«Decirme que mi cruz es
demasiado pesada, no es solo degradante: es mentira»
Avera Maria
Santo ha dado testimonio en el Sínodo de los jóvenes, en una carta abierta,
sobre cómo la doctrina católica sobre la homosexualidad le ayuda a llevar la
cruz de ser lesbiana y poder vivir en santidad para «pasar la eternidad con mi
único amor verdadero, Jesucristo».
(InfoCatólica) Avera Maria Santo, una
católica estadounidense de 22 años con atracción a personas del mismo sexo,
escribió una carta abierta que circuló en Roma durante los primeros días del
Sínodo
Queridos obispos de
la santa iglesia católica:
Cuando supe de los esfuerzos que están realizando los grupos pro LGBT que intentan persuadir a los
obispos católicos para que cambien la
enseñanza de la Iglesia sobre la homosexualidad, específicamente en el
sínodo juvenil de este año, quedé devastada.
Como alguien que no solo ha
crecido en la Iglesia, sino que también ha llegado a amarla tanto a ella como a
sus enseñanzas, odiaría que dichas
enseñanzas se modifiquen de alguna manera, especialmente de una forma en
la que se podría causar un daño tan enorme.
Por tanto deseo dejar al descubierto mi corazón y
compartir con ustedes, queridos obispos de la Santa Iglesia Católica,
parte de mi historia y de mis convicciones, y suplicarles que mantengan las
enseñanzas de la Iglesia sobre la homosexualidad como buenas, verdaderas y
hermosas.
Soy una joven católica de 22 años que experimenta atracción por personas
de mi mismo sexo. Mientras crecí, escuché muy poco, si acaso algo, sobre la
homosexualidad, a pesar de que asistí a un escuela católica desde Pre-K hasta
el grado 12.
Cuando finalmente acepté el
hecho de que estaba románticamente interesada en otras mujeres, me aterroricé. ¡No sabía a quién
recurrir, con quién hablar o si podía hablar de ello en absoluto! El
miedo me paralizó en silencio por un largo periodo de tiempo.
A medida que pasaba el tiempo,
comencé a aprender más y más sobre las
enseñanzas de la Iglesia Católica sobre la homosexualidad y, durante algún
tiempo, no las entendí. No estaba segura de lo que significaban las
palabras «objetivamente» e «intrínsecamente desordenada», y la verdad sea
dicha, tuve la sensación de que no quería saber. No fue hasta que tuve alrededor de 20 años que finalmente comencé a
entender.
Admito que no me gustó lo que escuché, pero sabía que
era lo que necesitaba escuchar.
Recientemente, encontré una
cita del abad Jean-Charles Nault, O.S.B, que me habló mucho sobre la verdad. Decía:
«Para los
filósofos de la antigüedad y para toda la tradición cristiana, la libertad es
la habilidad que tiene el hombre, una habilidad que pertenece conjuntamente a
su intelecto y su voluntad, para realizar acciones virtuosas, buenas
acciones, acciones excelentes, cuando quiera y como quiera. . La libertad del hombre es, por lo tanto, su
capacidad para realizar buenos actos de manera fácil, alegre y duradera. Esta
libertad se define por la atracción del bien».
Una y otra vez, escucharemos
frases como «Sólo quiero la libertad de amar a
quien quiera» de parte de la comunidad «LGBTQ».
Este deseo es inherentemente bueno, cuando está correctamente ordenado.
El hombre solo es verdaderamente libre cuando puede elegir hacer lo que
debe, no simplemente lo que quiere, porque las cosas que podemos desear no siempre son buenas para
nosotros.
Yo quería involucrarme en una relación con alguien de mi mismo sexo. El
deseo era abrumador a veces, hasta el punto en que no podía ver otra
manera de pasar el día. Pero ahora sé, por las enseñanzas buenas y llenas de
gracia de Dios a través de su Iglesia, que tal relación dificulta no solo mi
libertad de amar auténticamente, sino también mi capacidad para alcanzar la santidad.
Yendo un paso más allá, estar en una relación así podría, en
última instancia, impedirme pasar la
eternidad con mi único amor verdadero, Jesús.
Mis queridos obispos, no hay nadie en esta tierra que no sea llamado a
una vida de castidad; eso incluye a mis hermanos y hermanas que experimentan atracciones con
personas del mismo sexo. Esto no es
porque la Iglesia sea opresiva y quiera que seamos miserables y pasivamente
sumisos a ella, sino porque todos y cada uno de nosotros estamos
invitados a entrar en la vida divina de nuestro Creador, una vida donde ningún
pecado puede permanecer.
El Catecismo declara, en el
párrafo 2331, que «Dios es amor, vive en sí mismo
un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen [...] Dios
inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación, y
consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión».
No solo se me debería de
recordar que, como cristiana, estoy llamada a amar como Cristo nos amó, sino
que también tengo la capacidad de hacerlo. ¡Soy
capaz de un amor auténtico!
Decirme que mi cruz de atracción por el mismo sexo es demasiado pesada
como para que la pueda amar cuando Cristo me llama a hacerlo, no es simplemente
degradante; es también mentira. Dios no nos abandonó cuando el hombre pecó por primera vez en el
principio, y no nos abandonará ahora.
Él me ha llamado a mí, y a
todos y cada uno de nosotros, para sí mismo, y tengo la intención de volver a Él, sin importar cuán pesada sea mi cruz.
Como Cristo se acordó de mí en la cruz, les pido que se acuerden de mí y
de mis hermanos y hermanas como yo, queridos obispos, mientras oran y discuten sobre cómo ayudar a los
jóvenes en cuestiones de fe y vocación, especialmente en lo que respecta al
tema de la homosexualidad.
Por favor, recuerden que, como
Santa Teresa, la pequeña flor, mi querida patrona, dijo de forma tan grande: «Mi vocación es amar».
Suya en Cristo
Avera Maria Santo
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