461. ––En los capítulos de la Suma
contra gentiles, que dedica el Aquinate a la visión beatífica, se prueba
que el alma humana, para contemplar a Dios, en la otra vida, necesita que su
entendimiento sea elevado por una acción de Dios, que es realizado por lo que
se llama la «luz de la gloria». Se denomina «luz de la gloria», porque, al igual que al entendimiento
agente de la facultad intelectiva humana, se le compara con la luz, Ambas
acciones hacen que el conocimiento intelectual, de manera parecida a la visión
corporal, se realice y se perfeccione con la «luz».
La acción de la luz de la
gloria no es semejante a la del entendimiento agente, en cuanto que éste último
hace pasar lo inteligible en potencia al acto, para que así pueda actualizar a
su vez al entendimiento posible. Si lo es, en cambio, en cuanto que el
entendimiento agente le da poder al entendimiento para que entienda en acto,
porque la luz de la gloria hace que el entendimiento creado sea elevado a la
visión de la substancia divina. ¿En la
exposición de su explicación de la visión beatífica, el Aquinate tiene en
cuenta posibles objeciones?
––Santo Tomás dedica un
capítulo a la presentación de seis objeciones y a dar las correspondientes
soluciones. En la primera objeción, se dice: «Ninguna
luz que sobrevenga a la vista puede elevarla para ver lo que excede la potencia
natural de la visión corporal, pues la vista sólo puede ver lo coloreado»,
no el sonido, por ejemplo. Además: «la substancia
divina excede la capacidad del entendimiento creado mucho más de lo que éste
excede en capacidad al sentido». Se infiere, por tanto, que: el entendimiento creado no podrá ser elevado por ninguna
luz que le sobrevenga para ver la substancia de Dios».
La respuesta de
Santo Tomás es la siguiente: «La substancia divina no está fuera del
alcance del entendimiento creado de modo que resulte para él algo completamente
ajeno, como lo son el sonido a la vista o la substancia inmaterial al sentido»,
pues la substancia divina es inteligible, aunque máximamente. Sin
embargo: «está fuera del alcance del entendimiento
creado como algo que excede a su capacidad, igual que los sensibles
excesivos están fuera de la facultad del sentido. Por eso Aristóteles dice que:
“nuestro entendimiento es respecto a lo más inteligible lo que el ojo de la
lechuza a la luz del sol” (Metafísica, II, 1, 1), que no puede
ver por la excesiva luminosidad para él, que sólo puede ver con la débil luz
nocturna. «Luego, el entendimiento creado debe ser
robustecido con alguna luz divina para que pueda ver la esencia de Dios».
En segundo lugar, se
puede objetar: «La
luz que se recibe en el entendimiento creado es también algo creado. Y así
dista infinitamente de Dios. Luego por esta luz no puede ser elevado el
entendimiento creado para ver la substancia divina».
A ello, responde
Santo Tomás: «Dicha
luz eleva el entendimiento creado a la visión de Dios, respetando la infinita
separación entre él y la substancia divina, pero dándole Dios un poder para tal
efecto, aunque diste infinitamente de Dios en cuanto al ser, como se indica en
esta segunda objeción». La luz de la gloria en sí misma es una realidad finita, pero
capacita para ver a Dios. No tiene así objeto la impugnación, pues: «esta luz increada no le une a Dios en cuanto al ser,
sino sólo en cuanto al entender».
Se puede igualmente replicar a
la explicación de la visión de la esencia de Dios por la luz de la gloria con
esta razón: «Si esto lo puede hacer dicha luz,
porque es una semejanza de la divina substancia», de manera parecida, «como toda substancia intelectual, por el hecho de ser
intelectual, lleva la semejanza divina», ya no será necesaria la
primera, pues «bastará la misma naturaleza de cualquier substancia intelectual
para ver a Dios».
Santo Tomás, en la
correspondiente respuesta, indica que debe tenerse en
cuenta, por un lado, el sentido de esta semejanza divina de la luz de la
gloria, que permite al hombre la bienaventuranza, porque: «como es propio de Dios el conocer perfectamente su
propia substancia, dicha luz es semejanza de Dios en cuanto que lleva a ver la
substancia divina».
Por otro, que, en
cambio: «de
este modo ninguna substancia intelectual puede ser una semejanza de Dios». El
motivo es porque: «como la simplicidad de
cualquier substancia creada no es igual que la divina, es imposible que la
substancia creada tenga toda su perfección en una sola cosa; pues esto, como se
probó (I, c. 28), es propio de Dios, en quien se identifican el ser ente,
inteligente y bienaventurado».
Por consiguiente: «en la
substancia intelectual creada hay que distinguir la luz, que la hace
bienaventurada con la visión de Dios, de cualquier otra luz que la perfeccione
en su naturaleza específica y mediante la cual entienda en proporción con su
propia substancia». Distinción que no se tiene en cuenta es esta tercera objeción.
462. ––Estas tres respuestas desarrollan
la explicación de la naturaleza de la luz de la gloria, expuesta en el capítulo
anterior. ¿Qué añaden las otras tres?
––En la siguiente objeción, se
presenta una posible contradicción de esta doctrina de la luz de la gloria,
porque se argumenta: «Si tal luz es creada, no
habrá inconveniente alguno para que lo creado sea connatural a una cosa creada;
y podrá haber entonces algún entendimiento creado que con su luz connatural
verá la substancia divina, y, sin embargo, se ha probado lo contrario (III, c.
52)».
No se da tal
oposición, porque esta: «cuarta objeción se resuelve considerando que la
visión de la substancia divina excede toda potencia natural, como se ha
demostrado . Por eso, la luz con que se perfecciona el entendimiento creado
para ver la substancia divina ha de ser sobrenatural».
La siguiente
objeción es este silogismo muy simple: «“El infinito,
en cuanto tal, es desconocido” (Aristóteles, Física, I, 4). Se declaró
que Dios en infinito (I, c. 43). Luego, la substancia divina no puede verse con
dicha luz».
Responde Santo
Tomás: «Tampoco
la afirmación de que Dios es infinito puede impedir la visión de la substancia
divina, como indica la quinta objeción, pues no se llama infinito
privativamente como la cantidad. Infinito éste verdaderamente desconocido, ya
que es como una materia que carece de forma, la cual es principio de
conocimiento».
La infinidad de Dios no es la
de privación o carencia de límites, como la que se da potencialmente en
la cantidad, que en acto siempre es limitada, pero como se advierte en él
número y la extensión, puede aumentar indefinidamente. Dios no es infinito de
este modo, «sino que se dice infinito
negativamente», como aquello que no tiene límites o término, o «como una forma por sí subsistente y no limitada por una
materia recipiente». Por consiguiente: «lo
que es infinito así, es de suyo lo más cognoscible».
Por último, puede
presentarse esta sexta objeción: «Entre el que entiende y la cosa entendida ha de
haber proporción. Pero entre el entendimiento creado, incluso perfeccionado con
dicha luz, y la substancia divina, no hay proporción alguna, pues queda todavía
una distancia infinita entre ambos. Luego el entendimiento creado no puede ser
elevado con dicha luz para ver la substancia divina».
En la solución que
da a esta última objeción, reconoce Santo Tomás que: «la proporción
del entendimiento creado es ciertamente para entender a Dios», pero
tal proporción no es «la consistente en una relación proporcional a una
medida común con la que se comparan dos cosas», que estaría por encima de
Dios, sino «la consistente en una relación proporcional de una cosa a otra,
como de la materia a la forma o de la causa al efecto». Por consiguiente: «no
hay inconveniente en que haya una proporción entre la criatura y Dios según la
relación del inteligente a lo entendido e incluso según la de efecto y causa» [1], entre la criatura y el
creador.
463. ––.¿Con la luz de la
gloria el entendimiento creado capta totalmente la substancia divina?
––Santo Tomás
sostiene que: «es
imposible que el entendimiento creado vea con dicha luz tan perfectamente la
substancia divina como perfectamente puede ser vista». Se prueba esta tesis, porque,
por una parte, la luz de la gloria: «es cierto
principio de conocimiento divino, puesto que, por ella, es elevado el
entendimiento creado para ver la substancia de Dios. Luego es menester que la
modalidad de la visión divina se mida por el poder de tal luz. Más dicha
luz está muy lejos de poderse comparar con la claridad del entendimiento
divino. Así, pues, es imposible que con esta luz se vea la substancia divina
tan perfectamente como la ve el entendimiento divino».
Por otra parte,
porque: «el
entendimiento divino la ve tan perfectamente como perfectamente puede verse,
pues la verdad de la substancia divina y la claridad del entendimiento
son iguales, mejor dicho, son una misma cosa». Por consiguiente: «es imposible que el entendimiento creado vea con
dicha luz tan perfectamente la substancia divina como perfectamente puede ser
vista».
Sobre esta
consecuencia del conocimiento imperfecto de la esencia divina, advierte Santo
Tomás, en primer lugar, que: «La captación cognoscitiva total de un objeto
implica el conocerlo en toda la extensión de su cognoscibilidad. Quien conoce,
por ejemplo, en calidad de opinión, lo que conocen los sabios, que los tres
ángulos de un triángulo suman dos rectos, todavía no ha llegado a la captación
total de tal objeto. A este punto sólo llega quien lo conoce en calidad de
objeto científico, es decir, mediante su causa».
En segundo lugar: «Al decir que la
substancia divina es vista, pero no totalmente captada por el entendimiento
creado, no se quiere dar a entender que ve algo de ella y que algo no lo ve,
porque la substancia divina es absolutamente simple, sino que el entendimiento
creado la ve, aunque no tan perfectamente como puede verse; tal como decimos
que quien opina conoce una conclusión demostrativa, pero no se le alcanza como
tal; pues no la conoce perfectamente, es decir, científicamente, aunque no le
quede parte de ella por conocer» [2].
El entendimiento elevado por
la luz de la gloria ve toda la substancia divina y no le queda parte por
conocer, porque la substancia divina es simple, pero no tan perfectamente como
puede verse, porque es infinita. Dios siempre es trascendente al entendimiento
de las criaturas.
464. ––¿Gracias a la luz que
recibe, el entendimiento creado, además de la esencia divina, puede conocer
todo cuanto se puede conocer por ella?
––Santo Tomás
responde a esta cuestión, al presentar esta segunda consecuencia: «Lo dicho
demuestra que, aunque el entendimiento creado vea la substancia divina, no por
eso conoce cuando por ella se puede conocer». Aunque el entendimiento creado vea la substancia divina, pero no
perfectamente, tampoco conoce todo lo que Dios ve por su propia substancia,
como lo que entiende, quiere o puede hacer.
La razón de esta
tesis es la siguiente: «Del conocimiento de un principio únicamente se
sigue necesariamente el de todos sus efectos cuando dicho principio es captado
totalmente por el entendimiento; pues nosotros conocemos un principio en todo
su alcance cuando conocemos todos sus efectos. Por la esencia divina conocemos
todo lo demás, como se conoce el efecto por su causa. Luego, como el
entendimiento creado no puede conocer la substancia divina con capacidad total,
no se sigue necesariamente que, viéndola, vea también cuanto se puede ver por
ella» [3].
465. ––¿Obtiene el
Aquinate otra consecuencia de su exposición sobre la visión beatífica?
––Una tercera consecuencia es,
dado que «el entendimiento creado es elevado a la
visión de la substancia divina con una luz sobrenatural», que: «no hay entendimiento creado, por ínfima que sea su
naturaleza, que no pueda ser elevado a dicha visión».
Todo hombre y todo ángel puede
obtener la gracia de la visión beatífica, puesto que ésta «no puede ser connatural a ninguna criatura, porque
excede el poder de toda naturaleza creada». Además:
«la diversidad de naturaleza no es obstáculo
para lo que se realiza por virtud sobrenatural, pues el poder divino es
infinito». Por ello: «en la curación milagrosa de un enfermo, la diferencia de
que esté muy enfermo o poco no cuenta». Por consiguiente: «la diversidad de grado de la naturaleza intelectual no
es obstáculo para que lo inferior de ella pueda ser llevado a aquella visión
con dicha luz» [4].
Dios puede hacer que cualquier grado de la naturaleza intelectual sea elevada
por la luz de la gloria a la visión de Dios.
466. ––Según esta tercera
consecuencia,tanto las diversas clases de ángeles como los hombres, a pesar de
su diferencia en el grado de su conocimiento, pueden participar de la visión
divina. ¿Es posible también que individualmente haya diversidad en la
perfección del conocimiento de Dios?
––Es posible que uno vea
a Dios de modo más perfecto que otro, aunque los dos vean su esencia. Dios
puede dar distintos grados de luz de la gloria, porque: «como (…) la luz mencionada es para el entendimiento
creado como un principio para ver la substancia divina, es necesario que, según
la modalidad de esta luz, sea también la de la visión. Más es posible que haya
diversos grados de participación en esta luz, de modo que uno puede ser
iluminado por ella más perfectamente que otro. Luego, es posible que uno vea a
Dios más perfectamente que otro, aunque ambos vean su divina substancia».
Además, como «la felicidad de cada cual consiste en ver la substancia
de Dios», y aunque todos los bienaventurados vean la substancia de Dios,
«no todos reciben de ella una bienaventuranza
igual». Por eso, para designar esta diferencia de felicidad, «dice el
Señor: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas” (Jn
14, 2). Y con esto queda rechazado el error de
quienes decían que todos los premios son iguales».
Observa Santo Tomás
que ello: «no
está reñido lo dicho con lo que enseña el Señor, que a todos cuantos trabajaron
en la viña, aunque no trabajaran igual, se les retribuyó con un premio
idéntico, o sea, un denario (Mt 20, 10); porque lo que a todos se da como
premio para ver y gozar, es idéntico, o sea, Dios» [5].
467. ––Los bienaventurados
ven a Dios en si mismo y además las cosas creadas. ¿Qué ve de estas cosas?
––Sostiene Santo
Tomás que los bienaventurados ven según sus deseos naturales. Es patente que: «el apetito natural del entendimiento tiende a conocer
todos los géneros de cosas y las especies y poderes, y todo el orden del
universo, como consta por la preocupación humana acerca de todo esto». Por
consiguiente, hay que creer que: «todo aquel que
vea la substancia divina verá también dichas cosas».
Lo que el
entendimiento no ha logrado en la vida temporal lo hará en la vida eterna: «La substancia
divina es lo sumo entre todos los inteligibles. Luego el entendimiento que es
elevado por la luz divina para ver la substancia de Dios, se perfecciona mucho
más por dicha luz para conocer todo lo que hay en la naturaleza».
En la gloria, por
tanto: «Dios
manifiesta al entendimiento que le ve todo cuanto él produjo para la perfección
del universo». De
manera que: «Quien
vea la substancia divina conozca en ella misma todo cuanto alcance su
propia capacidad natural«. Verá todo lo que busca conocer la ciencia «Por
esta razón al pedir Moisés a Dios la visión de la divina substancia, le
respondió: “Yo te mostrarétodo bien” (Ex 33, 19). Y SanGregorio Magno: “¿Qué hay que no conozcan quienes conocen a quien todo lo
sabe” (Libri Dialogorum, IV, c. 33)».
468. ––¿Los
bienaventurados conocerán todo el universo al igual que el entendimiento
divino?
––Afirma Santo Tomás
que: «quienes
ven la substancia divina en cierto modo lo ven todo y en cierto modo no lo
ven». Precisa
seguidamente que: «si por todo entendemos cuanto
pertenece a la perfección del universo, es claro por lo dicho lo ven
todo, como lo demuestran las razones aducidas, pues como el entendimiento es en
cierto sentido todas las cosas (Aristóteles, Sobre el alma, III,
c. 5), cuanto pertenece a la perfección de la
naturaleza pertenece también a la perfección del ser inteligible».
En cambio: «Si por todo
entendemos cuanto Dios ve, al ver su propia esencia, ningún entendimiento
creado lo ve todo en la substancia de Dios». Hay una serie de objetos de
conocimiento que no ve.
En primer lugar: «Lo que Dios
puede hacer, pero que ni hizo ni hará jamás. Todo esto no puede conocer sin
comprender previamente su poder; lo cual es imposible a cualquier entendimiento
creado. Por esto se dice en Job: “¿Crees tú poder sondear a Dios, llegar al
fondo de su omnipotencia? Es más profundo que el abismo. ¿Qué entenderás? Es
más extenso que la tierra y más ancho que el mar” (Job 11, 7 y ss.)”. Y estas cosas no se dicen como si Dios fuera grande según
la dimensión cuantitativa; quiere decir que su poder no está limitado a las
cosas que se nos presentan como grandes, pues incluso puede hacer otras
mayores» [6].
El mundo, por ello, no es el
mejor de los posibles. Dios podría haberlo hecho mejor. Dirá después Santo
Tomás en la Suma teológica: «Dios podría
hacer cosas distintas o añadir otras a las que ya hizo, y así el universo que
resultase sería mejor» [7].
En segundo lugar, el
bienaventurado no conocerá: «la razón de las cosas hechas. El entendimiento no
puede conocer la razón de todas ellas, sin captar totalmente la bondad divina,
pues la razón de cada cosa hecha se toma del fin que intentó quien la hizo».
Además, como: «el fin de todas
las cosas hechas por Dios es la divina bondad (…) la razón de las cosas hechas
es la difusión de la divina bondad. Por tanto, conocería la razón de las cosas
creadas si conociera todos los bienes que, según el orden de la sabiduría
divina, pueden resultar en dichas cosas, lo que supondría abarcar totalmente la
bondad y sabiduría de Dios, cosa que ningún entendimiento creado puede hacer. Por eso se dice en
la Escritura:
“Entendí que el hombre no podría alcanzar ninguna razón de todas las obras de
Dios» (Eccle
8, 17)».
Por último, en
tercer lugar, tampoco conocerá: «aquello que depende de la sola voluntad de Dios,
como la predestinación, la elección y justificación, y otras cosas de esta
índole que pertenecen a la santificación de la criatura. Por eso se dice: “Lo
perteneciente al hombre nadie lo conoce, sino el espíritu del hombre que
está en él. Así, también, lo que es de Dios nadie lo conoce sino el Espíritu de
Dios” (1 Cor 2,
11)» [8].
469. ––¿Los
bienaventurados al conocer todo el universo conocerán también todo lo relacionado
sobre sus seres queridos, que permanecen en el mundo, en todos sus detalles?
––Al igual que en
estos capítulos de la Suma contra los gentiles, en la Suma teológica,
Santo Tomás sostiene que: «El deseo natural que experimenta la criatura
racional es el de conocer las cosas que contribuyen a la perfección del
entendimiento, cuales son los géneros y especies de las cosas y las razones de
las mismas, y esto lo verá en Dios todo el que vea la esencia divina. Pero
conocer lo singular, o los hechos y pensamientos de los individuos no pertenece
a la perfección del entendimiento creado, ni a esto tiende el deseo natural,
como tampoco tiende a conocer lo que Dios puede hacer y todavía no ha hecho» [9].
Por consiguiente,
como indicará más adelante: «los muertos, considerada tan sólo su condición
natural, ignoran lo que sucede en este mundo, máxime los movimientos interiores
del corazón». En cambio, de modo sobrenatural, pueden saber sobre los
sucesos, lo que pensamos, lo que deseamos y lo que sentimos, porque: «los bienaventurados, como dice San Gregorio (Libros de Moral, XII, c.
19), ven en el Verbo todo lo que les conviene
conocer de nuestras cosas e incluso de los movimientos interiores del corazón».
Se puede y se debe
dirigirles oraciones de petición de intercesión, porque: «es muy
conveniente a su estado y excelencia conocer las peticiones que nosotros les
hacemos verbal o mentalmente. Y por esto las peticiones que nosotros les
hacemos las conocen por Dios, que se las manifiesta» [10]. En
cambio, como consecuencia: «Los que están en
este mundo y en el purgatorio no gozan de la visión del Verbo, y, por tanto,
ignoran lo que nosotros pensamos o decimos. Por ello, no imploramos en nuestras
oraciones sus sufragios. A los vivos, en cambio, se lo pedimos en nuestras conversaciones» [11].
De acuerdo con la práctica
constante de la Iglesia, Santo Tomás sostiene que hay que orar por las
almas del purgatorio y realizar otros actos en sufragio. Sin embargo, no cree que se les deba orar como a los
bienaventurados o pedir sus sufragios, porque: «las
almas del purgatorio, aunque superiores a nosotros por su impecabilidad, nos
son inferiores en cuanto a las penas que sufren. En razón de esto no están en
estado de orar por nosotros, sino de que nosotros oremos por ellas»[12].
Como notó el tomista
Pedro Lumbreras: «La doctrina del Angélico tiene en su favor la
práctica de la Iglesia. La Iglesia, aunque ruega constantemente por las almas
del purgatorio, nunca ruega a estas almas». Ciertamente que a veces las peticiones que se han hecho a las almas del
purgatorio han sido atendidas. Sin embargo, se puede pensar que: «en estos casos, Dios ha revelado a las almas del
purgatorio las súplicas a ellas dirigidas y ha aceptado su consiguiente
intercesión». También, que: «aun sin revelarles que eran invocadas, pudo satisfacer
él mismo los deseos de quienes pedían el patrocinio de esas almas» [13].
En cualquier caso, según la
doctrina tomista, nuestros familiares y seres queridos difuntos, que son ya
bienaventurados, lo mismo que a los santos a quienes tenemos devoción, no
están alejados de nosotros, sino que se encuentran unidos a nosotros por su
pensamiento, amor y oraciones ante Dios. «Y como el
socorrer a los indigentes para que se salven pertenece a su propia gloria,
porque como dice Dionisio: “nada hay más divino que convertirse en cooperadores
de Dios” (La jerarquía celeste 2, 2), resulta
evidente que los santos han de conocer cuanto para ello se requiere. Consta,
pues, que los votos, oraciones y devociones de los hombres que reclaman su
auxilio los conocen en el Verbo» [14].
470. ––¿Cómo
entenderán los entendimientos creados las esencias de las cosas viendo la
substancia de Dios?
––Sostiene Santo
Tomás que entenderán todas las cosas, no sucesiva sino simultáneamente. Argumenta, en la Suma contra los gentiles, que como: «El entendimiento creado viendo la substancia de Dios,
entiende en ella misma todas las especies de las cosas, y sabiendo que todo
cuanto se ve en una especie es preciso verlo simultáneamente con una sola
visión, pues ésta está en correspondencia con su principio, es necesario que el
entendimiento que ve la divina substancia contemple también no sucesiva, sino
simultáneamente todas las cosas».
Además, como la visión de Dios
consiste en «la suprema y perfecta felicidad de la
naturaleza intelectual», que es un acto, no se verá «una cosa ahora y otra después». Por ello, «decía San Agustín: “Entonces
nuestros pensamientos no serán volubles, yendo y volviendo de unas cosas a
otras; sino que toda nuestra ciencia la abarcaremos con una sola mirada” (Trinidad,
XV, c. 16, n. 26)»[15].
471. ––¿Qué se sigue, para
los bienaventurados, de este modo de visión?
––En primer lugar,
se deriva, que: «el entendimiento creado se hace participante de la
vida eterna por dicha visión». Se advierte, porque: «la eternidad se diferencia del tiempo en que éste logra
su ser a través de cierta sucesión, mientras que la eternidad tiene todo su ser
simultáneamente»; y como en la visión de la esencia divina: «no hay sucesión
alguna, puesto que todo cuanto por ella vemos se ve simultáneamente y con
una sola mirada»; es preciso concluir que: «tal visión se consuma por cierta participación de la
eternidad; pues esa visión es cierta vida, ya que la acción del entendimiento
es un cierto vivir» [16].
Debe recordarse que la
eternidad, tal como la definió Boecio, es «la
posesión total, simultánea y perfecta de una vida interminable»[17].
De ahí que: «el
entendimiento creado se hace participante de la vida eterna por aquella
visión». Por ello, concluye finalmente, Santo
Tomás: «dice el Señor en la Escritura: “Esta
es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero” (Jn 17,
3)»[18].
472. ––¿Cuál es la segunda
consecuencia?
––Como consecuencia
directa de la anterior, hay que sostener que jamás se perderá la visión
beatífica. De manera que: «quienes alcancen la felicidad última por la visión
de Dios jamás la perderán». La razón es porque: «La mentada visión que hace bienaventuradas a las
criaturas intelectuales, no se da en el tiempo, sino en la eternidad. Luego es
imposible que, al hacerse uno participante de la misma, la pierda después».
Lo confirma la
Escritura, porque: «se dice en un salmo: “Bienaventurados, Señor, los
que habitan en tu casa, Señor; te alabarán por los siglos de los siglos” (Sal
83, 5). Y en otro: “No será conmovido jamás el que habita en Jerusalén” (Sal
124, 1). En
otro lugar: “Tus
ojos verán Jerusalén, ciudad opulenta, tienda que jamás se moverá, cuyos clavos
nunca verán arrancados y cuyas cuerdas no se romperán, porque solamente allí se
muestra en su gloria el Señor Dios nuestro” (Is 33, 20-21). Y “Al vencedor lo haré
columna del templo de mi Dios y jamás saldrá fuera de él (Ap 3, 12» [19].
473. ––De acuerdo con
estas dos consecuencias, que implican la salida del tiempo y del movimiento ¿se
puede pensar que quedará suprimida la novedad, que se da en la vida terrena y
es tan apreciada en nuestros días?
––El tomista
Garrigou-Lagrange explica que la felicidad en el cielo: «será un eterno
reposo es una acción soberana que no cesará nunca y que será, en cierto modo,
siempre nuevo: el reposo en Dios eternamente poseído sobre y más que nosotros
mismos» [20].
En el cielo: «el
gozo que allí se experimenta es una hartura siempre nueva, porque su novedad no
cesa. El primer instante de la visión beatífica dura para siempre, como una
eterna mañana, una eterna primavera, una eterna juventud. Gozo que encuentra su
explicación en la felicidad misma de Dios. Dios posee su vida totalmente y
simultáneamente en el único instante de la inmóvil eternidad; no puede
envejecer; no hay para El ni pasado ni futuro, sino una eternidad presente, que
contiene eminentemente toda la sucesión de los tiempos» [21].
Puede así concluir
que: «el inmenso gozo del instante de su ingreso en el Cielo no
cesará jamás; su novedad, su frescura será eternamente presente. Por tanto, la
visión beatífica de los Santos será siempre nueva, y lo mismo el gozo que de
ella resultará [22].
474. ––¿En que consistirá
ese gozo?
––La plena y perfecta
felicidad de lo bienaventurados, sostiene Santo Tomás –en el último capítulo de
la Suma contra los gentiles, dedicado a este tema–, consistirá en la
satisfacción de todos los deseos, porque: «en
aquella felicidad que proviene de la visión de Dios se satisface todo deseo
humano, según se dice: “Él llena con sus bienes tu deseo” (Sal 102, 5), y toda inquietud humana alcanza su término».
475. ––¿Cuáles son esos
deseos humanos?
––A continuación Santo Tomás
los agrupa en siete especies, y los describe detalladamente. El primero es el afán por la verdad, porque: «El hombre, como dotado de entendimiento, tiene cierto
deseo de conocer la verdad; deseo que los hombres cultivan con su
dedicación a la vida contemplativa, y que se satisfará indudablemente en
aquella visión cuando, al contemplar la Verdad Primera, se le manifiesten a
nuestro entendimiento cuantas cosas desea naturalmente saber, como consta por
lo ya dicho».
El segundo, como
consecuencia del anterior, el hombre desea realizar la verdad conocida,
es decir, ordenar según la razón, porque: «el hombre, como ser racional, tiene también cierto
deseo de ordenar las cosas inferiores; deseo que los hombres secundan con su
dedicación a la vida activa y social. Y este deseo consiste principalmente en
organizar la totalidad de la vida humana racionalmente, que es vivir según la
virtud; pues el fin de la operación de toda persona virtuosa es el bien de la
propia virtud, como es del fuerte el obrar con fortaleza. Y este deseo será
entonces totalmente colmado, porque la razón, ilustrada con la divina luz,
tendrá todo el vigor necesario para proceder siempre rectamente».
En tercer lugar,
además, de la verdad y la virtud, el hombre desea el honor, en ser
merecedor de ser estimado y considerado. «La vida social implica ciertos bienes
imprescindibles al hombre para desenvolverse como ciudadano. Uno, la excelencia
en el honor, que, cuando se apetece desordenadamente, convierte a los hombres
en soberbios y ambiciosos. Mas por aquella visión los hombres serán
sublimados, alcanzando la cumbre del honor, que consiste en cierta unión con
Dios, como ya se demostró (III, c. 51). Por esto, así como Dios es el
“Rey de los siglos” (Tm 1, 17), así también
los bienaventurados unidos a Él, “reinarán con Cristo” (Ap 20, 6)».
Relacionado con el
deseo anterior está, en cuarto lugar, el de la fama, o el ser conocido y
apreciado, porque: «También implica la vida social otro bien
apetecible: “la celebridad de la fama”, cuyo apetito convierte a los hombres en
ambiciosos de vanagloria. Más por aquella visión los hombres alcanzarán
celebridad, no según el sentir humano, que puede engañarse y engañar, sino
según la infalible apreciación de Dios y de los bienaventurados. Por eso dicha
felicidad se llama casi siempre en la Sagrada Escritura “gloria”; así se dice, por
ejemplo: “Se
regocijarán los santos en la gloria” (Sal 149, 5)».
Un quinto deseo es
el de las riquezas, que: «son asimismo otra cosa apetecible en la vida
social: las riquezas, cuyo amor y desordenado apetito convierte a los hombres
en tacaños e injustos. Pero en aquella felicidad hay suficiencia de todo bien,
porque los bienaventurados gozan de Aquel que encierra en la perfección de
todos los bienes. Por eso se dice en la Escritura: “Juntamente con
ella me posesioné de todos los bienes” (Sab 7, 11); y “Gloria y riquezas en su
casa” (Sal 111, 3)».
Hay un sexto deseo
natural, «común
con los animales, que es el goce de placeres, que los hombres persiguen
principalmente viviendo voluptuosamente; y este deseo, si es desordenado, los
convierte en libertinos e incontinentes. Más en aquella felicidad hay un placer
perfectísimo, tanto más perfecto que el placer sensible –de que incluso gozan
los brutos-, cuanto el entendimiento supera al sentido; además, porque aquel
bien en que nos gozamos es mayor que todo bien sensible y más íntimo y de goce
más duradero; y también porque aquel deleite está más limpio de toda mezcla de
tristeza y de todo cuidado de lo que nos pudiera molestar. Por eso se dice en
la Escritura: “Sáciense
de la abundancia de su casa y beben en el torrente de tus delicias” (Sal 35, 9)».
Por último, hay: «un deseo natural,
común a todas las cosas, que les hace desear su propia conservación, en
cuanto es posible, el cual, si es desordenado, hace temerosos a los hombres y
parcos de excesivos esfuerzos. Más este deseo será completamente apaciguado
cuando los bienaventurados alcancen la perfecta supervivencia, libres de todo
mal, según aquello de la Escritura “No padecerán hambre, ni sed, calor ni
viento solano que los aflija” (Is 49, 10 y Ap 7, 16)».
476. ––La visión de Dios, que
proporcionará la felicidad –que consistirá en la satisfacción de estos siete
deseos, que sintetizan todos los deseos humanos–, se da en la gloria. ¿En la
vida terrena hay algo semejante a lo que se disfruta en el cielo?
––Con el análisis,
que hace Santo Tomás de los deseos del hombre, queda demostrado que: «las substancias
intelectuales alcanzarán por la visión divina la verdadera felicidad, con la
cual se sosiegan totalmente los deseos y se consigue una colmada suficiencia de
todos los bienes, que, según Aristóteles (Ética, X, 7), es lo que se
requiere para la felicidad. Por eso, dice Boecio que: “la
bienaventuranza es un estado de vida constituido por todos los bienes” (La consolación, III,
prosa II)».
Además, se advierte
con ello, tal como indica por último Santo Tomás, que: «Lo único que se
parece en esta vida a la felicidad última y perfecta es la vida de quienes se
dedican a la contemplación de la verdad, en cuanto cabe en este mundo». En su vida, en un cierto
grado, quedan satisfechos estos deseos.
Nota asimismo que: «Por esta razón, los filósofos que no pudieron alcanzar
un conocimiento pleno de aquella última felicidad, hicieron consistir la
verdadera felicidad del hombre en la contemplación de que somos capaces en este
mundo». También: «Por
eso, incluso en la Sagrada Escritura, la vida más recomendada es la
contemplativa, como afirma el Señor: “María escogió la mejor parte” es decir,
la contemplación de la verdad, “que no se le quitará” (Lc 10, 42)».
Queda así
atestiguado que: «la contemplación de la verdad comienza en esta
vida y en la otra se consuma; mientras que la vida activa y la vida social
terminan acá» [23]. Queda
igualmente testificado este gozo, como advertía Garrigou-Lagrange, porque: «tenemos un presentimiento de él en el purísimo gozo que
experimentamos al gustar la palabra de Dios. Si estamos bien dispuestos, es un
deleite que no pasa, sino que aumenta, porque cada vez apreciamos en ella más
valor; cuanto más la recibimos, más ávidos estamos de recibirla, mientras que
con respecto a los bienes sensibles, primeramente deseados con viveza, cuanto
más consideramos su limitación, más disminuye el gozo que nos procuran» [24].
Eudaldo Forment
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