de
privaciones que ayudan a llevar una vida más sobria.
Por eso, también es bueno que ayunemos de otras cosas que no son
necesarias pero que nos cuesta prescindir de ellas.
Por ejemplo, podríamos hacer un ayuno de Internet limitándonos a usar la
red lo necesario para el trabajo, y prescindiendo de navegar sin rumbo. Nos
vendría bien para tener la cabeza despejada, leer libros y pensar en cosas
interesantes.
También podríamos hacer ayuno de salir de copas en el fin de semana, le
vendría bien a nuestro bolsillo, y estaríamos más frescos para hablar
tranquilamente con los amigos.
O podríamos ayunar de ver películas y series en días entre semana, le
vendría muy bien a nuestro estudio.
¿PASARÍA ALGO SI
AYUNÁSEMOS TODO UN DÍA DE MP3 Y FORMATOS PARECIDOS, Y FUÉSEMOS POR LA CALLE SIN
AURICULARES, ESCUCHANDO EL VIENTO Y EL CANTO DE LOS PÁJAROS?
Privarse del alimento material que nutre el cuerpo, del alcohol que
alegra el corazón, del ruido que llena los oídos y las imágenes que se suceden
rápidamente sobre la retina, facilita una disposición interior a mirar a los
demás, a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el
ayuno le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que
experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el
hambre y la sed de Dios.
Dentro de unos momentos, los sacerdotes y diáconos impondrán la ceniza
sobre nuestras cabezas mientras dicen: «Acuérdate que
eres polvo y al polvo volverás». No son palabras para asustarnos
haciéndonos pensar en la muerte, sino para ponernos en la realidad y ayudarnos
a encontrar la felicidad. Solos no somos nada: polvo
y ceniza. Pero Dios ha diseñado para cada una y cada uno una historia de amor
para hacernos felices. Como decía el poeta Francisco de Quevedo,
refiriéndose a aquellos que han vivido cerca de Dios en su vida, que mantendrán
su amor constante más allá de la muerte, «polvo
serán, mas polvo enamorado».
COMENZAMOS EL TIEMPO
DE CUARESMA. Un tiempo alegre y festivo de dar la vuelta para dirigirnos al Señor y
verlo cara a cara. šubi, šubi šulamit, šubi, šubi… «¡Vuélvete, vuélvete –nos dice una vez más–, date la vuelta, date la vuelta, que te quiero ver». No
son días tristes. Son días para dejar paso al Amor.
A la Santísima Virgen, Madre del Amor Hermoso, nos acogemos para que al
contemplar la realidad de nuestra vida, aunque sean patentes nuestras
limitaciones y defectos, veamos la realidad: «polvo
seremos, mas polvo enamorado».
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